Hace algunos años todavía, en la Iglesia, los seglares no tenían una parte tan importante en la misión como ahora. Hablar de Iglesia era hablar del clero y de los religiosos; los laicos parecían alejados de todo dinamismo y responsabilidad en el pueblo de Dios. Hubo hasta épocas en las que se llegó incluso a escribir que los seglares se parecían a los corderos de la fiesta de la candelaria: ¡Se les bendice y se les esquila!
En los primeros tiempos de la Iglesia, se entendía que la Iglesia eran todos los bautizados, y que todos tenían un papel importantísimo en la vida y actividad de la Iglesia. El desconocido autor de la Carta a Diogneto, escrita quizá a finales del siglo II, escribe: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua extraña, ni viven un género de vida singular… siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario… Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”[1]. Atenágoras, allá por el año 177 escribe: “Entre nosotros fácilmente podréis encontrar gentes sencillas, artesanos y viejezuelas, que si de palabra no son capaces de mostrar con razones la utilidad de su religión, muestran con las obras que han hecho una elección buena”[2]. Orígenes, sin duda alguna, el más profundo, original y audaz de los padres de la Iglesia anteriores a San Agustín, hablando de la expansión misional del cristianismo, hace mucha referencia a los seglares, que recorrían los pueblos y ciudades anunciando la Buena Nueva.[3]
En realidad, los primeros cristianos, en su mayoría, eran laicos, y así se fue desarrollando el cristianismo; hay que recordar aquel célebre capítulo 12 de la Primera carta a los Corintios, con aquello de “Son el Cuerpo de Cristo y miembros (cada uno) en parte”[4]. Los primeros cristianos tenían claro que la Iglesia eran todos. Con el tiempo, diversas concepciones y pensamientos fueron invadiendo a la Iglesia, y quizá por un equivocado concepto de santidad se fue relegando a los seglares a ser solamente campo de acción apostólica, pero no apóstoles. Esta situación casi se perpetuó en la Iglesia y duró siglos. Es hasta el Concilio Vaticano II en que por primera vez en la Iglesia el laicado se convierte en tema conciliar con el capítulo 4 de la “Lumen Gentium” y con el “Decreto sobre el apostolado de los seglares”. Sin embargo, durante todo ese tiempo, no faltaron en la Iglesia hombres y mujeres santos que con gran visión fueron recordando al mundo que la Iglesia somos todo el conjunto de bautizados y que todos estamos llamados a evangelizar.
Es el caso de Nuestra Madre fundadora, la Beata María Inés Teresa Arias, que muchos años antes del concilio Vaticano II sintió ese interés por los seglares y su trabajo evangelizador en la Iglesia. Basta recordar aquel escrito que se cree haya realizado en 1929 titulado: “A mis queridas compañeras de la Acción Católica”, en donde entre otras dice: “ Es por esto, pudiera decir «un sacerdocio seglar», si se me permite la expresión… somos «obreros de la viña del Señor»… Él nos escogió, y ¿para qué? ¿Para que nos retirásemos a un convento, para que nos consagrásemos a Él exclusivamente? No, nos escogió, sencillamente, para trabajar en su viña”[5].
La Beata parecía haberse adelantado al Concilio Vaticano II, que dirá: “Los seglares, fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la parte que les toca la misión de todo el pueblo cristianos en el mundo y en la Iglesia”[6]. Cuando en aquel 1929, la Beata utiliza la expresión «sacerdocio seglar» y dice «si se me permite la expresión». En el Concilio la encontraremos infinidad de veces en la Lumen Gentium, en la Apostólicam Actuositatem, en Ad Gentes, en Presbiterorum Ordinis.
Aún antes de ingresar al convento del “Ave María”, “solía siempre ofrecerse en la Misa diaria y celebrar junto con el sacerdote la Misa, humildemente recogida, en actitud de adoración, penetrada hondamente de su papel en ese gran sacrificio”[7]; decía ella que cuando era seglar, vivía constantemente en un Nazareth. Manuelita de Jesús, como se llamaba en el mundo la Beata María Inés, era una jovencita como muchas de su edad. Había sido educada en el seno de una familia sumamente cristiana, de tal manera que aprendió a vivir el compromiso bautismal del laico en toda su plenitud.
Ya siendo religiosa, alentaba a los miembros de su familia a vivir intensamente el compromiso cristiano. Son testimonio de esto los escritos que dirigió a sus sobrinos Luisito, el 19 de marzo de 1943 y a su sobrina María Balbina, “la Nena”, el 8 de diciembre de 1945, con ocasión de su Primera Comunión donde les invita a vivir enamorados de la Eucaristía y les recuerda los deberes de cristianos. O aquel otro que hace a su hermana Teresita sobre el valor de la oración en el que le dice: “Si todos los días tengo para mis amistades, tiempo sobrado, que dedicarles ¿no tendré cada día para mi buen Jesús, mi tierno Padre, una media hora cuando menos, que gastar con Él, en íntima comunicación, de corazón a corazón?… Seré alma de Oración para aprender a vivir santamente en sociedad”[8]. Está también aquel otro que escribe, a su misma hermana Teresita antes de que contrajera matrimonio en el que le habla de la grandeza del sacramento que va a recibir[9].
Estos escritos, son solamente una pequeña muestra que nos hace ver que la Beata entendía perfectamente la misión de los laicos en la Iglesia, aún en aquella época en la que poco se escuchaba hablar del apostolado de los seglares y de su compromiso misionero en la Iglesia. La Madre entiende que la misión del laico va en esa doble vertiente de la edificación de la Iglesia en el mundo y la inspiración cristiana del orden temporal. Todo seglar, sabemos nosotros, por los mismos dones que le han sido conferidos por Cristo mediante su incorporación sacramental en la Iglesia, se convierte en un testigo e instrumento operante que no necesita ningún mandato especial para realizar esta tarea, sino que está capacitado para ello desde su consagración bautismal. La Beata había visto este compromiso bautismal en sus padres. Don Eustaquio Arias, era un hombre de profunda oración que se entendía muy bien con Dios, Doña María, su madre, era un alma apostólica que socorría al pobre y necesitado. Nunca disociaron su vida como ciudadanos de su vida como cristianos, sus asuntos temporales nunca fueron ajenos a su vida de fe.
Cuando la Beata ve realizados sus anhelos de la fundación misionera, quedan ya establecidas las bases de lo que será Van-Clar, un movimiento de misioneros laicos con el mismo espíritu y espiritualidad de los miembros de la congregación y misioneros en la misma línea que ellas, misioneros de vanguardia. Desde el 22 de junio de 1951, al ser aprobadas las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, nace Van-Clar, porque la formación de las vanguardias misioneras es uno de los fines que la Madre establece. Al ser aprobadas las Constituciones de las Hermanas, en 1953, el 5 de enero, es aprobado Van-Clar por la autoridad de la Iglesia. La Beata María Inés, consciente de ese compromiso bautismal, ofrece al mundo la posibilidad de que laicos de todos los niveles, de diversas edades y distintas clases puedan vivir el ideal misionero compartiendo su fe. Aquello era algo nuevo y tal vez por eso haya sido difícil empezar, los llamó “Van-Clar”, Vanguardias Clarisas.
Y vaya que para aquellos años podemos pensar que era un grupo vanguardista, es el tiempo de la acción católica pero solamente como un apostolado para la jerarquía. Ella, una religiosa, se atreve a pensar que el mandato misionero dirigido a todo cristiano se hará realidad en laicos enviados a dar testimonio de vida cristiana. Los primeros grupos no llevaban propiamente el nombre de Van-Clar, pero eran, como el de California, una especie de club misionero en donde los miembros tomaban conciencia de su participación en la misión de la Iglesia. Precisamente, se conservan varias cartas de las que la Beata dirigía a este grupito de California, que en la actualidad sigue renovando su compromiso y con el cual he compartido momentos hermosos en su renovación de compromiso en diciembre pasado. Entre otras cosas les dice: “Sin duda todas las que forman este nuevo club misionero tendrán la suficiente energía, el suficiente amor por salvar cada día más almas… Son ustedes aquellas jóvenes que desde la eternidad Jesucristo las amó y destinó para el cielo, practicando aquí en la tierra el apostolado misionero… En el corazón Sacratísimo de Jesús deposito esta obra apostólica misionera para que la llene de amor y bendiciones. María Santísima sea su protectora y guía”[10].
Desde aquellos tiempos se empezaba a estrechar el lazo entre las religiosas y los seglares para sostener la obra misionera. Una carta de la Madre al mismo grupo de Los Ángeles nos ilustra: “Profundamente agradecida a todas y cada una de las personas que integran ese Círculo Misional por su eficiencia en el apostolado que se han propuesto y por su bondad hacia mis religiosas residentes en esa ciudad de los Ángeles, así como por la solicitud caritativa y amorosa que han tenido a bien desplegar por nuestras incipientes misiones en Japón, ofrecemos diariamente el tributo de nuestras oraciones”[11]. Todos los días, en nuestras casas de Misioneras Clarisas y Misioneros de Cristo, en el rezo del Santo Rosario, tenemos un recuerdo especial para nuestros hermanos Vanclaristas.
El fin esencial de Van-Clar queda establecido por la Madre y se traduce en vivir el Santo Evangelio mediante la práctica del compromiso bautismal en el propio ambiente familiar, profesional, cultural, social, eclesial, para que mediante su testimonio de vida de fe, esperanza y amor como discípulos-misioneros, los Vanclaristas (como son llamados sus miembros), descubran a Cristo a los demás. Su lema “Vivir para Cristo” los impulsa a ser misioneros de vanguardia en todo tiempo y lugar cumpliendo, ante todo, la voluntad de Dios como discípulos de Jesucristo. Ya desde 1958 la Sierva de Dios alentaba a los misioneros seglares así: “Sé por la Madre Teresa que han aumentado en número y… en santidad; que han aprendido a hacer la voluntad de Dios con alegría, ya que solamente así encontraremos siempre la paz y la santidad”[12].
La Madre fue descubriendo que los laicos son Iglesia, que son discípulos-misioneros y que tienen que actuar como protagonistas en la Iglesia. Ella fue buscando la manera de dar al mundo cristianos seglares apostólicos y contemplativos, hombres y mujeres que apasionados por Cristo pasen por este mundo dejando su huella identificada con la huella de Cristo.
En el verano de 1966, se elaboraron los primeros estatutos que habrían de guiar el estilo de vida del grupo. La Madre quería que sus seglares, al igual que las Misioneras Clarisas, estuvieran siempre unidos a la Sede de Pedro y que quedara por escrito todo lo referente a sus obligaciones, organización, apostolado y demás. Se reunió con un grupo de hermanas y elaboraron algo pequeño que contenía, en unas cuantas páginas, la esencia de lo que vendría a ser el movimiento en sí. No se trataba de alentar a hombres y mujeres que de forma aislada y sin organización dedicaran sus tiempos libres al Señor, era tarea ardua que habría de venir a plasmarse después en los estatutos que conocemos y que se fueron enriqueciendo con las aportaciones, sobre todo de los mismos Vanclaristas, de quienes en octubre de 1971, en un consejo general especial consultivo, la Madre pidió participación y sugerencias. Los miembros del grupo harían un compromiso, renovable, de dar testimonio de vida cristiana. Ese compromiso se renovará cada año para dejarlo grabado en el corazón; con el tiempo, algunos lo harán de forma permanente, pero siempre renovando públicamente cuando les sea posible.
La Beata, como fundadora, estableció además, que se tuvieran asambleas periódicas para que los diversos grupos, que iban naciendo en varios de los lugares donde las Misioneras Clarisas estaban trabajando, intercambiaran experiencias, rezaran juntos, convivieran y se ayudaran. En las asambleas de los años 1970 y 1971 se dieron muchas aportaciones y se vio de una manera viva la vida de los vanclaristas. Ese año en una carta ella anota: “Ojalá los chicos se vean cada vez más responsables de su papel de vanclaristas verdaderos y fórmales la conciencia de que ante todo deben dar testimonio de Cristo con su vida recta, limpia. Urge tanto que la juventud actual comprenda esto…”[13].
Ella había encontrado corazones que sintonizaran con el suyo y sus ideales entre los seglares. En una carta escribe: “Con cuánta gratitud debe el vanclarista vivir su vida de dar testimonio de que Cristo ha venido al mundo. Por su vida cristiana, pero verdaderamente cristiana, evitando todo pecado mortal y aún venial y así poder de verdad sembrar y ser instrumento de Cristo no sólo cuando van a misiones, sino siempre, ya que la principal misión del vanclarista es dar testimonio de vida cristiana”[14], y siempre quiso que sus hijas Misioneras Clarisas se interesaran por Van-Clar. A ellas les dice en una carta: “Felicito a todas las hijas que trabajan con los grupos de Van-Clar, y a cuantas otras hermanas cooperan en este hermoso apostolado, Dios nuestro Señor nos ayude a seguirlo intensificando, con gran espíritu de servicio, de amor al prójimo, de entrega, pero… en un espíritu de humildad, de oración, de constante unión con Dios. De verdad que se ve la bendición divina en este hermosísimo apostolado”[15]; de tal manera que no puede haber una Misionera Clarisa o un Misionero de Cristo que no quiera saber nada de Van-Clar, o que se ponga celoso de ellos; somos hermanos, hijos de una misma Madre, una mujer sin fronteras y de un gran corazón. Ella nos dice: “Mucho les encargo el que traten de imbuirse más y más de lo que es Van-Clar, en que consiste su trabajo y del bien que está llamado a realizar en el mundo”[16].
Para que estos grupos de misioneros seglares caminaran siempre en el espíritu y espiritualidad que la Madre misma había recibido por inspiración de Dios, fue nombrando a algunas de sus hijas Misioneras Clarisas y las fue preparando para que fueran las que velaran por sus hijos seglares, les dió el título, en aquel entonces, de “Orientadoras”. Constantemente les animaba y alentaba a cumplir con esa hermosa misión de hacer de los grupos verdaderas comunidades de vida cristiana y de cada uno de los Vanclaristas un discípulo-misionero que aceptando la ley de Cristo, como norma de comportamiento, se hiciera modelo de realización del hombre en el mundo, extendiendo el Evangelio con su sola presencia.
Al hacer la organización de Van-Clar, ella misma determinó, con ayuda de sus consejeras, que la Superiora General de las Misioneras Clarisas fuera la dirigente general de Van-Clar y que fuera asistida por una hermana a la que llamó “Coordinadora general de Van-Clar”. En 1973, le envía a dicha coordinadora general una carta en la que le dice: “Y a esto está llamado también Van-Clar, a enrolar misioneros seglares que vivan el espíritu de Cristo, que se apasionen por Él, que den testimonio de Él con su vida, sus ejemplos, su cristianismo, y que, de allí derive una vida mejor: la Sacerdotal y la Religiosa… para llevar por el mundo entero el nombre Augusto de Dios, su amor y su misericordia, y enseñar a todos los hombres que: Dios es amor, que es Hermano, y es Padre y es Amigo, y nos ama infinitamente porque nos ha dado todo, nos amó hasta el fin”[17].
La Beata fue haciendo, de manera personal y a través de consejos, de cada uno de los grupos, verdaderas comunidades de hombres y mujeres convertidos personalmente al Evangelio por una decisión libre y consciente; los grupos se fueron desarrollando no de una manera masificada, sino como comunidades cristianas vivas, de las cuales algunos de los que estamos aquí, ahora como Misioneros de Cristo o Misioneras Clarisas, guardamos gratos recuerdos de la vivencia de la fraternidad, de la práctica de la acción misionera, de la vivencia litúrgica y de la invitación que constantemente se nos hacía a dar testimonio de vida cristiana en el lugar donde nos encontráramos.
Nuestra Madre fundadora, la Beata María Inés Teresa, captó plenamente el anhelo del Concilio Vaticano II y fue impulsando a los grupos a vivir la comunión en la Palabra, en la Eucaristía como centro y en el servicio misionero como discípulos muy amados de Cristo. ¿Quién no recuerda la hermosa vivencia de Semana Santa en misión que ahora tantos y tantos grupos y comunidades en la Iglesia lo viven apenas como algo nuevo? Ella invitaba a cada una de las hijas Misioneras Clarisas a entusiasmarse por Van-Clar, en una carta les dice: “Dios quiera y en todas las casas, cada una vea este apostolado como algo muy del Instituto y comprenda todo el bien que se puede hacer, haciendo que los seglares también trabajen por el bien de sus hermanos, con espíritu alegre y sencillo. Pero… cuidado, no olviden que, para que el Vanclarista se desarrolle sobrenaturalmente, ante todo tiene que ser la Misionera Clarisa, alma de oración, de sacrificio, llena de amor a Dios”[18]. En el año de 1974 la Sierva de Dios, en una colectiva anota: “Yo quisiera, y les pido que de manera especial, todas las superioras, tanto regionales, como locales, tomen verdadero empeño en ello, ya que es un apostolado muy de nuestros tiempos y sumamente necesario; del cual además, se pueden sacar buenas vocaciones para nuestro Instituto y para el sacerdocio”[19].
Y el Señor escuchó y tomó en cuenta el deseo de aquel corazón que quería darle vocaciones para el servicio de la Iglesia. Ahora, muchas de las asesoras de los grupos fueron Vanclaristas y ahí el Señor les llamó. Y que decir de los Misioneros de Cristo, si las primeras vocaciones, y podemos decir, el eco primero de la fundación, resonó en los corazones de sus hijos Vanclaristas. ¿Cómo no iba a hablar el Señor en ese ambiente de Dios que la Beata, con consejos, y a través de sus hijas infundía. En una carta a un grupo de vanclaristas les recomienda: “… Mucho les encargo su testimonio personal, hagan un ratito de meditación aunque sea corto, para que Dios los ayude siempre y el rezo del santo rosario, pidiéndole a la Santísima Virgen que los ayude. Ya verán que la vida es más llevadera cuando Cristo es nuestro compañero. Traten, ustedes se convencerán de ello”[20]. Sabemos que también con el tiempo, fue naciendo en algunas de nuestras hermanas Vanclaristas, el deseo de consagrarse a Dios en el mundo como Misioneras Inesianas, agrupadas como instituto secular. Están además nuestros hermanos Sacerdotes y seminaristas diocesanos que viviendo el espíritu y espiritualidad de nuestra familia misionera se integran a nosotros en el Grupo Sacerdotal Madre Inés trabajando activamente en sus diócesis y estudiando en diversos seminarios. Estoy seguro que, Familia Eucarística, la más reciente de las ramas de esta Familia Misionera, dará a la Iglesia también vocaciones de especial consagración. En una carta hablando la Besta María Inés de los Misioneros de Cristo escribe: “Espero que se sientan con la obligación de llevar más, y más, para que, como ellos se vayan formando en la santidad propia de su estado, y luego, a los que Dios elija para llevar al altar y consagrarlo su sacerdote, pueda él mismo, unido a las Misioneras Clarisas, continuar fomentando el ciento por uno, esas vocaciones juveniles de laicos santos, que tanto necesita la Iglesia de hoy”[21]
Para ella, los Vanclaristas siempre fueron parte de la familia, sabía que la Iglesia necesita seglares comprometidos para sembrar el bien por todas partes y que cada uno de los Vanclaristas formaba parte de lo que ella llamó: “El brazo derecho de la Congregación”. Realmente los sentía así: “Un saludo cordial para cada uno de ustedes en quienes tenemos cifradas grandes esperanzas y apoyo para nuestras labores misionales en las que desde siempre han tomado parte generosamente”[22]. Su apostolado quedaría definido más por el ser y la misión, antes que la acción. Que los otros vean en sus obras a Cristo y a la Iglesia y alcancen la salvación. Ella gozaba cuando sus hijos Vanclaristas le escribían y contaban lo que hacían. A sus hijas Misioneras Clarisas les participaba también del gozo. En una carta escribe: “En las referencias que me hacen hijas, del trabajo de Van-Clar, ¿qué más les diré? Que me llena de alegría el saber que ese hermoso apostolado se va intensificando”[23]. Las felicitaba: “Mis felicitaciones por lo hermoso que siguen trabajando los grupos de Van-Clar”[24].
Con sencillez y alegría, los Vanclaristas fueron captando lo que la Madre quería, sobre todo lo que Dios le pedía para ellos. En el capítulo general de 1973, los Estatutos de Van-Clar se ampliaron y enriquecieron con aportaciones que los Vanclaristas, en la asamblea del mismo año, prepararon para enviar al capítulo. No solo esta vez, sino siempre, la Madre les consultó. Para el capítulo de 1979 les dice: “Queridos Vanclaristas, les participo de este acontecimiento ya que Ustedes son parte de nuestra familia misionera y participan tanto de los gozos como esperanzas, tristezas, etc… de nuestra querida Congregación… si tuvieran algunas sugerencias para el capítulo pueden ustedes enviarlas para ser estudiadas por él”[25].
La Beatas veía con gozo que los grupos crecían y se desarrollaban en ese espíritu y espiritualidad que ella deseaba. Se les impulsaba a encontrar en la Eucaristía la fortaleza para ser discípulos-misioneros de primera línea. Santa María de Guadalupe, el alma del alma de la Familia Inesiana, acompañará siempre a cada uno de los Vanclaristas que al pecho, al hacer su compromiso misionero, llevarán una cruz sin Cristo, como deseando que ese mismo Cristo, hijo de María, se forme en ellos. La Madre anota en una carta: “En todas partes va creciendo el grupo de Van-Clar, y aquí, (Los Ángeles), ya se empieza a hacer alguna conquista. Dios siga su obra”[26].
Cómo gozaba la beata compartiendo en los grupos. No se pueden olvidar aquellos 25 años de la Congregación de los que tantos de nuestros hermanos hermanos Vanclaristas guardan el recuerdo en su corazón de la Madre que se interesa por cada uno de sus hijos Vanclaristas. Yo en lo personal la recuerdo en los XV años del grupo de Van-Clar de Monterrey en 1979: alegre, sencilla, cercana, juvenil, disponible para cada uno de los Vanclaristas.
Un miembro de Van-Clar vive su testimonio de vida cristiana en el ambiente natural de familia, colegio, trabajo, sociedad y amistades; con su vida de discípulo-misionero, da testimonio claro y valiente de la fe que profesa actuando con criterios evangélicos en todo; predica la Buena Nueva dando un buen consejo, un criterio, conclusiones que Cristo daría. La tierra de misión primera del Vanclarista es su ambiente, su vida diaria, el lugar donde la Providencia lo ha colocado. Para poder realizar su fin, la Beata, con aportaciones de los mismos hermanos Vanclaristas y escuchando sus deseos, dejó, a parte de los Estatutos, una guía, la “Guía del Vanclarista”, un pequeño librito de espiritualidad profunda y condensada para que el Vanclarista, según su condición, haga vida, más fácilmente su lema: “Vivir para Cristo” echando mano de las virtudes que debe desarrollar y que son los que pide la Madre Fundadora: Alegría, sencillez, caridad, confianza, lealtad, veracidad, generosidad, abnegación y celo apostólico. La Madre escribe: “Cuanta alegría me causa el saber de nuestros grupos de Van-Clar, que tan buen testimonio están dando al mundo en que viven, sirviendo de modelos para otros jóvenes que deseen también caminar más unidos a Cristo y a sus hermanos, en esa fraternidad, que hace la amistad pura, sin desvíos”[27].
Y que decir de aquellos que por diversas razones se encuentran solos o en lugares donde antes hubo casas de la Familia Inesiana. La Beata les inculcaba que en donde quiera eran Vanclaristas y que si no se podía de otra manera, renovaran su compromiso misionero delante de Dios y a solas. Cuando hace ya algunos años, la casa de Acapulco se cerró temporalmente por primera vez, los Vanclaristas siguieron caminando. La Beata en ese entonces da testimonio de ello en una carta colectiva: “Me maravilla, así como dicen que también a los padres y al Señor Obispo, (están maravillados), el que, sin estar ya nosotras en ese puerto, nuestros chicos y chicas sigan portándose a la altura de su vocación… son chicos y chicas muy buenos”[28]. Y ahora que esa casa se ha vuelto a cerrar, por diversas circunstancias de la vida, los Vanclaristas siguen caminando igual, llenos del espíritu y espiritualidad que la Beata anheló para cada uno como discípulo-misionero del Señor.
A algunos de nuestros hermanos Vanclaristas, ya el Señor les ha llamado a la casa paterna. A la Beata le tocó ver que algunos se le adelantaron en este camino y en una ocasión, en la muerte de una Vanclarista escribe: “Su generosa entrega en el apostolado del dolor, ha sido y será para todos un testimonio constante de la vida de Cristo, pues estamos seguras que para ella el lema “Vivir para Cristo” fue pleno, absoluto, y ahora lo ha consumado en una feliz eternidad. Adelante queridos Vanclaristas, Dios nos quiere optimistas, trabajadores, generosos en nuestra entrega, vale la pena vivir así y luchar porque los demás lo vivan también ya que la realidad eterna que nos espera es sublime”[29].
Pocos meses antes de morir, la Madre sigue llevando en el corazón a sus hijos Vanclaristas, los sabe parte de la familia misionera por ella fundada y escribe en una colectiva: “Felicito también a los grupos de México que, con frecuencia, según se los permiten sus ocupaciones, han acudido a lugares pobres, a impartir, con la catequización, juntamente con nuestros queridos Vanclaristas, que saben darse en verdad a Dios, entregando su trabajo y cansancio en bien de sus hermanos; todos recibirán un premio grande, tanto en la tierra como en el cielo. Y a propósito de Vanclaristas, cómo quisiera que en las naciones en donde por causas especiales no se ha podido establecer, ya de una vez se decidan a hacerlo. El trabajo es empezar, aunque sea con uno o dos; ellos y ellas llamarán a otros compañeros, y así, Dios nos concederá formar hombres y mujeres verdaderamente cristianos, que den ejemplo de pureza, y sean verdaderos testigos de Cristo. Gracias a Dios son muchos los que así obran, y se saben dar a sus hermanos, sin escatimar sacrificio. Los felicito con toda mi alma, y les ruego les hagan saber que todos los días los encomiendo a Dios y que los llevo en el corazón para darlos a Él”[30].
En el corazón de la Beata, siempre hubo un espacio para cada uno de sus hijos. Los Vanclaristas son nuestros hermanos, son parte importantísima de nuestra Familia Inesiana y nos necesitamos mutuamente para completar lo que Nuestra Madre la Beata María Inés espera de nuestra familia misionera. Son nuestros hermanos, son nuestros amigos. A algunos de los otros miembros de la Familia Inesiana nos toca estar de forma más directa con Van-Clar. Revivamos en cada uno el deseo de Nuestra Madre la Sierva de Dios, alentemos a los grupos a que de forma dinámica hagan vida los ideales de nuestra fundadora y ayudemos a nuestros hermanos Vanclaristas a que cada uno de los grupos sea motivo de credibilidad para el mundo, de que Cristo vive, y de que quien le sigue quiere vivir para Él hasta que sus huellas queden totalmente identificadas, bajo la mirada dulce de María, con aquel que pasó por el mundo haciendo el bien.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
[1]VIVES José, S.I., Los Padres de la Iglesia, Editorial Herder, Barcelona 1988, p.p. 67-68.
[2]VIVES José, S.I., Los Padres de la Iglesia, Editorial Herder, Barcelona 1988, p. 90.
[3]Cfr. VIVES José, S.I., Los Padres de la Iglesia, Editorial Herder, Barcelona 1988, p. 327.
[4]1 Cor. 12,27.
[5]ARIAS ESPINOSA María-Inés-Teresa, A mis queridas compañeras de la Acción Católica, 1929.
[6]Lumen Gentium 31,1.
[7]DELGADO RANGEL Alfredo Leonel Guadalupe, M.C.I.U., La Espiritualidad sacerdotal en la Madre María-Inés, Roma, 1985.
[8]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, A mi hermanita María Teresa de Jesús, 15 de octubre de 1936.
[9]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, A la Teresita Mía, 15 de enero de 1942.
[10]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta al Club Misionero de California, 13 de diciembre de 1955.
[11]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta al Círculo Misional, 31 de marzo de 1956.
[12]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta al Círculo Misional, 29 de mayo de 1958.
[13]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta a una Hermana Misionera Clarisa, 7 de diciembre de 1971.
[14]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta, 7 de diciembre de 1971.
[15]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta Colectiva, 23 de abril de 1971.
[16]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta, Enero de 1974.
[17]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta a la Coord. Gral. de Van-Clar, 24 de junio de 1973.
[18]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta Colectiva, 30 de octubre de 1971.
[19]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta Colectiva, Enero de 1974.
[20]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta a un grupo de Van-Clar, Enero 27 de 1972.
[21]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta, 2 de julio de 1980.
[22]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta del 2 de abril de 1974.
[23]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta Colectiva, Enero de 1974.
[24]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta, 3 de agosto de 1973. (ú 8 de agosto).
[25]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta a Van-Clar, 12 de junio de 1979.
[26]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta, 1978.
[27]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta, 2 de julio de 1980.
[28]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta, Enero de 1979.
[29]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta sobre la muerte de una vanclarista, 27 de enero de 1972.
[30]ARIAS ESPINOSA María Inés Teresa, Carta Colectiva, 3 de febrero de 1981.