El Evangelio de este domingo (Lc 6,39-45) nos narra un ejemplo que pone Jesús al cuestionar si un ciego es capaz de guiar a otro ciego. «Jesús —dice el Papa Francisco, ahora tan enfermo— llama la atención de aquellos que tienen responsabilidades educativas o de mando: los pastores de almas, las autoridades públicas, los legisladores, los maestros, los padres, exhortándoles a que sean conscientes de su delicado papel y a discernir siempre el camino acertado para conducir a las personas». Por eso el Evangelio de hoy me pone en alerta y me cuestiona en mi calidad de pastor de almas. No quiero ser un ciego que guía a esa gran cantidad de ciegos que me recuerda a Saramago en su novela «Ensayo sobre la ceguera». Quiero ser alguien que sabe la responsabilidad que tiene de mantenerse con los ojos abiertos y bien cuidados cuando muchos han perdido su capacidad de ver. Estos días pasados, en que hubiera querido escribir, celebramos el 24 aniversario de nuestra comunidad parroquial con una solemne eucaristía que presidió mi querido y admirado amigo Mons. Juan Armando Pérez Talamantes, obispo auxiliar de Monterrey para abrir el año jubilar y con un rosario solemne al que invité a toda la comunidad parroquial. La participación fue maravillosa y me ha ayudado a reflexionar en que necesitamos en todo momento la luz de Cristo en nosotros para poder andar sin tropiezo, tenemos que recibir primero la sanidad divina. Como en Marcos 10,51 en donde «respondiendo Jesús a aquel hombre, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista».
Ante toda la gran cantidad de católicos «ciegos» que pulula, es tiempo de dejar que la palabra de Dios sea implantada en nuestros corazones de tal modo que seamos fructíferos y nuestra fe se manifieste en todo lo que pensamos, hacemos y hablamos, porque el árbol se conoce por sus frutos. ¿Qué tenemos en nuestro corazón de católicos? Es difícil guiar a otros más allá de donde hemos llegado cada uno de nosotros. No podemos juzgar y criticar a los demás si primero no examinamos nuestro propio corazón poniéndole colirio. Que la Virgen santísima, Nuestra Señora del Rosario, nos ayude, nos aliente y siga siendo ella la asistente del Divino Oftalmólogo que nos mantenga con buena vista, para ser misericordiosos como Él. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.