PRIMER DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco Leyenda Mayor 5,7:
«Aunque Francisco animaba con todo su empeño a los hermanos a llevar una vida sobria, sin embargo, no era partidario de una severidad intransigente, es decir una vida sin misericordia. Prueba de ello es el siguiente hecho: Cierta noche, un hermano —que hacía un ayuno severo— se sintió atormentado con un hambre tan terrible, que no podía hallar reposo alguno.
Dándose cuenta Francisco del peligro que acechaba a su discípulo, llamó al hermano, le puso delante unos apetitosos platos de comida y —para evitarle toda posible vergüenza— comenzó él mismo a comer primero, invitándole dulcemente a hacer lo mismo. Dejó de lado el hermano la vergüenza y tomó el alimento necesario, sintiéndose muy confortado, porque, gracias a la prudente acción del maestro, había no sólo superado el desvanecimiento corporal, sino también recibido un ejemplo de crecimiento espiritual.
A la mañana siguiente, Francisco convocó a sus hermanos y les refirió lo sucedido a la noche, añadiéndoles este prudente consejo: "Hermanos, que les sirva de ejemplo en este caso no tanto el alimento como la caridad". Les enseñó además a guardar la discreción, como reguladora que es de las virtudes; pero no la discreción que sugiere la carne, sino la que enseñó Cristo, cuya vida santísima es un anticipado ejemplo de perfección».
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
SEGUNDO DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco
Vida segunda según Celano No. 9:
«Francisco lleva alma de religioso bajo el traje seglar, y huyendo del público a lugares
solitarios, es agraciado muchísimas veces con visitas del Espíritu Santo. Lo eleva y atrae aquella dulzura generosa que desde el principio experimentó tan plenamente; aquella que nunca más le faltó en toda la vida. Cuando frecuenta lugares retirados, como más adecuados a la oración, el diablo se esfuerza con sugestiones malignas en separarlo de allí. Le trae a la imaginación la figura de una mujer de Asís con rostro y cuerpo desfigurado por la enfermedad, que causaba horror a cuantos la veían. Lo amenaza con hacerlo semejante a ella si no desiste de sus propósitos. Pero, confortado por el Señor, experimenta el gozo de la respuesta de salvación y de gracia: «Francisco —le dice Dios en espíritu—, lo que has amado carnal y vanamente, cámbialo ya por lo espiritual, y, tomando lo amargo por dulce, despréciate a ti mismo, si quieres conocerme, porque sólo a ese cambio saborearás lo que te digo».
Y de pronto es invitado a obedecer el mandato de Dios y guiado a probar la verdad de lo sucedido.
Si de algunos —entre todos los seres enfermos e infortunados del mundo— se apartaba instintivamente con horror Francisco, era de los leprosos. Un día que paseaba a caballo por las cercanías de Asís le salió al paso uno. Y por más que le causara repugnancia y horror, para no faltar al mandato, a la palabra dada, saltando del caballo, corrió a besarlo. Y, al extenderle el leproso la mano en ademán de recibir algo, Francisco, besándosela, le dio dinero. Volvió a montar el caballo, miró luego a uno y otro lado, y, aunque era aquél un campo abierto sin estorbos a la vista, ya no vio al leproso. Lleno de admiración y de gozo por lo sucedido, trata de repetir la misma acción unos días después. Se va al lugar donde moran los leprosos, y según va dando dinero a cada uno, le besan la mano y la boca. Así toma lo amargo por dulce y se prepara para realizar lo que le espera».
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
TERCER DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco Leyenda de los Tres Compañeros Nro. 26:
Como más tarde él mismo atestiguó, había aprendido, por revelación divina, este saludo: «El Señor te dé la paz». Por eso, en toda predicación suya iniciaba sus palabras con el saludo que anuncia de la paz. Y es de admirar - sin reconocer en ello un milagro- que antes de su conversión había tenido un precursor, que para anunciar la paz solía ir con frecuencia por Asís saludando de esta forma: «Paz y bien, paz y bien».
Se creyó firmemente que así como Juan anunció a Cristo, y desapareció al empezar Cristo a predicar; de igual manera este precursor, como otro Juan, precedió al bienaventurado Francisco en el anuncio de la paz y no volvió a aparecer cuando éste estuvo ya presente. Dotado Francisco del espíritu de los profetas, en cuanto desapareció su antecesor, comenzó a anunciar la paz, a predicar la salvación; y muchos que habían permanecido enemistados con Cristo y alejados del camino de la salvación, se unían en verdadera alianza de paz por sus exhortaciones.
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
CUARTO DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco Leyenda de los Tres Compañeros Nro. 58
«Manifestaba también a los hermanos que no juzgaran a nadie, ni despreciaran a los que viven con regalo y se visten con lujo y vanidad (2 R 2,17), porque Dios es Señor nuestro y de ellos, y los
puede llamar hacia sí, y una vez llamados, justificarlos. Decía también que quería que los hermanos respetaran a estos hombres como a hermanos y señores suyos, pues son hermanos, en cuanto
han sido creados por el mismo Creador, y son señores ya que proveyéndoles de lo necesario para el cuerpo, ayudan a los buenos a hacer penitencia. Y seguía diciendo: «Tal debería de ser el comportamiento de los hermanos entre los hombres, que cualquiera que los oyese o viese, diese gloria al Padre celestial y lo alabase con devoción».
Todo su deseo era que así él como los hermanos estuvieran tan enriquecidos de buenas obras, que el Señor fuera alabado por ellas. Y les decía: "Que la paz que anuncian de palabra, ténganla en mayor medida, en sus corazones. Que ninguno se vea provocado por ustedes a violencia o escándalo, sino que por su mansedumbre todos sean invitados a la paz, a la benignidad y a la concordia. Pues para esto hemos sido llamados: para curar a los heridos, para vendar a los quebrados y para corregir a los equivocados. Pues muchos que parecen ser miembros del diablo, llegarán todavía a ser discípulos de Cristo"».
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
QUINTO DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco Vida primera según Celano Nro. 77:
«Su espíritu de caridad se derramaba cariñosamente, no sólo sobre hombres que sufrían necesidad, sino también sobre los mudos y brutos animales, reptiles, aves y demás criaturas sensibles e insensibles. Pero, entre todos los animales, amaba con particular afecto y predilección a los corderillos, ya que, por su humildad, nuestro Señor Jesucristo es comparado frecuentemente en las Sagradas Escrituras con el cordero, y porque éste es su símbolo más conocido. Por este motivo, amaba con más cariño y contemplaba con mayor alegría las cosas en las que se encontraba alguna semejanza alegórica del Hijo de Dios.
De camino por la Marca de Ancona, después de haber predicado en la ciudad de este nombre, marchaba a Osimo junto con el señor Pablo, a quien había nombrado ministro de todos los hermanos en la dicha provincia; en el campo dio con un pastor que
cuidaba un rebaño de cabras. Entre tantas cabras había una ovejita que caminaba mansamente y pacía tranquila. Al verla, el bienaventurado Francisco paró en seco y, herido en lo más vivo de su corazón, dando un profundo suspiro, dijo al hermano que le acompañaba: "¿No ves esa oveja que camina tan mansa entre cabras? Así, créemelo, caminaba, manso y humilde, nuestro Señor Jesucristo entre los fariseos y príncipes de los sacerdotes. Por esto, te suplico, hijo mío, por amor de Cristo, que unido a mí, te compadezcas de esa ovejita y que, pagando por ella lo que valga, la saquemos de entre las cabras"».
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
SEXTO DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco Vida primera según Celano Nro. 47
«Caminando los hermanos en simplicidad ante Dios y con confianza ante los hombres, merecieron por aquel tiempo el gozo de una divina revelación. Mientras, inflamados del fuego del Espíritu Santo, cantaban el Padrenuestro con voz suplicante, en melodía espiritual en todo tiempo; ya que ni las cosas terrenas, ni su celoso cuidado les preocupaba. Una noche el padre Francisco se ausentó corporalmente de su presencia.
Y he aquí que a eso de la media noche, estando unos hermanos descansando y otros orando fervorosamente en silencio, entró por la puertecilla de la casa un carro de fuego deslumbrador que dio dos o tres vueltas por la habitación; sobre él había un gran globo, que semejándose al sol, hizo resplandeciente la noche. Quedaron atónitos cuantos estaban en vela y se sobresaltaron los que dormían; se sintieron iluminados en el corazón y en el cuerpo. Reunidos todos, se preguntaban qué podría significar aquello; mas por la fuerza y gracia de tanta claridad quedaban lúcidas las conciencias de los unos para los otros. Comprendieron finalmente y descubrieron que era el alma del santo, radiante con aquel inmenso fuego, la que en gracia, sobre todo a su pureza y a su gran piedad con sus hijos, había merecido del Señor don tan especial».
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
SÉPTIMO DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco Vida primera según Celano Nro.21-22
«Entre tanto, el santo de Dios, cambiado su vestido exterior y restaurada la iglesia, marchó a otro lugar próximo a la ciudad de Asís; allí puso mano a la reedificación de otra iglesia muy deteriorada y semidestruida; de esta forma continuó en el empeño de sus principios hasta que dio cumplimiento a todo. De allí pasó a otro lugar llamado Porciúncula, donde existía una iglesia dedicada a la bienaventurada Virgen Madre de Dios, construida en tiempos lejanos y ahora abandonada, sin que nadie cuidara de ella. Al contemplarla Francisco, movido a compasión, porque le hervía el corazón en devoción hacia la madre de toda bondad, decidió quedarse allí mismo.
Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se encontraba ya en el tercer año de su conversión. En este período de su vida vestía un hábito como de ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano, y los pies calzados. Pero cierto día se leía en esta iglesia el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; no comprendiendo perfectamente las palabras evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio. A medida que el sacerdote le fue explicando todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica». Lleno de alegría, se apresura inmediatamente el santo a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite pérdida de tiempo alguna para comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído.
Desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas; se la prepara muy áspera, para crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara en fin, pobrísima y ordinaria, tal que el mundo nunca pueda ambicionarla. Todo lo demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo con la mayor prontitud y con sumo respeto. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza.
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
OCTAVO DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco
Leyenda Mayor de San Buenaventura. (cap. 9,8)
«Acompañado de un hermano llamado Iluminado —hombre realmente iluminado y virtuoso—, se puso en camino, y de pronto le salieron al encuentro dos ovejitas, a cuya vista, muy alborozado, dijo el Santo al compañero: «Confía, hermano, en el Señor, porque se cumple en nosotros el dicho evangélico: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). Y, avanzando un poco más, se encontraron con los guardias musulmanes, que se precipitaron sobre ellos como lobos sobre ovejas y trataron con crueldad y desprecio a los siervos de Dios. Fueron salvajemente capturados, profiriendo injurias contra ellos, azotándolos y atándolos con cadenas. Finalmente, después de haber sido maltratados y atormentados de mil formas, dispuso así la divina Providencia, fueron llevados a la presencia del sultán, según lo deseaba el santo.
Entonces el jefe les preguntó quién los había enviado, cuál era su objetivo, con qué credenciales venían y cómo habían podido llegar hasta allí; y Francisco le respondió con determinación que había sido enviado no por hombre alguno, sino por el mismo Dios altísimo, para mostrar a él y a su pueblo el camino de la salvación y anunciarles el Evangelio de la verdad. Y predicó ante dicho sultán sobre Dios trino y uno y sobre Jesucristo salvador de todos los hombres con tal convicción, con tanta fortaleza de ánimo y con tal fervor de espíritu, que claramente se veía cumplirse en él aquello del Evangelio: “Yo os daré palabras y sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro” (Lc. 21,15). De hecho, observando el sultán el admirable fervor y virtud del hombre de Dios, lo escuchó con gusto y le invitó insistentemente a permanecer con él. Pero el santo, inspirado de lo alto, le respondió: «Si te resuelves a convertirte a Cristo vos y tu pueblo, muy gustoso permaneceré por su amor en tu compañía. Mas, si dudas en abandonar la ley de Mahoma a cambio de la fe de Cristo, manda encender una gran hoguera, y yo entraré en ella junto con tus sacerdotes, para que así conozcas cuál de las dos creencias ha de ser tenida, sin duda, como más segura y santa».
Respondió el sultán: «No creo que entre mis sacerdotes haya alguno que por defender su fe quiera exponerse a la prueba del fuego, ni que esté dispuesto a sufrir cualquier otro tormento». Había observado, que uno de sus sacerdotes, hombre íntegro y avanzado en edad, tan pronto como oyó hablar del asunto, desapareció de su presencia. Entonces, Francisco le hizo esta proposición: «Si en tu nombre y en el de tu pueblo me quieres prometer que te convertirás al culto de Cristo si salgo ileso del fuego, entraré yo solo a la hoguera. Si el fuego me consume, impútese a mis pecados; pero, si me protege el poder divino, reconocerás a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, verdadero Dios y Señor, salvador de todos los hombres». El sultán respondió que no se atrevía a aceptar dicha opción, porque temía una rebelión del pueblo.
Sin embargo, le ofreció muchos y valiosos regalos, que el santo -ávido no de los tesoros terrenos, sino de la salvación de las almas- rechazó cual si fueran lodo. Viendo el sultán en este hombre un despreciador tan perfecto de los bienes de la tierra, se admiró mucho de ello y se sintió atraído hacia él con mayor devoción y afecto. Y aunque no quiso, o quizás no se atrevió a convertirse a la fe cristiana, sin embargo, rogó devotamente al siervo de Cristo que se dignara aceptar aquellos presentes y distribuirlos —por su salvación— entre cristianos pobres o iglesias. Pero Francisco, que rehuía todo peso de dinero y entendiendo que el sultán no se fundaba en una verdadera piedad, rehusó en absoluto cumplir con su deseo».
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.
NOVENO DÍA:
Hacemos la señal de la cruz y rezamos la Oración Preparatoria.
Dios Padre de amor y misericordia, que otorgaste a nuestro
Padre San Francisco de Asís,
la gracia de asemejarse a Cristo, por la humildad y la pobreza,
por el amor y el servicio,
concédenos caminar tras sus huellas
Para que podamos seguir a tu Hijo Jesús
y entregarnos a ti con Amor Jubilosos. Amén.
Compartimos el texto franciscano del día.
Lectura tomada de los Escritos de San Francisco
Leyenda Mayor 14, 5-6
«Acercándose el momento de su paso a la eternidad, hizo llamar a su presencia a todos los hermanos que estaban en el lugar y, tratando de suavizar con palabras de consuelo el dolor que pudieran sentir ante su muerte, los exhortó con paterno afecto al amor de Dios. Después se prolongó, hablándoles acerca de la paciencia, de la pobreza y de la fidelidad a la santa Iglesia romana, insistiéndoles en anteponer el cumplimiento del santo Evangelio a todas las otras normas. Sentados a su alrededor todos los hermanos, extendió sobre ellos las manos, poniendo los brazos en forma de cruz por el amor que siempre profesó a esta señal, y en virtud y en nombre del Crucificado, bendijo a todos los hermanos tanto presentes como ausentes.
Añadió después: «Estén firmes, hijos todos, en el temor de Dios y permanezcan siempre en él. Y como ha de sobrevenir la prueba y se acerca ya el momento, felices aquellos que perseveren en la obra comenzada. En cuanto a mí, yo me voy a mi Dios, a cuya gracia dejo encomendados a todos». Concluida esta suave exhortación, mandó Francisco se le trajera el libro de los evangelios y suplicó le fuera leído aquel pasaje del evangelio de San Juan que comienza así: “Antes de la fiesta de Pascua...” (Jn 13,1). Después de esto entonó él, como pudo, este salmo: “A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor”, y lo recitó hasta el fin, diciendo: “Los justos me están aguardando hasta que me des la recompensa” (Sal 141).
Cumplidos por fin, en Francisco todos los misterios, liberada su alma santísima de las ataduras de la carne y entrando en la divina claridad, se durmió en el Señor este Padre bienaventurado.
Uno de sus hermanos y discípulos [Jacobo de Asís] vio cómo aquella dichosa alma subía derecha al cielo en forma de una estrella muy brillante, transportada por una blanca nubecilla sobre muchas aguas. Brillaba extraordinariamente, con la blancura de elevada santidad, y aparecía colmada de sabiduría y gracia celestiales, por las que mereció San Francisco penetrar en la región de la luz y de la paz, donde descansa eternamente con Cristo. Asimismo, el hermano Agustín, varón santo y justo -que se encontraba a punto de morir y hacía ya tiempo que había perdido el habla-, de pronto exclamó ante los hermanos que le oían: «¡Espérame, Padre, espérame, que ya voy contigo!» Pasmados los hermanos, le preguntaron con quién hablaba de forma tan animada; y él contestó: «Pero ¿no ven a nuestro padre Francisco que se dirige al cielo?» Y al momento aquella santa alma, saliendo de la carne, siguió al Padre Francisco.
El obispo de Asís había ido por aquel tiempo en peregrinación al santuario de San Miguel, situado en el monte Gargano. Estando allí, se le apareció el bienaventurado Francisco la noche misma de su muerte y le dijo: «Mira, dejo el mundo y me voy al cielo». Al levantarse a la mañana siguiente, el obispo refirió a los compañeros la visión que había tenido de noche, y vuelto a Asís comprobó con toda certeza, tras una cuidadosa investigación, que a la misma hora en que se le presentó la visión había volado de este mundo el bienaventurado Padre.
Las alondras, amantes de la luz y enemigas de los atardeceres, a la hora misma del tránsito de Francisco, cuando al crepúsculo iba a seguirle ya la noche, llegaron en una gran bandada por encima del techo de la casa y revoloteando largo rato con insólita manifestación de alegría, rendían un testimonio tan jubiloso como evidente de la gloria del Santo, que tantas veces las había solido invitar al canto de las alabanzas divinas».
Rezamos la oración simple.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde haya ofensa, ponga yo perdón;
que donde haya discordia, ponga yo unión;
que donde haya error, ponga yo verdad;
que donde haya duda, ponga yo fe;
que donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
que donde haya tinieblas, ponga yo luz;
que donde haya tristeza, alegría;
¡Oh Maestro!,
que no busque yo tanto ser consolado, como consolar
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando, se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando, se alcanza el perdón;
y muriendo, se resucita a la vida eterna. Amén.
Decimos la intención por la cual queremos pedir.
Rezamos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Francisco ruega por nosotros. Hacemos la señal de la cruz.