jueves, 8 de marzo de 2012

Día Internacional de la Mujer 2012... Las mujeres campesinas

Hoy se ha conmemorado una vez más el Día Internacional de la Mujer y al igual que el año pasado, he querido poner unas cuantas líneas en homenaje y gratitud a tantas mujeres maravillosas que me han mostrado el rostro de Dios a lo largo de mi vida. El lema este año  va enlazado con el deseo de poder habilitar a la mujer campesina, a la mujer rural, y acabar con el hambre y la pobreza: "Habilitar a la Mujer Campesina y Acabar con el hambre y la pobreza".

Ha sido inevitable que mi corazón volara durante el día hacia varios lugares en donde he podido convivir con la mujer campesina, con la mujer «de rancho» que echa tortillas a mano, que siembra, que cuida las gallinas, que arrea las vacas, que lava overoles y pantalones de mezclilla a mano, que a sus 30 o 40 años de edad está aprendiendo a leer. En las cuentas del Rosario de este día, en la Misa y en la Liturgia de las Horas, ha habido un lugar especial para doña Pera, doña Trini y doña Salud; para Chayo, Tere, Lourdes, Soco y Rarafela; he recordado hoy a las señoras de Buena Vista y a las de Sanambo; a las de Coenembo y de Patambicho; a las de Caríngaro, Atzimbo y El Tigre. Han desfilado por mi mente mis amigas Purépechas pero también las Tzotziles de Chiapas, con sus hermosos borregos y la alegría de vivir. Esta jornada mi corazón también ha volado al lado de Mónica Farah y de Aisha allá en Sierra Leona, recordándoles con cariño y admiración; mis ojos han vuelto a ver con alegría el rostro radiante y chapeado de las señoras de Pidra Azúl en Costa Rica y de las mujeres cosechadoras de Tomate en California…

El día de la mujer tiene en este año este tema que es fundamental, porque los datos nos dicen que las mujeres del campo representan el 25% de la población mundial y gracias a ellas, que  constituyen el 43% de la mano de obra en el campo —cifra que llega a ser del 70% en algunos lugares— podemos tener un buen motor para el desarrollo. Algunas de ellas llegan a ser buenas empresarias y excelentes trabajadoras, como ha podido constatar seguramente Belia Canals, esa incansable y maravillosa mujer, esposa y madre que en Capula, mientras trabaja en su Taller “La Candelaria” en la elaboración de verdaderas obras de arte en cerámica, con diseños de su afamado esposo el pintor y escultor Juan Torres, convive con las mujeres del pueblo y de los ranchos, de quien ella misma, como mujer que ama la vida, nos ha compartido todo lo que de ellas ha aprendido. Sin embargo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura estima que si las mujeres tuvieran un acceso equitativo a los fertilizantes, las semillas y las herramientas, la cantidad de personas hambrientas en el mundo se reduciría entre 100 y 150 millones.

Entre las innumerables actividades que hace una mujer rural está la recolección de leña (Michoacán), la recolección de café (Piedra Azúl en Costa Rica), el cuidado del ganado (Chiapas), la siembra de arroz y berenjenas (Sierra Leona) y muchas más; estas heroicas mujeres ejercen con gozo las tareas propias de una mujer, de una esposa y de una madre, movilizando los engranajes del entorno en el que viven y contribuyendo al bienestar de su familia y de muchas familias en general, cosa que, por ende, repercute en el crecimiento de toda economía local, nacional e internacional.

Para entender la vida, el ser y quehacer de la mujer campesina es necesario contemplar de cerca el papel que ella desempeña esta en el interior de la unidad familiar como productora y como reproductora, además de la manera en que se hace presente entre el pueblo y todo ello en el marco de la actual crisis económica y de valores que atraviesa el mundo.

Sabemos que la mayoría de las familias campesinas (por lo menos con las que compartimos la vida en nuestras btierras de misión en México y en África), viven en condiciones de miseria, los hombres se ven siempre en una disyuntiva porque para laborar la tierra se requieren de instrumentos o maquinarias que por lo regular no tienen ni pueden comprar y se ven en la necesidad de rentar o de plano sustituir la tecnología por largas y agobiantes jornadas de trabajo en las que se insertan las esposas y los hijos; los insumos como las semillas, son compradas, o los adquieren bajo préstamos que pagarán, en parte, con lo que obtengan de la cosecha. En la mayor parte de los casos los campesinos pobres, cuando pueden vender parte de su producción, son presas de la especulación y el coyotaje, obteniendo precios irrisorios por sus mercancías los cuales se quedan muy por debajo de los costos de producción.

La opción para muchos hombres del campo, de emigrar a las grandes ciudades de su país o de otras naciones que ofrecen progreso para obtener un trabajo donde su salario será una parte para la subsistencia de la familia, hace que la mujer que sea  la que se hace cargo de las tierras y la crianza del ganado, sin que ello implique que las labores del día a día del trabajo domestico se dejen de lado.

¡Qué admirable la tarea de muchas de estas mujeres que conocemos y admiramos! Junto a las faenas del campo que son arduas y constantes, la mujer campesina carga con todas las labores domesticas con un sinnúmero de necesidades que solo se satisfacen con dinero, por lo cual las mujeres campesinas se ven sumamente presionadas por que la cosecha es predominantemente para el consumo de la familia y no queda casi nada para cubrir las necesidades de la familia como calzado, vestimenta, educación etc.

Los hijos de la mujer campesina cuando son pequeños ayudan en las faenas del campo junto con la mamá y caminan por lo regular distancias muy largas para llegar a la escuela rural de su comunidad; en la medida que los hijos van creciendo dejan la comunidad y salen a trabajar en los pueblos grandes, en empresas agrícolas, las ciudades e industrias o emigran a otras naciones. Algunos emigran temporalmente y muchos ya no vuelven, porque la vida en una familia campesina es muy dura y prácticamente carente de oportunidades.

En México, de acuerdo a datos del INEGI del 2009, poco más de cinco millones de hogares se encuentran en zonas rurales y la mitad de sus 24 millones de habitantes son mujeres, lo que quiere decir que alrededor de 12 millones de ellas se enfrentan a la pobreza, la desnutrición y a la falta de educación.

Ya a finales de los años 90 se reportaba que de las mujeres ocupadas en el sector agropecuario, 84% eran trabajadoras sin tierra y de de éstas, 87% trabaja sin remuneración. Definitivamente hoy, a un poco mas de década y media del Tratado del Libre Comercio, que le daría más valor al trabajo del campo, esa dura realidad se ha recrudecido para las mujeres campesinas pobres.

Este Día Internacional de la Mujer, nos ofrece la posibilidad de orar por ellas, de acompañarlas, de alentarlas a no desfallecer. La fe nos hace volar a su lado porque son parte de nuestra historia y de esa historia de salvación en la que todos estamos inmiscuidos.

Yo estos días no he podido estar al lado de las mujeres campesinas, pero he tenido la oportunidad de convivir muy de cerca con tres mujeres maravillosas que ya no están entre nosotros aquí en la tierra; nos acompañan desde el cielo. Tres mujeres que no fueron «rurales» pero que supieron de semillas, de siembra, de arado y de cosecha. Me refiero a Santa Teresita del Niño Jesús, la Beata María Inés Teresa Arias y la señora Josefina Campos, fundadora de la Agrupación de Esposas Cristianas, cuyo proceso de canonización, a mi juicio, debería ya de iniciarse. Son mujeres de Iglesia que desde el Cielo siguen laborando en el campo de Dios. Tres mujeres pioneras, radicales y valientes que están iluminando a un grupo de más o menos mil señoras que en la parroquia de Fátima hacen sus Ejercicios Espirituales acompañadas por un servidor y un grupo de entre 70 y ochenta adultos, entre hombres y mujeres casados y solteros de la comunidad de "Los Huertos" entre lo cuales hay algunas mujeres que han dejado «su rancho» para venir a buscar nuevas oportunidades siguiendo a su marido que se vino un poco antes.

Las figuras de santa Teresita, de la beata Madre Inés y de la Señora Campos, han movido el corazón, el alma, las fueras y la mente de toda estas señoras que se han dejado tocar por Dios y que, la mayoría, sin ser mujeres de campo, deberán ser siempre «sembradoras» del amor de Dios en sus esposos, en sus hijos, en la Iglesia y en el mundo. ¡Felicidades, con todo cariño, respeto y admiración a cada una en el Día Internacional de la Mujer!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.