miércoles, 27 de agosto de 2014

HACIA EL SÍNODO EXTRAORDINARIO DE LA FAMILIA...

Como todos sabemos, el Papa Francisco convocó a la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos que se celebrará del 5 al 19 de octubre de este año bajo el lema «Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización».

Se ha presentado ya el "Instrumentum Laboris" (Material de estudio para el Sínodo) que será analizado por los obispos durante este Sínodo a fin de responder a los nuevos desafíos de la familia actual.

Con este artículo, quiero dar mi pequeña aportación para irnos adentrando en el tema. Primero hago un resumen de lo que trata el "Instrumentum Laboris" y luego comparto algunos de mis puntos de vista sobre la familia hoy.

El material a estudiar se divide en tres partes:

La primera parte está dedicada al Evangelio de la familia, el plan de Dios, el conocimiento bíblico, magisterial y la recepción de la ley natural y de la vocación del ser humano. 

La segunda parte afronta los desafíos pastorales inherentes a la familia, como la crisis de la fe, las situaciones críticas internas, las presiones externas y otros problemas, como las situaciones pastorales difíciles que tienen que ver con las parejas que viven juntas y las parejas de hecho, los separados, los divorciados, los divorciados vueltos a casar y sus hijos, las madres adolescentes, los que se encuentran en condiciones de irregularidad canónica y los que piden el matrimonio sin ser creyentes o practicantes. 

Se ve, en todo este material, como la Iglesia desea encontrar soluciones compatibles con su enseñanza, que conduzcan a una vida serena y reconciliada, contemplando incluso la necesidad de simplificar y acelerar los procedimientos judiciales de nulidad matrimonial. Se habla de la propuesta de cursos de formación al matrimonio más bien desarrollados y de la necesidad de hacer un seguimiento al matrimonio después de la boda. 

La tercera parte de este documento presenta temáticas relativas a la apertura a la vida, sugerencias pastorales, la praxis sacramental y la promoción de una mentalidad abierta a la vida. Se habla también de la responsabilidad educativa de los padres de familia.

Ahora mi aportación:

Son muchos los que desde hace años, más o menos angustiados o con tono de burla; con incertidumbre o confianza en Dios, con temor del futuro o buscando caminos, se preguntan por el sentido y el destino, que en el futuro puedan tener el amor humano, el matrimonio y la familia en el mundo.

Los problemas conyugales y su contorno inciden hoy con insistencia en el primer plano de noticias y novelas, basta pensar en las tan populares novelas mexicanas, en donde la familia se ve muy golpeada. Hay un creciente contraste entre los valores que propone la Iglesia sobre el matrimonio y la familia y la situación social y cultural diversificada en todo el planeta y promovida en los medios de comunicación (Cf. Instrumentum Laboris 15)..

La familia es un don de Dios y la Iglesia ha sido siempre fiel custodia de la familia consciente de que toda familia difiere de las demás familias de la misma manera en que difiere toda impresión digital, toda personalidad o todo rostro. 

Desde que un niño va tomando uso de razón y se acerca a la catequesis, ya sea realizada por sus padres o por una institución, le queda claro que Dios no solamente ha establecido la unión del hombre y la mujer como una ley, sino que hace una llamada al amor. A lo largo de los siglos, la Iglesia no ha dejado de ofrecer su enseñanza constante sobre el matrimonio y la familia (Cfr. Instrumentum Laboris 4). 

Según la experiencia de todos los pueblos, un hecho es bien evidente: la familia se funda en el matrimonio, unión de amor de comunión profunda entre el varón y la mujer. Este hecho, aunque muchos no lo vean claramente, ha sido el proyecto de Dios. Desde la creación, al haber creado la historia como tiempo y espacio para el encuentro con el hombre, decidió la creación de la mujer para que el hombre no fuera un solitario en el mundo (Cfr. Instrumentum Laboris 1).

Desde esta perspectiva bíblica es fácil comprender la importancia que tiene el amor entre la pareja para la constitución de la familia. No puede haber nada más contrario a la concepción cristiana del matrimonio que entender el amor como un valor secundario o accidental en la dinámica del matrimonio.

A veces se escucha decir: “Lo primero son los hijos”, y muchos  han entendido este principio, como si el amor del que los hijos son fruto importara poco, como si la comunión entre los esposos quedara desvalorizada y marginada ante la fecundidad y hubiera que entender la institución matrimonial sólo como una institución reproductora. El amor entre los esposos debe ser considerado como la “causa y razón primera” de la familia. También desde el Génesis, Dios “los bendijo y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra”.  El proyecto de Dios al instituir el matrimonio como origen de la familia, es un proyecto de amor y fecundidad otro (cfr. Gen 1,24-31; 2,4b-25).

Cuando Cristo eleva a sacramento la dignidad del matrimonio, la relación entre los esposos cristianos adquiere una nueva significación, representa la unión amorosa entre Cristo y la Iglesia que engendra un pueblo(cfr. Ef5,31-32).  Los esposos representan a Cristo y a la Iglesia y su alianza conyugal representa una alianza superior: la que Dios ha hecho con su Pueblo y cuya máxima expresión ha sido el amor demostrado por Cristo con su Iglesia en el sacrificio de la Cruz. Amándose de esta manera, los esposos se santifican y superan la fragilidad y la pobreza del amor humano. Esta es la gracia, este es el “don” del sacramento que engendra la familia (Cfr. Instrumentum Laboris 3).

Hoy hay un problema muy grave, cada día son más las parejas que llegan al matrimonio tomándolo como una opción apasionada o como un contrato de intereses. Para algunos el matrimonio eclesiástico es solamente un conjunto de trámites eclesiales para quedar bien con los demás. Muchas parejas desde antes de casarse, empiezan a tomar los populares anticonceptivos, porque quieren esperarse... ¿esperarse a qué?... ¿qué no se trata de una opción de fe para hacer fecundo el amor en una familia?... ¿qué la realización del matrimonio no está dentro de la vivencia del núcleo familiar? (Cfr. Instrumentum Laboris 129).

Tal vez todo esto responda a tantas cuestiones de infidelidad, no solamente de parte del hombre, como era lo tradicional, sino que ahora de parte de la mujer, que haciendo a un lado las entrañas de madre es capaz de abandonar a los hijos y dejarlo todo por lo que llama “un verdadero amor”. El hombre y la mujer modernos se han dejado influenciar por la idea del “amor libre” que ve en la unión matrimonial no más que un yugo insoportable al que se une el peso de los hijos.

Según la tradición cristiana del matrimonio es indisociable, la fecundidad, ensalzada en la Sagrada Escritura como bendición de Dios. La Iglesia siempre ha enseñado que el amor de los esposos ha de ser un amor fecundo. La familia no es solamente un instrumento de socorro, ni mucho menos una inversión que los padres hacen en los hijos para después cobrar con intereses, es ante todo, una comunidad creadora que se reconoce como “don” de Dios (Cfr. Instrumentum Laboris 122). No quiero decir con esto que la fecundidad de los esposos o el cumplimiento pleno de su matrimonio, o la perfección de la familia se mida sin más por el “número” de hijos. Los esposos cristianos han de cumplir su deber de ser fecundos, actualizando una paternidad responsable que no se deja llevar solamente por el instinto ciego de la reproducción o del placer, sino que se guía por la luz de la razón humana, atendiendo a que “ser padres” no supone solamente engendrar, sino también educar humana y espiritualmente a una persona, dos, tres o más (Cfr. Instrumentum Laboris 3). Desde la más antigua tradición católica, la familia ha sido llamada: “pequeña Iglesia” o “Iglesia doméstica”.

Todo hombre, con una que otra excepción, convive en el seno de una familia. Este es un hecho primordial que no podemos perder de vista. La familia es la célula primera y vital de la sociedad. “La familia es el núcleo para el desarrollo del hombre”,   es formada de personas, allí el individuo nace a la vida y va conociendo las realidades que envuelven su misma vida. La familia es el medio de transformación de la persona y allí va aprendiendo todo, o casi todo. En la familia se van desarrollando las ideas que forman el pensamiento de las personas que integran una sociedad (Todo el Capítulo II del Instrumentum Laboris trata este tema).

La familia en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Actualmente la dignidad de esta institución no brilla en todas partes con el mismo esplendor,  porque vemos la realidad que nos rodea de familias desintegradas por el egoísmo, por el alcohol, por las sectas )Cfr. Instrumentum Laboris 68).

En torno a esto, podemos decir que hay una gran inquietud de padres de familia, maestros, políticos, sacerdotes, religiosos, de comprender y solucionar la cantidad tan grande de problemas que enfrenta la familia de hoy. Basta ver la gran cantidad de literatura al respecto. Se dan conferencias, se hacen debates, se escuchan conferencias, pero a menudo se nos olvida que siendo la familia un don de Dios hemos de recurrir a Él.

Quizá uno de los retos más difíciles para la familia hoy, sea aquella de la formación de los hijos sobre todo al llegar a la adolescencia. Es importante recalcar que es de por sí una etapa de cambios difíciles para ellos y que quieran sentirse acogidos en su casa, comprendidos, queridos. Los padres y los hijos son generaciones diferentes. Los padres saben, al igual que los hijos, que la familia es una escuela de virtudes, de valores morales, pero, esos valores.... ¿son los mismos para los padres y los hijos?

Tenemos cantidad de hijos adolescentes que han pasado más horas frente a la televisión y a Internet que frente a sus padres. Con la televisión no se puede dialogar, ni tampoco con los juegos más electrónicos ya programados. ¿Cómo se inculca en casa el valor del diálogo? ¿Qué momentos se buscan? ¿Será necesario que papá o mamá se den tiempo para hablar en la televisión o que salgan en alguno de los juegos cibernéticos? A esto hay que añadir que en México existe una verdadera colección de programas de ínfima calidad en la T.V. y en la radio que no ayudan al crecimiento o integración de la persona. Por otra parte un gran problema es que el nivel de estudios de los hijos ha superado a los papás y casi casi hay que volver a estudiar con ellos la primaria y la secundaria, pues multiplican de otra forma o componen las frases de la oración de forma diversa. ¿Cuánto se han capacitado hoy los padres de familia para dar respuestas a sus hijos?

Los muchachos quisieran encontrar un hogar cuando llegan del colegio... Primero, los recibe la servidumbre, a quien le tienen ya más confianza, mamá está ocupadísima y llegó con un pollo rostizado para comer que rapidito mete al micro y ya está, una sopita de lata y una gelatina de la tienda.... ¿No será que está preparando al adolescente para después comer más rico en la universidad? ¿No lo estarán llevando a decir: ¿para qué voy a casa? Por otra parte, se ve la falta frecuente de leyes que tutelen a la familia en el ámbito del trabajo y, en particular, a la mujer-madre trabajadora (Cfr. Instrumentum Laboris 71).. Mucho se habla de los adolescentes y de los jóvenes; de las maldades que cometen, de que no saben comprender y obedecer, pero ¿será toda la culpa de ellos?, ¿alguno de nosotros no fue adolescente?

Por otra parte, si la familia es un don de Dios... ¿qué Dios es el que infundes en ellos? ¿el Dios de amor o el Dios de temor?, ¿cómo se hace presente a Dios en la casa?, ¿cómo se continúa la clase de valores que reciben en el colegio?, ¿qué te ven a ti hacer o decir?, ¿cuando están cerca de los padres y están hablando por teléfono, qué escuchan los hijos? 

Eso sí, en la sociedad de hoy, al muchachito o a la niña se le compra todo lo que quieren, parece que muchas familias tuvieran una especie de convenio transitorio en función de la satisfacción individual, y todos los miembros de la familia van cayendo en la trampa de satisfacer y satisfacer para estar al último grito de la moda en todo. El consumismo tiene fuertes consecuencias sobre la calidad de las relaciones familiares, centradas cada vez más en “tener” en lugar que en “ser” (Cfr. Instrumentum Laboris 74).

¡Que desafíos tan grandes para la familia hoy!... Creo que en la familia actual se necesitan más padres empeñados que preocupados, que sepan recurrir a Dios para pedirle luz, esa luz que los lleve a dialogar, a convivir con sus hijos, a darles tiempo, a comprometerse. Ya si los hijos no quieren enderezar sus pasos, eso es otra cosa, pero que no quede en el corazón del padre o de la madre la certeza de que pudo haber hecho más. "El método de transmisión de la fe no muta en el tiempo, aunque se adapte a las circunstancias: camino de santificación de la pareja; oración personal y familiar; escucha de la Palabra y testimonio de la caridad. Donde se vive este estilo de vida, la transmisión de la fe está asegurada, aunque los hijos estén sometidos a presiones de signo opuesto" (Intrumentum Laboris 134).

Desde una visión de la familia como don de Dios hay que crear nuevos espacios en la familia para el tiempo de hoy. ¿Qué será más importante, comprar carro nuevo, estrenar sala o gastar en la formsción e integración de la familia? Son muchos los niños y jovencitos que están acostumbrados a oír: ¡para eso no  hay dinero!, aún viviendo en la cultura del derroche. Benditos los padres y madre de familia que destinan gran parte de su presupuesto a la educación cristiana de sus hijos, así hay que gastar todo lo que se deba, aunque se deba todo lo que gaste. Dios proveerá.

¿Cómo se podrá ganar un padre y una madre el amor, la piedad, la gratitud y el respeto de sus hijos? Hay una sentencia muy antigua que dice: “Al niño se le impone, al muchacho se le propone, al joven se le expone”. En la familia, don de Dios, los padres deben ir creciendo junto con los hijos. Muy atinadamente, Santo Tomás de Aquino, ese gran hombre de la Iglesia, hablando al respecto dice: “Para la educación de los hijos se requiere no solamente la solicitud de la madre que alimenta al hijo, sino mucho más todavía la solidaridad del padre, que debe formarle, y defenderle, y hacer que crezca en bienes interiores y exteriores” . La Iglesia actual secunda esto y hace responsable de la educación de los hijos, tanto al padre, como a la madre (Cfr. Instrumentum Laboris 133 y 134).

En la familia, actual, no valen las reglas de siempre. La familia está cambiando con rapidez y profundidad y de sus mismos miembros depende hacia donde se orienta y por eso no tenemos otra referencia, que Dios mismo, para orientar la familia. Entre los cambios más sobresaleintes está el progreso tecnológico que e"s un desafío global para la familia, en cuyo seno causa rápidos cambios de vida respecto a los valores, las relaciones y los equilibrios internos. Los puntos críticos surgen, por tanto, con más evidencia donde en familia falta una educación adecuada al uso de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías" (Instrumentum Laboris 69).

Imposible agotar el tema, esto ha sido un querer cuestionar y provocar una tarea para prepararse a este Sínodo Extraordinario leyendo el Instrumentum Laboris. En 1920 un pensador de la época, de apellido Lunachasky, declaró varias veces: “Nuestro problema de ahora es terminar con la familia y liberar a las mujeres del cuidado de los niños”... Hay quienes se dejaron seducir por aquello y ahora vemos las consecuencias. Sin embargo, sabemos que la familia es un don de Dios y seguirá siendo en el futuro la célula fundamental de la sociedad, aunque aparezcan formas o se adopten posturas contrarias. Yo creo y estoy convencido de que con padres y madres bien formados, la familia persistirá en el futuro. Este Sínodo extraordinario nos ofrecerá tres grandes ámbitos sobre los cuales la Iglesia desea desarrollar el debate para llegar a indicaciones que respondan a los nuevos desafíos: el Evangelio de la familia que hay que proponer en las circunstancias actuales; la pastoral familiar que hay que profundizar frente a los nuevos desafíos; la relación generativa y educativa de los padres respecto de los hijos (Cfr. Instrumentum Laboris 158).

Invito, especialmente a los padres y madres de familia, a leer el Instrumentum Laboris y a voltear sus miradas hacia sus hogares tratando de invertir siempre, el máximo esfuerzo en la formación de su familia, en ese don de Dios tan valioso que Dios les ha dado. Que cada uno descubra el tesoro tan valioso que hay en este don. Que al terminar de leer estas líneas y luego de la oración propuesta en el Instrumentum Laboris, vean su familia y contemplen aquella familia de Nazaret... Hay mucho que hacer, nada está perdido.

San Juan XIII, aquel Papa que tuvo tanto cariño a su familia. expresó alguna vez, respecto a su propia familia “A mi querida familia de aquí abajo, de la que yo no he recibido ninguna riqueza material, no puedo dejarles más que una muy grande y especial bendición, invitándoles a permanecer en el temor de Dios, que la ha hecho tan querida, pese a su modestia, y de la que nunca he tenido que avergonzarme”.

El Papa Francisco nos propone esta oración por la familia:


Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén.


P. Alfredo Leonel G. Delgado Rangel,
M.C.I.U.

lunes, 25 de agosto de 2014

El Vanclarista, su ideal y el diálogo con Cristo…

“Van-Clar” es un un grupo que conduce siempre a cada miembro a tener experiencia profunda de amistad con Jesús como discípulo-misionero desde su condición de seglar y con la valiosa ayuda del espíritu y espiritualidad de la Beata María Inés Tersa del Santísimo Sacramento, su fundadora.

Las cartas y escritos de la beata, marcan la pauta a seguir para llegar a ser lo que ella misma esperaba de un Vanclarista: “llenos de fervor, de fuego juvenil, de anhelos de pureza, de sacrificio, de abnegación”. Nuestra Madre la beata María Inés, espera de los Vanclaristas laicos “dirigentes”, como fermento del Evangelio en medio del mundo, que sepan “ante todos dar testimonio de Cristo con una vida recta, limpia… un grupo que de veras se entregue al servicio de Dios y del prójimo” decía ella con entusiasmo.

En los Últimos meses ha sido muy considerable el incremento de aspirantes y prevanclaristas que han llegado a engrosar las filas de los diversos grupos alrededor del mundo. Hoy quiero invitarlos a hacer un alto en el caminar y detenerse a reflexionar en una cosa que expreso tomando textualmente unas palabras de Mons. Juan Esquerda Bifet en su libro sobre Van-Clar “VEN Y VERAS”: «Si “VIVIR PARA CRISTO” es el lema del Vanclarista, ese vivir no sería auténtico sin una fuerte experiencia de Cristo, en diálogo con Él, escondido en la Eucaristía y en el Evangelio, esperando en el corazón de cada hermano.»

Un Vanclarista es una persona que se tiene que dejar poseer por el Amor de Dios. La Iglesia los necesita así: “La Iglesia necesita de estos elementos juveniles y aún de mayor edad, para sembrar el bien por todas partes por donde pasen, asemejándose así a su Divino Maestro que: PASÓ POR EL MUNDO HACIENDO EL BIEN…” (Carta de la beata María Inés a Van-Clar en 1973). Cada uno de nosotros —lo sabemos perfectamente— ocupa un lugar muy importante en el Corazón de Dios, somos únicos e irrepetibles, no hay nadie como yo. ¡Ni siquiera los gemelos idénticos son iguales!, hay algo que los hace distintos. Para Dios, cada uno de nosotros somos un amigo como no hay otro. Para anunciar a Cristo como Misioneros hay que ser primero amigos de Él, es así que el primer paso que ha de dar un laico que llega a este grupo, es hacerse amigo de Dios. Muchos jovencitos de hoy en día y, en general, muchas personas, piensan que es imposible establecer una amistad con Dios. Dios nos invita como Amigo a experimentar su amor amándole a El y a nuestros Hermanos.

Un laico que llega a cualquier grupo de Van-Clar, debe hacer crecer en él lo que llamamos «Espiritualidad», que es el camino que se ha de recorrer para cumplir la Voluntad de Dios como amigo suyo. Los santos, para mucha gente, han pasado de moda junto con palabras como esta de espiritualidad. Hay muchos jóvenes e incluso adultos que piensan que estas son cosas del pasado, da la impresión de que algunas palabras no las quisieran ni escuchar porque estorban a la vida de la sociedad de hoy: rezar, moral, confesarse, virginidad, rosario, espiritualidad y otras más. Sin espiritualidad ningún creyente puede vivir. ¨Sin un camino, ¿será posible llegar a alguna parte?…

La Espiritualidad nos debe mover a querer estar con Jesús, que es quien nos ha llamado a ser misioneros. Dice Nuestra Madre la beata María Inés en una de sus cartas a Van-Clar: “Como quisiera que todos mis Vanclaristas se actuaran muy bien de su gran responsabilidad de almas de apóstoles, especialmente llamadas a estar con el Señor. Estando muy unidos a El, cuánto bien aún sin sentirlo, sin saberlo irán sembrando, y predicando a sus compañeros de estudios, de trabajo, de oficina, de viaje, etc. etc.”.

Dios sale al encuentro de cada Vanclarista, nuestro Señor quiere abrir a cada uno los brazos de su amistad, El está deseoso de tener amigos y tiene cosas especiales reservadas para ellos que quizá los que van por el camino de la mediocridad no entienden. No hay razón alguna que valga para que un Vanclarista se aparte de esta amistad con Dios. Los grupos de Van-Clar han crecido, pero no debemos ver solamente el número, debemos preguntarnos ahora: ¨Ha crecido junto con eso nuestra espiritualidad? ¨Se ha hecho más grande nuestro deseo de ser amigos de Dios? ¿Hemos sabido sacar provecho de este amor de predilección que Dios nos tiene? ¿Nos hemos hecho más amigos de su Madre Sant¡sima? ¿Hemos recorrido la vida en Vanclar solos o con el Señor?

A mi siempre me ha impresionado abrir la Escritura y volver a leer una y otra vez los pasajes en los que Jesús llama: Jn 1,46; Jn 1,39; Mc 3,13-14;Jn 1,43; Jn 15,16; Mt 9,13; Mt 4,19; Mt 8, 22; Mt 9,9 y muchos textos más. La llamada de Cristo sigue resonando en muchos corazones, pero el riesgo de hoy sigue siendo el mismo que en tiempos del Maestro, cuando aquel joven rico no valoró la mirada de amor que Jesús le dirigió y se marchó lleno de tristeza apegado a sus riquezas (Mc 10,21-22). Veo con tristeza, que son muchos hombres y mujeres de hoy que se quieren quedar apegados a sus cosas y no se lanzan a responder a Cristo, y ya no digo a una vida de consagración en la vida sacerdotal y religiosa, a la que de por sí muchos ven como algo ajeno o… ¡peligroso!, sino que ni siquiera se ve en algunos miembros de la Iglesia el deseo de responder a una vida cristiana en el mundo. Nuestra Madre la beata María Inés, quería que el Vanclarista fuera el brazo derecho de los consagrados de nuestra Familia Inesiana. ¿Se podrá ser brazo derecho sin espiritualidad?

Van-Clar ofrece un gran regalo de Dios al laico de hoy, la posibilidad de compartir la vida con Cristo, la posibilidad de vivir la vida en Cristo, la posibilidad de entregar la vida por Cristo. La espiritualidad ayuda al Vanclarista a caminar en la búsqueda de la realización de su opción fundamental. Esa opción es aquello que nos hace pensar cosas como esta: ¿Qué vine a buscar a Van-Clar? ¿Qué es lo que espero del grupo? ¿Qué es lo que yo puedo dar? No hay nada que pueda destruir tanto nuestra vida, dice San Juan Crisóstomo —un gran santo en la Iglesia— como el ir dejando las buenas obras para hacerlas más adelante, porque esto hace muchas veces que perdamos todos los bienes, los buenos deseos, los anhelos. Hay que desterrar de nuestra mente y de nuestro corazón esa frase tan común dque se escucha seguido: «Mañana empiezo».

Todo cristiano, por el hecho de ser bautizado, está llamado a ser santo, aquí no se le hacen descuentos o rebajas a nadie. La espiritualidad es el camino que nos irá formando en esa carrera de la santidad. Dice Mons. Esquerda en el librito que ya mencioné: “Con personas entregadas, aunque sean limitadas y pobres, Van-Clar puede hacer mucho para amar y hacer amar a Cristo y a la Iglesia. Con pesos muertos, Van-Clar se reduciría a un taller de reparaciones o, peor aún, a un museo de antigüedades o de cacharros inútiles. Pero cuando uno reconoce su realidad y quiere empezar de nuevo, entonces se recupera el tono del seguimiento evangélico en el corazón y en el grupo”.

La vida de un grupo, en todos sus aspectos, siempre ser un reflejo de la vida de las personas que la integran. Si nosotros vemos que el grupo de Van-Clar marcha bien, que hay armonía, que hay generosidad, cooperación, fidelidad, es que estos valores se están viviendo en cada uno, pero si acaso hubiera discordias, rivalidades, falta de seriedad en las relaciones fraternas, cazanovios y tumbanovias…. ¿qué hay entonces en el corazón de cada uno? La Escritura es clara, “donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mt 6,21), “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.” (Mc 7, 15).

Hermanos y hermanas Vanclaristas, necesitamos espiritualidad, necesitamos recorrer este camino para, como dice Nuestra Madre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: “VIVIR PARA CRISTO, sanando el ambiente con el «buen olor» de Cristo, con el perfume de las virtudes cristianas” (Cta. a Van-Clar). ¿Qué nos faltará algunas veces? Sin duda, ponernos a caminar, amar sin medida, coraje para vivir esa espiritualidad que nos debe sostener, deseo ardiente que haga que nuestra vida no se diluya y termine vacía, perdida en medio de las rivalidades y discordias de la sociedad en que vivimos. La Espiritualidad debe impregnar la vida diaria del Vanclarista y esta espiritualidad se expresa, como dice san Juan Pablo II en la Redemptoris Missio: “Viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo. No se puede dar testimonio de Cristo sin reflejar su imagen, la cual se hace viva en nosotros por la gracia y por obra del Esp¡ritu”. (R.Mi. 87).

El Espíritu del Vanclarista es Misionero por excelencia, está plasmado en una espiritualidad que nos ha dejado Nuestra Madre Fundadora y que es Eucarística, Sacerdotal, Mariana y Misionera vivida en la alegre entrega. Siguiendo el camino de la espiritualidad, el Vanclarista se va formando un ideal, un ideal que es una aspiración suprema. Para terminar este mal hilvanado artículo, quisiera que escucháramos a Nuestra Madre la beata María Inés hablar del ideal: “Tengo para m¡, íntimamente, que el ideal es la muralla donde se estrellan las sugestiones diabólicas, es el escudo, donde rebotan las flechas enemigas, es el baluarte desde donde se ve venir con calma al enemigo, porque se está seguro”. “El ideal acrecienta las fuerzas del alma, la sostiene y robustece en sus debilidades, le hace dulce lo que es amargo, la llena de santos deseos, la inflama en el amor divino, y aquilata su celo por la salvación de las almas”. “A pesar de mis muchos defectos y faltas, mi alma está enamorada del ideal, él es, el que me ha de salvar, de corregir, de perfeccionar. En la sed ardiente que siento por la salvación de las almas, él es el que me ha de proporcionar medios y ocasiones, de renunciamientos, de vencimientos, de pequeños y ocultos sacrificios, que son las monedas con que se compran las almas para Jesús” (De sus Ejercicios Espirituales).

¿Cuál ha sido el ideal de tu vida?, ¿Haz sacrificado por él otros valores? Sí, piensa ahora, como Vanclarista: ¿Cuál es el ideal de tu vida? La unión con Dios en cuanto relación de amor: La santidad, la realización del proyecto de Dios sobre ti, el fuego de la misión, alcanzar la coherencia en la vida bajo la mirada amorosa de la Virgen María, la primera discípula-misionera, para  transformar la sociedad edificando la nueva civilización del amor.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.