Vivimos en un mundo en donde domina la incredulidad. Es mucha la gente que no le cree a los gobernantes. Hay quienes han dejado de ir a la Iglesia porque no la sienten como una institución creíble, dicen que creen en Dios pero no en la Iglesia. Muchos hijos no creen en sus padres y muchos padres de familia no creen en sus hijos. Creo que todos conocemos personas que no creen a los médicos y no consumen los medicamentos adecuados... Pero quiero centrarme hoy, al celebrar la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe en la incredulidad en Dios y en las cosas de Dios, una situación que pulula en todos los ambientes. Los estudios muestran que la incredulidad está en aumento. Estamos viviendo en tiempos cada vez más seculares, y, desafortunadamente, aquellos que no creen en la verdad de las Escrituras a menudo parecen tener las voces más fuertes en el dominio público y se hacen «un Dios a su medida». Los escépticos y los agnósticos se están volviendo más atrevidos y vocales, y su influencia se ve en la educación, el entretenimiento, los sistemas judiciales y en los gobiernos... ¡Para muestra un botón! Han hecho un progreso significativo hacia su meta de eliminar la credibilidad en el verdadero Dios por quien se vive.
El miércoles estaba en la estación Padre Mier de Metrorrey, en el centro de Monterrey esperando el tren para el regreso a casa. A mi lado, un jovencito, al verme con mi traje clerical se volvió a verme y me sorprendió preguntándome si alguien me había mandado a su lado. Yo lo miré y luego de saludarlo me dijo: «yo no creo en Dios, hace mucho que él y yo no tenemos nada que ver, él no se mete conmigo y yo no me meto con él. Hace mucho fui al catecismo y recuerdo tiempos bonitos, pero uno se echa sus «chelitas» (cervezas) y se olvida. Por eso no creo en él». Esperando un reproche o un regaño se asombró cuando le respondí como lo hago con otros jóvenes: ¡Muchacho, no te mortifiques, no te preocupes porque lo más importante y lo más valioso es que él cree en ti!». Se quedó «helado, mudo y pensativo». Se bajó tres estaciones más adelante y antes de dejar el tren volvió su mirada y me dijo: «padrecito... ¡muchas gracias!
Hoy en esta fiesta Guadalupana, en la primera lectura (Is 7,10-14) Ajaz no le creía a Dios. Jesús, más adelante, en el evangelio, llamó a su generación «incrédula y perversa» (Mt 17,17). El Nican Mopohua, por su parte, narra que el obispo Fray Juan de Zumárraga, luego de la aparición de la Virgen Moren en el Tepeyac, no le creyó a Juan Diego. ¡Cómo contrasta esto con el evangelio (Lc 1,39-48) de la misa de hoy que narra la visita de María a su parienta Isabel para recordarnos que María de Guadalupe hace «una visita» a nuestra tierra y que incluso, si con Isabel permaneció 3 meses, con nosotros, en México, su visita ha durado 494 años hasta el día de hoy! En esta perícopa, Isabel, al recibir la visita de la Madre de Dios experimenta que el fruto de su vientre «saltó de gozo» y le dice a María que es dichosa porque... «¡ha creído!» Cuando creemos en Dios todo tiene un nuevo color, el color de la esperanza. Dios se las ingenia para que creamos en él. Por eso hizo el milagros de las rosas que nos dejaron la imagen de su Madre santa plasmada en una tilma. Pidamos, al contemplar a la Guadalupana que nuestra credibilidad en Dios aumente y demos gracias porque Él, el verdadero Dios por quien se vive... «¡cree en nosotros!». ¡Bendecido viernes y felicidades a nuestros hermanos de Van-Clar por el día del Vanclarista!
Padre Alfredo.
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