martes, 29 de mayo de 2012

Coronación de María... La maternidad

Estamos por concluir el mes de mayo, mes mariano por excelencia y mes en que nuestra sociedad celebra a las madres de familia.

Quiero compartir con ustedes algunas ideas que me gustaría fueran en especial para todas las mamás que lean esto. El día 31 de mayo se corona a la Virgen Madre y sabemos que, todas las mamás, merecen junto a ella una corona.

Quiero partir para esta reflexión, del texto evangélico de san Lucas 11,27-28 en donde una mujer levanta la voz para que se oiga más que la voz de Jesús y grita a los cuatro vientos: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". Realmente un «Hijo» así... ¡Qué madre debía tener! De seguro aquella mujer pensó en lo feliz que sería si pudiera ser ella esa madre dichosa y quizá muchas mamás pusieran pensar lo mismo.

Creo que toda mamá puede sentir aquella dicha, pero si se completa el texto: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la cumplen". Sí, María es dichosa por ser la Madre de Dios pero lo es más por ser la primera que vive a la escucha de la Palabra. Ella ha escuchado la Palabra, la ha conservado en su corazón y la ha vivido profundamente. Por eso aunque durante la vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron», el Señor le responde así. Era el elogio de su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrifico escondido y silencioso de cada jornada, como suele ser la vida de cada mamá.

Jesús pasó muchos años de su vida «en familia», junto a su Madre y san José creciendo como los demás niños, desarrollándose como todo adolescente, cuestionándose y preparándose como todo joven... aprendiendo a vivir.

Bien podemos desplegar las alas de la imaginación para pensarnos la vida de María como la de toda mamá, recordando aquello que dice también el Evangelio: "Su madre conservaba todo esto en su corazón". A María, como a toda mamá, le debía hacer mucha ilusión ver a Jesús aprender a caminar, crecer y llenarse de sabiduría. Me la imagino viendo en su Hijo la capacidad de estudiar y trabajar y contemplando al mismo tiempo la proximidad que aquel joven tendría con su Padre Dios. Veo también a aquella mujer fuerte que, al cabo de treinta años de haber recibido a su pequeño, le ve partir al anuncio del Reino. La veo feliz en Caná y profundamente conmovida en el Calvario al pie de la Cruz.

María, como toda mujer que ha recibido por encargo esa vocación de ser madre, vivió profundamente identificada con las ilusiones y sufrimientos de su Hijo a quien cuidó cuando fue necesario, aceptó cuando no terminaba de entenderlo y acompañó sin ser protagonista de su vida hasta recibirlo en sus brazos bajado de la Cruz, para estrenarse desde allí en la ardua tarea de seguir siendo Madre, pero ahora de los discípulos, de los creyentes, de la Iglesia.

María es ahora coronada como Reina, pero es coronada por ser Madre, por estar atenta a la Palabra y ponerla en práctica desde su condición de dar vida. Aquella historia que comenzó en Belén cuando envolvía al pequeño en pañales, se hizo vocación de totalidad en la entrega sin condiciones. La Madre, unida con Jesús por los lazos de la sangre y de la fe, ahora queda unida con la fuerza de esos mismos lazos a cada uno de nosotros que queremos vivir la Buena Nueva que su Hijo inauguró.

Que todas las mamás se sientan coronadas en María por su "Sí" al llamado del Señor cuando Él mismo les invitó a vivir esta hermosa vocación y que todas se sientan dichosas porque buscan escuchar la Palabra para ponerla en práctica. ¡Felicidades a todas las mamás!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

sábado, 26 de mayo de 2012

Carta del Espíritu Santo a un misionero... para leer en la noche de vigilia de Pentecostés


Carta del Espíritu Santo
Querido amigo que eres discípulo y misionero:

¿Cómo te sientes? ¿Cómo te encuentras esta noche? Recibe esta sencilla carta con la que quiero hacerme más presente en tu vida para ayudarte a descubrir cómo actúo en tu corazón que quiere hacerse, como el de Jesús: pan partido para construir un mundo nuevo.

Son demasiados los cristianos que se contentan todavía con orar únicamente al Espíritu Santo cuando tienen que tomar una decisión importante... ¡O cuando tienen que pasar un examen difícil! Tú tienes un llamado especial, ¿Te encuentras entre esos que poco me invocan? ¡Qué lamentable si así fuera!... pero no lo creo, yo pienso que esta noche solamente buscas aumentar en mi gracia porque sabes perfectamente cómo actúo en tu vida ¿verdad? Si la vida cristiana merece ser llamada vida “espiritual” es por ser una vida suscitada y mantenida por el Espíritu.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, habito en ti? Eres tan hijo de Dios que el Padre te concede exactamente el mismo don que hizo a su Hijo amado. No cesa de enviarme a ti, que soy el beso perpetuo del Padre a sus hijos. Eres mi templo vivo. Por eso, debes cuidarte mucho, en todos los sentidos. Y, también debes cuidar a los demás.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te divinizo? Mi presencia en ti es dinámica, transformadora. Por mí, el Padre te hace partícipe de “la naturaleza divina” (2P 1, 4), te comunica su propia vida (Cf. Jn 3, 3-5). Esta transformación del fondo de tu ser te vuelve “gracioso” a los ojos del Padre y capaz de complacerle de verdad.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te purifico? ¿A que es verdad que necesitas renovarte, convertirte, purificarte? Porque no vives siempre como debiera vivir un amigo de María Inés Teresa, esa maravillosa mujer que ha sido apenas beatificada y que siempre actuó dejándose llevar por mí. Te purifico ayudándote a reconocer tu verdadera culpabilidad ante Dios cuando has fallado (Cf. Jn 16, 8-10). Suavizo tu corazón para que no persistas en tu orgullo cuando quieres hacer siempre tu voluntad y te llevas de encuentro lo que esté o quien esté a tu paso. Curo tus heridas y renuevo el fondo de tu corazón cuando amas poco. Los sacramentos son auténticos baños de juventud que te invitan a trabajar para que, como decía tu amada fundadora, nunca se te acabe la juventud, sino solamente se acumule en tu vida.

¿Recuerdas esta oración del Veni Creator o los cantos con que me invocan muchos?, ¿esa oración tomada de la liturgia de la Iglesia, con la que me pides: que riegue la tierra en sequía, que sane el corazón enfermo, que lave las manchas, que infunda calor de vida en el hielo, que dome el espíritu indómito, que guíe al que tuerce el sendero”.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te animo a mantener vivo el “SÍ” de tu compromiso bautismal? Estoy al principio de tu fe y de tu respuesta de amor al llamado de Cristo. Decía san Pablo a los corintios: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es en el Espíritu” (1 Cor 12, 3). También decía Jesús a sus apóstoles que nadie puede ir a Él sin que le atraiga el Padre. Es decir, sin el Espíritu que el Padre te envía para que te proyecte hacia su Hijo Jesús. Estoy al principio de tu esperanza, de tus sueños, de tus ilusiones por entregarte de lleno a la misión. Dice la Escritura: “Que sobreabunde la esperanza en vosotros por la virtud del Espíritu Santo” (Rm 15, 13). Gracias a mí puedes vivir intensamente el momento presente y afrontar y vencer las tentaciones cotidianas y frecuentes de la vanidad, el desánimo, la inquietud o la angustia que atacan la vida cristiana.

También estoy al principio de tu caridad. Gracias a mí puedes amar al Padre con todo tu corazón y ofrecerte a Él. Gracias a mí también puedes amar a Jesucristo y amar a tus hermanos, con el mismo corazón de Dios, con ese “corazón nuevo” que pides que Dios te dé. Por último, estoy al principio de tu conducta moral. Gracias a mí puedes vivir las Bienaventuranzas evangélicas. Puedes vivir algunos de estos frutos (del Espíritu Santo), de los que habla san Pablo: “amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí” (Gál 5, 22-23).

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo te ayudo a orar? Soy, de manera especialísima, el animador de tu vida de oración, porque dice en otra parte san Pablo: “nosotros no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26). Te ayudo, cuando oras, a acogerme como el don que el Padre te da por su Hijo Jesús. Entonces tu oración se vuelve apertura al amor del Padre y te dejas invadir por el río de agua viva que viene del Padre y pasa por su Hijo Jesús. Te ayudo, cuando oras, a dejarte llevar por el impulso del Hijo hacia el Padre, que te hace repetir con amor y confianza: “¡Abba! ¡Padre!”. En lo más hondo de ti me uno a tu corazón para que puedas exclamar: “¡Abba! ¡Padre!”. Te invito, al orar, que me acojas como el que viene a colmar tu corazón y a regenerarlo. Y, también como el que te lleva al Padre.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te impulso con mis dones? ¿Percibes, en el fondo de tu corazón, mi impulso? ¿Te sientes movido por mí? Dice la Palabra de Dios: “Los verdaderos hijos de Dios son aquellos que están movidos por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14). Si lo percibes y lo sientes, te darás cuenta de que ya no hace ninguna falta que remes con la fuerza de tus puños para avanzar hacia Dios: el Viento sopla las velas de tu vida. La tradición cristiana llama dones (del Espíritu Santo) a estas velas que, bien desplegadas, te permiten aprovechar plenamente mis invitaciones y sugerencias. Estos dones son, también, radares, unas antenas muy finas que te permiten captar nuevos mensajes. Antenas que funcionan tanto mejor cuando lo hacen a menudo. Eso supone que has de estar a la escucha de mis enseñanzas interiores que sólo se revelan a los corazones que son muy sencillos, que están persuadidos de no merecer nada y reconocen que todo les viene de Dios y es para darlo a los demás. El silencio de la oración te ayudará a todo esto.

¿Has tenido la experiencia, alguna vez, de que te “golpeara” algún pasaje del Evangelio con una enorme fuerza? ¿Qué pasó en ese momento? Fui yo el que hizo resonar en tu corazón esas palabras de Jesús, que tu memoria había grabado sin concederle mucha importancia. Fui yo el que provocó ese cambio profundo en tu existencia.

Si quieres crecer en la vida cristiana y quieres ser discípulo y misionero de verdad, debes dejarte invadir y transformar cada vez más por mí. Sintiéndote lleno de mí puedes lanzarte hacia Dios y hacia tus hermanos con un gran corazón dilatado que se da para volverse a dar sin esperar elogios, aplausos, reconocimientos, premios pasajeros, trofeos que se carcomen con el tiempo.

¿Sabes cuáles son mis dones? Recuerda lo que decía el profeta Isaías: “Brotará un retoño de la estirpe de Jesé (padre del rey David). Sobre él reposará el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de conocimiento y de temor de Dios” (Is 11, 1-2).

Te dejo el regalo de mis dones para que cuides de desarrollarlos al máximo, para que te esfuerces por vivirlos intensamente, para que con ellos salgas al encuentro de los demás y te des de lleno como Jesús que se llenó de mí.

Con el temor filial quiero que descubras tu condición de criatura necesitada. Que experimentes la bienaventuranza de los pobres de espíritu. Que te llenes de sencillez. Que desees evitar todo aquello que ofenda la infinita ternura que Dios te tiene.

Con la piedad filial quiero que avances hacia Dios con sencillez y confianza. Sin ningún temor y lleno de gozo.

Con el consejo quiero que aprendas a discernir espiritualmente, a ver lo que tienes que hacer para complacer a Dios. A saber acompañar a los demás en su búsqueda de Dios.

Con la fortaleza quiero comunicarte la energía misma de Dios para que sepas combatir en la lucha diaria, buscando cumplir la voluntad de Dios. Con ella sabrás vivir y afrontar todas las dificultades.

Con la ciencia quiero que aprendas a ver a Dios actuando en el mundo, en la naturaleza y en los acontecimientos de la historia. También, que descubras su providencia obrando en el mundo y actuando en tu vida.

Con la inteligencia quiero que comprendas mejor los misterios de Dios. Que sepas leer e interpretar los mensajes de amor de Dios. Que llegues a la Verdad. Dios desea que descubras su amor a través del gran libro de la naturaleza y de la historia, pero también y sobre todo a través de los libros de la Biblia.

Con la sabiduría quiero que gustes el sabor de Dios: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Salmo 34 (33), 9). Dios quiere que gustes en lo más hondo de tu corazón la alegría de estar invadido por mí.

Atentamente,

El Espíritu de Dios.


sábado, 19 de mayo de 2012

El don recibido en la beatificación de Madre Inés...

El don recibido en Madre Inés —ahora conocida también como la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento— es un regalo que nos sobrepasa, un don que es más grande que nuestra pequeñez de mente y de corazón y que va más allá de todos nuestros proyectos siempre cortos. Ahora que la beatificación ha pasado, todos los miembros de su Familia Misionera no nos debemos de  cansar de gracias a Dios por el carisma de Madre Inés como regalo a la Iglesia Universal.

Dios nos ha regalado una beata que vivió en todas partes y en todo tiempo con una gran pasión, amplitud y generosidad su entrega misionera en la palabra hablada, escrita y enseñada. Ella hizo, en las cosas pequeñas de cada día, un caminito especial de santidad  y en su vehemente anhelo y sed de almas, señaló la meta hacia donde todo creyente debe dirigir sus pasos. En su vida encontramos el paradigma del profetismo que necesitamos en nuestros días y que a ella le llevó a trazarse un sistema de vida hasta alcanzar la santidad en medio de muchos desafíos como los que cualquiera de nosotros puede tener: "Me parece ver al demonio furioso, queriendo destrozar por sus garras este instituto misionero... él eso quisiera, pero mi dulce Morenita, mi Madre amadísima, me dice desde el Tepeyac que allí está ella que es mi Madre, que estoy en su regazo y corro por su cuenta, que si tengo necesidad de otra cosa" (Carta al director espiritual el 22 de febrero de 1950). "Quisiera tener toda la capacidad de Dios, si se me permite la frase, para hacer prodigios por Él, para darle infinita gloria. Es el amor de enamoramiento; se siente como desesperación de no poder hacer por Él todo lo que se quisiera" (Carta personal del 30 de septiembre de 1949).

Por lo que ella fue, por lo que es ahora como beata y por el camino espiritual que dejó como herencia, me parece escucharla diciendo con sencillez: Me siento contenta y alegre de ser todavía el granito de trigo que tiene que morir para fructificar" (Carta personal del 15 de mayo de 1950).

Ahora somos invitados, de manera especial por ser el año de la beatificación, a venerar la plenitud de la vida de esta ínclita mujer cuya vida se presenta con más claridad y plenitud en la lucha de cada día por alcanzar la santidad en lo pequeño, en el ir y venir del trajín, en las cosas ordinarias sencillas y del áspero devenir.

La beata Madre Inés se gastó y se desgastó sin reservarse nada para sí. Vivió siempre pendiente de la voluntad del Padre con un corazón inflamado en ansias de amar al mismo Dios y a todo lo suyo: El Padre, Jesús, el Espíritu, la excelsa Madre de Dios María Santísima, las almas... Su figura humilde, sencilla y alegre, emana, aún en las últimas fotografías de su vida, un algo especial. Su sonrisa, esa sonrisa que nunca en su consagración se borró de sus labios, es un testimonio claro de una paz profunda y de una alegría que brotó siempre de buscar en todo hacer la voluntad de Dios sabiéndose amada y llamada por Él, razón para vivir siempre con un constante entusiasmo conjugado con un suave y sabio equilibrio que la sostuvo siempre, aún en medio de las dificultades y de la persecución que en una época vivió y superó con dolor dentro y fuera de su obra.

Antes de morir, puedo expresar con naturalidad: "Hemos terminado, gracias a Dios". "Cómo explicarle Padre —escribe a su director espiritual— lo que se pasa por mi alma cuando en ella sólo reina la fe... no tengo palabras adecuadas para explicarlo... con frecuencia esta fe es más dulce y más vívida que la misma realidad... puedo decirle, Padre mío, que mi confianza, mi seguridad en Dios es más grande, cuanto mayores son mis tribulaciones... he resuelto concentrarme toda en Dios, no esperar apoyo y protección mas que de Él". (Da las cartas a su director espiritual entre 1948 y 1950).

Nos toca ahora a nosotros velar para que este don no se apague, velar par que la llama de su carisma, espíritu y espiritualidad siga animando a la Iglesia. A nosotros nos toca cuidar que su beatificación —mientras se llega el momento de la canonización— sea fecunda en la búsqueda de la santidad y del compromiso misionero. Este año, agradeciendo el don de su beatificación, le pedimos a la nueva beata una bendición especial, le decimos «¡Benedícite!» como ella nos enseñó, para que nos ayude a ser luz de Cristo para las gentes y esperanza para el mundo en la urgencia en la que ella vivió por establecer el Reino. "Por la noche —escribe en 1950 refiriéndose a sus hijas espirituales— al darles la bendición en refrectorio al decirles: El Señor os bendiga y os guarde, sentí tanto la responsabilidad, y el deseo de que todas se santifiquen, que se las entregué a nuestro Señor con ansias vehementes, pero ya no pude más, no pude continuar porque las lágrimas me ahogaron" (Carta al director espiritual el 19 de mayo de 1950).

Este año de su beatificación, tenemos que pedirle al Señor que nos conceda la sabiduría necesaria para saber expandir el carisma de Madre Inés por todas partes. A los miembros de la Familia Inesiana nos toca, no retenerla solamente para nosotros, sino prolongar su carisma, espíritu y espiritualidad en el tiempo, encarnando esto en la propia vocación y en las diversas situaciones de nuestras vidas.

Sigamos celebrando el gozo de su beatificación con el ideal común de la misión y el empeño por la santidad que brotaron de un corazón sin fronteras contemplativo y enamorado del Evangelio, que puso a las almas en la niña de sus ojos y que se consagró a "conquistar vasallos para el Rey inmortal de los siglos".

Nos sentimos agradecidos por este gran don para comunicarlo al mundo entero. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento es un regalo para la Iglesia Universal y para el mundo entero. Que cada uno de nosotros podamos seguir haciendo programa la súplica de Madre Inés: "Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero".

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

Lo que la beata Madre Inés diría y haría hoy...

Ahora que han pasado días, casi un mes, de haber vivido la solemne beatificación de Madre Inés, viene a mi mente aquel pasaje evangélico típico de este tiempo de Pascua que nos habla de los discípulos de  Emaús (Lucas 24, 13-35). Allí Jesús acompaña a aquellos dos hombres y los interroga haciéndoles una pregunta: "¿De qué venían discutiendo por el camino?" Pienso ahora en la nueva beata y la siento lanzándonos, luego de su beatificación, una pregunta en ese mismo tono que la de Jesús a sus discípulos: ¿En qué se les va la vida? Sí, creo que al igual que el Señor Resucitado, ella nos interrogaría sobre la conversación que tenemos con la vida misma que se nos ha dado y que ella moldeó con un estilo peculiar al modo de Cristo y del cual nos ha querido contagiar.

Si pudiéramos escuchar nuevamente la voz de la beata María Inés, aquella voz tan ordinaria, tan sencilla, seguramente nos hablaría, en primer lugar, de la necesidad de la oración para sostener la vida diaria de la misión, cosa que ella tuvo siempre por conocida: "Desde mi conversión, —escribe a su director espiritual— el atractivo más grande de mi alma ha sido la oración, la contemplación. Mi vivir desde entonces fue Cristo; la oración fue mi más grande alegría, mi pan cotidiano y constante, mi todo... Desde en casa de mis padres mi vida era plenamente contemplativa, pues me pasaba de 8 a 9 horas diarias en oración exclusiva". (Carta al padre Rafael Martínez del Campo, S.J. el 5 de septiembre de 1950).

La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, siempre tan actual, nos hablaría ahora de la necesidad de velar con nuestra oración por la imagen deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas desfigurados por el hambre y por las promesas políticas que nunca llegan a cumplirse. Ella nos invitaría a hacer de la oración una mina de la que se pudiera sacar «oro» para acuñar monedas y comprar almas de niños angustiados y maltratados, almas de jóvenes que enfrentan la violencia diaria e indiscriminada, almas de muchos  adultos que están cansados y agobiados porque no encuentran acogida en ninguna parte, almas de quienes hoy viven sin las mínimas condiciones de una vida digna y además sin el consuelo de saber que hay un Dios que los cobija y acompaña y que da la vida eterna (cf. V.C. 75).

Probablemente, esta maravillosa mujer, vendría a preguntarnos si estamos de verdad interesados por las cosas del Padre como Jesús y si como él buscamos pasar por el mundo haciendo el bien salvando almas: "Le daré almas, —se proponía con fervor en todo un programa de vida— innumerables almas" (Carta a su director espiritual en enero de 1949). "Las almas, —solía decir en sus conferencias— cuestan mucho, solo se conquistan a base de sacrificio y abnegación... él no se cansará de llamarlas, de atraerlas con la fuerza irresistible de su humildad, de hacerlas suyas derrochando generosidad y amor..." (Carta a su director espiritual el 16 de febrero de 1949).

Madre Inés nos hablaría de ecología y del tema de la globalización; estaría al día en el tema de la nueva evangelización y de la misión permanente en América Latina, nos daría conferencia sobre los más recientes documentos del Magisterio de la Iglesia, nos compartiría recetas para evitar el resfriado y para fortalecer los huesos y nos enviaría e-mails con presentaciones de power point... porque esa era ella, siempre actual, siempre madre, siempre amiga. Para ella no había imposibles ni tragedias, sino problemas qué resolver: "Techamos ya 25 celdas individuales, 9 baños, 7 W.C. y 2 guardarropas; no sé verdaderamente cómo pudimos con esto, nunca hemos tenido una entrada grande, fuerte; ahora estamos levantando la enfermería, y no pude pagar la raya de los albañiles; apenas nos quedamos con un peso y centavos." (Carta a su director espiritual el 29 de julio de 1949).

A ella no le gustaría que nos detuviéramos por el camino a discutir por cosas accesorias o a tristear por algo que hemos perdido, ella no tuvo tiempo de teorizar: "Me avisaron que nuestra buena vaquita tiene aftosa. Si Dios nos la quita, de pronto no tomarán leche las hijas, porque está tan pobre la comunidad, que no podrá comprar 15 litros o más diarios de leche. Él sabrá lo que hace" (Carta del 15 de agosto de 1949). Beata Madre Inés nos invitaría a mirar hacia el futuro con la confianza puesta en Dios para afrontar los desafíos a su estilo, con audacia responsable porque ese fue su estilo de vivir evangélicamente. Profecía y martirio diario, palabra y vida, acción y contemplación, tensión entre la pasión, muerte y resurrección abrazado todo en una síntesis que se nos ofrece como programa para vivir la nueva evangelización en este tercer milenio: Padre, me pongo en tus manos; me entrego a tu amor, a tu bondad, a tu generosidad, haz de mí lo que tú quieras".

La recién beatificada, fue una mujer de vida, de una vida muy intensa en tono pascual, una mujer de espíritu emprendedor y magnánimo que vivió siempre en presencia de Dios dando vida a su alrededor, una mujer que imitando a aquellos primeros discípulos del Resucitado contagió a los que le rodearon a vivir en sintonía con Él.

¿Qué vamos discutiendo por el camino? ¿En qué se nos va la vida? ¿Qué planes y proyectos tenemos? ¿En dónde está nuestra confianza? Bastará mirar la vida de esta sencilla mujer con esa sonrisa atrayente para darse cuenta de dónde está la clave: "Yo me ocuparé de tus intereses Jesús mío y tú te ocuparás de los míos".

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.