El hombre y la mujer de hoy buscan la alegría en el afán de consumir para tener lo último que ha salido, lo que es tendencia, lo que parece que colma esa necesidad de ser felices, pero nada del presente parece llenar al ser humano por completo. Nuestro mundo confunde la alegría con placer pasajero y con sentir menos miedo, menos soledad y reír sin parar y sin sentido. Esta búsqueda interminable que hace a muchos disfrutar de una alegría espasmódica nos aparta de ver hacia «lo Alto», en donde está la verdadera alegría. Una alegría verdadera, que no puede ser ingenua, egoísta ni pasajera; una alegría que es la alegría del Evangelio, la alegría que llena el corazón.
El Adviento en su doble dimensión, nos invita notablemente a vivir alegres, pues nos preparamos para celebrar una encarnación que ya es un hecho y una segunda venida que nos llenará de gozo, por tanto, esforcémonos por conocer y reconocer los signos del reino a nuestro alrededor, las señales del cumplimiento de las promesas que hemos recibido. El saber descubrirlas hoy en medio de este mundo, esclavizado solamente por lo material, por lo que se ve, por lo que se toca, por lo que se siente, es todo un reto. Les invito a que a pesar de todo lo que nos pueda pasar, no perdamos la alegría. A pesar de sentirnos incapaces para muchas cosas, sobrepasados de trabajo, olvidados por los hijos o por los amigos, contemplemos la alegría de María que acompañada de José goza porque el nacimiento de su hijo Jesús se acerca y digamos: Ven Señor a salvarnos. ¡Bendecido domingo Gaudete!
Padre Alfredo.
ras, que se convierten en el centro de mi reflexión de esta mañana, están tomadas de la primera lectura de este día (Zac 2,5-9.14-15c). Zacarías es un libro lleno de visiones y mensajes de esperanza. Mientras el pueblo está ocupado en la construcción del templo, este profeta los anima recordándoles que Dios no sólo está con ellos, sino que tiene un plan glorioso para el futuro. Sus profecías, entre otras cosas, incluyen la venida del Mesías como rey humilde montado en un asno (Zac 9,9). Este profeta nos enseña que Dios es fiel a su pueblo y cumplirá todas sus promesas. En este capítulo 2, Zacarías nos presenta la visión de un futuro glorioso para Jerusalén. ¿Qué promesas le hace Dios a su ciudad escogida? Pues algo que los llena de esperanza, la futura expansión y prosperidad de Jerusalén con la presencia protectora de Dios invitando a los exiliados a regresar. Dios será su gloria, estando presente y glorioso en medio de ellos. Por eso no podemos desconfiar de Dios. Él nunca abandona.
No solamente en este trozo del libro de Zacarías, sino en toda la Sagrada Escritura de una manera o de otra, podemos percibir que Dios es un Dios que desea morar con su pueblo. En libro de Génesis, Dios crea el Edén que es una especie de templo en el que el ser humano fue creado para habitar delante de la presencia de Dios. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, vemos esta realidad. La nueva Jerusalén —sinónimo de Sión—, nos dice Apocalipsis 21,2-3 desciende del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Dice Juan que oyó una gran voz del cielo que decía: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios». Desde el diseño inicial del Creador, hasta su propósito final, él desea habitar con su pueblo. Jesús, presencia del Padre de las Misericordia, hizo su puso su morada entre nosotros, y vimos la gloria de Dios habitando con el ser humano en él como Mesías anunciado desde antiguo.
Al creer y confiar en Cristo, encontramos la máxima expresión de la fidelidad de Dios, quien nunca nos dejará solos en nuestras luchas. Dios nos sorprende siempre en su infinito amor, y es la confianza y el amor lo que nos tiene que mover en la vida porque el temor, ante nuestra condición de frágiles pecadores, paraliza y nos deja sin fuerzas para actuar. La confianza está devaluada. Parece que vivimos con la única certeza de que alguien nos engaña constantemente. ¡Urge devolver la confianza en Dios que quiere morar con y en nosotros! El que ama ha pasado con Cristo, que en el Evangelio de hoy anuncia su muerte (Lc 9,43b-45), de la muerte a la vida. Los que creemos en Jesús, llamados a una vocación y otra, enfrentaremos peligros, desafíos y sufrimientos en esta vida, pero podemos aferrarnos a las promesas de nuestro Dios, que nunca nos abandonará. Gracias a Él, también podemos ser fuertes y valientes como María, cuya actitud ante la adversidad es un ejemplo del que podemos aprender mucho. Para ello, lo primero es fortalecer nuestra fe, tratar intensamente a Nuestro Señor en la oración y pedir su ayuda con humildad y plena esperanza. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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