Del 18 al 25 de enero, celebramos cada año la «Semana de oración por la unidad de los cristianos». Este año una doble motivación: Por una parte se enmarca en el Año de la Fe, en el que hemos sido invitados a reflexionar y a redescubrir la fe para confesarla, celebrarla, vivirla y rezarla con renovada convicción. La segunda motivación es que estamos celebrando el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.
Fomentar la unidad de los cristianos fue uno de sus principales objetivos y así se declara en el art. l del primer documento conciliar, que fue la Constitución sobre la Sagrada Liturgia: “Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia” (SC 1; cf. UR 1).
La unión de cuantos creen en Jesucristo era el gran sueño del beato Juan XXIII. No en vano lo anunció el 25 de enero de 1959 en la basílica de San Pablo Extramuros al término del octavario de oración por la Unidad de los cristianos y se refirió a este objetivo en incontables ocasiones. Fruto de ese empeño, asumido con no menor interés por el Siervo de Dios Pablo VI, fue el Decreto conciliar Unitatis Redintegratio, de 21-XI-1964.
El hecho de vivir en una sociedad cada día más plural y secularizada —obviamente «globalizada»— debería interpelarnos a todos los cristianos en el compromiso de dar siempre razón de nuestra esperanza. Por grandes que puedan ser las dificultades para la unión entre las confesiones cristianas está siempre el núcleo fundamental de la fe en Dios revelado en Jesucristo y del amor fraterno. Esto es lo mínimo que el Señor nos exige y precisamente el lema de este año es: ¿Qué exige el Señor de nosotros? (Cf. Miqueas 6, 6-8).
Estamos entrando a un 2013, que si bien está enmarcado, por los dos grandes acontecimientos eclesiales a los que he hecho referencia, está también encuadrado en acontecimientos mundiales que influyen en el ritmo que llevamos «los fieles creyentes» en nuestra sociedad. El año pasado parecía —según muchos pensaban— que se acaba el mundo, gracias a las equivocadas interpretaciones del calendario maya, cosa que trajo una gran derrama económica para los más listos que hicieron de ello un negociazo junto con el Buen Fin y las ventas de Navidad y Reyes que tendrán esclavizados a muchos cristianos por 48 meses —¡sin intereses!— que tuvieron a bien cambiar las teles viejas y demás cachimbas por algo que valga la pena, ya que no se acabó el mundo.
En el panorama internacional la incertidumbre crece, por el temor y la desconfianza para unos y las falsas esperanzas para otros ante nuevos gobiernos con estilos «inclusivos» que todo lo ven bien y en los que muchos cristianos se han acomodado. Atentados, violencia, secuestros, guerras, traiciones ... y ante todo esto ¿qué exige el Señor de nosotros los cristianos?
Todos sabemos que el Santo Padre Benedicto XVI, en fecha reciente, perdonó la traición de su mayordomo Paolo Gabriele, cosa que me parece «un signo claro» de lo que el Señor exige de nosotros. Creo que los cristianos debemos sentir la exigencia del Señor a emprender un nuevo camino. Si congregaciones y parroquias de todo el mundo toman parte en la semana de oración, que se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero (en el hemisferio norte) y en torno a Pentecostés (en el hemisferio sur), es evidente que tiene que haber un cambio, ya que muchos de los cristianos somos quienes, por lo menos en occidente, ocupamos espacios que son importantes para el desarrollo de la sociedad. ¿Es cristiano el presidente del país más poderoso del mundo?, ¿son cristianos los hombres y mujeres que mueven el pensamiento de nuestro mundo?, ¿son cristianos muchos de los artistas que se han convertido en «ídolos» de tanta gente?, ¿son cristianos nuestros gobernadores y nuestros alcaldes?, ¿son cristianos muchos de los que luchan contra el narcotráfico?, ¿es cristiano el señor de la tienda o el que vende periódicos en la esquina?
Sí, aunque el cristianismo no es mayoría en el mundo —basta ver el número de chinos desperdigados por al faz de la tierra— si es un grupo «determinante» en muchos campos.
La Biblia —Biblia Traducción Interconfesional (BTI)— Nos presenta el texto bíblico que da vida al lema de esta semana del 2013 así: ¿Con qué me presentaré al Señor y me postraré ante el Dios de lo alto? Me presentaré ante él con holocaustos, con novillos que tengan un año. ¿Agradarán al Señor miles de carneros? ¿Le complacerán diez mil ríos de aceite? ¿Le entregaré mi primogénito por mi delito, el fruto de mis entrañas por mi pecado? Se te ha hecho conocer lo que está bien, lo que el Señor exige de ti, ser mortal: tan sólo respetar el derecho, practicar con amor la misericordia y caminar humildemente con tu Dios. (Miqueas 6, 6-8).
El Libro de Miqueas pertenece a la tradición literaria de la profecía y se desarrolla en tres partes que nos van llevando desde el juicio en general (cap. 1-3), a la proclamación de la salvación (cap. 4-5), y después al juicio en sentido estricto y a la celebración de la salvación (cap. 6-7). Miqueas critica con dureza a los que tienen autoridad, tanto política como religiosa, por abusar de su poder y robar a los pobres: “arrancáis la piel a la gente” (3,2), y “juzgan por soborno” (3,11). Miqueas exhorta al pueblo a peregrinar “al monte del Señor... Él nos indicará sus caminos y nosotros iremos por sus sendas” (4,2). Miqueas revela el juicio de Dios acompañado por una llamada a aguardar con esperanza la salvación, con fe en Dios que “perdona el pecado y pasa por alto... las culpas” (7, 18). Esta esperanza se concreta en el Mesías, que será la “la paz” (5,4), y que saldrá de Belén para llevar la salvación “hasta los confines mismos de la tierra” (5,3). Finalmente, Miqueas llama a todas las naciones a caminar en esta peregrinación para compartir la justicia y la paz que es la salvación.
La enérgica exhortación de Miqueas a favor de la justicia y de la paz se concentra en los capítulos 6,1 a 7,7, parte de los cuales constituye el tema de este año de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Coloca la justicia y la paz en el marco de la relación entre Dios y la humanidad pero insiste en que esta historia necesita y requiere una fuerte referencia ética. Por tanto, la verdadera fe en Dios no se puede separar de la santidad personal ni de la búsqueda de la justicia social. La salvación que Dios ofrece de la esclavitud y de la humillación cotidiana, exige más allá de culto, sacrificio y holocausto (6,7), que «respetemos el derecho, practiquemos con amor la misericordia y caminemos humildemente con nuestro Dios» (6,8) sembrando la civilización del amor en una Nueva Evangelización.
De muchas maneras la situación del pueblo de Dios en los tiempos de Miqueas puede compararse a la que vivimos ahora. Muchos seres humanos se enfrentan hoy a la opresión y a la injusticia de parte de aquellos que quieren negarles sus derechos y dignidad. Hoy los cristianos, con nuestro testimonio de unidad, podemos colaborar para que la justicia esté en el centro de nuestra religión y de nuestra sociedad, conscientes de que la fe encuentra o pierde su sentido en relación a la justicia. En la situación actual de muchos de los países en donde impera el cristianismo, la «Semana de oración por la unidad de los cristianos» nos invita a cuestionarnos sobre lo que Dios verdaderamente exige de nosotros: ¿solamente sacrificios aislados y rezos en automático o que caminemos con Dios en justicia y paz? El camino para el discípulo de Cristo implica caminar por la senda de la justicia, la misericordia y la humildad. Así caminó María, así caminaron tantos santos y beatos que dan razón de la presencia del cristianismo en el mundo. Con razón la beata María Inés Teresa Arias resumía su vida en una frase: "Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero".
Alfredo Delgado, M.C.I.U.