sábado, 30 de julio de 2016

«¡TU NOMBRE ES MISIÓN!»... Iglesia, ateísmo y misión


En los últimos años, se le ha dado una especial atención a la misión de la Iglesia. Esta atención ha sido estimulada, en principio, por la expansión misionera y, luego, por la nueva dimensión cultural de los cristianos, que ha estudiado más afondo el ser y quehacer de los diversos miembros de la Iglesia. No podemos engañarnos y decir con lo anterior que todo marcha estupendamente, hay mucho que hacer. La Iglesia es misionera por naturaleza y habrá de seguir trabajando siempre en la tarea apostólica. Todos los fenómenos que caracterizan la cultura en que vivimos se reflejan no solamente en los cristianos considerados como individuos, sino también como comunión eclesial.

Así como en algunos lugares, grupos o niveles, hay conciencia de cómo la Iglesia es misionera, podemos notar que ha crecido mucho el número de cristianos que no practican y que se esfuerzan, parece ser, en justificar su posición de acuerdo con expresar que viven una religiosidad interior (cf. EN 56). Para muchos, el lenguaje eclesiástico resulta inaccesible, sea por su mentalidad, por su falta de preparación o su estilo. La gente pasa mucho de la convicción a la convención. Esto afecta no solamente a los laicos, también hay sacerdotes y religiosos que en sus comunidades viven esta situación; tal vez por eso la Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento invite constantemente al examen del medio día, al examen de la noche, al examen particular y a la revisión de vida mensual.

Hay, en la sociedad, muchas cosas que se han conjugado y que van actuando para llevar al hombre a situaciones conflictivas. Toda la cuestión obrera, con sus problemas de sindicatos y de líderes que casi se sienten dioses; la situación política, que crea tantas confusiones; la técnica y la ciencia, que hoy configura el tiempo de los hombres y que no está armonizada con el Evangelio. Todas estas situaciones se experimentan con todos sus procesos con tal intensidad que bastarían para justificar la impresión de una creciente disonancia entre el Evangelio y las culturas. Nuestro occidente, en general, parece que lucha contra el cristianismo, porque lo quiere desfigurar para conformarlo a sus fines. Unido a todo esto, podemos ver que el problema del ateísmo y el secularismo que cada día envuelve más a la sociedad, sobre todo a los jóvenes estudiantes y a los científicos.

Podemos distinguir cuatro clases de ateos en la sociedad actual. El Concilio Vaticano II nos menciona ocho clases de ateos, pero bastaría ahora con ver estos que son los más comunes: 1) El ateo mundano, que es así por la falta de reflexión. 2) El ateo práctico, que desmiente con los hechos una fe profesada de palabras que ha olvidado. 3) El ateo negativo, que llega a la conclusión de la imposibilidad de probar que Dios existe. 4) El ateo positivo, que afirma que Dios no existe y hace de su no existencia el fundamento del humanismo. Este último es muy popular entre los hombres de ciencia, entre los intelectuales, es el que intenta fundar la negación de Dios sobre el poder científico del hombre. Se ve, pues, este problema del ateísmo en nuestros días, pero su misma complejidad nos hace pensar que no es un fenómeno originario, sino derivado de múltiples causas. Entre ellas, aquella que tanto dolor le causaba a la Beata María Inés: los escándalos de los cristianos, que han contribuido decisivamente a la proliferación del ateísmo (cf. GS 19).

En comparación con el ateísmo, el secularismo no haya la presencia de Dios en el mundo. Dios calla, está lejos. En un ambiente que casi no deja espacio de manifestación de la trascendencia, la transmisión de la fe encuentra nuevas dificultades. La secularización puede evitar ciertamente los compromisos políticos, que ha oscurecido con sus complicidades de imagen de la Iglesia, pero puede llevar también al aislamiento individualista. Hay un factor muy importante, además. La población mundial se concentra en las áreas geográficas no católicas (África, Asia). Ante estas gentes, las iglesias cristianas aparecen como una minoría insignificante. Esta situación se hace en cierta forma más dramática debido a que hay que considerar que ante ellos la verdad cristiana aparece desgarrada por las divergencias y los enfrentamientos confesionales y, lo que es peor, por las divisiones existentes entre congregaciones misioneras católicas que evangelizan un mismo lugar.

Tal vez todo lo aquí expuesto puede llevar a la desesperación. Empecé diciendo que la conciencia misionera en la Iglesia aumenta y luego he dedicado un largo espacio a hablar del ateísmo. Ahora paso a algo interesante, la Iglesia es misionera por excelencia y está llena de esperanza. En medio de este mundo que parece que ha sacado a Dios de la vida diaria, la Iglesia misionera tiene grandes retos, grandes tareas, grandes áreas de trabajo apostólico.

La Iglesia es misionera y quiere recordar que hoy, como ayer, y lo mismo que mañana, el Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree (cf. Rm 1,16; 1 Cor 1,22-24). La Iglesia es misionera y se renueva constantemente aumentando en nosotros la confianza de que Dios está siempre presente en medio de sus hijos, por eso nos invita a un diálogo con este mundo moderno como exigencia de la fidelidad a Dios. La Iglesia es misionera y las dificultades que surjan, no le harán abandonar el camino emprendido. La Iglesia es misionera y está en misión. la situación que vivimos es reveladora, porque nos permite volver a descubrir los orígenes de la Iglesia. En ellos encontramos una vitalidad siempre inédita, porque proviene de Dios mismo. La contemplación de sí misma, en medio de este mundo, hace que la Iglesia se reconozca misionera.

Sintiéndose enviada, la Iglesia se ha preguntado de quién ha recibido esta misión. La respuesta más completa a esta cuestión fundamental se encuentra en los números iniciales del decreto conciliar «Ad Gentes», sobre la actividad misionera de la Iglesia. «En la historia de la salvación todo procede del designio amoroso del Padre. El Padre se halla en el origen de todo, por eso se habla de su amor Fontal» (cf. Ad Gentes 2). La misión viene del Padre y vuelve al Padre. Cristo es el enviado del Padre, su mismo ser es misión, porque es uno con el Padre y mensajero suyo entre los hombres. Ya lo dice la Beata María Inés en un bello escrito titulado: «La Santísima Trinidad Misionera».

Jesús se entrega totalmente a la misión. Elige los medios para servirla, medios que se nos presentan como antítesis a la tentación: pobreza en el tener, sencillez en la apariencia; eficacia en el servicio. La presencia de Cristo se actúa en el don del Espíritu. La evangelización anuncia este don como gracia poseída. Así, la misión de la Iglesia está unida a la vida intratrinitaria. Se dice que la Iglesia es misionera no sólo porque proclama el designio del Padre, sino porque es comunión con Él. Desde esa profundidad, participa en la misión del Hijo y expresa la actividad del Espíritu que anima en la historia la realización del designio salvífico del Padre.

La misión de la Iglesia, en su dinámica trinitaria, se puede resumir así: la misión se origina en el Padre, pasa por la generación del Verbo y la espiración del Espíritu, se constituye con la encarnación y vuelve al Padre por Cristo que en el Espíritu asume a los hombres, primogénito entre muchos hermanos. El misterio divino hace de la Iglesia un sacramento. La gracia divina que penetra la humanidad y el mundo obra visiblemente en la Iglesia. Como sacramento de salvación, la Iglesia está para manifestar y obrar la salvación por y en la misión. La Iglesia es inconcebible sin la misión. «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14).

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. Por eso ahora hablamos de una nueva evangelización. La Iglesia es misionera y ahora emprende una nueva evangelización como una continuación de la obra de Jesús que se realiza en una experiencia histórica nueva en esta era que nos ha tocado vivir. Todos los hombres son los destinatarios de esta misión y al mismo tiempo, en la Iglesia, los agentes de la misión son los mismos hombres. La unidad del cuerpo es unidad en la misión.

A todos los hombres, a través de hombres, la Iglesia anuncia en primer lugar el kerigma (primer anuncio) y, en dependencia de él, la visión cristiana de la existencia, el hombre es imagen de Dios. El eje de la misión pasa por una doble fidelidad que en la nueva evangelización la Iglesia misionera tiene que seguir considerando y trabajando: la fidelidad al mensaje y la fidelidad a los hombres.

La Iglesia en misión, en nuestra época debe emprender la nueva evangelización siendo, ante todo, aunque se escuche raro, cristiana. Por lo mismo, en la nueva evangelización, no se trata una mera actividad misionera concebida en cifras, en términos de incremento numérico, porque esto falsearía el mensaje. La misión de la Iglesia en la nueva evangelización, no puede confundirse con cuestiones de estadística, el Evangelio no puede malbaratarse en un mensaje incompleto con tal de vender más. El Evangelio es para el hombre, hay que hacerlo presente en las estructuras creadas por la sociedad humana. En virtud de su misión evangelizadora, la Iglesia abraza el destino del mundo. Está en completa comunión con él, excluyendo tan solo el pecado. Como Jesús, pues lo que no es asumido, no es redimido.

Hay que evangelizar las culturas. La fe progresa con la inculturación. El encuentro con las diferentes culturas le permite a la Iglesia profundizar en el contenido del mensaje evangélico. Como vemos, la Iglesia es misionera y tiene mucho por hacer. Eso solo lo logrará si profundiza en su ser. Toda aquella encíclica «Redemptoris Missio», de san Juan Pablo II, se convirtió en una invitación a pensar en esto. Bastaría ver, para terminar esta reflexión, el final de la introducción de este valioso documento: «Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión Ad Gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia, puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos» (ReMi 3) 

Iglesia... ¡Tu nombre es misión!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

viernes, 29 de julio de 2016

«EVANGELIZADOS PARA EVANGELIZAR, EVANGELIZAR PARA SER EVANGELIZADOS»... Una Iglesia en estado permanente de misión


¿Quién evangeliza hoy? ¿Cuál es el sujeto agente de la nueva evangelización? ¿Cómo evangelizar de nuevo al pueblo de Dios, usando de la imposición o de la proposición? ¿Cómo llevar a todos la Palabra y el espacio de silencio en el que habla Dios? ¿Cómo llevar a todos el conocimiento de la encarnación del Señor y el valor de su muerte redentora? ¿Cómo aportar, desde el propio estado de vida, elementos que ayuden a la nueva evangelización? Éstas y otras muchas cuestiones, circundan el corazón del hombre y de la mujer que, en los inicios del tercer milenio, se saben sujetos portadores de la evangelización para reconstruir un mundo que se ha alejado de Dios, que lo ha sacado —como dice el Papa Francisco— de su ambiente vital.

Si la Iglesia —nacida de la misión del Espíritu Santo por el Padre y el Hijo crucificado y resucitado— es fundamentalmente comunión, la evangelización es una tarea que compete a todo el pueblo de Dios en su conjunto. Todos los miembros de la Iglesia somos misioneros desde nuestro bautismo. Mientras vivimos en el mundo, la Iglesia va contagiando al mundo los valores del reino de verdad, libertad, justicia, amor, solidaridad, etc. La Iglesia está en el tiempo para sacramentalizar, proclamar, celebrar y compartir el gozo del Evangelio de la alegría. Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios (EG 176). 

Desde hace algunos años, escuchamos mucho hablar de una «nueva evangelización». Del 7 al 28 de octubre de 2012 se celebró la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre este tema de la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Allí se recordaba que la nueva evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos; Primeramente el ámbito de la pastoral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna». En segundo lugar, el ámbito de «las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo», que no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe y, finalmente, el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado (cf EG 14). 

La Iglesia, nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, no crece por proselitismo sino «por atracción» (EG 14) y por eso, en esta nueva evangelización, es invitada a utilizar nuevos métodos y nuevas expresiones, en un nuevo ardor, para llevar a Cristo a todos. Para llevar a cabo esta nueva evangelización, la Iglesia tiene que transformarse a sí misma en el horizonte del reino. Solamente una comunidad evangelizada, tiene el vigor de la nueva evangelización. En la medida en que sea Iglesia seguidora de Jesús, puede ser sacramento de la salvación del mundo. Siendo Iglesia viva, se hace entonces Iglesia evangelizadora. «La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar» (EG 174). 

La evangelización será nueva si tiene en cuenta —tratando de sacar provecho— las consecuencias de la nueva situación histórica del pueblo de Dios en el horizonte del reino. El necesario ardor y las nuevas expresiones del misterio de la fe, no podrán ignorar las nuevas perspectivas, los nuevos horizontes y la invitación que hace el llamado del mismo pueblo de Dios a repensar, afrontar, analizar y reconstruir temas como estos: La reforma de la Iglesia en salida misionera, las tentaciones de los agentes de pastoral, la Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza, la homilía y su preparación, la inclusión social de los pobres, la paz y el diálogo social y las motivaciones espirituales que llevan a la tarea misionera (EG 17). Si la nueva evangelización logra articular estos horizontes en programas pastorales operativos y movilizadores, estará siendo realmente nueva; si logra convertirse en idea fuerza para las iglesias locales y despertar la conciencia y potencial evangelizador de las personas, las instituciones, los grupos... estará siempre nueva.

Hay que recordar que antes que evangelizadora, la Iglesia es evangelizada; antes que docente, la Iglesia entera es discente; antes que maestra es discípula. Sólo siendo oyente y discípula de la Palabra, el Pueblo de Dios puede irradiar la alegría del Evangelio y hacer discípulos. Claro está que, en términos de proceso, también la inversa es verdadera: Haciendo discípulos es como la Iglesia escucha el Evangelio; irradiando el amor a Cristo, lo acoge; evangelizando es evangelizada. La Iglesia es evangelizada y evangelizadora.

La Iglesia evangelizada es una Iglesia de testigos: Han visto al invisible (Heb 11,27). Han sido alcanzados por la vida del Resucitado a través del testimonio de los primeros a quienes se ha hecho visible el Resucitado (Jn 20,18.25). Una Iglesia que se sabe siempre portadora de buenas noticias (Hch 4,20). Una Iglesia sana, una comunidad. Una Iglesia que no tiene permanentemente cara de funeral (EG 10). Una Iglesia que está en estado permanente de evangelización y que recomienza su nueva evangelización por transformarse a sí misma en una comunidad viva para poder ser «Buena Noticia» de vida, de libertad, de amor. El Concilio Vaticano II, hablando de la Iglesia, nos habló de una apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo para ser siempre esta portadora del mensaje de salvación (Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 6). Nos dice el Concilio que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación y que Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad (cf EG 26). Sin una reforma interior de la Iglesia, de su vida, de sus instituciones y estructuras, no será nueva transparencia de la Palabra y del Espíritu que la habita.

La capacidad evangelizadora de la Iglesia en nuestra sociedad pluralista y secular, se juega en la credibilidad social de la misma. Uno de los desafíos del pueblo de Dios en la nueva situación histórica de nuestros tiempos consiste en alcanzar nuevas formas de presencia pública en los medios de comunicación y en las redes sociales, que son las que en la época actual, mueven al mundo. Yo mismo he tenido la experiencia de dialogar en Linkedin o en Whatsapp con personas que no saben o no valoran lo que es la Iglesia y es más, con gente de Iglesia que no sabe lo que es la nueva evangelización y por medio de estas conversaciones va abriendo sus horizontes.

Hoy necesitamos presentar al mundo y a los mismos miembros del Pueblo de Dios —con nuestro testimonio evangelizador y dejándonos evangelizar— una Iglesia creíble que sea «espacio de unidad y comunión» (EG 73), con más sentido de pertenencia y menos fragmentaciones, con más diálogo y comunicación. Una Iglesia «en salida», una Iglesia de «puertas abiertas» (EG 46 y 47), que sale hacia los demás para llegar a las periferias humanas sin que eso implique correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Una Iglesia «casa de todos» intelectualmente habitable, donde la búsqueda de la verdad prevalezca sobre toda forma de oscurantismo o de imposición autoritaria (EG 146). Una Iglesia «hogar de libertad» (EG 170), capaz de mostrar que la aceptación del Dios de Jesucristo es fuente de liberación permanente en la existencia humana; capaz de recordar también que la libertad es lo más contrario a la desmoralización permisivista y a la tiranía del capricho. Una Iglesia «humanamente fecunda» especialmente para los jóvenes (EG 108), experta en humanidad y creadora de humanización. Una Iglesia «familia» donde los pobres sean los primeros (EG 48 y 49), en el corazón y en los presupuestos. Una Iglesia «misionera» de los hombres, de la sociedad, del mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús, sin dejarse robar el entusiasmo misionero (EG 80).

La dinámica de la encarnación es el estilo de vida de evangelizar de Jesús (Mt 25,31-46). Cristo evangeliza desde la cercanía y desde la simpatía con nuestra condición humana. Su comunión con nosotros es el inicio y la forma de su liberación; desde la pobreza y la debilidad; desde el amor y la palabra limpia; desde la aceptación de cada persona y cada situación del hermano (EG 179). Esto marca el camino de la evangelización de la Iglesia. Anunciar evangélicamente a Jesucristo implica hacerlo con el testimonio cualificado del encuentro con el hermano pobre, necesitado, solo, deprimido, alejado, olvidado, descartado, allí donde éste se encuentra. A este nivel primario y decisivo de la comunicación de la fe por el testimonio, estamos llamados todos. Allí llego la beata María Inés Teresa cuando decía al Señor: «Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero... y para eso no tengo mas que mi miseria, puesta al servicio de tu misericordia».

La nueva evangelización está recuperando la fuerza de la experiencia, la «teología vivida» de los santos. La fe cristiana, que es básicamente relación personal con Dios Padre en Cristo por el Espíritu, se vive y se aprende también en la vida de los santos que han ayudado a construir, con su granito de arena y su expresión de la misericordia divina, la Iglesia (EG 263). La persona santa contagia, inquieta, suscita preguntas. Es un evangelio vivo: Buena noticia permanente, audible, legible, visible.

Hoy somos evangelizados y evangelizadores especialmente en pequeñas comunidades cristianas que siguen florecientes alrededor del mundo en muchísimas parroquias. Me viene recordar ahora el Santuario de la Virgen Inmaculada «Margarita Concepción» en Mazatán, Chiapas. Allí, gracias al proceso evangelizador de estas pequeñas comunidades, impulsado por los diversos párrocos que han pasado y la tarea titánica de nuestras hermanas Misioneras Clarisas, bajo la guía y acción del Espíritu santo, la Iglesia he entrado en este dinamismo y espíritu de nueva evangelización regalando vocaciones y espacios de vida cristiana para un pueblo en constante desarrollo. Lo mismo he visto en parroquias como Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás de los Garza, N.L. a cargo de nuestro instituto misionero, en donde la evangelización llega a través de los 11 sectores que la conforman.

En estas pequeñas comunidades —llámense comunidades eclesiales de base, pequeñas comunidades, sectores o barrios— se escucha la Palabra, se ora, se comparte la misión, se forma en la fe. La Iglesia va recuperando la experiencia de la vida en fraternidad y la consiguiente presencia a partir de pequeñas comunidades que irradian la fe, al mismo tiempo que son evangelizadas. Recuperar la dimensión comunitaria es una tarea urgente en la nueva evangelización, sobre todo para una Iglesia que ha acentuado en el pasado los elementos institucionales y ha sufrido las consecuencias del individualismo de una fe sin comunidad por parte de grandes capas de nuestra población que han dejado de ser cristianos comprometidos.

Parece que por aquí apunta el futuro de la Iglesia y de la evangelización, nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en sus expresiones. En esta nueva dimensión, la parroquia de nuestros días, viene a ser —como se describe en el Capítulo V del Documento de Aparecida— un centro en el que se encuentran todas estas pequeñas comunidades como la gran familia de los hijos de Dios. ¿No fue así como comenzó la evangelización hace más de dos mil años? ¿No era la transparencia y la belleza de las fraternidades apostólicas en el seguimiento de Cristo lo que contagió con su entusiasmo las bases del imperio?

La nueva evangelización —iniciada desde tiempos de san Juan Pablo II— será realmente nueva en el ardor y la eficacia si parte de la unidad del pueblo de Dios, si es la evangelización de todos, no solo del Papa Francisco y de los obispos. Será la obra de la colaboración de todos: Consagrados y fieles laicos, todos en una constante tarea de ser evangelizados y evangelizadores para llegar a ser expresión del Evangelio de la Alegría.

¿Nos damos realmente cuenta de las exigencias todavía pendientes? ¿Sufrimos el individualismo y la desconexión de los evangelizadores? ¿Nos duele y nos preocupa la cantidad de energías que se pierden a causa de nuestras inadecuadas actitudes y estructuras de participación y colaboración? ¿Sentimos, de verdad, los miembros de las diversas instituciones eclesiales, como nuestra, la obra de la evangelización o nos caben en la cabeza y el corazón solamente nuestras pequeñas parcelas y olvidamos que nuestros carismas pertenecen al pueblo de Dios? ¿Somos capaces de coordinar los institutos evangelizadores, los misioneros, los educadores, para potenciar el avance y el alcance en la eficacia evangelizadora y no sólo para una gestión más de urgencias? ¿No nos estaremos contentando en demasiadas ocasiones con que nuestras obras sigan funcionando en lugar de poner nuestros mejores desvelaos en que sean realmente evangelizadoras?

¿Qué pasa con las grandes tareas de las Iglesias locales? ¿Estamos respondiendo a la clara invitación que nos lanza el Papa Francisco? Hay que revisarnos constantemente, hay que suplicarle al Espíritu Santo que, como a María, nos cubra con su sombra, para dar a luz a Cristo a todas las naciones sintiendo con ansias, como san Pablo, dolores como de parto con el anhelo de que Cristo sea conocido y amado por todos. María, la mujer de la alegría perenne no perdió el tiempo, siempre tuvo ardor por los intereses de su Hijo, se lanzó presurosa a llevar la Buena Nueva a Isabel (Lc 1,39), hizo que la gente hiciera lo que si Hijo indicaba (Jn 2,5), recibió el encargo de cuidar de los apóstoles al morir su Hijo(Jn 19,25), acompañó en la evangelización primera a los discípulos de su Hijo (Hch 1,14) y con ellos esperó la llegada del Espíritu que vino a dar un nuevo ardor, una nueva expresión, un nuevo método que llevó la evangelización hasta donde estamos el día de hoy (Hch 2,1ss).

«A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial» (EG 287).

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

Por un simple «sí»... La profesión religiosa de 11 hermanas Misioneras Clarisas


Son muchos los libros y artículos que hablan sobre el tema de la vocación, que, como sabemos, es una invitación al seguimiento. A esa invitación, nos dicen tantos y tantos estudiosos y escritores, corresponde el don, el don de quien se sabe llamado a seguir a Aquel que llama a dedicar la vida a la causa del Reino.

El llamado se entrega a Dios por sí mismo, libre y espontáneamente, sin que nada ni nadie lo obligue o lo presione y así, el anhelo de dar la vida por la salvación de las almas, brota de ahí... por un simple «Sí». 

Dios llama, aquel que atiende a la invitación del Señor responde y se establece un camino vocacional con una misión concreta en lo que el mismo Dios va pidiendo, porque, el consagrarse, implica que al darse, el llamado ya no se pertenece, le pertenece a Dios a quien queda consagrado.

La invitación, desde esta perspectiva, es cuestión de amor, al igual que la respuesta que se pueda dar al Señor. Es una invitación del Amor a seguirle por amor, para amarle y para hacerle amar. Darse, en este clima de amor, no es dar el propio trabajo o las cosas que se poseen, sino entregar el propio corazón para que el Padre se complazca en él viendo a su Hijo Jesucristo que vuelve a pasar por el mundo haciendo el bien (cf. Hch 10,38).

El primer paso que ha de dar el llamado, para corresponder a la voz de Dios que le invita a seguirle, es fiarse de Aquel que lo está llamando. Todo aquel que ha escuchado el llamado y se pone en camino, se fía de la palabra del que llama: «Ven y verás» (cf. Jn 1,39). Es preciso ir para ver, es preciso renunciar para elegir... Los hombres y las mujeres de nuestros tiempos estamos habituados a hacer lo contrario, porque primero queremos ver, para después posiblemente —si nos conviene— ponernos en camino.

Cuando vemos, en la historia de la Iglesia, el cúmulo de historias de santos, beatos y demás hombres y mujeres de bien que respondieron al llamado, podemos percibir una cosa muy importante. No ha sido el fanatismo lo que ha «obligado» a estos hermanos nuestros a seguir al Señor, ni tampoco la conveniencia o el miedo a condenarse, sino una «atracción fascinante», una atracción de Cristo que invita a dejarlo todo para ir tras de él.

Muchos de nosotros fuimos testigos apenas hace unos días, de la primera profesión de un grupo de once jovencitas que han decidido seguir a Cristo como Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento: Joseline Adilein, Alondra Teresita, Cristina, Ana Silvia (que tiene una hermana Misionera Clarisa, Rosario, a quien conozco desde antes de ingresar al convento), Montserrat, Maritza, Paola, Ana Laura, Norma Janeth, Elvia y Hena Claudia (a quien tengo la dicha de conocer desde muy pequeña, siguiendo de cerca su andar vocacional). Todas ellas, en una Misa muy solemne y concelebrada por varios sacerdotes, pronunciaron su «sí» como respuesta a la llamada de Dios para vivir en castidad, pobreza y obediencia después de haber finalizado su noviciado.

Monseñor Juan Esquerda Bifet presidió la Eucaristía y dirigió una emotiva homilía en la que nos fue llevando por los senderos del Amor que llama a ir tras de Él empezando desde nuestra llegada a este mundo gracias a la unión de nuestro padres, hasta el paso en que, como en la vocación de la beata María Inés Teresa, el corazón se va tras Él.

Ahora, cada una de estas hermanas irá a su nuevo destino como misionera de todo tiempo y lugar: El colegio, la parroquia, la guardería, el hospital, la casa de ejercicios, la universidad... en fin, la misión. El destino que les viene encomendado por la obediencia es solamente un medio que nunca prevalecerá sobre el fin, que es el amor de Dios en Cristo y, como los apóstoles, ellas serán expresión de la misericordia del Señor porque han decidido seguir a Cristo bajo el amparo de Santa María de Guadalupe, patrona principal de toda nuestra Familia Inesiana. ¡Felicidades hermanas y gracias por su testimonio en su «sí» al llamado del Señor.

¡Qué contenta estará la beata María Inés al ver que el «sí» que ella dio, cuando el Señor le pidió seguirlo y fundar nuestra Familia Inesiana, sigue latente en muchos corazones... ¡Felicidades hermanitas y que el Señor les de la perseverancia y la fidelidad!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

* En la fotografía de la cabecera aparecen con su Maestra y sub-maestra de Novicias, parte del equipo formador de la Casa Noviciado de las Misioneras Clarisas que ahora las ve partir.

martes, 26 de julio de 2016

«SERVIDORES COMO ÉL»... Hora Santa 28. Para ser servidores como Jesús



CANTO DE ENTRADA:
«ALMA MISIONERA».

Señor, toma mi vida nueva, 
antes de que la espera 
desgaste años en mi.
Estoy dispuesto a lo que quieras,
no importa lo que sea, 
tu llámame a servir. 

Llévame donde los hombres 
necesiten tus palabras 
necesiten, mis ganas de vivir.
Donde falte la esperanza, 
donde todo sea triste, 
simplemente por no saber de ti.

Te doy, mi corazon sincero 
para gritar sin miedo 
lo hermoso que es tu amor.
Señor, tengo alma misionera 
condúceme a la tierra, 
que tenga sed de Ti. 

Llévame donde los hombres...

Y así, en marcha iré cantando, 
por pueblos predicando, 
tu grandeza Señor. 
Tendré, mis brazos 
sin cansancio, 
tu historia entre mis labios, 
tu fuerza en la oración.

Llévame donde los hombres...


Monitor: Al empezar este tiempo de adoración y junto a la Santísima Virgen María, vemos a Jesús manso y humilde en el Santísimo Sacramento del Altar como Aquel que sirve, como Aquel que lo da todo, como Aquel que se hace «Pan partido» para darse a todos. Vamos a pedirle a Jesús, Sacerdote Eterno, que derrame su Espíritu sobre todo su pueblo santo y que nos enseñe a ser serviciales como Él, manso y humilde de corazón.

Ministro: Adoremos y demos gracias en cada momento
Todos: al Santísimo Sacramento

Padre Nuestro …
Ave María …
Gloria …

Monitor: En la narración de la Última Cena, san Juan no habla de la institución de la Eucaristía, sino que habla, en cambio, del lavatorio de los pies. El sacramento de la Eucaristía nos lo entrega Jesús en medio de una condición de servicio que no puede ser despegado del sacrificio de la Cruz. Acompañemos a Cristo en estos momentos de oración y pidamos la gracia de ser servidores como Él.


Momento de silencio para meditar.


Monitor: Escuchemos ahora el Santo Evangelio. Nos ponemos de pie.


Si está presente un sacerdote, diácono o ministro lector, le corresponde a él la lectura, en otro caso puede hacerlo cualquiera.


Del Evangelio según San Juan                                        Jn 13,1-17

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando. El diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el proyecto de entregar a Jesús. Y él sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y que a Dios volvía. Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ciñó una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente; luego se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla.

Al llegar a Simón Pedro, éste le dijo: —Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Jesús le respondió: —Si no te lavo, no tendrás parte conmigo. Entonces Pedro le dijo: —Señor, si es así, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le contestó: —El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies; pues está todo limpio. También ustedes están limpios, aunque no todos. Sabía quién lo iba a entregar. Por eso dijo: «No todos están limpios».

Cuando terminó de lavarles los pies y se volvió a poner el manto, se sentó a la mesa y dijo: —¿Entienden lo que he hecho? Ustedes me llaman «el Señor y el Maestro» y con razón, porque lo soy. Pues si yo que soy el Señor y el Maestro les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo, para que hagan ustedes lo mismo que yo he hecho. Porque en verdad les digo: El esclavo no es más que su amo, y el que es enviado no es más que el que lo envía. Ahora ya saben esto, serán felices si lo ponen en práctica. Palabra del Señor.

Monitor: Después de haber escuchado el Santo Evangelio, oremos con el salmista a Jesús Eucaristía pidiendo ser servidores del Padre y de todos, como Cristo mismo nos enseñó para ser expresión de su misericordia. Digamos después de cada trozo del salmo 40:

R/. Por nosotros, Jesús Eucaristía, tú te hiciste servidor hasta dar la vida en la Cruz.

Lector 1: 
Yo esperaba con ansia al Señor;
Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor:
puso en mi boca un canto nuevo,
una alabanza a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, se estremecieron
y confiaron en el Señor. R/.

Lector 2:
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificios ni víctimas por los pecados,
entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.

Lector 1:
—Como en el Libro está escrito de mí—
para cumplir tu voluntad, Dios mío,
deseo tener tu enseñanza en mis entrañas. R/.

Lector 2:
He proclamado tu salvación
ante la gran Asamblea;
no, no he cerrado los labios;
Señor, tú lo sabes.

Lector 1 y 2:
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.

Todos:
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

R/. Por nosotros, Jesús Eucaristía, tú te hiciste servidor hasta dar la vida en la Cruz.


Momento de silencio para meditar. Se puede también en este momento tener una homilía —si está un sacerdote o un diácono presentes— o un momento de compartir la reflexión en torno a la Palabra del Señor.


Monitor: Señor Jesucristo, creemos firmemente que te encuentras presente en el Santísimo Sacramento del altar y que desde aquí te hacer servidor y hermano de todos, te amamos con todo el corazón y con toda el alma. Deseamos ardientemente recibirte en nuestros corazones para contigo, contemplar a tu Padre que nos invita, bajo la acción del Espíritu Santo, a ser servidores como Tú. Estamos aquí haciendo un espacio de silencio tan necesario entre el ruido del diario ir y venir de estos días. ¡No permitas que nada ni nadie nos separe de Ti y aumenta en nosotros el deseo de servir a todos como Tú! Amén.


CANTO PARA MEDITAR:
«HOY EN ORACIÓN».

Hoy en oración,
quiero preguntar, Señor,
quiero escuchar tu voz,
tus palabras con tu amor.
Ser como eres Tú,
servidor de los demás,
dime ¿cómo?, ¿en qué lugar?,
te hago falta más.

Dime Señor, en qué te puedo servir,
déjame conocer tu voluntad.
Dime Señor, en Ti yo quiero vivir,
quiero de Ti aprender: saber amar.

Hoy quiero seguir,
tus caminos junto al mar,
tus palabras, tu verdad,
ser imagen de Ti.
Ser como eres Tú,
servidor de los demás,
dime ¿cómo?, ¿en qué lugar?,
te hago falta más.

Dime Señor, en qué te puedo servir...


Momentos de silencio para meditar.


Monitor: Escuchemos ahora unas palabras del Papa Francisco:

Lector 1: La Eucaristía “es una escuela de servicio humilde” que “nos enseña a estar preparados para ser para los demás”, lo que también está “en el centro del discipulado misionero”. La Eucaristía “cambia los corazones” y “nos permite ser premurosos, proteger a quien es pobre y vulnerable y ser sensibles al grito de nuestros hermanos y nuestras hermanas en necesidad”. Jesucristo “está siempre vivo y presente en su Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, el sacramento de su cuerpo y de su sangre”. “La presencia de Cristo en medio de nosotros no es solo un consuelo, sino también una promesa y una invitación”.

Lector 2: La Eucaristía “es una promesa de que un día la alegría y la paz eternas nos pertenecerán en la plenitud de su reino”, pero también es una invitación “a salir, como misioneros, para llevar el mensaje de ternura del Padre, de su perdón y de su misericordia a todo hombre, mujer y niño”. En el mundo hay mucha necesidad de este mensaje y “si pensamos en todos los conflictos, las injusticias, las crisis humanitarias urgentes que marcan nuestro tiempo nos damos cuenta de lo importante que es para todo cristiano ser un verdadero discípulo misionero, llevando la buena noticia del amor redentor de Cristo a un mundo tan necesitado de reconciliación, justicia y paz”.

Lector 1: Recordando el Jubileo de la Misericordia, “estamos llamados a llevar el bálsamo de la misericordia de Dios a toda la familia humana, vendar las heridas, llevar la esperanza donde la desesperación tan habitual parece haber vencido”. Jesús nos deja, en la Última Cena dos gestos de servicio que debemos imitar: el convivir con los discípulos y el Lavatorio de Pies. “Jesús podía escuchar a los otros, escuchar sus historias, apreciar las esperanzas y las aspiraciones y hablarles del amor del Padre”.

Lector 2: Contemplando la Eucaristía se sigue el ejemplo de Jesús “yendo al encuentro de los otros, con espíritu de respeto y apertura, para compartir con ellos el don que nosotros mismos hemos recibido”. “El testimonio de la vida transformada por el amor de Dios es para nosotros la mejor forma de proclamar la promesa del reino de la reconciliación, justicia y unidad para la familia humana”. Jesús lavó los pies de sus discípulos “como signo de servicio humilde, del amor incondicional con el que ha dado su vida en la cruz por la salvación del mundo”.


Momentos de silencio para meditar.


Preces comunitarias

Escucha Señor, nuestras oraciones, que con humildad te presentamos:

R. Que la Eucaristía, Señor, nos dé fuerzas para ser servidores y evangelizar.

Por el Papa y los obispos, principales responsables de la evangelización, para que dóciles a la voluntad del Padre, encarnando a Jesucristo en su vida logren, con los dones del Espíritu Santo, transformar con el Evangelio el mundo en que vivimos. Oremos. R/.

Para que los gobernantes, sensibles a las exigencias del Evangelio, se preocupen del bien común y de dar verdadero testimonio de servicio. Oremos. R/.

Por todos los cristianos que desgastan su vida en la tarea de la evangelización, para que liberados de todos los peligros, continúen dando un testimonio fiel del Evangelio. Oremos. R/.

Por todas aquellas personas que no conocen el Evangelio, para que la fuerza que transforma se manifieste pronto en sus vidas. Oremos. R/.

Por todos nosotros, para que el Señor nos aumente la fe y el compromiso de evangelizar el mundo en que vivimos y no tengamos miedo de afrontar todos nuestro compromiso de ir y llevar el evangelio, como la beata María Inés Teresa y tantos santos, hasta los últimos rincones de la tierra. Oremos. R/.

Todos juntos, en familia, repitamos las palabras que nos enseñó Jesús, y oremos al Padre de todos los hombres y mujeres de la tierra diciendo: Padre Nuestro...


CANTO PARA RECIBIR LA BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO SACRAMENTO O HACER LA RESERVA:
«TANTUM ERGO»

Tantum ergo Sacraméntum,
Venerémur cérnui:
Et antíquum documentum
Novo cedat rítui;
Præstet fides suppleméntum
Sénsuum deféctui.

Genitori Genitóque,
Laus et iubilátio;
Salus, honor, virtus quoque,
Sit et benedíctio;
Procedénti ab utróque
Compar sit laudátio.
Amen.

Ministro: Les diste pan del cielo. (T.P. Aleluya).
Todos: Que contiene en sí todo deleite. (T.P. Aleluya).

Luego el ministro se pone en pie y dice:

Oremos: Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tú Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Si está presente el sacerdote o el diácono, se das la bendición como de costumbre; de otra manera, se hace la reserva.

Letanías de desagravio a Jesús Sacramentado:

Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendito sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
Bendita sea la Incomparable Madre de Dios la Santísima Virgen María.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José su casto esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.


CANTO DE SALIDA:
«SOY MISIONERO»

Hoy de muchos pueblos y ciudades nos reunimos pues
queremos nuestro compromiso renovar, somos caminantes,
somos paz y somos fuego, somos voz que cantamos himnos de
amistad.

Soy misionero y el evangelio voy por el mundo anunciando la misión,
nueva esperanza, nuevo milenio primavera para el mundo es mi
canción .


No hacemos la guerra amigo, somos en la tierra por donde
andamos hermanos vamos a encontrar, somos caminantes,
somos paz y somos fuego, somos voz que cantamos himnos de
amistad.

Únete al Iglesia en misión, únete a mi canción .
Soy misionero...

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

sábado, 23 de julio de 2016

Vivir el Santo Evangelio al estilo de la beata Madre Inés... Una invitación a los consagrados

La vida de Cristo, en su modo histórico de vivir en totalidad para el Padre Misericordioso y para los hombres, constituye el fundamento último y la definitiva justificación de la existencia de la vida consagrada en la Iglesia. La vida de Jesús, o sea todo su comportamiento, que es la palabra más solemne que Él pronuncia y la clave para entender su mensaje, y sus palabras que revelan y esclarecen el sentido de su vida, va llamando a algunos a seguirlo de una manera más particular y comprometida.

La vida consagrada en la Iglesia y en el mundo, es la presencia sacramental del modo de vida y de existencia de Cristo. Es la presencia real, verdadera y visible de Cristo virgen, obediente y pobre en la Iglesia que llamó a unos para estar con Él y enviarlos a predicar (Mc 3,13-14). La Beata francesa Isabel de la Trinidad —muy admirada y leída por la beata María Inés Teresa y que pronto será canonizada— decía que «somos como otra humanidad de Cristo». El documento del Concilio Vaticano II «Perfectae Caritatis», en el número 2 nos dice que «la última norma de vida de la vida consagrada es el seguimiento de Cristo, tal como se propone en el Evangelio, que ha de ser tenido por todos como regla suprema».

Es fácil darse cuenta de que la vida consagrada es una consecuencia del Evangelio y una prolongación o encarnación del mismo en cada tiempo y lugar en donde los consagrados están presentes. De manera que el primer deber y el mayor privilegio del consagrado, es el de vivir plenamente la vida evangélica en el seguimiento de Cristo, y, para vivir esta vida, no hay otro camino que no sea una continua meditación del Evangelio para hacerlo cercano a todos según la forma determinada, el carisma, espíritu y espiritualidad de cada instituto de vida consagrada. Si quitamos el Evangelio de la vida de un consagrado... ¡no queda nada!

La vida y la misión de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, como virgen, como consagrada y como fundadora no fue otra cosa sino el Evangelio leído, estudiado y meditado con pasión para darlo a todos, de manera que esto queda plasmado en el lema dirigido a Cristo: «QUE TODOS TE CONOZCAN Y TE AMEN, ES LA ÚNICA RECOMPENSA QUE QUIERO». 

«Vivir el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo» fue el fin principal de la beata desde el día que ingresó al convento, en Los Angels California, para recorrer el itinerario de santificación que Dios le había designado como religiosa. Desde que ella trabajaba —siendo seglar— en un banco, ya sabía a qué la llamaba el Señor y hacia dónde la conducía. Toda su vida es transparencia evangélica, todo su andar es como el de Cristo, en docilidad al Padre.

La beata Madre María Inés Teresa, dice, en uno de sus escritos que titula «Estudio sobre la Regla —de santa Clara— y el Evangelio», que el consagrado se compromete a guardar todo el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo para llegar a la cumbre de la perfección religiosa, glorificando a Dios en la sublimidad de la vocación... ¡Y vaya que ella lo logró!

Una vez, a una de sus hijas religiosas, sor Rosario Salazar —que acaba de ser llamada a la Casa Paterna hace unos cuantos días— le dijo algo que a la Hna. Chayito —como muchos le decían— se le quedó muy grabado y que expresa el anhelo evangélico de la beata: «Enamórate de Él aprendiendo a conocerle en los Santos Evangelios y por una meditación seria, en paz, aprovechando para ello no solo los tiempos de oración en la capilla, sino también cuantos ratos puedas darte... y a solas con Él, medita saboreando lo que nos refieren los Evangelios, a través de los cuales conocerás más y más en corazón inmenso de nuestro esposo celestial» (de los escritos personales de la Hna. Rosario Salazar, M.C.).

En estas cuantas palabras, sin duda alguna, queda reflejado cómo vivió el Evangelio la Beata Madre María Inés, pues dicen que «De la abundancia del corazón habla la boca». La Beata Madre María Inés vivió el Evangelio así... ¡Viviéndolo! Lectura, meditación, oración, contemplación, aplicación... ¡Viviéndolo! El Evangelio fue ley de su obrar y regla de su caminar. Ella vivió el Evangelio como realidad dinámica que la mantuvo siempre en acción, siempre en misión: Una misión que no se redujo —como debe ser y ella lo enseñó— a meras tareas externas sino algo más sustantivo y esencial para un alma consagrada que le «urgía» a actuar. La frase bíblica «Oportet Illum Regnare» (1 Cor 15,25) fue el motor que la impulso a ir hacia el encuentro de Cristo en el Evangelio para darlo a los demás con María, estrella de la evangelización... «Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir», «¡Vamos, María!»

Ser en la Iglesia y para el mundo, presencia sacramental de Cristo virgen, pobre y obediente, fu su ser y quehacer. Así vivió el Evangelio, con un hacer de carácter «sustantivo» que se identifica en todo tiempo y lugar con la misión, con la consagración, y con el mismo ser de la vida consagrada.

¿Cómo vivió el Evangelio la Beata Madre María Inés como consagrada? Así, con la alegría de la lectura siempre fresca, con la dulzura de la meditación, con la urgencia de estudiarlo para hacerlo vida y darlo a todos con docilidad a la voluntad del Padre hasta ser transparencia de Cristo en todos los momentos de la vida.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

Hacer vida el Evangelio... Tarea de todos para encarnar a Jesús

En la época en que vivimos, el mundo de los creyentes, el mundo de los católicos, tiene miedo de muchas cosas. El mundo globalizado, tiene miedo, por ejemplo, de una guerra nuclear que que pueda llegar a estallar en cualquier momento; tiene miedo de la sobrepoblación que encarece los bienes materiales; tiene miedo de la contaminación pero no tiene miedo de no hacer vida el evangelio.

El mundo actual, el mundo que nos rodea, rechaza el Evangelio, lo esconde, lo ignora, porque así trata a Cristo... ¡Este mundo va de prisa y no tiene tiempo de atender al Señor y sus intereses! ¿Qué nos diría Cristo si llegara ahora de repente a nuestras vidas y viera cómo vivimos el Evangelio los católicos de hoy? Yo creo que no tendría nada nuevo que decirnos, el Evangelio de Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, porque Él, nuestro Redentor, el Señor de la Misericordia, Cristo: «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8).

Ese Evangelio, que es la fuerza de Dios; ese Evangelio, que abre cadenas, que quita los yugos, que muestra el camino, que siembra libertad y habla de esperanza. Evangelio que es paz y lucha, compartir, amar, mirar y reír. Evangelio que es vivir como un pobre que mira al cielo con ojos de niño, que ama sin egoísmos y perdona al enemigo. Evangelio que es dar gracias al Padre como el Hijo, inundado por el amor del Espíritu Santo. Evangelio que es mirar al Hijo en brazos de su Madre Santísima al nacer y al morir. Evangelio que es continuar la misión de Cristo y convertirse en testigos por excelencia.

El mundo, hoy, no quiere saber mucho del Evangelio... pero es que no sabe que vivir el Evangelio no es un pasatiempo, sino páginas que no se pueden arrancar de la historia y que tenemos que vivir. El Evangelio no puede cesar jamás de ser verdadero y posible. No es un libro de anécdotas sino vida. Detrás de cada palabra y detrás de cada hecho hay que encontrar un mensaje teológico, una doctrina y una enseñanza para la vida. Jesús sigue hablando aunque el mundo no quiera escuchar. Jesús sigue enseñando, aunque el mundo no tenga tiempo para aprender. El Evangelio sigue siendo gracia y conquista, palabra del Señor para todos.

Vivir el Evangelio es de todos, como dice constantemente el padre Esquerda: «Aquí no hay rebajas para nadie», porque en esto, la iniciativa no es del hombre. En el hecho evangélico es Dios quien tiene siempre la iniciativa, quien decide salir al encuentro del hombre para establecer con él una alianza que excluye toda posible idea de mérito y que supone gratuidad absoluta. El Evangelio es un don. Sí, en el Evangelio todo comienza siendo iniciativa divina, don gratuito de Dios, amor del Padre manifestado visiblemente en Jesucristo. Así, vivir el Evangelio es creer en Jesús, acogerle como Camino, Verdad y Vida (Jn 14,16).

El don del Evangelio transforma todo el ser y el obrar del ser humano, lo convierte en una nueva creación (cf. 2 Cor 3,17). Transformado por el Evangelio en hijo de Dios, recreado en Cristo como hombre nuevo y vivificado por su espíritu, el hombre queda convertido en «sacerdote» de un nuevo culto, pudiendo ofrecer «sacrificios espirituales» para adorar al Padre en espíritu y en verdad (cf. 1 Pe 2,9; Jn 4,23). La vivencia del Evangelio es don libre del hombre, ofrenda y sacrificio espiritual de su propio sacerdocio bautismal.

Cuando alguien va conociendo a Jesús y va viendo el Evangelio, siente que en su ser se va imprimiendo el semblante de Jesús como el del ser al que más se ama... Él llama y uno se va configurando con Él en respuesta a un llamado, una vocación, la vocación a ser como Él.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2016... Invitación del Papa Francisco

lunes, 18 de julio de 2016

Una gironata vocazionale...

Sono molto felice! Le nostre carissime sorelle Missionarie Clarisse hanno fatto una bella giornata vocazionale in Roma Italia... Signore, da a la nostra famiglia Inesiana numerosi e abbondanti vocazioni!

domingo, 3 de julio de 2016

«PAY DE QUESO FRÍO»... Una delicia de la abuela Márgara


¡Cómo olvidar tantas comidas ricas y postres de nuestra infancia! Muchos disfrutaron y siguen saboreando en casa de mi mamá el delicioso pay de queso frío. Aquí va la receta, salida de los mismos labios de mamá a quien una de mis sobrinas, de pequeña le decía: «Abuela Márgara» y así se le quedó. Además, mi santa madre «La abuela Márgara» dice que esta receta es facilísima:

Se necesita:

1. Una base para pay que se puede encontrar en el super.

2. Una lata de leche condensada (de marca o genérica, jiji).

3. Una barra de queso crema (dice mamá que a ella le sale excelente con la marca Philadelphia).

4.  Un sobre de gelatina sin sabor (la más conocida se llama Knox).

(Puede llevar, si gustan un poco de jugo de limón y cáscara de limón rayada como algo adicional).

Modo de prepararse:

1. Se acrema el queso con la leche condensada

2. La gelatina se disuelve en media taza de agua caliente y se le añade media taza de agua fría. Esto se añade a la mezcla del queso y la leche y se sigue batiendo.

3. Esta mezcla se pone a medio cuajar en el refrigerador y más o menos una media hora después se saca y se vuelve a batir.

4. Se vacía todo en la base para pay, se le espolvorea galleta María molida como adorno o la cáscara del limón en espiral.

5. Rezar un Padrenuestro y un Avemaría por la abuela Márgara y disfrutar bien frío.

*Acremar: Batir el queso con la leche hasta que quede esponjado o tenga una consistencia parecida a la pomada, con la ayuda de una batidora.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.