jueves, 30 de junio de 2016

«PARA EL TIEMPO DE EXÁMENES»... Una oración de Santo Tomás de Aquino para los estudiantes


Creador inefable, que en los tesoros de tu sabiduría has creado las tres jerarquías de los Ángeles, y en un orden admirable los has colocado en el cielo empíreo; Tú que tan maravillosamente has dispuesto las partes del universo; Tú, nombrado con todo derecho Fuente de luz y sabiduría y Príncipe Supremo, dígnate iluminar las tinieblas de mi inteligencia con un rayo de tu claridad; disipa de mí la biforme tiniebla en la cual soy nacido: la del pecado y la de la ignorancia. Tú, que llenas de sabiduría aún la lengua de los infantes, mueve también la mía y derrama en mis labios la gracia de tus bendiciones.

Otórgame penetración para comprender, capacidad para retener, método y facilidad para adquirir; sagacidad para interpretar y elegancia abundante para expresar lo adquirido.

Dispón Tú los comienzos, dirige el proceso y corona el fin. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

miércoles, 29 de junio de 2016

«¡ES EL SEÑOR»... El entusiasmo de Pedro por re-encontrarse con Jesús


«¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o alguno de los profetas... Y entre ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» (Mt 16,13ss; Mc 8,27ss). Aquel grupito de Apóstoles no se imaginaba, tal vez, que Jesús, su maestro, les llegara a lanzar algún día esa pregunta: «Ustedes, ¿quien dicen que soy yo?»

Ya estaba lejano aquel día en que un humilde carpintero de Nazareth les había dicho «¡Síganme! Los haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). Ellos habían sido generosos. Unos dejaron a su padre, otros a su familia entera tal vez, algunos abandonaron sus barcas y sus redes y todos —llegado el momento— se alejaron de su lago y de la suave Galilea. Lo hicieron con alegría porque el carpintero de Nazareth era un hombre fascinante y, además, les había dicho textualmente: «Desde ahora serán pescadores de hombres». Pero, ahora, en estos momentos, mientras van de camino, el Maestro quiere saber una cosa: «¿Quién dicen ustedes, que soy yo?».

La Escritura dice que fue Simón Pedro quien tomó la palabra y con fuerte voz —de modo que todos oyeran— exclamó: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16) y que el Maestro respondió lleno de gozo: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos!» (Mt 16,17). Cuántas cosas habrían de suceder después. Pienso, por ejemplo, en el gozo que guardaría Pedro al recordar aquella respuesta que dio en aquel examen en nombre de todos sus compañeros y con cuanta emoción recordaría aquellas otras palabras, en aquel momento no muy claras para él, cuando Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y, sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18).

El tiempo pasó... ¡como pasa ahora!... Aquel grupito de los Apóstoles celebraría una Pascua inolvidable, una Pascua accidentada y dolorosa como ninguna otra. ¡Qué lejos quedaría de aquel día en que el Maestro les había hecho esta pregunta! Todo, en la noche de Pascua, en los momentos de la pasión y en los días de las apariciones del Resucitado sería recordar. Los Apóstoles estarían juntos como en aquel entonces y una vez, nos narra el Evangelio, Pedro decidió pescar... Trabajo, distracción, ganas de olvidar reconociendo el fracaso y las negaciones... 

Seguro, sin entender aún aquellas palabras que Jesús le había dicho: «Yo te daré las llaves del Reino» (Mt 16,19), Pedro pensaría en la sonrisa del Maestro, aquella sonrisa que ahora se le había congelado por los hechos acontecidos y su incapacidad de reconocer que era uno de los seguidores de Jesús. Pensaría tal vez que ya no tenía sentido quedarse en Judea y le brotó espontáneamente un: «¡Voy a pescar!» (Jn 21,3) que contagió a los demás, también agobiados y confundidos por los acontecimientos vividos. Ellos dijeron: «¡Vamos, también nosotros iremos contigo!» Estaban decididos a olvidar su pasado reciente. Uno de los del grupo —cuyo nombre no siquiera querían pronunciar— conocido después como «el traidor», había muerto en Jerusalén de la manera que todos sabían. Nada quedaba del pasado tan reciente. Lo más sensato era olvidar y regresar al lago.

Aquellos hombres conocían la barca, manejaban los remos con habilidad, el lago les era familiar, sabían en dónde habían pescado en abundancia. El trabajo que les esperaba iba a ser duro, debían soportar la humedad del lago y el frío de la noche. Ellos lo sabían. La dureza del trabajo tendría, sin duda, su recompensa al amanecer. Simón Pedro y sus compañeros ya imaginaban las redes repletas de pescados. Pocas horas después de que saliera el sol, ellos —según sus pronósticos— ya habrían terminado de vender la mercancía obtenida en varios lugarcitos de la región.

Se pusieron a trabajar con renovada ilusión. ¡Al fin olvidarían todo aquel pasado que ahora no entendían! ¡Comenzaban a digerir sus pasadas desilusiones y fracasos apenas recientes! ¡Había un futuro y ellos eran hombres que servían para algo! Las horas pasaban lentamente. Los pescadores echaban la red una y otra vez... y en cada vuelta no sale nada. ¡No puede ser! Tiempo atrás capturaban muchos peces en el mismo lugar. Ahora hay que añadir un fracaso más luego de haber sabido de la muerte del Maestro, pues solo uno estuvo allí junto a la Madre de Jesús (Jn 19,27). Decidieron regresar a casa y nadie hablaba. ¡Qué diferencia de aquellas veces en que yendo por el camino con el Maestro discutían, hablaban, reían, oraban, cantaban! Ahora sólo se escuchaba el lento y pesado golpe de los remos al dirigirse a la orilla.

Cuando distaban de la orilla unos cien metros, alguien les grito: «¡Muchachos, ¿han cogido por casualidad algo que comer?» ¡Lo que faltaba! Aquel desconocido no solamente los ponía en evidencia, sino que se atrevía a pedirles en esas palabras algo para comer... a ellos, que ni siquiera tenían un charalito para llevárselo a la boca. Un bronco y malhumorado «¡No!» sonó al unísono. El desconocido de la playa, no obstante, tenía ganas de hablar. Los Apóstoles se sintieron heridos en su amor propio seguramente. A ellos, conocedores del lago, aquel desconocido les iba a decir dónde tenían que tirar la red. Reprimieron sin embargo el coraje, al fin y al cabo nada perdían con intentarlo una vez más. Siguieron el consejo de aquel hombre extraño porque presentían que algo especial venía.

Lo que sucedió después nunca supieron explicarlo. La red se hundía hacia el fondo del lago queriendo hundir la barca. Sí, ciertamente había algo especial, algo distinto a las sensaciones de hacia apenas unos cuantos minutos. Ahora tenían la sensación de que la barca se iba a volcar del lado derecho. Comenzaron todos a tirar de la red bastante sorprendidos, porque nunca antes habían pescado tanto como ahora. Es más, casi no tenían fuerza para sacarla. La red iba subiendo y aparecían pescados y más pescados, eran muchísimos... Jamás habían visto tantos peces juntos en una sola red.

Uno de aquellos hombres, a quien amaba el Maestro con un especial cariño paternal, porque era el más pequeño, se fijó detenidamente en el extraño que aún permanecía de pie en la orilla. Antes, cuando se había dirigido a ellos llamándoles «muchachos», su corazón juvenil le había brincado fuerte. Solamente una persona de sonrisa transparente los interpelaba a todos con ese cariño, aunque nunca en alguna otra vez las hubiera llamado con esa palabra... «¡Es el Señor!» (Jn 21,7), gritó Juan con fuerte voz.

Pedro abrió entonces unos enormes ojos y no esperó ni un segundo. ¡Cuántas cosas pasarían por su mente y su corazón mientras sus ojos brillaban y se llenaban de lágrimas! Se sujetó la ropa a la cintura y se tiró al agua. Nada le importaba, ni los peces ni la frialdad o la tibieza del agua, lo único que quería era llegar cuanto antes al que había proclamado como Mesías en aquella vez que le venía a la memoria ahora. Ni siquiera se detuvo antes de lanzarse para calcular distancias y tiempos. Lo único que buscaría sería llegar cuanto antes y volver a ser el Pedro de antes, aquel que por amor había dejado su casa y sus redes; aquel que por amor le había dicho a Jesús un día: «¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios!» (Mt 16,16) Seguro iría nadando pensando sin cesar: «¡Es el Señor... es el Señor... es el Señor!» y rebosante de gozo nadando cada vez más de prisa. Tal vez todos a coro se fueron uniendo al grito de alegría: «¡Es el Señor!».

La verdad es que aquellos hombres no tuvieron tiempo para detenerse en altas reflexiones. Como María, que después de la anunciación se encaminó presurosa, ellos también presurosos tras haber descubierto al Maestro vivían la sorpresa que Dios les estaba regalando. Al tocar tierra vieron las brasas, pescado y pan... esperando la parte que a ellos les tocaba para completar la celebración de aquel encuentro maravilloso. Jesús les dijo: «Traigan de los peces que han pescado ahora» (Jn 21,10). Atraídos por la mirada transparente y serena del Maestro no preguntaron de donde sacó aquel pescado y el pan, simple y sencillamente cumplieron con prontitud sus órdenes, añadieron algunos peces recién capturados y se sentaron a almorzar.

Antes de probar un solo bocado, el Señor ejecutó algunos gestos ya conocidos por sus discípulos: «Se acercó, cogió el pan y se lo repartió, y lo mismo hizo con el pescado» (Jn 21,13). ¡Qué sabor tan delicioso y desacostumbrado encontraron en aquel manjar! La comunión de Jesús de Nazareth, el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios vivo con sus discípulos no terminaría nunca... a la vez, todo era tan nuevo que no acertaban a explicarlo, se contentaban con vivirlo.

Esta vivencia les infundió un nuevo ardor, un ardor tan nuevo, tan maravilloso tan impetuoso, que al amanecer de aquel día abandonaron definitivamente el lago —a lo mejor sin vender siquiera aquel pescado sino regalándolo— y se esparcieron por toda la tierra pregonando: «¡Es el Señor! ¡Es el Mesías! ¡Es el Hijo de Dios!» 

Nosotros, los creyentes de nuestros tiempos, tenemos de mil formas y muchas veces un encuentro con el Maestro que nos tiene siempre algo preparado y solamente pide esfuerzo, entrega, sencillez y confianza. La Nueva Evangelización no espera para ir a gritar también nosotros: «¡Es el Señor! ¡Es el Mesías! ¡Es el Hijo de Dios!»... Es el Cristo de la Eucaristía, es la Palabra del Padre, es el Señor de la Misericordia.

Tenemos toda una escuela de santos y beatos, como San Pedro, san Pablo, San Juan Pablo II, el Beato Miguel Agustín Pro, las Beatas Teresa de Calcuta y María Inés Teresa Arias... No nos podemos quedar con los brazos cruzados. Nuestra vida y nuestras acciones tiene que ser misioneras. Nuestra existencia no puede pasar sin dejar las huellas de Cristo por donde hallamos pasado.

Una mirada a María, Madre de la Iglesia, bastará para empezar ya. No hay tiempo para teorizar... ¿No podrán brillar nuestros ojos como los de Pedro en aquella ocasión en que escucho de Juan: «¡Es el Señor!»

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

martes, 28 de junio de 2016

Amar al estilo de Jesús... Una tarea de hoy y de siempre

El evangelista san Juan define a Dios como amor. Él mismo nos dice que «el que no ama no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). De esta manera podemos afirmar que fuera del amor de Dios y del amor al prójimo no hay nada mejor que pueda hacer feliz a una persona. Nuestro Señor Jesucristo, en el Evangelio nos dirá: «Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado» (Jn 15,12).

El hombre y la mujer del tercer milenio, acumula cada día más y más acervo de conocimientos, de ideas y definiciones. Hay mucha gente joven que se prepara en escuelas y universidades de hoy de forma presencial o virtual aprendiendo más y más cosas, pero el ser humano de hoy —podemos constatarlo— no sabe amar, no ha aprendido a amar, no ha conjugado el verbo «amar», no ha encontrado la esencia de la definición de lo que es amar. Parece que entre tanto que hay que aprender, se ha hecho a una lado el amor.

¿Qué es el amor para cada uno de nosotros? ¿Qué es el amor para el hombre y la mujer de hoy? Se habla de «hacer el amor», cuando se trata muchas veces de un acto sexual pasajero fuera del matrimonio. Se habla del «amor libre», cuando se vive una relación casual y pasajera. Se le llama «mi amor» a alguien a quien con frecuencia se le engaña. Vemos la palabra «amor» escrita y representada por corazoncitos en muchas partes.

Es en Jesús, el «Amor de los amores» en donde podemos ver con claridad lo que es el verdadero amor y cómo se vive el arte de amar. El amor a su Padre no lo manifiesta pro medio solamente de palabras y menos de palabras abstractas como las de muchos políticos que dicen que «aman» a su pueblo. Jesús vive el amor a través de su vida, a través de su manera de llegar a las personas. Jesús ama a la gente de su tiempo y de todo tiempo y lugar desde su realidad de sencillo carpintero y como persona común y cercana, pero integra las experiencias y cualidades del amor humano en la gran visión del Padre misericordioso por la acción del Espíritu. Jesús puede decir con su misma vida, que su mandamiento consiste en el amor, porque en ese dinamismo del amor al Padre y a todos se realiza el dinamismo de su ser y quehacer. En Él el amor no es una teoría o una calcomanía, sino vida y «vida en abundancia» (Jn 10,10).

Jesús puede hablar del amor a Dios porque en todo momento sabe amar la voluntad del Padre que le pide hasta dar la vida, y eso, aunque en momentos sea difícil: «Padre, si es posible aparta de mi este cáliz» (Mt 26,39). Jesús puede hablar de lo que es el amor a los padres porque vivió 30 años en Nazareth en una vida familiar de permisos, de favores, de servicios pequeños y ocultos (Lc 2,51). Jesús puede hablar de amor a todos porque se acercó al niño, al ciego, a la prostituta y al anciano; al pobre, al rico, al pecador y al estudiado; al descartado, al joven, al estudiado y al anciano... en una relación que los psicólogos llamarían: «YO — TÚ». Con razón los primeros discípulos como Pedro, podrán decir: «Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas» (Hch 10,34; Rm 2,11; Gal 2,6; Ef 6,9). Dios ama a todos. La respuesta que el hombre puede dar a su amor es sólo amarle a Él y amar como Él. Es aquí, precisamente, en donde está la cuestión de falla en lo que en nuestra sociedad hoy se llama «amor». No vamos a entender lo que es el amor mientras no amemos como Cristo amó al Padre reflejando su amor, con el Padre y desde la misericordia y la caridad del Padre.

Hoy parece que no hay, en nuestra sociedad, espacio para Dios, y parece que se quiere amar al prójimo al margen de Dios... ¡Eo es imposible! ¡No se puede! Él es la esencia del amor. Sólo con Dios se entiende lo que es el amor porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8). 

San David Roldán Lara, uno de los 27 santos mexicanos que canonizó san Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000 y originario de Zacatecas, no era ni sacerdote, ni religioso, ni seminarista. David era un joven laico como muchos de los que ahora frecuentan nuestras parroquias y grupos. Este santo varón supo lo que era el amar de verdad. Su vida se puede resumir en una ráfaga de amor, y digo ráfaga porque murió a las 19 años fusilado, junto con san Luis Batis y otros más. En 1925, el joven Roldán fue nombrado presidente de la Acción Católica. En medio de la persecución religiosa que arreciaba en el país, David veló para que no se llegara a la violencia. Sabía, a su corta edad, que el mandamiento más grande Jesús era el amor. Ese amor lo llevó a buscar cada día el no dar ni un solo disgusto a su madre, que era viuda. Es decir, que si no hubiera sido santo por el martirio, hubiera sido santo por igual. Su vida la completó con el acto de amor del martirio: ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!.

Hoy nosotros complicamos mucho la vida, hoy nos hemos olvidado de la sencillez del verdadero amor y lo hemos «disfrazado». El amor es «amar»... así de sencillo. Amar a Dios y al prójimo por sí mismo, no por haberle hecho algún bien o por obtener algo a cambio; no por el interés de crecer en la virtud o por sentirse bien. «Amar» es sencillamente... «amar».

Jesús nos enseña a amar, Él es amor (1 Jn 4,8) y en la Eucaristía, en cada Misa o momento de adoración, Él, el amor de los amores, nos ofrece una cita de amor. Qué María, a quien veneramos admirándola como "Madre del Amor Hermoso", nos enseñe a amar al estilo de Jesús, al estilo de los santos como san David Roldán, en las cosas pequeñas y diarias de cada día... ese es el estilo de amar de Jesús.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

BIENAVENTURANZAS DE LOS JÓVENES...

Bienaventurados los jóvenes que luchan con alegría por la libertad.

Bienaventurados los jóvenes que generosa y alegremente contagian vida a los demás.

Bienaventurados los jóvenes que viven la fe, que tienen un ideal y que comparten en el amor y la alegría.

Bienaventurados los jóvenes que hacen de su vida una entrega total en optimismo y alegría, teniendo como meta el servicio a los demás.

Bienaventurados los jóvenes que se revelan contra lo malo del presente porque harán un futuro nuevo.

Bienaventurados los jóvenes capaces de unirse con los demás para luchar por ideales comunes.

Bienaventurados los jóvenes que hacen jóvenes a todos.

Bienaventurados los jóvenes comprometidos, cuyo amor desinteresado, abre nuevos horizontes.

Bienaventurados los jóvenes, porque son futuro y esperanza, y
unidos lograrán lo que buscan y esperan.

Bienaventurados los jóvenes que transmiten la raíz de su felicidad.

Bienaventurados los jóvenes que, siendo misioneros en su comunidad, se sienten plenos y realizados.

Bienaventurados los jóvenes que viven alegremente empleando su alegría en servicio de los demás, porque ellos conocerán la verdadera alegría.

Bienaventurados los jóvenes que prefieren vivir el reto de ser
jóvenes mucho más que un rato para aplastar a los demás o perder el tiempo, porque ellos serán jóvenes siempre.

Bienaventurados los jóvenes, porque son semillas de futuro, el futuro que con esperanza e ilusión construyen cada día en la nueva civilización del amor.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

AMIGO JOVEN... Medita el Padrenuestro

Toma en cuenta el cumplimiento del deber,
acepta las situaciones vitales,
vive la caridad con los hermanos,
recibe las correcciones que te ayudan a crecer,
perdona así como quieres que te perdonen,
comprométete con la justicia de un mundo mejor,
entrégate con generosidad a servir a los demás,
participa en el desarrollo de tu comunidad,
lee la Palabra de Dios,
reza y sobre todo... ¡Medita el Padrenuestro!

La juventud es una época hermosa que te lanzará a una vida adulta de plenitud y realización...

¡No pierdas tu juventud!

jueves, 23 de junio de 2016

LA VALIOSA LABOR DE LA ENSEÑANZA... Los maestros católicos bajo el amparo de María de Guadalupe

El trabajo de los laicos católicos, hombres y mujeres, en la tarea de la enseñanza, ha sido siempre una cuestión muy valiosa e importantísima para la Iglesia y para el mundo. El rol y la responsabilidad de quienes trabajan en la educación, han sido reconocidos de manera considerable por el Concilio Vaticano II en el documento sobre la Educación Cristiana, que habla de la participación de los laicos católicos en el campo de la educación. En los últimos tiempos se ha visto, como todos sabemos, una notable disminución de sacerdotes y religiosos dedicados a la enseñanza. Es por eso que los laicos tienen que ser, en nuestros días, verdaderos testigos de la fe en nuestros colegios y escuelas.

Podemos decir que el laico que trabaja en la enseñanza, ejercita su misión en la Iglesia, viviendo en la fe su vocación secular en la estructura de la escuela buscando dar gloria a Dios con la mayor calificación profesional posible y con un proyecto apostólico inspirado en la formación integral del hombre, en la práctica de una pedagogía de contacto directo y personal con el alumno. El maestro laico, el auxiliar, el conserje... transmite, día a día, la alegría del evangelio a los alumnos de todo plantel educativo en donde la Iglesia está presente.

La fe que un maestro católico puede y debe transmitir, es un don de una riqueza enorme que se ha ido reforzando a lo largo de los siglos y representa un medio valioso del mundo de la cultura de acercamiento a Dios. En la fe de nuestro pueblo, por ejemplo, la figura de María, la Madre del Señor como educadora, invocada en México y en general en América —además de muchas naciones evangelizadas por misioneros mexicanos como la Beata María Inés Teresa—ocupa un lugar preponderante. Es el maestro católico quien centra la fe y la devoción a María para llevar a los alumnos al encuentro con Dios. Es ella, la Madre de Dios, quien va formando a Cristo tanto en los maestros como en los alumnos. Podrá haber muchas cosas que los niños, adolescentes y jóvenes no comprendan, pero la maternidad de Santa María de Guadalupe es clara para la mayoría. Aún en algunos alumnos procedentes de familias protestantes, reconocen, en el fondo, la presencia de la Virgen de Guadalupe en la sociedad.

¿Cómo es posible transmitir un amor que no se vive? Imposible pensar en esto, por eso el laico católico que trabaja en la enseñanza tiene que tener un amor entrañable a María de Guadalupe y saberse cobijado por su manto para transmitir la fe en su Hijo Jesús. 

La Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, tuvo siempre un gran amor a María de Guadalupe. Ella la llamaba «Mi dulce Morenita del Tepeyac» y en muchos de sus escritos invita a todos a amarla entrañablemente. La Beata María Inés nos enseña a amar a María como aquella Madre del Redentor que coopera de un modo muy singular —como Madre y Maestra— a la obra de salvación con la obediencia, con la fe, con la esperanza y con una ardiente caridad que todo maestro debería imitar. Ella, además, nos presenta a María como la discípula, la alumna que durante la predicación de Jesús «acogió sus palabras y las puso en práctica» (Lc 8,21). Un modelo para todos los alumnos. Dice la Beata en uno de sus escritos: «Los educadores cristianos inculquen en sus niños este tierno amor a María. Ella será quien restaure para Cristo, la maleada sociedad» (A mis queridas compañeras de la Acción Católica).

Yo creo que todo maestro católico debería caminar bajo el amparo de María y llevarla al corazón de los alumnos, de manera que mostrando los valores humanos de María, los niños, adolescentes y jóvenes se vayan formando en el amor a Cristo y puedan ser constructores de una nueva civilización que haga a un lado tantas luchas y divisiones que impiden a la educación seguir su verdadero y auténtico rumbo. En María de Guadalupe todo es relacionable con los formandos y la sociedad en que vivimos. Ella tiene un gran valor para toda familia católica. Ella es verdadera hermana nuestra, ha contemplado nuestra necesidad de salvación y nos muestra al verdadero Dios por quien se vive. Ella, María de Guadalupe, titular de todos los colegios de la Familia Inesiana al rededor del mundo, por su condición de perfecta seguidora de Cristo y mujer que se ha realizado completamente en su misión de Madre y Maestra, es modelo de alumnos y maestros.

Santa María de Guadalupe, contemplada en el cerrillo del Tepeyac con su porte y dulzura, ofrece una visión serena y de seguridad a los maestros en tiempos de calma y sobre en tiempos difíciles como los que se viven en estos días: «¿NO ESTOY YO AQUÍ, QUE SOY TU MADRE?»... Victoria de la esperanza sobre la angustia, comunión sobre la soledad, paz sobre la agitación, alegría sobre el tedio, belleza sobre la fealdad y vida sobre la muerte. Ella es el espejo en donde se pueden reflejar los sencillos, los humildes, los que dan la vida por su Hijo Jesús con entrega y generosidad en las grandes obras de Dios, como es la tarea de la educación.

Hay tanto que decir de María en relación con los educadores y los alumnos, los formadores y los formandos que, como dice la Beata María Inés: «Si me pusiera a escribir todo lo que quisiera sobre la Santísima Virgen, no acabaría nunca». Por lo pronto, invito a todos los maestros y formadores a pedirle a Dios que les conceda adquirir un mayor conocimiento completo y exacto de María para recurrir más a Ella y llevarla a los alumnos y formandos. Que los haga tener una devoción verdadera y comprendan la suma belleza de la Morenita del Tepeyac. Que alimenten un amor auténtico hacia la Madre del Salvador y Madre Nuestra que se traduzca en imitación e sus virtudes y en un decidido empeño en vivir los mandamientos y hacer la voluntad de Dios. Que desarrollen, como maestros y formadores, cada quien en su área, la capacidad de comunicar a los alumnos y formandos ese amor con la palabra y con el testimonio de vida y digan, con san Juan Diego: «SEÑORA Y NIÑA MÍA, YA VOY A CUMPLIR TU MANDATO».

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

On Eagle´s Wings... A special song

¿POR QUÉ LA IGLESIA NO ACEPTA EL MATRIMONIO IGUALITARIO?... Algunas consideraciones

La Iglesia, remontándose a la razón humana, a la Sagrada Escritura y a toda la tradición, sigue insistiendo y defendiendo que el matrimonio es la unión conyugal de un hombre y de una mujer, orientada a la ayuda mutua y a la procreación y educación de los hijos.

La palabra «matrimonio» procede del latin y tiene varias raíces: «matrimonium», con origen en los términos matrem (madre) y monium (calidad de): Matris munium puede ser otra de las raíces, que proveniente de dos palabras del latín: matris (madre) y munium (gravamen o cuidado), viniendo a significar «cuidado de la madre», en tanto se consideraba que la madre era la que contribuía más a la formación y crianza de los hijos. Otra posible derivación provendría de matreum muniens (idea de defensa y protección de la madre), implicando la obligación del hombre hacia la madre de sus hijos. De manera que es evidente la necesidad de la complementariedad sexual para su existencia. Desde el punto de vista jurídico-formal, en los inicios, el matrimonio fue considerado siempre como la unión legal de dos personas de sexo diferente, Es frecuente hoy en día la unión de parejas que forman un hogar sin estar casadas, lo cual se conoce como concubinato. Además de eso, existen nuevas leyes que aprueban al matrimonio con la unión de dos personas con el mismo sexo, porque últimamente, según criterios derivados de encuestas sociológicas hechas solamente en ciertos colectivos, resulta que ha de llamarse matrimonio a la institución social que, de cualquier forma, constituya la forma reconocida para fundar una familia. 

Para la Iglesia y para todo hombre y mujer de fe firme, en lo teológico, el matrimonio es la unión del hombre y la mujer dirigida al establecimiento de una plena comunidad de vida y amor. Así, en la Iglesia Católica, el matrimonio no es una institución meramente «convencional» ni es el resultado de un acuerdo o pacto social. El matrimonio tiene un origen más profundo. Se basa en la voluntad creadora de Dios. Dios une al hombre y a la mujer para que formen «una sola carne» (Mc 10,8) y puedan transmitir la vida humana: «Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra» (Gn 1,28; 9,7). Es decir, el matrimonio es una institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios. Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del matrimonio; no crea un matrimonio nuevo sólo para los católicos frente al matrimonio natural que sería para todos. El matrimonio sigue siendo el mismo, pero para los bautizados es, además, un sacramento.

En la defensa a ultranza de la institución matrimonial como fue diseñada desde el plan de Dios, la Iglesia «no gana nada». No obtiene ningún beneficio. No aumenta su poder, ni su influencia, ni incrementa la cantidad de donativos que pueda recibir. Al contrario, se expone al escarnio público por parte de algunos colectivos muy influyentes y al rechazo de sus posiciones por parte de sectores importantes de población. Si a pesar de este costo, la Iglesia sigue insistiendo en su mensaje, es que algo muy serio está en juego. Lo que está en juego, en este caso como en cualquier otro en el que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. Para la Iglesia y por lo tanto, en la Iglesia, el matrimonio no es cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede establecerse entre un hombre y una mujer. Por otra parte, no se puede privar a los niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina en sus años de crecimiento. La Iglesia considera que la relación sexual es una expresión de amor entre un hombre y una mujer, que se dan el uno al otro totalmente. Dicha entrega debe ser sostenida por Dios, que le da a los esposos la gracia de amarse como Él los ama, ser fieles y mantenerse unidos hasta que la muerte los separe.

Como madre y maestra, la Iglesia se preocupa por todos sus hijos, quiere que estén lo mejor posible, y si percibe que corren algún riesgo, se los advierte. Este es el caso del llamado «matrimonio igualitario». La Iglesia no reconoce el tipo de uniones homosexuales como matrimonios porque no quiere que nadie sufra los daños que este tipo de unión suele provocar: daños a la salud física, psicológica y espiritual. La Iglesia Católica, sin olvidar la maternidad espiritual a la que está llamada. dedica un amoroso cuidado maternal a los homosexuales que se acercan viviendo en castidad y para ellos, y los que están en búsqueda de vivir en gracia, las puertas están siempre abiertas. En el Catecismo de la Iglesia Católica se enseña que las relaciones homosexuales «no pueden recibir aprobación» (CEC 2357), pero también enseña que los homosexuales «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará todo signo de discriminación injusta» (CEC 2358). Cuando el Papa Francisco dijo: «Si una persona gay se acerca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticar?», no estaba aprobando la relación homosexual, sino invitando a los homosexuales a acercarse a Dios, y a experimentar la dicha y la paz de amoldar su vida a la divina voluntad.

La Iglesia no odia a los homosexuales, los ama, y sufre si ellos sufren, por eso es que precisamente se opone a que las uniones entre homosexuales reciban el nombre de «matrimonio». A la Iglesia le duele tanto el hombre como la mujer. Le preocupa lo que vaya a ser de cada uno. En definitiva, no se lava las manos ante la suerte de lo humano, aunque esta defensa sea incomprendida y acarree críticas. La Iglesia no teme hablar con la verdad, aunque ya sabe que, como dice el dicho, «la verdad no peca, pero incomoda«, y en ciertos casos no sólo incomoda, sino enfurece. Ni modo, no hay para dónde hacerse, porque la Iglesia recibió la misión de ser profeta de Aquél que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), aunque lo que diga no sea «políticamente correcto» y sea tomado a mal por mucha gente. A un sacerdote católico le escupieron participantes de una marcha del orgullo gay. Un padre de familia que pidió ser avisado cuando en la escuela dieran lecciones de homosexualidad, para no enviar a su hijo, fue arrestado. Una maestra que se negó a leer un cuento gay a los niños de guardería, fue despedida. Los centros de adopción son presionados para dar prioridad a parejas homosexuales que desean adoptar niños. Negocios relacionados con bodas (pastelerías, florerías, salones, etc.), cuyos dueños se han negado a dar servicio a bodas gay han sido multados y/o clausurados... ¿es qué no tenemos todos libertad para estar de acuerdo con algo o no? 

Los homosexuales de nuestros tiempos  exigen tolerancia pero son, en su mayoría, intolerantes. Hay quienes —sobre todo colectivos gays y lésbicos— se quejan de que la Iglesia no se pone al día, que no se moderniza, que su pensamiento es retrógrada, que no es democrática, que no toma en cuenta las encuestas como otras iglesias. Es que la Iglesia Católica no se manda sola. La Iglesia Católica es consciente de que es depositaria del tesoro de la fe que le encomendó el que la fundó: Cristo, y sabe que debe mantenerse fiel a Él y a nadie más. La Iglesia Católica no está para darle gusto a las masas o colectivos; no es política, ni agente de relaciones públicas; no busca caer bien o quedar bien para ganar público. La Iglesia, como he dicho, es madre y maestra. Lo que le interesa es acoger y encaminar amorosamente a todos sus hijos a la salvación, y si para eso hace falta exhortarlos, los exhorta, y si hace falta decirles para su bien algo que no les guste oír, se los dice.

A la unión legal de un hombre con una mujer (sexos diferentes) se le ha llamado siempre «Matrimonio». Los contrayentes adquieren la condición de Familia y de esta manera perpetúan la especie humana por medio de la procreación. La familia tradicional es la célula básica y el soporte vital de nuestra sociedad. Por lo tanto, la unión de dos hombres o de dos mujeres (con sexos iguales y que no pueden procrear entre si) nunca podrá ser matrimonio, por esa rotunda imposibilidad física y biológica de transmitir la vida. Y cabe aclarar que a estas parejas masculinas o femeninas yo las respeto absolutamente y las acompaño espiritualmente si lo piden, pero, llamar Matrimonio a lo que hablando con propiedad, nunca ha sido, no es, ni puede ser algo correcto.

La cosa, entonces, no es como algunos medios de comunicación han planteado, ni por un conservadurismo que la hace aferrarse neciamente a tradiciones arcaicas, ni porque odie a los homosexuales. Lo que la Iglesia propone tiene siempre dos razones: ser fiel a lo que dice la Palabra de Dios, y buscar lo que pueda ayudar al ser humano a ser verdaderamente libre, pleno, feliz, encaminándolo a su salvación.

Un barco transatlántico que navegaba en medio de una noche oscura, de pronto avistó a lo lejos una luz que parecía avanzar directo hacia él. El capitán envió de inmediato un mensaje: «Están en ruta de colisión con nuestra nave, cambien de rumbo». Le contestan: «No. Más bien ustedes deben cambiar su rumbo». El capitán vuelve a insistir y los otros también. Luego de intercambiar varios mensajes en los que nadie cedía, el capitán, exasperado, escribió: «Estoy transmitiendo desde el buque de su majestad, ¡les ordeno que cambien de rumbo!». Y le contestan: «¡Cambie usted de rumbo! Nosotros estamos transmitiendo desde el faro del puerto...»

Me dio risa esta anécdota que encontré en un artículo y comparto con ustedes, pero plantea algo muy cierto: lo que está sólidamente asentado no puede moverse, hacerse para otro lado, cambiar. La Iglesia Católica es como ese faro del puerto. Además, el principio de no contradicción de Aristóteles dice claramente: una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo lo que es. Y el matrimonio, para el hombre y la mujer de fe, en el seno de la Iglesia, no puede ser, al mismo tiempo clara y rotundamente, lo que no es: porque la Palabra de Dios lo rechaza; porque no santifica ni da vida; porque causa daños físicos, psicológicos y espirituales; porque donde se ha legalizado se ha atentado contra la libertad de conciencia y de expresión, porque como se opone a la voluntad de Dios, pone a los involucrados, en grave riesgo de perder su salvación.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

Nota: Este artículo está tomado de diversas fuentes del Catecismo de la Iglesia, de la Sagrada Escritura, de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia y de algunos artículos de Internet de blogs serios.

GUARDIANES, TALENTOS Y VIDA... Amor y justicia en el matrimonio

La omisión del amor y de la justicia es el gran pecado de nuestros tiempos y de siempre. «Acaso soy el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9), pregunta Caín al Señor apenas en los inicios de la creación. Se ven letreros que hablan del amor o ropa con corazones... ¿pero, cómo se vive el amor en nuestro mundo actual? Se hacen marchas, protestas, reclamaciones en favor de la justicia, pero en las cosas pequeñas de cada día... ¿cómo se promueve la vida de justicia? Estas dos cosas, bien sabemos los creyentes, se empiezan a vivir en la familia, que es fruto de la unión de un hombre y una mujer que son llamados a compartir su ser.

En el Nuevo Testamento, la parábola de los talentos (Mateo 25,14-30, Lucas 19,12-28) es siempre una invitación a reivindicar la eficacia del amor y la justicia bien entendida. No se trata de ver el pragmatismo de una eficacia inmediata, pero sí es la responsabilidad por los efectos profundos de nuestras acciones. No basta tener buenas intenciones para amar o para ser justos.

Cada vez somos testigos de menos celebraciones de matrimonio en nuestros templos. Muchos de nuestros hermanos y amigos, llenos de talentos, dones y cualidades que el Señor les dio para compartirlos, se contentan con irse a vivir juntos para evitar compromisos de amor y de justicia y buscan solamente pasar un tiempo juntos. Un matrimonio de nuestra época —de esta era de la postmodernidad en la que impera el pragmatismo— no puede buscar solamente compartir la vida con buenas intensiones para dividir gastos o pasar el rato sin la bendición de Dios. En la unión matrimonial, tanto el hombre como la mujer son llamados a establecer esta unión para ser «guardianes» el uno del otro y buscarse cada día compartiendo en amor y justicia el conjunto de talentos que Dios ha dado, tanto al hombre como a la mujer. El amor no puede ser auténtico en una pareja si no vive el uno para el otro como guardián y si cada uno no desentierran los talentos que Dios les dio y los multiplican.

Con demasiada frecuencia se desconoce, por parte del creyente, que el matrimonio y la familia son un proyecto de Dios que invita al hombre y a la mujer, creados por amor, a realizar su proyecto de amor y justicia en fidelidad hasta la muerte. El hombre y la mujer, siendo imagen y semejanza de Dios que es amor, son invitados a vivir en el matrimonio el misterio de la comunión. Hombre y mujer son llamados al amor en la totalidad de su cuerpo y de su espíritu en una vida de compromiso justo, compartiendo lo que son, lo que hacen y lo que tienen.

Los esposos, para vivir el amor y la justicia, deben cultivarse, prepararse, organizarse, discernir. No se pueden refugiar en la frágil y muy debilitada moral de la época, que se queda muchas veces en buenas intenciones. Hay que tomarse en serio e invertir los talentos para que se multipliquen en los hijos.

¿Por qué será que el mundo vive tanta confusión, especialmente en este campo del matrimonio, del amor, de la justicia, de la familia, del ejercicio de la sexualidad? ¿Por qué se habla de brindar el sagrado nombre de «matrimonio» a uniones de convivencia que bien pudieran tener otro nombre? Hoy están muy en boga las encuestas y las entrevistas a personas más o menos famosas para que eso de pautas a seguir. Aparecen en el radio, en la televisión, en el periódico y no se diga en Internet. Imaginen que ahora estos personajes famosos fueran interrogados con preguntas como estas: ¿Qué es para ti el matrimonio? ¿Por qué crees que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer? ¿Qué es lo que más le importa a la sociedad de hoy de la vida matrimonial? ¿Cómo piensas llenar tu vida matrimonial o cómo la llevas si ya la vives? ¿Qué sentido tiene para ti el tiempo en la vida matrimonial? ¿Qué crees tú que le pueda esperar a un mundo sin niños?

El hombre y la mujer de fe, saben que la vida matrimonial la diseñó Dios invitando al hombre y a la mujer a compartir los talentos que ha recibido. Cualidades, bienes, posibilidades... deben conocerlos y reconocerlos como dados por Dios para compartirlos en un tiempo diseñado por Dios —hasta que la muerte los separe— para poner en juego esos talentos: comunidad de vida y amor en la familia, actividad profesional, responsabilidad de casados, vida de unión espiritual como pareja con Dios.

El hombre y mujer, en la relación matrimonial no pierden su libertad; en justicia saben que esa libertad es parte de los dones que Dios regaló a cada uno y la deben conservar como un tesoro. Cada uno de los dos es libre: sus decisiones y sus actos seguirán siendo fruto de la libertad. Libremente llegan ante al altar a comprometerse a multiplicar sus talentos en la vocación matrimonial. Se les pedirá  cuentas de cómo lleven su unión conyugal pero cada día recibirán la fuerza de lo alto para crecer en el amor y en la justicia. La última instancia nos será el gusto egoísta, el bienestar materialista o la propia comodidad. La última instancia será la voluntad de Dios que los ha unido y los ha invitado a trabajar con amor y en justicia sus talentos como matrimonio, en la edificación de una sociedad de más amor y más justicia.

Para acrecentar en el matrimonio tanto el amor como la justicia, tiene mucho que ver también aquel otro principio del Evangelio: «El que guarde su vida, la perderá, y el que pierda su vida, la encontrará» (Mateo 10,39; Mateo 16,25; Marcos 8,35; Lucas 9,24; Lucas 17,33).

¿A que llama entonces Dios al matrimonio a un hombre y una mujer?

.- A vivir conforme a la moral del evangelio.
.- A trabajar unidos por establecer una comunidad de vida y amor.
.- A hacer de la vida un servicio justo del uno para el otro y juntos para los demás.
.- A salir del propio egoísmo dando la vida por el otro.

Eso es ganar otros cinco, tres o un talento más. Eso es ganar la vida.

Que cada matrimonio de hoy, bien fundamentado en el amor y la justicia, sea una invitación para todas las parejas —unidas por la Iglesia o no— a vivir amándose alertas y vigilantes en la justicia. Que no se dejen vencer por la comodidad, por la pereza, por la rutina. Que no los impregne el pragmatismo de sentir que se tiene valor como persona sólo si se es útil económicamente para el otro. Que no busquen su realización si no es respetando la vocación que han recibido de lo alto. Que no se dejen enredar por modas pasajeras y criterios que llegan de culturas ajenas a la fe. Que muestren al mundo que los talentos se multiplican en una vida ordinaria y de sencillez, ayudando a quien lo necesita, apoyando al que está  triste, alentando al que está  deprimido.

Una última cosa en esta reflexión. Que cada matrimonio abra su corazón a María. Ella les dará la clave para invertir y multiplicar los talentos recibidos. Ella los guiará  en su unión matrimonial para «perder» la vida en la entrega de amor y justicia al otro. Ella, que estuvo presente en las boda de Caná, sabrá de sus necesidades, Ella los alentará cada día para ser, de todo corazón, el uno, guardián del otro.

Alfredo Delgado, M.C.I.U. 

miércoles, 22 de junio de 2016

LA FAMILIA INESIANA ESTÁ DE FIESTA...

RESEÑA BIOGRÁFICA DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO...


La Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, es la fundadora de la «Familia Inesiana», una familia misionera integrada por:

Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento.
Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal.
Van-Clar, Misioneros laicos: niños, jóvenes, matrimonios.
Grupo Sacerdotal Madre Inés.
Misioneras Inesianas Consagradas.
Familia Eucarística.

De origen mexicano, la beata María Inés nació en Ixtlán del Río, Nayarit, el 7 de julio de 1904.  Fue la quinta de ocho hijos del matrimonio Arias Espinosa. La bautizaron con el nombre de Manuela de Jesús, y creció dentro del ambiente de una familia cristiana.  


Recibió una excelente educación y formación católica, siendo muy querida y aceptada por amistades y familiares, especialmente por su alegría, sencillez y caridad. Debido a la ocupación de su padre: Juez de Distrito, la familia Arias Espinosa vivió en diferentes ciudades: Tepic, Mazatlán, Guadalajara, etc. Durante algún tiempo trabajó en una institución bancaria en la ciudad de Mazatlán.


En octubre de 1924, durante la celebración del Congreso Eucarístico Nacional en México, Jesús tocó fuertemente el corazón de Manuelita, quien vivió una experiencia espiritual tan profunda, que desde ese momento no pensó otra cosa que “ser toda de su Dios”, atraída fuertemente por Jesús, en la Eucaristía.


Vienen luego tiempos muy difíciles para los católicos de nuestro país, ya que se desató con furia la persecución religiosa por lo cual se tuvo que suspender el culto público. Como respuesta a tanta maldad, Manuelita se consagra al Amor Misericordioso como víctima de holocausto, ofreciéndose por la salvación de México y del mundo entero.


Con la lectura de «Historia de un Alma», de Santa Teresita del Niño Jesús, Manuelita decide ingresar a la Vida Religiosa Contemplativa para ser como la Santita de Lisieux: Misionera secreta por la oración y el sacrificio. Su vida desde entonces fue totalmente Eucarística y Misionera. Después de algunas pruebas, Manuelita ingresa con las Clarisas Sacramentarias del “Ave María” el 7 de junio de 1929, cuyo Monasterio se encontraba exiliado en Los Ángeles, California.


El 8 de diciembre del mismo año inicia el noviciado, en donde recibe el nombre de SOR MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO.  Un año más tarde, el 12 de diciembre de 1930 estando aún en Los Ángeles, California, hace su Profesión Religiosa y en este día vive una fuerte experiencia espiritual con la Santísima Virgen de Guadalupe, de cuyos labios percibe estas palabras:

«Si entra en los designios de Dios servirse de ti
para las obras de apostolado,
me comprometo a acompañarte en todos tus pasos,
poniendo en tus labios la palabra persuasiva
que ablande los corazones, 
y en estos la gracia que necesiten;
me comprometo además,
por los méritos de mi Hijo,
a dar a todos aquellos con los que tuvieres
alguna relación, y aunque sea tan sólo en espíritu,
la gracia santificante y la perseverancia final...»


Esta experiencia mariana marcó fuertemente su vocación misionera, aunque en aquel momento Sor María Inés no comprendió tan profundo significado. En medio de la austeridad y pobreza del claustro, se dedicó a ser misionera contemplativa para salvar almas, irradiando alegría sencillez y entusiasmo a su alrededor.


En 1933 habiendo regresado la comunidad a México, Sor Ma. Inés Teresa del Santísimo Sacramento emite sus Votos Perpetuos. Su ideal misionero iba creciendo y en el silencio de la oración y el trabajo se fue preparando la obra misionera que Dios le había inspirado a través de aquella Promesa de la Santísima Virgen de Guadalupe.


En 1940 expone a la Madre Abadesa sus inquietudes misioneras, quien la invita a hacerlo a las autoridades eclesiásticas correspondientes.Después de una serie de pruebas y sufrimientos, pero siempre guiada por la rectitud y obediencia para buscar solamente la voluntad de Dios, es recibida por el Sr. Obispo de Cuernavaca, Don Francisco González Arias, como un Monasterio de Clarisas con miras a transformarse en Congregación Misionera. Él mismo solicita a la Santa Sede dicha fundación, que viene a ser concedida el 12 de mayo de 1945. En agosto del mismo año, la Madre Ma. Inés parte a Cuernavaca con cinco religiosas del Monasterio del Ave María que libremente quisieron acompañarla, con la autorización de la Abadesa. De esta manera se hizo realidad aquel anhelo inspirado por Dios.


Bajo el lema: “OPORTET ILLUM REGNARE”, es decir: “Es urgente que Cristo reine”, las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento se encuentran esparcidas en quince naciones de los cinco continentes llevando la palabra de Dios bajo el carisma «Misionero-Contemplativo» que el Espíritu Santo suscitó en la Beata María Inés Teresa Arias del Santísimo Sacramento, viviendo en alegría y sencillez una espiritualidad eucarística, mariana y sacerdotal.


Con las primeras constituciones nació también Van-Clar (Vanguardias Clarisas) el grupo de misioneros seglares que ella siempre consideró como «brazo derecho» en la Familia Inesiana.


En 1979, poco tiempo antes de morir, pudo ver las primeras vocaciones de la obra sacerdotal que Dios le inspiró al fundar los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal.


La Beata Madre María Inés murió como había vivido: en serenidad, sencillez y abandono en las manos del Padre, el 22 de junio de 1981, en la ciudad de Roma. Su vida fue un himno de amor y gratitud a la Santísima Trinidad.


Después de su regreso a la Casa Paterna, se fueron consolidando las demás obras que ya estaban en su corazón y que se fueron plasmando poco a poco en el Grupo Sacerdotal Madre Inés, las Misioneras Inesianas y luego, inspirándose en este carisma nace la Familia Eucarística.


Fue beatificada el 21 de abril de 2012 en la Basílica de Guadalupe de Ciudad de México bajo el pontificado de Benedicto XVI en una celebración que abarrotó este recinto sagrado con gente del mundo entero. La ceremonia de beatificación fue transmitida por diversos canales y mucha gente de los lugares de misión a donde ella llevó su obra misionera pudo participar a distancia de este acontecimiento.


Sus restos reposan en la Casa General de las Misioneras Clarisas, en Roma.


Su lema dirigido a Jesús: «QUE TODOS TE CONOZCAN Y TE AMEN» ha dado la vuelta al mundo entero.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.


Algunos de mis recuerdos de la Beata María Inés...

Es difícil escribir sobre un santo; mucho más difícil todavía cuando el santo es el propio fundador del Instituto religioso. No obstante es un deber hablar. Quisiera intentar decir algo sobre la Beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fundadora de la congregación de los «Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal» a la cual indignamente pertenezco y de la cual, también indignamente y sin merecerlo, fui el primero a ser ordenado sacerdote, el 4 de agosto de 1989. No fueron muchos los encuentros personales que tuve con la Madre: Recuerdo solamente dos, los demás fueron de pequeño en alguna Misa o celebración de las hermanas Misioneras Clarisas. Los dos momentos que recuerdo fueron fuertemente incisivos en mi vida.

Cuando yo era Prevanclarista, durante la representación de una pequeña obra de teatro, organizada para festejar los diez años de la presencia de Van-Clar en Monterrey, México, yo tenía el papel cómico de un angelito. Entre los espectadores, estaba Madre Inés disfrutando el momento de fiesta porque celebrábamos el X Aniversario del grupo que ella misma había fundado. Estaban presentes también mis papás y mi hermano Eduardo que aún no ingresaba al grupo. Recuerdo perfectamente aquel día del mes de febrero de 1979. Yo estaba emocionado y, cuando, terminada la fiesta, me acerqué a la Madre Inés, no sabía ni siquiera como saludarla. Ella misma hizo fácil el encuentro, porque era sencilla, humana, serena, sonriente. Quien hablaba con ella se daba cuenta de que poseía la habilidad propia de las grandes almas: la de interesarse por ti y hacerte sentir como que era lo único que tenía por hacer, estar contigo. Así hacía con todos. Aquel primer encuentro me impresionó profundamente: yo lo he considerado siempre una gracia especial del Señor. El rostro de la Madre, sus ojos, su sonrisa, los tengo siempre ante mi, reflejan a Dios. Como Vanclarista, viéndola a ella, descubrí el significado del lema de Van-Clar: «Vivir para Cristo».

La segunda vez que vi a Madre Inés fue en Cuernavaca, el 30 y 31 de agosto de 1980. Yo ya no era Vanclarista, era seminarista y la Madre no estaba ya en buenas condiciones de salud. La ayudaban a caminar y debía dormir sentada en un sillón. Yo había descubierto mi vocación religiosa y sacerdotal en gran parte gracias a ella, pues cuando supe que Madre Inés estaba iniciando una congregación masculina con el mismo carisma de las Misioneras Clarisas, le solicité a ella misma formar parte de la nueva obra. Fui aceptado el 1 de junio de 1980 y el 17 de agosto inicié mis estudios en el Seminario de Monterrey, renunciando a los estudios de la Facultad de Contaduría y Administración de la universidad. Por tanto, cuando vi por segunda vez a la Madre, yo era seminarista de su naciente congregación de los «Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal», nombre que no había revelado aún en aquel entonces. Recuerdo muy bien los momentos pasados cerca de ella. Eramos muchos: estaba también mi hermano Eduardo. Nos habló de los apóstoles, de la vocación y de cómo debería ser un Misionero de Cristo. En aquellos días habló personalmente con cada uno de nosotros. A mí me animó mucho a continuar el camino emprendido. 

Recuerdo que en aquel encuentro, a manera de retiro espiritual, nos habló especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. Nos dijo cómo debía celebrar el sacerdote la Santa Misa, centrándose en el momento de la Consagración. «Cuando se llegue el momento de la elevación, déjenos ver un momento a Nuestro Señor, permitan al pueblo adorar a Nuestro Señor y celebren con devoción» nos dijo. Respecto al sacramento de la Reconciliación se expresó de forma simpática diciendo: «A mi no me gustan esos padrecitos que, al irse uno a confesar, solamente escuchan y al final dicen: "tú la hiciste, tu la pagaste, vete en paz y no peques más". No, que la gente se vaya siempre con un consejito, con una palabrita de aliento, yo quiero a mis hijos sacerdotes hombres de fe que sean misericordiosos y que sepan perdonar en nombre de Dios nuestro Señor».

Después de estos encuentros, mis relaciones con la Beata fueron solamente por carta y duraron sólo un año más, porque el 22 de julio de 1981, volvió a la Casa del Padre. Durante estos años que han pasado desde su muerte, y más después de haberme ordenado sacerdote y empezar a trabajar en la Causa de su Canonización; he profundizado en el conocimiento de Madre Inés a través de sus hijas, mis hermanas las Misioneras Clarisas y con los demás miembros de la Familia Inesiana que la conocieron. Especialmente aprendí mucho de ella con Madre María Teresa Botello, quien por muchos años fue la vicaria general de la Beata y después su sucesora en el gobierno de las hermanas. Ha contribuido mucho también, el estudio de sus escritos y la elaboración de varios artículos sobre ella, su obra y su espiritualidad.

De la Beata he aprendido cada día a ser sacerdote. He aquí algunas líneas espirituales que he encontrado en sus escritos y que me siguen siendo de gran ayuda en mi formación sacerdotal.

Saberse amada de Dios.
Reconocerse «miseria» al servicio de la «Misericordia».
La alegre entrega a la voluntad de Dios.
La fortaleza, reflejo de su confianza en Dios.
La paciencia para ver crecer la obra de Dios.
El corazón misionero: «Que todos te conozcan y te amen».
Su amor a la Eucaristía.
Su intimidad y amistad con la Virgen María de Guadalupe en su «¡Vamos María!»
Su amor a la Iglesia como Madre y Maestra.
Su visión siempre alegre de la misericordia de Dios.
Su corazón maternal para con todos.

Estas líneas de vida espiritual no solo a mí, sino a todos los miembros de la Familia Inesiana, nos llevan a la búsqueda de metas altas de santidad.

Alfredo Leonel Delgado, M.C.I.U.

martes, 21 de junio de 2016

DECÁLOGO DE LA EFICIENCIA... En cualquier trabajo

1. Haz el trabajo más difícil a primera hora de la mañana.

2. Cuanto más sepas, tanto más fácil será tu labor.

3. Ten iniciativa. Las raíces agarradas a la tierra vieja pueden convertirse en tumbas.

4. Ten amor al trabajo. Hay una sensación admirable de satisfacción al realizar el trabajo bien hecho.

5. La exactitud es mejor que la rapidez.

6. Ten valor. Un corazón valiente superará todas las dificultades.

7. Cultiva tu personalidad. La personalidad es al hombre lo que el perfume a las flores.

8. Sonríe siempre. La sonrisa es el rayo de sol que consigue abrir las puertas.

9. Se amistoso. Solamente las personas amistosas llegan a convertirse en jefes amistosos.

10. Rinde al máximo. Porque si le ofreces al mundo lo mejor de ti mismo, muy pronto el mundo te dará lo mejor que puede brindarte.

Este «DECÁLOGO DE LA EFICIENCIA» me lo encontré entre las cosas que mi padre, en estos días, está sacando de las cosas de su oficina que tenía guardadas después de 46 años de trabajo como contador... ¡siempre muy eficiente!

lunes, 20 de junio de 2016

PON DE TU PARTE LO QUE TE TOCA... Ayuda al sacerdote que te confiesa

A veces el número de sacerdotes es muy limitado y el número de penitentes bastante numeroso. Hay que tener entonces algunas consideraciones para agilizar el proceso de la confesión, que es un sacramento que todos necesitamos para recobrar la gracia perdida o para incrementarla.

1. Debes llegar con tu examen de conciencia ya hecho y no decir "padre, usted ayúdeme", porque eso denota que no se ha preparado la persona para confesarse.

2. Haz de experimentar dolor de tus pecados con deseos de conversión. Si necesitas puedes escribir tus pecados y leerlos.

3. Al acercarte al sacerdote dile cuánto tiempo tienes de no confesarse y le dices los pecados: Hace… (tantos) días, semanas…meses…años, que me he confesado. Me acuso de… (confiesas tus pecados de una manera clara, breve, completa y muy sincera).

4. No confundas la confesión con la dirección espiritual y piensa en la demás gente que necesita de la reconciliación con Dios. No enredes ni canses al sacerdote con historias o cuentos de tu vida que no necesita saber. Dí solamente tus pecados y no los de los demás.

5. Si el sacerdote lo ve necesario él te ayudará en tu confesión, pero solo si lo cree conveniente. Él te dará algunos consejos y te impondrá la penitencia. Antes de recibir la absolución, puedes manifestar tu arrepentimiento con algunas palabras de contrición, por ejemplo: Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy un pecador o el acto de contrición.

6. El sacerdote pronuncia las palabras de la absolución. Cuando escuches las palabras:”…Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS... Y DEL ESPÍRITU SANTO”, respondes: Amén.

7. Terminada la confesión, agradece al Señor su bondad y misericordia por haberte perdonado los pecados y haberte dado la gracia; cumple, lo antes posible, la penitencia y procura poner en práctica, los consejos recibidos. Si te es posible haz una oración por el sacerdote que te ha confesado.

EL SACERDOTE... TESTIGO DE LA MISERICORDIA

domingo, 19 de junio de 2016

«DÍA DEL PADRE»... Una reflexión en torno a los valores de la paternidad responsable


La celebración del «DÍA DEL PADRE»  nació en Estados Unidos de la gratitud de una hija, Sonora Smart Dodd, hacia su padre, el veterano de la guerra civil Henry Jackson Smart. La esposa de Henry falleció al dar a luz a su sexto hijo y él cuidó y educó a sus hijos sin ayuda y con todo el cariño del mundo en una granja del estado de Washington. A Sonora se le ocurrió la idea de celebrar el Día del Padre mientras escuchaba un sermón del Día de las Madres en 1909. Al principio propuso el 5 de junio, fecha del cumpleaños del señor Smart, pero la elección de la fecha no prosperó. En 1924 el presidente Calvin Coolidge apoyó la idea de establecer un día nacional del padre, y en 1966 el presidente Lyndon Johnson firmó una proclamación que declaraba el tercer domingo de junio como el Día del Padre en Estados Unidos. 

La celebración se extendió rápidamente a Europa, América Latina, Asia y África como una manera de homenajear a los padres y reconocer su papel en la crianza y la educación de sus hijos. Así, el día de hoy, en muchos países se celebra el día del padre. Aunque también hay otras fechas, como por ejemplo España, que lo celebra el 19 de marzo en honor de san José; Rusia eligió el 23 de febrero, Día de los defensores de la Patria y Rumania el segundo domingo de mayo o Australia y Nueva Zelanda, el primer domingo de septiembre.

Sea cual sea la fecha, lo importante es que existe un día especial para recordar a los papás cuánto les queremos, cuánto les estamos agradecidos por su amor y cuánto admiramos su entrega. Generalmente esta fiesta se celebra en familia con una comida en la que en mi tierra regiomontana, sí... es el papá quien termina haciendo la carne asada del festejo, pero eso a muchos , como a mi hermano Eduardo, que es papá y hermano.. ¡les llena de felicidad! 

Felicito a mi papá don Alfredo, a Lalo mi hermano y a todos los papás del mundo entero, rezo por los que ya han sido llamados a la casa del cielo y comparto con todos esta reflexión con cinco cualidades sobre lo que queremos y necesitamos encontrar en todo papá en torno a los valores de la paternidad responsable.

1. Un hombre que nos regale la figura paterna que tanto se necesita.

Pese a la gran cantidad de personas que creen que la imagen paterna no es importante para la crianza de los hijos varones, debo decir, como hombre, como hijo y como sacerdote, que no existe una posición más equivocada que esa. Todo hijo necesita identificarse con alguien de su mismo género, pues de ahí parte la construcción de su propia identidad. 

Una de las mayores expectativas en la educación de los hijos es ayudarles a formar una imagen positiva de sí mismos. Sentirse capaces, experimentarse como seres valiosos, competentes y merecedores de logros. Todo eso es básico para formar una personalidad sana y equilibrada.

Numerosos estudios concluyen que la presencia activa y estable de una figura paterna tiene un gran impacto sobre la formación de la autoestima de los hijos, porque satisface necesidades psicológicas profundas de los niños y adolescentes, que responden a tres preguntas fundamentales: ¿Quién soy?, ¿a qué pertenezco? y ¿de qué soy capaz? Por eso es tan importante que en estos tiempos de tanta confusión de valores haya siempre una figura paterna que a veces ha de ser el abuelo, un tío o un tutor. Por más que las sociedades de convivencia diversas la matrimonio quieran imperar o imponer estilos de vida... La figura paterna será siempre necesaria y, en el fondo, eso todo mundo lo sabe.

Dice el Papa Francisco: “Toda familia necesita un padre. Un padre que no se vanaglorie de que su hijo sea como él, sino que se alegre de que aprenda la rectitud y la sensatez que es lo que cuenta en la vida. Esto será la mejor herencia que podrá transmitir al hijo y se sentirá henchido de gozo cuando vea que la ha recibido y aprovechado” (4 de febrero de 2015).

2. Un hijo comprometido que sea reflejo del amor de Dios.

Todo niño necesita abrazos, caricias, juegos, atención de parte del papá. El amor tiene muchas maneras de ser expresado y el niño necesita saber que es amado por Dios y por sus semejantes, entre los cuales el primero debe ser el papá. Un papá debe ser para sus hijos reflejo del amor del Padre expresándose a la vez siempre agradecido por el regalo de haber tenido un padre que lo trajo al mundo. Así, esta tarea constituye unas de las principales misiones pastorales de todo hombre que fue llamado por Dios a vivir la vocación de engendrar vida. Y ser un reflejo del amor de Dios implica, junto con la transmisión de la Fe, ofrecer a los hijos un modelo que les dé una clara referencia para desarrollarse en una cultura de vida cristiana en medio de un mundo que se deja llevar por modas y maneras de pensar ajenas a los principios de nuestra fe. Todo padre de familia debe estar lleno de gestos que inviten a adentrarse en la oración personal y familiar, al diálogo continuo, a perdonar y dejarse perdonar, a estar atento a las alegrías y tristezas de los otros, a ser moderado, a tener buenos modales, a animarse a jugarse la vida con convicción por lo que se cree, entre otras cosas. Se trata de un modelo que eduque, en toda su dimensión axiológica, a vivir en un amor encarnado que anima y sostiene para desarrollarse en la sociedad con la impronta que brinda una identidad católica bien definida y de sana espiritualidad. El papá lleva al hijo a Misa, lo acompaña a frecuentar los sacramentos, le pone el ejemplo para confesarse, para pasar a comulgar, para rezar a «Papá Dios» con devoción y para amar a la Virgen María con sencillez.  

El Papa emérito Benedicto XVI dice: “La referencia a la figura paterna ayuda por lo tanto a comprender algo del amor de Dios, que sin embargo permanece aún infinitamente más grande, más fiel, más completo que el de cualquier hombre”. Qué desafío y compromiso para cada papá ayudar a sus hijos a «comprender algo del amor de Dios».

3. Un educador en los valores del Reino.

Desde que un hombre elige ser papá, adquiere el compromiso de enseñar. La familia es la primera escuela de la fe de un niño, es la «Iglesia Doméstica» en la que los padres se convierten en los primeros maestros y catequistas de los hijos. De papá, uno aprende respeto, honestidad, la virtud del trabajo, la virtud de la paciencia. De papá uno aprende a hacer la caridad, lo que es la lealtad y muchas más lecciones que nadie más va a poder enseñar. Así que todo varón digno llamado a esta vocación debe cuidar cómo se relaciona con su esposa, hijos y demás familiares, porque sus pequeños imitadores lo están observando de manera celosa como un héroe digno de imitar. El niño observará desde un inicio la manera como el padre enfrenta el día a día con sus triunfos y sus fracasos. Ve cómo, pese a la enfermedad o la inclemencia del clima, su padre le pone la cara a la vida. También se da cuenta cómo su héroe hace respetar y valer a su núcleo familiar, así que toma a su padre como un súper héroe digno de admirar. Es papá quien debe enseñar cosas tan importantes, como el cumplir la voluntad de Dios en todo momento pasando por el mundo haciendo el bien  agradando al Padre Dios. 

El Papa San Juan Pablo II decía: "Ayuden a sus hijos a salir al encuentro de Jesús, para conocerlo mejor y para seguirlo, entre las tentaciones a las que están continuamente expuestos, sobre el camino que lleva a la auténtica felicidad" (Familiaris Consortio).

4. Un forjador de carácter y disciplina en la vida.

Que Jesús le haya dicho en Getsemaní Abbá –que significa «querido papá» a Dios Padre, en un contexto en que denominar así al Altísimo era algo sumamente revolucionario, en rigor, fue porque vivió una experiencia muy cálida del amor que puede dar un papá cuando está cerca de sus hijos. 
Si un padre ama a su hijo, forjará su carácter, estará al tanto de su camino y antes que sea demasiado tarde lo corregirá cuando cometa algún error. Es deber de un padre forjar a su hijo, para que cuando él ya esté grande, sea un excelente hombre y un buen ejemplo para sus propios hijos biológicos o espirituales, como en el caso de los llamados a la vida célibe.

Todos sabemos que toca al padre impartir disciplina con más firmeza que la madre (los niños perciben inconscientemente a su padre como una figura con mayor autoridad). Si esta se ejerce de manera equilibrada, los hijos asimilan claramente las normas de comportamiento, tienen más autocontrol y tolerancia y sobrellevan mejor la frustración. Cuando el papá toma tiempo suficiente para hablar y escuchar a sus hijos y está conectados emocionalmente con ellos, estos se sienten valorados, importantes y tenidos en cuenta, y experimentan una sensación percibida de apoyo y soporte. El Papa Francisco al respecto dice: “El padre trata de enseñarle lo que el hijo aún no sabe: corregir los errores que aún no ve, orientar su corazón, protegerlo en el desánimo y la dificultad. Todo ello con cercanía, con dulzura y con una firmeza que no humilla" (Ibídem).

5. Un amigo que ayuda a crecer en la libertad.

Dicen muchísimos estudios psicológicos que el hombre es más pragmático que la mujer y va más a lo seguro, por eso es necesario que el papá, en la familia, se muestre como un hombre libre que no vacila al tomar una decisión. Al actuar así, en la libertad de los hijos de Dios, le da a su hijo una enseñanza valiosa que le permitirá elegir sin dudar en los momentos más importantes de su vida. Con el buen uso de la libertad, el padre de familia enseña a afrontar las dificultades de la vida eligiendo siempre la mejor solución. Al darle las herramientas mediante una buena crianza y ejemplo, el papá podrá darle al hijo la libertad de elegir su propio camino pero con buenas bases. Un padre responsable y libre sabe enseñar a su hijo desde pequeño diferentes labores; ejemplo de eso puede ser el pedirle lavar el carro familiar de vez en cuando, tender su cama, arreglar su cuarto y tantas otras labores que le hagan libre. ¡Claro!, esto sin exigir al niño más de lo que sea capaz de dar, según su edad y habilidades; de lo contrario, dependerá del padre hasta para elegir qué ropa vestir cuando sea adulto. No importa cuántas veces el hijo se equivoque, con la guía y disciplina paterna le irá mostrando los diferentes caminos de la vida y las elecciones sabias que puede y debe hacer para ser feliz y hacer felices a los demás.

Dice el Papa Francisco: "La parábola evangélica del Hijo pródigo nos muestra al padre que espera en la puerta de casa el retorno del hijo que se equivocó. Sabe esperar, sabe perdonar, sabe corregir” (Ibídem).

Tantas cosas más que se pudieran decir en torno a la figura del papá. Yo, por mi parte, le agradezco infinitamente a Dios por el padre que me ha dado. Al escribir cada parte de esta pequeña reflexión no he podido de dejar de pensar en él, ahora un hombre de 82 años que sigue brindando al mundo el gozo de su paternidad biológica y espiritual porque un buen papá nunca dejará de serlo, pero cuando un hijo ya es adulto y bastante adulto como yo, gozamos al papá como un amigo cercano, muy cercano en quien confiamos y compartimos experiencias reconstruyendo recuerdos maravillosos.

Por más que el mundo con sus ideas raras y grotescas diga lo contrario y quiera demostrarlo, yo cree firmemente que todo hijo necesitará siempre de esta figura paterna como ejemplo a seguir. 

Si tú has sido bendecido con esta vocación de traer a uno o más hijos a esta vida... ¡Vívela intensamente! Y si como a mí, nos ha pedido el Señor vivir una paternidad espiritual... ¡Busca siempre compartir el gozo de tu figura paterna sobre todo a quien lo necesita!

No dejo de pensar en los papás que ya han sido llamados a la presencia de Dios. El libro del Apocalipsis nos enseña: «Bienaventurados los que mueren en el Señor» (Ap 21,4). ¡Qué fiesta hará el Padre Celestial al recibir a quien se esforzó en su vida por ser una copia fiel de su paternidad! Dales Señor el descanso eterno y brille para ellos la Luz Perpetua. Dales descanso de las luchas y fatigas de esta vida en que vivieron con gozo su paternidad de una manera responsable; brille para ellos la luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias. La luz total de contemplar la gloria de Papá Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno.

¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.