lunes, 1 de agosto de 2016

¿QUÉ HA PASADO CON LA NUEVA EVANGELIZACIÓN?...

San Juan Pablo II la pidió, Benedicto XVI la impulsó y Francisco la está echando a andar. Aquel anhelo que empezó en Haití en 1983, cuando san Juan Pablo II lanzó el grito de invitación a vivir una nueva evangelización, da la impresión de que no se ha estrenado. Evidentemente la evangelización, en sí, será siempre la misma. Vale para eso recordar la definición que nos presenta el Documento Evangelii Nuntiandi —un clásico de la espiritualidad misionera— tan apreciado por la beata María Inés Teresa y por tantos misioneros de su época: «Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es, sobre todo, liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él, de verlo, de entregarse a Él. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre» (E.N. 9).

No ha habido ni habrá jamás una novedad mayor que la muerte y resurrección de Jesucristo, por eso la evangelización es y será siempre nueva. «Jesucristo es el mismo hoy, ayer y siempre» (Heb 13,8). La evangelización, en nuestros tiempos, es nueva, porque a su servicio se ponen todos los nuevos medios científico-técnicos de que se dispone, especialmente las redes sociales en Internet. La novedad está también en que la Iglesia tiene que infundir en las venas del hombre de hoy, la virtud perenne, vital y divina del Evangelio, que debe ser presentado como el mensaje central salvador para cada generación.

El hombre de hoy está necesitado del Evangelio, es el hombre de la post-modernidad; el hombre que antepone el «hacer» al «ser»; las cosas a las personas; lo fragmentario a lo totalizante y que vive en medio de una crisis de valores sometido a una cultura de la indiferencia y del permisivismo. El hombre de hoy es un ser que rechaza a Dios pero que al mismo tiempo emprende como una especia de carrera detrás de lo sagrado y lo confunde con la magia y la superstición. El hombre de hoy es alguien necesitado del Evangelio, porque Jesús sigue hablando, sigue enseñando, sigue cuestionando, sigue siendo gracia y conquista para todos.

Cuando se iba a acercar el año mil, la humanidad vivió una etapa de gran temor porque esperaba el fin del mundo de un momento a otro y... ¡aquí estamos! Tampoco el advenimiento del año 2,000 significó el fin del mundo aunque muchos así lo esperaban hace más de 15 o 20 años. San Juan Pablo II, que introdujo a la Iglesia al Tercer Milenio, hablaba mucho en sus discursos y documentos de este tema del Tercer Milenio. Él no se cansó de invitar a la Iglesia a lanzarse a una nueva evangelización acorde a los nuevos tiempos, a la nueva época, a las nuevas expresiones de la gente, a fin de que el mundo fuera más humano y por supuesto más cristiano. Hoy, para muchos creyentes, después de más de 2000 años —2016 para ser exactos— el Evangelio está «sin estrenar».

La larga historia de la evangelización de la humanidad, nos presenta cómo la Iglesia ha peregrinado de cultura en cultura sin identificarse jamás de un modo exclusivo con ninguna y, ahora, parecería que «la ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda, el drama de nuestro tiempo (cf. E.N. 20). La nueva evangelización tiene que seguir realizando un gran esfuerzo para encontrar un nuevo lenguaje antropológico que permita trasvasar el contenido fundamental del mensaje revelado a cada cultura y criticar, corregir y extirpar, los errores de las culturas que son incompatibles con el Evangelio. El modelo, por supuesto, de esta nueva evangelización, es Jesús, el Verbo encarnado; por lo tanto, la nueva evangelización no eximirá al evangelizador de las culturas locales y de la cultura universal de la incomprensión ni de la persecución —como está sucediendo actualmente en varias naciones—, porque si el modelo es Jesús, habrá de llegar al Calvario para alcanzar luego la resurrección.

Tal vez la lucha más grande y la persecución más intensa, se viva en la indiferencia religiosa reinante en el mundo de hoy en un gran número de personas «bautizadas», que resulta altamente desconcertante pero que nos hace pensar en algo... ¡la fe cristiana no es hereditaria! La fe nace, vive y renace gracias a la palabra o al testimonio del evangelizador, un evangelizador que se ha dejado «tocar» por Cristo y presenta con premura, la alegría del Evangelio. La evangelización, en cuanto tal, es una continuidad viviente desde el anuncio mismo de Jesús —pasando por la predicación apostólica— hasta llegar a los evangelizadores propios de cada pueblo y nación.

Creo que somos muchos los que vamos viendo claramente que la renovación y el seguir trabajando en la nueva evangelización, no es un mero capricho. La nueva evangelización es un imperativo fundamental del Nuevo Testamento. San Pablo no se cansó de repetirlo a aquellas primeras comunidades de creyentes: «Renueven el espíritu de su mente y revístanse del hombre nuevo» (Ef 4,23). «No se acomoden al mundo presente, antes bien, transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios» (Rm 12,2). El estar escuchando hablar de la nueva evangelización nos debe surgir la necesidad de buscar una fidelidad más radical al contenido mismo de la evangelización.

Ante esta nueva evangelización, en la que estamos inmiscuidos desde tiempos de san Juan Pablo II, no podemos ser infieles al contenido del mensaje y deformarlo con doctrinas propias. No podemos «rebajar» el Evangelio a mera publicidad; no podemos vivir nuestro compromiso bautismal como negocio, regateando para alcanzar la salvación; no podemos ser infieles a los destinatarios; no podemos ser infieles a Jesús. Solamente en Cristo, camino, verdad y vida (Jn 14,6). Solamente en Él, el Señor de la historia, el Dios con entrañas de misericordia, encontraremos la clave para interpretar correctamente los signos de los tiempos y vivir la nueva evangelización.

El tiempo propicio para la nueva evangelización ha llegado ya. El Tercer Milenio va avanzado y los evangelizadores que se necesitan para llevar a todos esta nueva evangelización somos nosotros... ¡y somos un poco más de doce, como los primeros! Decía la Beata María Inés: «Que se conviertan todos, Señor, ¡que todos te amen!... ¡pero pronto! Mi corazón no puede sufrir más que se robe a Dios toda la gloria que esas almas, hechas a imagen y semejanza tuya, pudieran darle si le conocieran» (Lira del Corazón). Y para esto no necesitas más, ¿me permites que te diga?, que tomar instrumentos que quieran dejarse hacer en tus manos creadoras. Por mí aquí me tienes; yo quiero dejarme manejar por Ti... Señor, mi fuerza, mi poder, mi confianza, mi fe ciega, está en mi miseria, puesta al servicio de tu misericordia. Con esto lo digo todo» (Lira del Corazón).

Dejemos que etas últimas palabras de la Beata María Inés Teresa, resuenen en nuestro corazón y nos inviten a empezar la nueva evangelización viviendo el Evangelio.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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