Ahora que han pasado días, casi un mes, de haber vivido la solemne beatificación de Madre Inés, viene a mi mente aquel pasaje evangélico típico de este tiempo de Pascua que nos habla de los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35). Allí Jesús acompaña a aquellos dos hombres y los interroga haciéndoles una pregunta: "¿De qué venían discutiendo por el camino?" Pienso ahora en la nueva beata y la siento lanzándonos, luego de su beatificación, una pregunta en ese mismo tono que la de Jesús a sus discípulos: ¿En qué se les va la vida? Sí, creo que al igual que el Señor Resucitado, ella nos interrogaría sobre la conversación que tenemos con la vida misma que se nos ha dado y que ella moldeó con un estilo peculiar al modo de Cristo y del cual nos ha querido contagiar.
Si pudiéramos escuchar nuevamente la voz de la beata María Inés, aquella voz tan ordinaria, tan sencilla, seguramente nos hablaría, en primer lugar, de la necesidad de la oración para sostener la vida diaria de la misión, cosa que ella tuvo siempre por conocida: "Desde mi conversión, —escribe a su director espiritual— el atractivo más grande de mi alma ha sido la oración, la contemplación. Mi vivir desde entonces fue Cristo; la oración fue mi más grande alegría, mi pan cotidiano y constante, mi todo... Desde en casa de mis padres mi vida era plenamente contemplativa, pues me pasaba de 8 a 9 horas diarias en oración exclusiva". (Carta al padre Rafael Martínez del Campo, S.J. el 5 de septiembre de 1950).
La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, siempre tan actual, nos hablaría ahora de la necesidad de velar con nuestra oración por la imagen deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas desfigurados por el hambre y por las promesas políticas que nunca llegan a cumplirse. Ella nos invitaría a hacer de la oración una mina de la que se pudiera sacar «oro» para acuñar monedas y comprar almas de niños angustiados y maltratados, almas de jóvenes que enfrentan la violencia diaria e indiscriminada, almas de muchos adultos que están cansados y agobiados porque no encuentran acogida en ninguna parte, almas de quienes hoy viven sin las mínimas condiciones de una vida digna y además sin el consuelo de saber que hay un Dios que los cobija y acompaña y que da la vida eterna (cf. V.C. 75).
Probablemente, esta maravillosa mujer, vendría a preguntarnos si estamos de verdad interesados por las cosas del Padre como Jesús y si como él buscamos pasar por el mundo haciendo el bien salvando almas: "Le daré almas, —se proponía con fervor en todo un programa de vida— innumerables almas" (Carta a su director espiritual en enero de 1949). "Las almas, —solía decir en sus conferencias— cuestan mucho, solo se conquistan a base de sacrificio y abnegación... él no se cansará de llamarlas, de atraerlas con la fuerza irresistible de su humildad, de hacerlas suyas derrochando generosidad y amor..." (Carta a su director espiritual el 16 de febrero de 1949).
Madre Inés nos hablaría de ecología y del tema de la globalización; estaría al día en el tema de la nueva evangelización y de la misión permanente en América Latina, nos daría conferencia sobre los más recientes documentos del Magisterio de la Iglesia, nos compartiría recetas para evitar el resfriado y para fortalecer los huesos y nos enviaría e-mails con presentaciones de power point... porque esa era ella, siempre actual, siempre madre, siempre amiga. Para ella no había imposibles ni tragedias, sino problemas qué resolver: "Techamos ya 25 celdas individuales, 9 baños, 7 W.C. y 2 guardarropas; no sé verdaderamente cómo pudimos con esto, nunca hemos tenido una entrada grande, fuerte; ahora estamos levantando la enfermería, y no pude pagar la raya de los albañiles; apenas nos quedamos con un peso y centavos." (Carta a su director espiritual el 29 de julio de 1949).
A ella no le gustaría que nos detuviéramos por el camino a discutir por cosas accesorias o a tristear por algo que hemos perdido, ella no tuvo tiempo de teorizar: "Me avisaron que nuestra buena vaquita tiene aftosa. Si Dios nos la quita, de pronto no tomarán leche las hijas, porque está tan pobre la comunidad, que no podrá comprar 15 litros o más diarios de leche. Él sabrá lo que hace" (Carta del 15 de agosto de 1949). Beata Madre Inés nos invitaría a mirar hacia el futuro con la confianza puesta en Dios para afrontar los desafíos a su estilo, con audacia responsable porque ese fue su estilo de vivir evangélicamente. Profecía y martirio diario, palabra y vida, acción y contemplación, tensión entre la pasión, muerte y resurrección abrazado todo en una síntesis que se nos ofrece como programa para vivir la nueva evangelización en este tercer milenio: Padre, me pongo en tus manos; me entrego a tu amor, a tu bondad, a tu generosidad, haz de mí lo que tú quieras".
La recién beatificada, fue una mujer de vida, de una vida muy intensa en tono pascual, una mujer de espíritu emprendedor y magnánimo que vivió siempre en presencia de Dios dando vida a su alrededor, una mujer que imitando a aquellos primeros discípulos del Resucitado contagió a los que le rodearon a vivir en sintonía con Él.
¿Qué vamos discutiendo por el camino? ¿En qué se nos va la vida? ¿Qué planes y proyectos tenemos? ¿En dónde está nuestra confianza? Bastará mirar la vida de esta sencilla mujer con esa sonrisa atrayente para darse cuenta de dónde está la clave: "Yo me ocuparé de tus intereses Jesús mío y tú te ocuparás de los míos".
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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