Con el tiempo de adviento comienza otro año en la vida litúrgica de los católicos. Adviento es un vocablo latino que significa «espera de lo que ha de venir», expectación de algo que está en advenimiento, de lo que llega, de lo que vendrá y plenificará el presente.
No se si alguna vez te hayas preguntado ¿Que sería de la vida del ser humano sin la esperanza? ¿Qué sería de nuestro ser y quehacer si no esperáramos nada? Naufragaríamos en el mar de la incertidumbre, del sufrimiento, del dolor, del mal, sin que nada nos alentara a seguir confiando, luchando, trabajando, proyectando, amando, confiando, creyendo, esperando...
Todos los católicos somos, esencial y fundamentalmente, hombres y mujeres de esperanza. Es decir, hombres y mujeres que viven en permanente adviento: en la espera de la segunda venida de nuestro Salvador, en la espera de que el nacimiento de Dios llegue en la navidad; en la espera de los encuentros cotidianos con Dios mediante su creación, mediante el hermano, especialmente el más pobre y necesitado.
Mediante la liturgia de este tiempo, mediante la vivencia de los sacramentos y la escucha de la Palabra, mediante tantos signos y circunstancias Dios se nos hace cercano en el Adviento y viene a nuestro encuentro cada día. El cristiano vive en la espera de que las promesas de Dios lleguen a su cumplimiento, que el Reinado de Dios triunfe sobre el reinado del mundo, que la misericordia de Dios triunfe sobre el desamor y que el poder de Dios venza sobre los poderes mezquinos del hombre.
Pero el cumplimiento de estas esperanzas, para que —como dicen un salmo y algunos cantos del adviento— en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente, exige que los discípulos misioneros construyamos, con nuestros hechos y palabras, con nuestros anuncios y denuncias, nuestros comportamientos, actitudes y trabajos; espacios y tiempos en los que la esperanza cristiana sea posible, es decir, espacios «teológicos» en los que el Reinado de Dios se haga presente por medio nuestro.
Así, la esperanza que vivimos nos saca de una actitud resignada y pasiva y nos mueve a construir la civilización del amor que esperamos, el cielo y la tierra nueva que anhelamos. Más aún, el católico sabe que las esperas cotidianas de felicidad se plenifican sólo en nuestra esperanza: Cristo y su vida en nosotros.
La esperanza cristiana no es una esperanza que se agota en las satisfacciones temporales y efímeras del consumismo desmedido de este tiempo previo a la Navidad, sino que empuja todo nuestro presente hacia un futuro plenificador y totalizante en Dios... ¡Qué nazca el Salvador!... ¡Ven Señor, no tardes más!...
Adviento, este tiempo litúrgico que antecede a la espera de la Navidad, es más que un tiempo litúrgico, una actitud de vida y un compromiso personal y comunitario de los que en la Iglesia creemos en el Evangelio de Jesucristo y de un mundo en el que lo divino nazca, aparezca y se manifieste en lo más humano y cotidiano de nuestra historia presente.
De esta esperanza que no se agota en el día a día, de la esperanza que anima todos nuestros instantes, de la esperanza infinita y sin condiciones, de la esperanza que no pasa y no muere, de la esperanza que nos abre al mas allá de esta intrahistoria limitada, de la esperanza que vence toda forma de mal, de dolor y de muerte, de esto nos habla la liturgia en este tiempo de Adviento para inundar toda nuestra vida.
Hoy más que nunca, urge vivir el espíritu del Adviento. Nos circundan por todas partes manifestaciones de crisis: crisis del espíritu humano, crisis de logros que otrora soñó la humanidad, crisis de confianza en lo que puede el hombre y sus instituciones; hay crisis de confianza en los gobiernos, en las instituciones, en los modelos económicos; hay desconfianza entre los pueblos y las naciones, hay incredulidad en los líderes espirituales, hay desilusión; hay desesperanza porque hay hambre y mil formas de inequidad, de injusticia, de violencia y de muerte. Hay un sentir colectivo según el cual nuestro presente es de no-futuro; hay incertidumbre, hay pérdida del sentido de la vida, hay angustia. Vivimos tiempos difíciles en todos los ámbitos del ser y quehacer humano y sin embargo, la liturgia católica, en este tiempo de Adviento nos invita, una vez más, a la espera de la esperanza, al compromiso y construcción de tiempos mejores...
En una carta escrita en este tiempo litúrgico, la beata María Inés anota: “Espero que este Adviento sea de pequeñas penitencias, para lograr, de su misericordia, el perdón de tantos pecados en la humanidad”. La beata María Inés fue una mujer de esperanza, una mujer que buscaba para ella y para todos, vida nueva. Decía que “la esperanza es una virtud obligatoria; que radica en el espíritu, pero que irradia en todo el ser.” (Ejercicios Espirituales de 1933). No perdamos la esperanza ni dejemos que nadie nos la arrebate. Preparemos la llegada del Salvador a nuestros corazones. ¿Tú, qué esperas?
Deseo a todos que este Adviento nos llene de esperanza, de un aliento siempre renovado para hacer posible nuestra esperanza: el Evangelio de Jesucristo entre nosotros, vivido y anunciado por nosotros, para la construcción de un mundo mejor, más justo, más humano y con ello más según el querer de Dios.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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