martes, 21 de febrero de 2012

Los santos y los beatos...

En el libro de los Hechos de los Apóstoles (9,32 y 9,41) y en la primera Carta a los Corintios (1,2) encontramos que la palabra «santo» se utiliza para indicar una persona que ha aceptado en su vida a Cristo como su Salvador. Así, desde esta perspectiva, todos, si nos esforzamos por vivir por Cristo, con Él y en Él, imitando su vida y siguiendo sus consejos, somos santos.

Al señalar de manera especial a algunas personas como «Beatos» o «Santos», la Iglesia busca señalar unos cuantos de entre el gran conjunto de los hombres y mujeres de fe, que, por sus grandes virtudes, vividas en grado heroico, sirvan más de ejemplo para todos y puedan ser intercesores. Con esto se da honra y gloria a Dios, que se manifiesta de una manera excepcional en estos sus siervos fieles.

Si bien este concepto de «santo» existe en otras religiones con mayor o menor fuerza (y no exactamente con el mismo significado) la religión católica es la única que posee un mecanismo formal, continuo y altamente racionalizado para llevar a cabo el proceso de canonización de una persona; sólo en la Iglesia se encuentra un número de profesionales cuyo trabajo consiste en investigar las vidas de quienes han sido considerados santos por su comunidad y/o conocidos (y en convalidar los milagros requeridos). El proceso de canonización es algo así como la capacidad de discernimiento —con apoyo doctrinario y la ayuda de Dios— de la santidad de una persona en base a su perfecta ortodoxia y el ejercicio de virtudes llevadas al grado heroico con el propósito de, dándole reconocimiento por el grado de perfección alcanzado, presentarla como modelo de conducta a los creyentes y como poderoso intercesor ante Dios.

Los santos no son, de ninguna manera, otros mediadores que compiten con Cristo, sino que, por participación en Él, cumplen la misión que el mismo Señor les ha confiado en una vocación específica a la que fueron llamados. Sabemos que Dios puede actuar directamente cuando nosotros nos acercamos a Él y nos queda siempre claro que hay un solo Mediador que es Cristo, pero Él quiere actuar y acercarse a nosotros por medio de quienes están cercanos a Él.

En el Evangelio de san Marcos (6,37), encontramos un pequeño ejemplo de cómo Cristo quiere hacerse ayudar de sus amigos más cercanos para sustentar a quienes se acercan a Él para invocarle y escucharle: “Denles ustedes de comer”, les dice Jesús a sus discípulos, refiriéndose a la gente que le seguía. Y más adelante, en el mismo pasaje (6,41) hace que sean los discípulos quienes reparten la comida que Él ha multiplicado. También en el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando se nos va narrando el inicio del «camino» de la Iglesia, aparecen muchos pasajes en los cuales Dios no actúa directamente, sino que lo hace por medio de sus siervos fieles, los santos. Un ejemplo es Ananías, quien devuelve la vista a Saulo (9,1-19), a pesar de que fue el mismo Cristo quien antes se había encontrado con Él para «tumbarlo» y cambiar el rumbo de su vida. Hay también algunos ejemplos de enfermos  que no se dirigían directamente a Dios para implorar la curación de sus dolencias, sino que se acercaban a los Apóstoles para recobrar la salud y recibir las gracias deseadas de parte de Dios.

Por medio de la acción intercesora de los santos, y en primer lugar de la Santísima Virgen María, Dios recibe mayor honra y gloria, porque es su grandeza la que resplandece en la humildad y sencillez de gente como nosotros. Si le pedimos a nuestros familiares y amigos que recen por nosotros, con más ganas podemos pedirles a estos hombres y mujeres de Dios que intercedan por nosotros. Los santos no tienen ninguna necesidad de ser venerados, ni buscan alcanzar esto. Según la metáfora de San Pablo, ellos han corrido ya la carrera y ganado sus laureles. La canonización es un ejercicio póstumo del que ellos, aquí en la tierra, no se dan cuenta. 

Para los cristianos primitivos, el reconocimiento de la santidad de quienes vivían y morían en Cristo fue una evolución orgánica de su propia fe y experiencia. Venerados por su santidad, a los santos se los invocaba también por su poder de intercesión, sobre todo en forma y a través de sus restos mortales. Por esto la historia de la canonización está muy ligada con las reliquias del santo, si bien no es imprescindible tenerlas para elevar a alguien a los altares.

La Iglesia no puede contar la cantidad de santos en el cielo ya son innumerables (por eso celebra la fiesta de todos los santos).  Entre los santos y beatos hay gente de toda raza y nación, de toda condición social y de todas las edades en las diversas vocaciones y solo se consideran para canonización unos pocos que han vivido la santidad en grado heroico. Canonizar quiere decir declarar que una persona es digna de culto universal. La canonización se lleva a cabo mediante una solemne declaración papal de que una persona está, con toda certeza, con Dios. Gracias a tal destreza, el creyente puede rezar confiadamente al santo en cuestión para que interceda en su favor ante Dios. El nombre de la persona se inscribe en la lista de los santos de la Iglesia y a la persona en cuestión se la "eleva a los altares", es decir, se le asigna un día de fiesta para la veneración litúrgica por parte de la Iglesia entera. Ser canonizado significa ser incluido entre aquellos que se mencionan a veces durante la celebración de la misa y significa también tener una fiesta en el santoral de la Iglesia, al lado de los días de fiesta de Cristo y de Su Madre, la más distinguida de todos los santos.

En los primeros tiempos de la Iglesia, estando la tierra regada de sangre de mártires, el concepto de santidad estaba fuertemente asociado al martirio. El relato de Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (6-7), sobre el martirio de San Esteban es de extrema importancia para entender cómo, en la fase inicial de la vida de la Iglesia, los demás cristianos de la comunidad de Esteban reconocieron su santidad. Se puede decir que la santidad y el martirio fueron inseparables de la conciencia cristiana desde el principio. Así como Jesucristo obedeció al Padre hasta la muerte, así el santo era alguien que moría por Cristo; así como el bautismo significaba la incorporación al cuerpo de Cristo, así el martirio significaba morir con Cristo y resucitar a la plenitud de la vida eterna. El martirio sellaba la conformidad total del santo con Cristo. Con el tiempo, la imitación de la muerte del Señor fue dando espacio también a la imitación de su vida y se fue estudiando cómo vivía una persona el mérito de la santidad en la vida ordinaria, no solo en el martirio. Así, la Iglesia llegó gradualmente a venerar a las personas por la ejemplaridad de sus vidas no menos que con su muerte.

En la práctica, el proceso de canonización conlleva una gran cantidad y variedad de procedimientos, habilidades y colaboradores: promoción, financiación y divulgación por parte de quienes consideran santo al candidato; tribunales de investigación de parte del obispo o de los obispos locales; procedimientos administrativos por parte de los funcionarios de la congregación; estudios y análisis por asesores expertos; disputas entre el promotor de la fe (el "abogado del diablo") y el abogado de la causa; consultas con los cardenales de la congregación. Pero, en todo momento, únicamente las decisiones del papa tienen fuerza de obligación; él sólo es quien posee el poder de declarar a un candidato merecedor de beatificación o canonización.

Con la beatificación, el Papa concede un permiso para que localmente o en determinadas familias religiosas se pueda rendir culto público a un siervo de Dios y esa es básicamente la diferencia entre un santo y un  beato. El beato tiene una veneración que se limita —por así decir— a una diócesis local, a una región delimitada, a un país o a los miembros de una determinada orden religiosa. A ese propósito, la Santa Sede autoriza una oración especial para el beato y una misa en su honor. Al llegar a este punto, el candidato ha superado ya la parte más difícil del camino hacia la canonización. Pero la última meta le queda aún por alcanzar.

La beatificación no impone nada a nadie en la Iglesia. Por esto, la memoria de los beatos no se celebra universalmente en la Iglesia, sino sólo en los lugares donde hay motivo para hacerlo y se pide. La memoria es siempre libre y no obligatoria, para respetar el carácter propio de la beatificación. La fórmula de la beatificación puede proclamarla otro distinto del Papa, por ejemplo, un cardenal en nombre suyo. Así se hacía habitualmente hasta los tiempos de Pablo VI, que comenzó a hacer personalmente las beatificaciones. Esta práctica se ha retomado ahora por el Papa Benedicto XVI.

Después de la beatificación, la causa queda parada hasta que se presente —si es que se presenta— un milagro más realizado por la intercesión del beato. Cuando el último milagro exigido ha sido examinado y aceptado, el Papa emite una bula de canonización en la que declara que el candidato debe ser venerado (ya no se trata de un mero permiso) como santo por toda la Iglesia universal. Esta vez el Papa preside personalmente la solemne ceremonia.

Aunque la canonización sigue siendo el objetivo de toda causa, se trata, funcionalmente hablando, de un ejercicio auxiliar y a plazo indefinido, consistente en comprobar un milagro de intercesión que no agrega nada a la importancia del beato o la beata ni al significado que tiene para la Iglesia, si bien es la manifestación de Dios de Su deseo de que sea venerado por toda la cristiandad.

La intercesión de los santos y beatos nunca remplazará la oración directa a Dios, quién puede conceder nuestros ruegos sin la mediación de los santos. Pero, como Padre, se complace en que sus hijos se ayuden y así participen de su amor. Ellos nos enseñan a interpretar el Evangelio evitando así acomodarlo a nuestra mediocridad y a las desviaciones de la cultura. En la actualidad hay pendientes cerca de 2000 procesos de beatificación y canonización  en la Congregación para la Causa de los Santos.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

sábado, 18 de febrero de 2012

Otra vez es Cuaresma....

¿QUÉ ES LA CUARESMA?

Nuevamente nos encontramos con el tiempo litúrgico de la «Cuaresma», un tiempo especial para ahondar en el sentido de nuestra fe para ayudarnos a vivir más plenamente nuestra vocación cristiana. Este período de cuarenta días es tiempo de escucha de la Palabra, de oración y conversión, de privaciones y caridad, como de una espera confiada en la alegría de la Pascua que da certeza a nuestro caminar. La Cuaresma nos recuerda que no somos peregrinos hacia algo incierto, somos testigos de una Vida Nueva que se nos ha dado en Cristo.

Desde el siglo IV se empezó a manifestar en la Iglesia esta tendencia a constituir la Cuaresma en un tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión:

El tiempo de la Cuaresma debe ser como un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a todos los fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales, con la purificación del corazón, una práctica perfecta de la vida cristiana y una actitud penitencial. La penitencia, traducción latina de la palabra griega metanoia, que en la Biblia significa la conversión (literalmente el cambio de espíritu) del pecador, designa todo un conjunto de actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido, y el estado de cosas que resulta de ello para el pecador. Literalmente: «cambio de vida».

La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas que se ponen de manifiesto especialmente en el tiempo cuaresmal. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los hermanos. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 Pedro, 4,8.). (Cf. Catecismo Iglesia Católica, n.1434).

Todos los fieles, cada uno según nuestra vocación y condición de vida, estamos obligados por la ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos nos unamos en alguna práctica común de penitencia, se han fijado estos días penitenciales, de manera que todos,como una gran familia, nos unamos en la oración, realicemos obras de piedad y de caridad y trabajemos juntos para vencer el egoísmo, cumpliendo así con mayor fidelidad nuestras propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia con un espíritu de purificación). (Cf. Código de Derecho Canónico, cánon 124). En toda la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma." (Cf. Código de Derecho Canónico, canon 1250).

En recuerdo del día en que murió Jesucristo en la Santa Cruz, todos los viernes, —a no ser que coincidan con una solemnidad—, la Iglesia nos pide guardar la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo." (Código de Derecho Canónico, canon 1251).

¿CUÁNDO ES CUARESMA?

La Cuaresma se inicia el Miércoles de ceniza y termina inmediatamente antes de la Misa Vespertina in Coena Domini. (Jueves Santo). Todo este período forma una unidad, pudiéndose distinguir los siguientes elementos:

1) Miércoles de ceniza,

2) Los domingos, agrupados en el binomio, I-II; III, IV y V; y el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor,

3) La Misa Crismal y

4) Las ferias. (Misas diarias).

El «Miércoles de  Ceniza» es el principio de la Cuaresma; un día especialmente penitencial, en el que manifestamos nuestro deseo personal de conversión a Dios. Al acercarnos a los templos a que nos impongan la ceniza, expresamos con humildad y sinceridad de corazón, que deseamos convertirnos y creer de verdad en el Evangelio. El origen de la imposición de la ceniza y su utilización como signo de conversión pertenece a la estructura de la penitencia de la Iglesia. Empieza a ser obligatoria para toda la comunidad cristiana a partir del siglo X. La liturgia actual, —sin que este día sea obligatoria la asistencia a Misa o  al Rito de Imposición de Ceniza— conserva los elementos tradicionales: imposición de la ceniza y ayuno riguroso. La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar dentro de la primera Misa que se celebra, después de la homilía; aunque en circunstancias especiales, se puede hacer dentro de una celebración de la Palabra. Las fórmulas de imposición de la ceniza se inspiran en la Escritura: Génesis 3, 19 y Marcos 1, 15.

La ceniza procede —de ordinario— de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor, del año anterior, siguiendo una costumbre que se remonta al siglo XII. La fórmula de bendición hace relación a la condición pecadora de quienes la recibirán. El simbolismo de la ceniza es para ayudar al creyente a meditar en la condición débil y caduca del hombre que camina hacia la muerte; para que no se olvide de la situación pecadora del hombre; para que acreciente su oración y súplica ardiente para que el Señor acuda en su ayuda y para que mantenga firme la esperanza en la resurrección, ya que el hombre está destinado a participar en el triunfo de Cristo. La meta siempre será llegar: "al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo" (Ef. 4, 13).

La Iglesia nos invita a hacer de este tiempo una especie de retiro espiritual en el que el esfuerzo de meditación y de oración debe estar sostenido por un esfuerzo de mortificación personal cuya medida, a partir de este mínimo, es dejada a la libertad generosidad de cada uno. Para animarnos en este caminar, cada año el Santo Padre emite un Mensaje de Cuaresma que va marcando la pauta a seguir como Familia que peregrina hacia la Pascua. Este año de 2012 el tema es «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24). Si se vive bien la Cuaresma, se puede lograr una auténtica y profunda conversión personal, preparándonos, de este modo, para la fiesta más grande del año: el Domingo de la Resurrección del Señor.

¿QUÉ HACER EN ESTA CUARESMA?

El Santo Padre Benedicto XVI nos dice que este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual. Así que no hay que desaprovechar las gracias que este tiempo litúrgico nos regala y hay que buscar constantemente la oportunidad para realizar obras de conversión, como son, por ejemplo: Acudir al Sacramento de la Reconciliación (Sacramento de la Penitencia o Confesión) y hacer una buena confesión: clara, concisa, concreta y completa; superar las divisiones, perdonando y crecer en espíritu fraterno y practicando las Obras de Misericordia que se dividen en espirituales y corporales (o materiales).

Vale la pena repasar en este tiempo las obras de misericordia para saber con qué material contamos para concretizar la práctica de nuestras obras cuaresmales. Las obras de misericordia espirituales son siete: Enseñar al que no sabe; dar buen consejo al que lo necesita; corregir al que yerra; perdonar las injurias; consolar al triste; sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas del prójimo; rogar a Dios por los vivos y los muertos.

Las obras de misericordia corporales son también siete; visitar al enfermo; dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; socorrer al cautivo; vestir al desnudo; dar posada al peregrino; enterrar a los muertos (La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo, no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana [Código de Derecho Canónico, canon 1176 §3]). Hagámonos el propósito de vivir intensamente la Cuaresma cumpliendo con el precepto del ayuno y la abstinencia, así como con el de la vivencia de las obras de misericordia, la confesión y la comunión anual.

AYUNO Y ABSTINENCIA.

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día —aunque se puede comer algo menos de lo acostumbrado por la mañana y la noche— sin comer nada entre los alimentos principales, salvo en caso de enfermedad y que éste obliga a todos los mayores de edad, hasta que tengan cumplido cincuenta y nueve años. (Cf. CIC, c. 1252).

Por abstinencia entendemos la práctica de privarse de comer carne (roja o blanca y sus derivados) después de que se han cumplido catorce años de edad.(cfr. CIC, c. 1252). La Conferencia Episcopal de cada País puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad. (Cf. Código de Derecho Canónico, canon 1253).

Creo que, más que nada, debemos de cuidar que no vivamos el ayuno o la abstinencia como unos mínimos sacrificios ni aprovechar la Cuaresma para hacer dieta, sino vivir esta práctica como una manera concreta que nos ayude a crecer en el verdadero espíritu de penitencia para darnos a los demás como Cristo lo hizo, que entregó su vida por nuestra salvación. El Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la Cuaresma 2012 nos dice que ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos hemos de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Y esta llamada es especialmente intensa en este tiempo santo de preparación a la Pascua.

HACIA LA PASCUA.

Sin contemplar la Pascua, sin ir hacia ella, el tiempo de Cuaresma perdería su carácter de tiempo litúrgico fuerte, porque el sentido del mismo es que toda la Iglesia se prepare para la celebración de las fiestas pascuales. La Pascua del Señor, el Bautismo y la invitación a la reconciliación, mediante el Sacramento de la Penitencia, son las grandes coordenadas de la Cuaresma.

Ojalá y todos pudiéramos aprovechar las catequesis del Misterio Pascual y de los sacramentos que se dan en las parroquias en este tiempo;  acercarnos a los ejercicios espirituales como signo de penitencia y anhelo de búsqueda de pistas nuevas para la conversión. Ojalá no desaprovechemos las oportunidades —que siempre son abundantes— de llevar a la práctica las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna y las obras caritativas y misioneras. La participación —de ser posible diaria— en la liturgia cuaresmal, en las celebraciones penitenciales y, sobre todo, en la recepción del sacramento de la penitencia: serían momentos fuertes en la práctica penitencial de nuestra Cuaresma.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

viernes, 17 de febrero de 2012

IMÁGENES... Una breve explicación

Algunas personas se cuestionan acerca del lugar especial que en la Iglesia Católica se da a las imágenes y de las reliquias. Dicen que los pasajes contenidos en Éxodo 20,4; Deuteronomio 4,16 y Levítico 26,1 lo prohíben severamente y si vamos a los textos vemos que es verdad, pero, ¿cuál es el motivo por el cual en esos precisos momentos se hace la prohibición? ¿Lo saben todos ellos? 

Ciertamente que si se estudia el contexto de esa prohibición, uno se topa con la respuesta allí mismo: "No tendrán otros dioses fuera de mí"; "Porque yo soy el Señor, su Dios". Así, es fácil comprender que lo que se está prohibiendo es construirse ídolos, dioses de barro o de cualquier otro material y no una representación del verdadero Dios por quien se vive. Sabemos que el pueblo judío estaba propenso a eso. Éxodo 32,1-8 nos describe cómo en ausencia de Moisés el pueblo se fabricó un becerro de oro y le rindió culto y adoración sabiendo que Dios les prohibía la idolatría, no las estatuas o las imágenes, que ahora equivaldrían a las fotografías o tal vea a las imágenes de Internet.

Si leemos Éxodo 25, 18 veremos que es Dios mismo quien ordena que se esculpan en oro dos querubines y da la instrucción de que cada uno de estas dos imágenes angelicales salgan de un extremo de la placa y la cubran con sus alas extendidas hacia arriba. En Números 21,8 tenemos otro ejemplo en el que se indica hacer una serpiente de bronce para colocarla en un estandarte y se añade una indicación: "los mordidos por serpientes quedarán sanos al mirar la imagen".

Ni los querubines ni la serpiente son dioses y es el mismo Dios quien los manda esculpir, pero, cuando el pueblo «confunde» e «inventa» que la serpiente es un dios, el Señor ordena inmediatamente su destrucción, según está escrito en 2 Re 18,4: "Suprimió las eremitas de las lomas, destrozó los cipos, cortó las estelas y trituró la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque los israelitas seguían todavía quemándole incienso. Además, en el Antiguo Testamento, hay otros que se pueden consultar y que demuestran claramente que Dios no prohíbe el uso de las imágenes:1 Re 6,23-29; 7,25-29. 

Así, podemos concluir que Dios no prohíbe estatuas o imágenes. ¿Podemos pensar en una familia que nho tenga fotografías de nada ni de nadie? Lo que Dios prohíbe es la idolatría. Por eso la Iglesia, como Madre y Maestra, prohíbe adorar a María Santísima y a los santos pero no prohíbe hacerse representaciones de ellos para recordar su fidelidad y su confianza en el Señor, de manera que al contemplar esas imágenes nos sintamos exhortados vivamente por estas personas para acercarnos más a Dios, imitando sus virtudes y haciéndonos ayudar por su intercesión.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

jueves, 9 de febrero de 2012

CARISMA, ESPÍRITU Y ESPIRITUALIDAD... Cuáles son las diferencias

En nuestros tiempos, parece muy normal de hablar de carisma, espíritu y espiritualidad, pero muchas veces se hace de una manera confusa y sin aplicar bien el término a lo que se quiere decir. Se habla de hombres y mujeres que poseen «un carisma especial» para la predicación, para aconsejar a las personas, para conocer y transmitir a Dios, se habla de quiénes han fundado una congregación religiosa y por lo tanto tienen el «carisma de fundador». Se dice que algunos tienen «mucho carisma». Por otra parte se habla del «espíritu de servicio», del «espíritu que anima una obra» y de una «espiritualidad específica»; así, «carisma», «espiritualidad» y «espíritu» son palabras de uso común en el lenguaje de la Iglesia.

Conviene, por lo tanto, saber bien lo que cada término significa o quiere significar y cómo y dónde lo podemos aplicar. Sin adentrarnos en muchas complicaciones, explicaremos brevemente cada uno de estos tres términos:

CARISMA.

La palabra «carisma» viene del griego "χάρισμα" y significa "don gratuito". Un carisma, por tanto, es una gracia especial que el Espíritu Santo dona para el bien de la Iglesia. No existe una clasificación de carismas y así los hay de diversos tipos . Pero los elementos esenciales que los conforman serán siempre los dos siguientes: provienen del Espíritu Santo y se dan para la edificación de la Iglesia. Un carisma no está necesariamente ligado a la fundación de algún grupo apostólico, una congregación religiosa o de alguna otra obra de la Iglesia. Se dan casos de hombres y mujeres que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar a las personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan fundado alguna institución.

Cristo es el «carisma» de Dios para todo hombre que desee recibirlo. Los carismas en la Iglesia son la presencia actuante del Espíritu Santo y como el Espíritu habita en todo bautizado, entonces podemos decir que todo bautizado es un carismático, en cuanto que Dios lo ha colmado de gracia (Ef 6,1) y le ha dado toda clase de dones (Rom 8,32). De entre todos los carismáticos —o sea de entre todos los bautizados— a algunos el Señor les ha concedido dones transitorios o dones permanentes específicos para el bien de la Iglesia.

Podemos hablar de «carismas transitorios», que son gracias circunstanciales que Dios otorga a un bautizado para la edificación de la comunidad, de manera que podemos hablar del don de profecía, el de alabanza, el de servicio, el de lenguas, etc.

Por otra parte están los «carismas específicos», que son concedidos por Dios a determinados cristianos para quesean instrumentos de su amor hacia los hombres y mujeres de este mundo, de manera que Él se manifieste en la en la historia de salvación. Dios les ofrece una gracia y ellos aceptan la misión que les encomienda realizar en la Iglesia. Tal es el caso de los fundadores.

Finalmente podemos hablar de los «carismas permanentes», que son aquellos dones que pertenecen a la misma naturaleza de la Iglesia o a su función ministerial, por ejemplo el don de gobierno, el don de dirigir, el de apóstol, el de pastor, el de enseñar.

«Carisma», se entiende entonces como una gracia que Dios ofrece a un cristiano y que éste acepta para que al ser transformado por ese don que viene de lo alto, viva y aplique ello de manera evangélica a su alrededor relacionándose con Dios de manera constante y específica cumpliendo el encargo recibido en favor de la Iglesia y de sí mismo.

ESPÍRITU.

En el pensamiento bíblico, el «espíritu» es lo que hace que una persona exista, lo que hace que tenga vida. El espíritu del hombre es entonces "revestido" del hombre nuevo (Ef 4,23-24), de manera que se hace un solo espíritu con Cristo (1 Cor 6,17; Rom 8,16) para poder mantenerse en comunicación filial con el Padre como lo hizo Jesús, que siempre estuvo unido a Él por la acción del Espíritu Santo (Rom 8,26).

Sin espíritu, no hay vida (dimensión biológica), sin espíritu, no hay sueños, anhelos, metas, gozo ni felicidad (dimensión psicológica), sin espíritu, no hay pasión, no hay dinamismo, no hay transformaciones culturales ni entrega y generosidad (dimensión social) sin espíritu, la experiencia religiosa se hace vieja y muere, no hay creación artística ni científica.

Espíritu es entonces la forma de estar ante Dios, con Dios y en Dios para vivir desde Dios, porque se es hijo en el Hijo y se es santificado por el Espíritu Santo para ser hermano con los hermanos. Así se puede hablar por ejemplo del «espíritu misionero» que impregne una vida o una obra de la Iglesia.

ESPIRITUALIDAD.

Podemos decir, en primer lugar, que «espiritualidad» es vivir según las enseñanzas de Cristo y no según las reglas meramente humanas (Gal 5,25; 1 Cor 2,10-16). Es la forma de vivir que tienen los hijos adoptivos de Dios (Rom 8,14-18). 

La espiritualidad es una parte de la teología que estudia el dinamismo que produce el Espíritu en la vida del alma: cómo nace, crece, se desarrolla, hasta alcanzar la santidad a la que Dios nos llama desde toda la eternidad, y cómo transmitirla a los demás con la palabra, con el testimonio de vida y con el apostolado eficaz.

 Por lo tanto, hablamos de una doctrina teológica y vivencia cristiana a la vez, ya que si la espiritualidad sólo optara por la doctrina teológica quitando la vivencia, tendríamos una espiritualidad racional, intelectualista y sin repercusión en la propia vida. Y si por otra parte solamente optara por la vivencia cristiana, sin dar la doctrina teológica, la espiritualidad quedaría reducida a un subjetivismo arbitrario, sujeta a las modas cambiantes y expuesta al error. Así pues, la verdadera espiritualidad cristiana debe integrar doctrina y vida, principios y experiencia.

La espiritualidad es la manera característica que tiene un cristiano o un grupo de la Iglesia para vivir determinados valores evangélicos que hagan a Cristo presente en sus vidas y lo proyecten a los demás. Así tenemos las diversas espiritualidad de las congregaciones religiosas o de los grupos en la Iglesia.

A MANERA DE CONCLUSIÓN.

Madre Inés solía decir que la Iglesia es como un hermoso jardín en donde los diversos carismas se entrecruzan y enriquecen la Iglesia para seguir a Cristo como María. Ella tuvo el carisma de fundadora y hablaba de que el espíritu que animó siempre su vida y la obra que nos ha dejado en herencia es un espíritu misionero por excelencia y dejó a la Iglesia una espiritualidad eucarística, sacerdotal, mariana y misionera vivida en la alegría de la entrega y fidelidad al Señor para hacerlo conocer y amar del mundo entero.

«Carisma», «espíritu» y «espiritualidad» nos hablan de que Cristo está vivo entre nosotros y continúa pasando por el mundo haciendo el bien. Dios es el artífice de TODO ESTO.  Él vive en nuestras almas, para deificarnos, para espiritualizarnos. Él nos mueve internamente a toda obra buena (Rm 8, 14; 1 Cor 12, 6) y nos purifica del pecado (Mt 3, 11; Jn 3, 5-9; Tit 3, 5-7). Él enciende en nosotros la lucidez de la fe (1 Cor 2, 10-10). Él levanta nuestros corazones a la esperanza (Rm 15, 13). Él nos mueve a amar al Padre y a los hermanos como Cristo los amó (Rm 5, 5). Él llena de gozo y alegría nuestras almas (Rm 14, 17; Gal 5, 22; 1 Tes 1, 6). Él nos da fuerza y carismas para testimoniar a Cristo y fecundidad apostólica, pues la evangelización no es sólo palabras, “sino poder y acción en el Espíritu Santo” (Gal 1, 5; Hch 1,8). Él nos concede ser libres del mundo que nos rodea (2 Cor 3, 17). Él viene en ayuda de nuestra debilidad y ora en nosotros con palabras inefables (Rm 8, 15).

Bastará ver a María para captar cómo hay que vivir todo esto, Benedicto XIV decía que la Virgen “es como un río celestial por el que descienden las corrientes de todos los dones de las gracias a los corazones de los mortales” (Bula “Gloriosae Dominae” del 27 del IX de 1748) y San Pío X afirmaba que María, junto a la cruz “mereció ser la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su muerte y con su sangre. La fuente, por tanto, es Dios; pero María, como bien señala san Bernardo, es el acueducto” (Encíclica “Ad diem illum” del 2 del II de 1891) por donde nos viene todas estas gracias y estilo de vivir para que todos conozcan y amen a Dios.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.



jueves, 2 de febrero de 2012

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR... Fiesta de la Vida Consagrada


El día 2 de febrero representa para miles de mexicanos un día de celebración, un día de fiesta: “El día de la Candelaria”. Un día en el que, como marca una antiquísima tradición, se comparten los ricos tamales —en Nuevo León que sean de Villa de Juárez— acompañados de atole, café, champurrado o refresco de Cola, según el gusto y el gasto de cada quien. Todos los que se encontraron con un «Niño», «Muñeco» o «Mono» (como se le llama a la pequeña imagen escondida entre la masa) en la Rosca de Reyes al partir su pedazo, quedan comprometidos a compartir los tamales en casa, en la reunión de grupo o de amigos, y si no es posible, entonces en el trabajo.

Este día, en los Templos Católicos —especialmente en los del centro de México— desfilan miles de imágenes del Niño Dios con distintos atuendos que van desde el clásico “ropón” de bautizo pasando por los trajes que portan el Santo Niño de Atocha, el Niño de las Palomitas, San Francisco de Asís, San Judas Tadeo y toda clase de vestimentas confeccionadas especialmente para las imágenes y que igualan, algunas veces, hasta la camiseta del equipo de futbol de quien posee la imagen o del padrino que lo viste. Así, la festividad se enriquece con el «compadrazgo» tan típico de México.

Los tamales, atole y demás, son comidas de fiesta que vienen desde la época prehispánica, cuando los Aztecas, en un día de fiesta, honraban a Tláloc y a Chalchiuhtlicue agradeciendo y encomendando las cosechas del maíz, por eso, sobre todo el el centro de México, es en este día cuando muchos campesinos llevan sus semillas a bendecir. Así, entre nuestro pueblo se conjugan las razones para estar de fiesta y aunque esta fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de navidad, es, para los creyentes, una parte integrante del relato de navidad. Es como una especie de chispa del fuego de la navidad, una epifanía de la cuarentena. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico.

Cierto que para mucha gente pasa por alto ese verdadero y original sentido de la fiesta de hoy: «LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO» (Lc 2, 22-40) y que es lo que todos los Católicos celebramos alrededor del mundo recordando que según la ley mosaica, María y José llevaron al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor. Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocieron en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizaron sobre él. Pero somos muchos los que sabemos que, en este día, entre el compartir los tamales, la Iglesia celebra el misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que Cristo, el Consagrado del Padre, es presentado como el primogénito de la nueva humanidad. 

En Oriente esta fiesta se llamaba "Hypapante", (fiesta del encuentro) porque de hecho, Simeón y Ana —representando a la humanidad que encuentra a su Señor en la Iglesia— encuentran a Jesús en el Templo y reconocen en Él al Mesías tan esperado, Sucesivamente esta fiesta se extendió también en Occidente, desarrollando sobre todo el símbolo de la luz, y la procesión con las candelas, que dio origen al término tan extendido en México de “Fiesta de la Candelaria”. Con este signo visible se quiere significar que la Iglesia encuentra en la fe a Aquel que es “la luz de los hombres” y lo acoge con todo el empuje de su fe para llevar esta “luz” al mundo.

En concordancia con esta fiesta litúrgica, el beato Juan Pablo II, a partir de 1997, instituyó la Jornada de la Vida Consagrada, recordando al mundo que la oblación del Hijo de Dios — simbolizada por su presentación en el Templo— es un modelo para todo hombre y mujer que consagra toda su propia vida al Señor. El objetivo de esta Jornada, conocida como la “Fiesta de la Vida Consagrada” es triple: ante todo alabar y dar gracias al Señor por el don de la vida consagrada en la Iglesia y para el mundo; en segundo lugar, promover su conocimiento y estima por parte de todo el Pueblo de Dios y de la humanidad entera; finalmente, invitar a cuantos han dedicado plenamente su propia vida a causa del Evangelio a celebrar las maravillas que el Señor ha obrado en ellos. 

En realidad, es precisamente y sólo a partir de la presencia de Cristo, como consagrado del Padre, que tiene sentido una vida consagrada a Dios mediante Cristo, de lo contrario se trataría sólo de una forma de sublimación o de evasión del mundo. Si Cristo no fuese verdaderamente Dios, y no fuese, al mismo tiempo, plenamente hombre, vendría a menos un fundamento de la vida cristiana en cuanto tal. La vida consagrada quiere testimoniar y expresar de modo “fuerte” precisamente la mutua búsqueda de Dios y del hombre, el amor que les atrae; la persona consagrada, por el mismo hecho de existir, representa como un “puente” hacia Dios para todos aquellos que la encuentran, una llamada, un envío. Y todo esto en base a la mediación de Jesucristo, el Consagrado del Padre. ¡El fundamento es Él! Él, que ha compartido nuestra fragilidad, para que nosotros mismos pudiésemos participar de su naturaleza divina. (cf. Homilía de Benedicto XVI, 2 feb. 2010). El niño, que María y José llevaron con devoción y emoción al templo, es el Verbo encarnado, el Redentor del hombre y de la historia.

Hoy, conmemorando aquello que sucedió aquel día en Jerusalén, nosotros también somos invitados, según nuestra propia vocación, pero todos con la consigna misionera de “hacerle amar del mundo entero” como decía Madre Inés, a entrar en el templo para meditar en el misterio de Cristo, unigénito del Padre que, con su Encarnación y su Pascua, se ha convertido en el primogénito de la humanidad redimida y ha sido hecho “Luz de las Naciones”.

¡Felicidades a todos los Consagrados en este día tan especial!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.