La palabra «MISERICORDIA» viene de las palabras latinas «miserium» que significa miseria y «cor» que significa corazón. Así, el significado de la palabra es: «CORAZÓN COMPASIVO». La misericordia es fruto del amor que impulsa a la compasión de la miseria e impulsa a socorrerla con los medios que se tenga al alcance (cf Ef 4,32). La persona misericordiosa siempre busca la felicidad del otro y es capaz de compenetrarse intensamente —ponerse en los zapatos— en los sentimientos del prójimo (cf 1 Pe 3,8). La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento habla muchas veces de «Miseria», que, en el sentido original de la palabra, significa también estar sin protección, abandonado, expuesto al peligro y sin casa. Este género de «Miseria», forma parte siempre de todo tipo de necesidad. La «Misericordia» trata de ponerle remedio dando con amor, además de hospitalidad y ayuda, también seguridad y protección asemejándonos a Dios, que es rico en misericordia.
La práctica de las obras de misericordia, es algo vital en la vida de todo cristiano, porque es la manera de manifestar externamente, mediante la beneficencia esta gran virtud de la misericordia. Sabemos que las obras de misericordia son 14 y se dividen en 7 corporales y 7 espirituales. Las obras de misericordia corporales, se hallan vinculadas al discurso de Jesús sobre el juicio universal (cf. Mt 25, 31-46) y a las buenas obras del piadoso israelita Tobías durante su exilio (cf. Tob 1,19ss; 2,9). Las obras de misericordia corporales son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al foratero, asistir al enfermo, visitar a los presos y enterrar a los muertos. El ámbito de las obras espirituales de misericordia, está construido, en cambio, por todas las necesidades del espíritu. La lista de estas obras calca, evidentemente, la de las obras corporales. Cambia la formulación, pero el contenido permanece el mismo. Las obras de misericordia espirituales son: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia los defectos del prójimo y orar por los vivos y difuntos.
Las obras de misericordia son todas aquellas acciones caritativas mediante las cuales nos acercamos al prójimo poniéndonos en sus zapatos para ayudarle en sus necesidades espirituales y corporales (cf. Is 58,6-7; Heb 13,13). El practicar constantemente estas obras de misericordia es de vital importancia, porque nos ayuda a despertar y examinar nuestra conciencia, nos hace entrar más y más en el corazón del Evangelio y a imitar a Cristo. La beata María Inés Teresa repetía constantemente: «Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo» y es que vivía sumergida en la práctica de esta virtud. En uno de sus escritos, sobre las bienaventuranzas, hablando de las obras de misericordia apunta: «El alma misericordiosa se asemeja un tanto a la luz, que la baña con sus rayos; y no se mancha, al contrario, sale de allí más límpida y radiante, porque ha obrado un acto de misericordia, aun cuando aquella alma a la que se ha acercado sea un lodazal de pecados graves. Qué gloria para Jesús el rescatar una alma para él. ¡Le hemos costado tanto!».
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
Que hermoso
ResponderEliminarexcelente reflexión.
ResponderEliminar