martes, 31 de mayo de 2016

«EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA, CON MARÍA REINA»... Un tema mariano de reflexión


El Evangelio, en realidad, nos presenta muy pocos aspectos de la vida de María Santísima, la Madre Dios y Reina del Cielo, en su vida terrena. Allí, entre algunos renglones de los evangelistas, nos encontramos a la Virgen creyente que, evangelizada antes de que naciera el Evangelio de Dios, trae, hasta nuestros días, el amor de su Hijo “pan partido”. 

Me doy cuenta, que uno no puede uno dejar de hablar de la Virgen Madre en todo tiempo. En el solo Magnificat, que publica su propia experiencia de Dios, pudiera quedarse uno días enteros haciendo una profunda reflexión. ¡Con razón los santos no se cansan de hablar de ella! Basta ver la vasta doctrina de la beata María Inés Teresa y darse cuenta cómo está impregnada de esa presencia mariana.

La Virgen, experta en el Dios al que ha dado cobijo en su seno, nos habla al corazón acerca de su Hijo y de sus amores desde el momento de la anunciación, que fue posible gracias a su fe, iniciando y recorriendo un camino durante el cual crece su Hijo a la par de la oscuridad en su corazón. La presentación de Jesús niño en el templo es, en este proceso de crecimiento, un signo premonitorio de una vía aún más dolorosa. María tendrá que convivir en casa con un Hijo que se sabe de Dios, pero que le está sujeto por un tiempo. 

El distanciamiento entre Jesús y María es palpable, luego de que el Mesías dejó el hogar para tener el reino como tarea de por vida; Jesús eligió como familia propia a los oyentes de Dios, en presencia de su Madre (la primera entre todos) y sus hermanos (dígase primos y demás familiares). Y antes de morir, y sin pedirle consentimiento,  la dejó cuidando del discípulo más amado y de todos nosotros. En su última aparición dentro del Nuevo Testamento María se queda compartiendo esperas y oraciones con los apóstoles; la comunidad de creyentes es la meta de su peregrinar.

Semejante aventura personal de fe ha convertido a la Santísima Virgen María en la mejor pedagoga para la infancia: la de Jesús, la de la fe incipiente de los discípulos, la de la comunidad cristiana... la de san Luis María Griñón de Montfort, la de san Juan Pablo II, la de la beata María Inés Teresa, la de su santita predilecta santa Teresita, y la nuestra. María está allí, como «Reina y Madre» donde haya de nacer el Salvador, donde se precise cuidar sus primeros pasos viéndolo crecer. En realidad, entonces, es acercándose a María como se puede vivir la llamada “infancia espiritual”, porque al ver a María tan de cerca, se entiende que hay que hacerse como niños para entrar el Reino de los Cielos (Mt 18,3).

Sí, María encuentra un lugar para quedarse y reinar allí donde haya de nacer la fe en el corazón de los discípulos, aunque sea a costa de anticipar el día del Señor y su gloria. Quienes quieran seguir más de cerca a Jesús hoy, necesitan tener a María como reina de sus corazones si quieren, curándose de su curiosidad, convertirse en creyentes. María pertenece reina allí donde nace y crece la iglesia llena siempre de miedos y de esperanzas, allí donde la iglesia vibra en oración y entre la koinonía de los apóstoles. Huérfana de María, no podría, una iglesia que se sabe enviada al mundo, soportar la espera del Espíritu sin perder la esperanza. Por esta y muchas razones a ella se le llama «Reina».

Hoy, la Iglesia del tercer milenio, sigue encontrando en ella una memoria activa y materna que le recuerda y le hace efectiva su fe y su esperanza. San Juan Pablo II hablaba, en su documento "Pastores Gregis" de “María, «memoria» de la Encarnación del Verbo en la primera comunidad”. (PG 14).

Para María, nuestra vida en Cristo sigue siendo su primera y principal preocupación, de manera que cada uno llegue a ser «otro Cristo». Para ella, cada uno somos un hijo «único» en el que ella quiere reinar y ver a su Hijo Jesús. La Iglesia de hoy se siente siempre, como la de siempre, invitada a recurrir a María para encontrar allí el eco de todo el evangelio. En la "Veritatis Splendor", san Juan Pablo II anotaba: “María, acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (VS 120).

La actitud de todo creyente de nuestros días respecto a María como reina, ha de ser de la de dependencia de un vasallo que, al mismo tiempo, es hijo. Vivir en comunión de vida con ella como dice san Juan Pablo II: “dejándola entrar en todo el espacio de la vida interior” (Rma 45). Eso quiere hacer la Iglesia cuando la recuerda coronada por la Santísima Trinidad, orando, meditando, contemplando y buscando imitar la excelencia de la Reina de los Cielos para seguir trabajando en nuestro proceso de configuración con Cristo en la misión universal a la que hemos sido llamados.

La misión de la Iglesia, acompañada por María Reina, es nuestra misión y en medio de esta Iglesia, Jesús Eucaristía nos hace dirigir la mirada hacia su Madre, que está pendiente de que no falte el «vino bueno» o vino nuevo de las promesas mesiánicas, que es fruto de “la hora”, es decir, del misterio pascual siempre actualizado de su Hijo Jesús.

El sacrificio u «oblación pura» que se prefiguraba en el Antiguo Testamento y que se ofrecería en medio de todos los pueblos, según la profecía de Malaquías (Ml 1,11), es ahora la Eucaristía. Todos los pueblos formamos el único pueblo de Dios. El agua de la vida nueva en el Espíritu, que brota del corazón traspasado de Cristo, contemplado por su Madre en la Cruz, es el Espíritu Santo, el mismo que ha hecho posible la formación del cuerpo y la sangre de Cristo en el seno de María. El mismo que ahora hace posible a la Iglesia, que el pan y el vino  se conviertan en el cuerpo y sangre del Señor, inmolado en sacrificio y hecho comunión para alimentar a su pueblo hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad. María Reina cuida de cada uno de los vasallos de su Hijo para que sean fieles a su tarea de conquistar el mundo para Él hasta el último momento y sean misioneros de alma, vida y corazón. 

Santa Teresita del Niño Jesús, la santita predilecta de Madre Inés, ya en los últimos momentos de su vida, es encontrada por su médico trenzando dos coronas para adornar una estatua de la Virgen a la que llamaba: “La Virgen de la Sonrisa”. Él se muestra consternado por el mal estado en que ve a la santita. El pulmón izquierdo de santa Teresita estaba ya enteramente invadido por la tuberculosis. Teresita se ahogaba, ya no podía hablar sino con frases entrecortadas y sin embargo, dirigiéndose a la estatua exclama: “¡Mamá!... Me falta el aire de la tierra, ¿cuándo me dará Dios el aire del cielo? Y sin dejar su buen humor, refiriéndose al aire que le falta para respirar dice: ¡Ah!, nunca ha sido esto tan escaso! Su cariño a la Virgen se veía recompensado con una paz inexplicable. Tersita había tenido la delicadeza de decirle tiempo antes a la Virgen: “¡María, si yo fuese la Reina del cielo y Tú fueras Teresa, quisiera ser Teresa para que Tú fueras la Reina del Cielo!” (Oración 21).

Dice la beata María Inés: “Id primero a María, ¡que al fin Madre!, y ella sabrá admirablemente preparar en vuestro favor el Corazón de su Hijo Jesús; luego acompañados de ella id a él, que, ya ganado su Corazón, os acogerá con ternuras indecibles, porque sus entrañas de misericordia se desharán en vuestro favor, primero en consideración y por amor a su Madre a quien nada puede negar, y luego, porque sois el precio de su sangre divina” (CINCO CUADERNITOS f. 476).

Hay dos textos del Nuevo Testamento que tocan la figura de María y quiero referirme a ellos ahora para cerrar esta reflexión: Gálatas 4,4 y Apocalipsis 12,1-18.

En el texto de Gálatas, san Pablo confiesa que Dios ha enviado a su Hijo, nacido de mujer. El texto afirma la condición humana, frágil (cfr. lb 14,1), del Hijo de Dios; nada dice sobre el modo de hacerse hombre; ni la ausencia de varón evoca la concepción virginal de Jesús ni la mención de «mujer» obliga a negarla. San Pablo, en sus cartas, no habla de María e ignora la concepción virginal de Jesús. Aquí algo interesante es la frase: «La plenitud de los tiempos», porque esta plenitud se concreta en la concepción virginal de Cristo por obra del Espíritu Santo en el seno de María, y esto invita a discernir «los signos de los tiempos» (Mt 16,3) en la historia de la Iglesia hasta nuestros días. María, como Reina y Madre, sigue acompañando a la Iglesia e incentivándola a vivir como comunidad de hijos, de creyentes y de vasallos.

El texto del Apocalipsis, donde aparece la mujer vestida de sol que logra dar a luz mientras es acosada por el dragón, es un escrito, como todos los del Apocalipsis, confuso; porque, desde hace años, el descubrimiento de la biblioteca de Qumrán ha contribuido a entender que la mujer es figura de un resto fiel de Israel, del que se esperaba diera a luz al Mesías (1 QH 3,7-12); el autor del Apocalipsis ve cumplido ese nacimiento el día de pascua; la mujer parece ser más bien símbolo de la comunidad, más bien celestial que terrena; pero una lectura acomodaticia ha permitido entenderla referida a la Madre de Jesús como Reina que es, precisamente, figura de la Iglesia peregrina, que camina hacia el encuentro definitivo con Cristo resucitado en el más allá para ganar la corona. María, precediendo a la Iglesia, ya ha llegado a esta realidad escatológica, final que es fruto de la redención de Cristo y ha recibido la corona.

Mientras nos encaminamos hacia ese final, la Reina de cielos y tierra va con nosotros acompañándonos en los misterios de la vida, que son los mismos de su Hijo: Gozo, luz, dolor y gloria; todo se entremezcla en la vida del creyente. Son los misterios del santo Rosario, que alientan nuestro ir y venir de cada día. Es el mismo rosario de la Virgen decía san Juan Pablo II: “Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer en el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el rosario que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal”. María Inmaculada y asunta a los cielos y coronada allá en lo alto, es «la gran señal» para la Iglesia peregrina: “Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor”. (EdE 62)

1. ¿Me ayuda esta reflexión a encontrar un propósito para crecer en mi amor a María?
2. ¿Cómo puedo enamorarme más de María y hacer que reine en mi corazón buscando cosas concretas que me ayuden a ello?
3. ¿Cómo resumiría la experiencia Eucarística y Mariana de mi vida?
4. ¿Qué podré dar a los demás de mi amor a María
4. ¿Con qué cosas de cada día puedo coronar a María?

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

martes, 24 de mayo de 2016

«VIVIR EL EVANGELIO... UN COMPROMISO DE TODO BAUTIZADO»... Un tema para meditar

La Palabra de Dios es una semilla que el mismo Dios ha sembrado en todo corazón humano, para que, escuchando y admirando, se haga hermano universal en la armonía de toda la creación. La tierra buena para recibir esa semilla de comunión es el corazón bueno y recto que sabe escuchar, conservar... y dar fruto con perseverancia. Como dice el Papa Francisco en Laudato Sii: "La convicción de haber recibido este regalo de Dios hace que «nada de este mundo nos resulte indiferente»".[1] El corazón de la santísima Virgen María fue así, pero eso con ella se aprende a admirar el misterio de nuestro propio corazón, donde ya habla y se refleja Dios amor.

La vocación de todo creyente, se alimenta, sobre todo, de la Eucaristía y de la escucha de la palabra de Dios, de conservarla en el corazón y de dar fruto, como María. Es de todos conocido cómo la lectura, meditación y contemplación de la Sagrada Escritura en su totalidad ha constituido siempre la principal ocupación de los grandes hombres y mujeres de Dios, muchos de ellos canonizados por la Iglesia, y en ella, muchos de los que han cimentado nuestra fe descubrieron su primera y fundamental norma de vida. Seguir a Jesús, en cualesquiera de las vocaciones especificas del cristiano, supone conocer todo su misterio y retraducirlo vital y experiencialmente a nuestro hoy. El Concilio Vaticano II pidió, especialmente a los religiosos —pero vale para todo creyente— tener «diariamente en las manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lectura y la meditación de los sagrados libros, el sublime conocimiento de Jesucristo» (Flp 3,8.).[2]

La totalidad del pueblo de Dios, debe ser, en todo tiempo y lugar, memoria permanente de la palabra de Dios, uniendo la palabra de Dios en la escritura con la palabra de Dios en la vida. La práctica de la lectura de la Palabra en familia o en la comunidad eclesial, coincide con el origen comunitario de la Escritura. Desde la lectura y meditación de la palabra de Dios vamos descubriendo el verdadero rostro de Jesús y las exigencias de su seguimiento, al igual que la dimensión comunitaria de la historia de la salvación y la dignidad de la persona humana.

Este tipo de lecturas, como sabemos, recibió en la Iglesia un nombre técnico: «Lectio divina». Esta lectio hace ver al pueblo de Dios que la Biblia no es un libro de historia o de doctrina, sino un libro por el cual el Espíritu Santo revela, en la existencia concreta, la voluntad de Dios Padre y su misterio. La doctrina y la historia se leen para poder encontrar en ellas el sentido de la vida.

La lectura bíblica participada; las actitudes de escucha y acogida, de éxodo y conversión; la observancia del compromiso bautismal —o en el caso de los consagrados, de los votos que se inspiran sobre todo en la Sagrada Escritura— las relaciones fraternas entre clérigos y laicos; la lectura y profundización de diversos temas desde el espíritu de la Sagrada Escritura; una devoción mariana fundada en la Biblia y el gran amor a la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, pueden ser medios valiosos que nos ayuden a crecer en este aspecto vivencial y de compromiso.

Para todo católico, en el contacto con la Sagrada Escritura, hay un camino del corazón que incita a vivir plenamente su vocación específica. Con su lectura contemplativa, el bautizado se siente mirado y llamado por Cristo con amor (Mc 10,21), buscado y acompañado por sus pies (Lc 8,1; 10,39), bendecido y sanado por sus manos (Mt 8,3; 19,13-15), invitado a entrar en su corazón (Mt 11,28-29; Jn 20,27). Así, en cuanto más contacto se tiene con el Evangelio, la persona se convierte, para los demás, en mirada, pies, manos y corazón de Cristo: «Somos el buen olor de Cristo» (2 Cor 2,15).

Con cada bautizado, enamorado del Evangelio, “Cristo puede recorrer con cada uno el camino de la vida”.[3] El fin general, de todo bautizado, será siempre «vivir el Evangelio con pasión», como decía la beata María Inés Teresa, a quien nunca faltó el alimento del Evangelio. Ella se sintió amada, enviada y acompañada por el Jesús del Evangelio. La “urgencia del reino de Cristo”[4] le fue unificando en su modo de pensar, valorar las cosas y adoptar actitudes. De la experiencia de vivir buscando el Reino, pasó espontáneamente a comprometerse para «recapitular todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10). Su vida, como la de muchos santos y santas enamorados del Evangelio, fue «tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz y sostenida por su gracia».[5]

“Cuando alguien va conociendo a Jesús y va viviendo el Evangelio, siente que en su ser se va imprimiendo el semblante de Jesús como el del Ser que más se ama. Él llama y uno se va configurando con Él en respuesta a una vocación, la vocación a ser como Él”.[6] La beata María Inés, supo que el «sígueme» que Jesús pronunció en el Evangelio, lo sigue diciendo día tras día esperando una respuesta de amor, por eso ella, misionera siempre, vivió con el Evangelio en el corazón y en los labios. En sus “Notas Íntimas”[7] encontramos dos escritos que se refieren directamente a los Evangelios: “Composición sobre los Evangelios” y “Estudio sobre la Regla y el Evangelio”.

La “Composición sobre los Evangelios” fue escrita el 18 de octubre de 1943. Ella misma  en el escrito dice que se trata de «pequeños estudios, sacados de la narración de los cuatro evangelistas». Allí va realizando un análisis sinóptico de algunas partes de los Evangelios y presenta a cada uno de los evangelistas. Se trata de 13 páginas de teología bíblica, fruto de su meditación.[8]

El “Estudio sobre la Regla y el Evangelio” fue escrito cuando se le dio el cargo de maestra de novicias en el monasterio del “Ave María”, en el año de 1944. En este pequeño ensayo, la beata hace una síntesis y descripción del primer número de la Regla que vivía como Clarisa de Clausura en aquellos años: “Guardar el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y va analizando los primeros 16 capítulos de san Mateo con aplicaciones a la vida religiosa. Es un escrito de 42 páginas.[9]

En "La Lira del Corazón", tiene 50 referencias al evangelio de san Mateo, 15 de san Marcos, muchísimas citas de san Lucas y podemos decir, respecto a san Juan, que tenía preferencia por leer a este evangelista.

Hoy el Evangelio sigue siendo  gracia y conquista para todo bautizado, palabra viva del Señor para todos sin rebajas. El Evangelio, el anuncio y fuente de gozo y salvación, tiene que seguir llegando a todos los rincones del mundo; a todos los hombres y mujeres de la humanidad. «¡Qué todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero», decía la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, y vaya que ella se adentró en conocer y amar a Dios.[10] Mucho se valió del Evangelio, ya en su casa, antes de ingresar al Monasterio del “Ave María”. Luego, en ese mismo monasterio —en especial en los domingos— dedicaba largas horas a la meditación del Evangelio, y en su vida activa, como misionera de primera línea siguió haciendo del Evangelio, junto con la Eucaristía, el motor que la impulsaba a vivir en plenitud.

La presencia de los bautizados, en medio de los hombres de hoy, en el diario acontecer de este mundo que parece que sufre la ausencia de Dios y el indiferentismo religioso, tiene que ser anuncio del Evangelio de la alegría, presencia de Cristo, fuente y salvación para todos. Como hombres y mujeres de fe, los bautizados le mostramos al mundo el Cristo que llega con sencillez y desbordando misericordia, a tocar las puertas del corazón de cada hombre y mujer de hoy. Por eso, necesitamos empaparnos del Evangelio para poder ser testigos coherentes y heraldos creíbles de la fe, de manera que todos los cristianos, al vernos, experimenten la vida en Cristo y sepan discernir las realidades divinas y humanas según el Espíritu de Dios. “Una sociedad que ya ha oído y leído el Evangelio; ahora necesita signos, gestos, actitudes y experiencias del Evangelio”[11]. La sociedad en que vivimos pide signos, gestos y experiencias. Hoy son muchas las personas que han oído o que han leído algo sobre Jesús y sobre su Evangelio, pero no lo han visto, lo quieren ver vivo en nosotros.

En la vivencia del Evangelio, todo bautizado puede irse configurando con Cristo para realizar plenamente su vocación y dar una respuesta de amor a la llamada que Dios le hace. En el contacto frecuente con el Evangelio se puede aumentar la fe, buscando pensar como Cristo, se puede avivar la esperanza, sintiendo y valorando las cosas como Cristo, y se puede aumentar la caridad, al reaccionar amando como Él.

En el Evangelio, Cristo nos llama a compartir su existencia, su misión y sus vivencias. Él nos dice: «Como mi Padre me amó, así os he amado yo; permaneced en  mi amor» (Jn 15,9). Para nosotros el Evangelio no puede quedarse solamente como algo archivado, sino que debe convertirse en realidad que se vive día a día, que es riesgo y aventura. Todos los días de nuestra vida, vistos con el Evangelio en el corazón y en los labios, reservan una sorpresa o son una etapa en la renovación de nuestra respuesta al compromiso bautismal. La gente que sabe que somos católicos, nos pregunta si hemos encontrado a Cristo, si dialogamos con Él en la oración, si sabemos como se puede vivir el Evangelio que Él anunció en la vida de cada día.

Sólo si nos adentramos en el Evangelio podremos ser católicos de verdad y amar con un corazón universal. Nuestras vivencias, nuestras preocupaciones, nuestras actitudes, nuestras motivaciones..., deben estar  siempre condicionadas por el Evangelio. Si está de moda o no el Evangelio, al bautizado no le interesa. Lo importante es encontrar la manera de vivirlo y anunciarlo. El Evangelio nunca estará de moda, pero nunca pasará de moda; será siempre la solución para la raíz de todo problema personal, familiar y comunitario. Ahí está nuestra flaqueza y nuestra fuerza. Ni podemos estar sobre el candelero de la moda, ni podemos ser un objeto de museo; la verdad del Evangelio es mucho más sencilla y profunda. Cuando no vivimos intensamente la intimidad con Cristo en el Evangelio, no hay quien nos entienda, ni nosotros mismos, por eso no podemos hacer el Evangelio a un lado.

«Estar con quien sabemos que nos ama» siempre es posible, así que siempre será posible tener un tiempo para el Evangelio, para esa «Lectio divina» en la que encontraremos fuego que incendiará más el deseo de vivir nuestra vocación. Tal vez no todos podemos estar asistiendo a clases sobre el Evangelio, quizá no tenemos clases de Sagradas Escrituras como se tienen en los seminarios y casas de formación de los religiosos, pero ciertamente, después de una jornada pesada, es posible estar con Cristo en el Evangelio, una frase, un versículo, un capítulo... será hasta un relax antes de ir a dormir. Pero las cosas cambian cuando uno considera estos momentos de estar con el Señor en el Evangelio como una obligación o una carga. Y, naturalmente, entonces es pesadísimo, si no imposible, encontrar gusto a nuestra vivencia del compromiso bautismal.

Todo es cuestión de saber dónde está el peso del amor. Nuestra suerte está ligada a la de Cristo. Nuestra vida está enrolada en la dinámica del Evangelio hacia el Padre para llevar a todos los hombres hacia Él. En el Evangelio, Cristo nos ha hecho entrar en los secretos de un Dios amor que es eterno y cuya misericordia es infinita. Vivir nuestrao compromiso bautismal, es también saber disfrutar del Evangelio como herencia de amor, Él lo ha dejado para nosotros... entrando en el silencio y en la elocuencia del Evangelio, encontraremos nuestra razón de ser y nuestra identidad. María de Nazareth, la mujer del Evangelio, la llena de Gracia, nos ayudará.

Presento, para terminar, unos pensamientos de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento con algunas ideas sobre el Evangelio:

“No nos hagamos ilusiones hijos, no hay otra santidad que la del EVANGELIO, bien interpretado, no acondicionado a nuestra comodidad”. (Carta colectiva, 28 de enero de 1971).

“Pidan que seamos verdaderamente misioneros, que todos meditemos, estudiemos y saboreemos el santo Evangelio”. (Carta a las hermanas de Indonesia, Roma 25 de mayo de 1975).

“Tú Jesús mío, que te gozas en consentir, que tus hijos se sientan necesarios a tu corazón, para la difusión del Evangelio, sacia los deseos de mi alma, colma los anhelos de mi corazón, que todos ellos no tienden sino a hacerte amar de todas las Naciones.” (Ejercicios espirituales de 1944, p. 13).

“En fin, todo, todo el Evangelio, no es otra cosa sino una continua manifestación de las ternuras del Corazón de Jesús, de su infinita misericordia”. (Ejercicios espirituales de 1941, P. 57).

“¿No quieres servirte de mi, como instrumento para tu Gloria, para llevar a tantas almas tu Santo Evangelio, y con él la comprensión de tu bondad, de tu caridad, de tu ternura, DE TU AMOR INFINITAMENTE MISERICORDIOSO, de todo lo que Tú sabes hacer en favor de un alma que espera y confía en Ti?”. (Notas Íntimas, p. 37).

“Soy imagen viviente de la divinidad. Por eso, si no vivo para Él y por Él únicamente, desdichada de mi, estoy perdiendo miserablemente el tiempo. Me revestiré de las vestiduras inmortales del mismo Dios”. (Ejercicios espirituales de 1943, p. 15).

“Y tomando el prototipo de la humanidad, Cristo Jesús, ¿cuál fue su vida cuando su tiempo hubo llegado de darse a conocer, de predicar, de mostrarse a las multitudes enseñándoles que el Reino de Dios había llegado? Fue un continuo darse, un entregarse sin reservas, un sacrificio sin medida, un ejercicio infinito de paciencia. Y su unión con su Padre era la misma, sus comunicaciones con Él continuas, su oración ardientísima” (Notas Íntimas, p. 54).

Algunos puntos de reflexión bíblica:

Amistad con el Cristo de los Evangelios: Lc 10,21ss; Heb 7,25.
Sequela Christi: Mt 4,19-22; 19,27.
Vivir de su presencia: Mt 28,20.
El don del Señor: Jn 15,16.


Alfredo L. Gpe. Delgado Rangel, M.C.I.U.


[1] LS 3, Cfr. Lc 8,11-15.
[2]P.C. # 6.
[3]R.H. # 13.
[4]Pasaje de 1 Cor 15,5 que Nuestra Madre toma como lema para la familia misionera que funda: “Oportet Illum Regnare”.
[5]V.C. # 40.
[6]DELGADO RANGEL Alfredo Leonel Gpe., “Qué alegría ser Misionero de Cristo”, Monterrey, sin fecha.
[7]Las “Notas Íntimas” están formadas por una serie de escritos de la beata María Inés que fueron agrupadas en un libro después de su muerte
[8]Es conveniente, para ampliar el tema, leer: HERNÁNDEZ MARTÍN DEL CAMPO Martha Gabriela M.C., “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”, Editorial Paolo de Savorgnani, México 1992.
[9]En una grabación, años después, cuando ya ha fundado la congregación de las Misioneras Clarisas, ella misma relata, en una conferencia que queda grabada, cómo estas meditaciones eran fruto de su oración y de su deseo de vivir el Evangelio. Una copia del cassette se encuentra en la Casa Madre, en Cuernavaca.
[10]Palabras que constantemente repetirá nuestra madre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.
[11]ESQUERDA BIFET Juan, “Testigos de la esperanza”, Ediciones Sígueme, Salamanca 1981, p. 33.

domingo, 15 de mayo de 2016

Los siete dones del Espíritu Santo nos conducen al amor de Dios...

«LOS SIETE DONDES DEL ESPÍRITU SANTO»... Siete regalos de Dios que hay que valorar


Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia, perfeccionan el acto sobrenatural de las las virtudes infusas y son incompatibles con el pecado mortal.

El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual. Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.

La tradición espiritual y teológica de la Iglesia nos enseña que los dones del Espíritu Santo son siete, y halla la raíz de su convencimiento en la Sagrada Escritura, especialmente en algunos lugares principales.

En Isaías 11, 2-3 se mencionan seis de los dones (falta el don de piedad): "Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Concretamente, se asegura en este texto, que en el Mesías esperado habrá una plenitud total de los dones del Espíritu divino. No le serán dados estos dones con medida, como a Salomón se le da la sabiduría o a Sansón la fortaleza, sino que sobre él reposará el Espíritu de Yahvé con absoluta plenitud. No entro aquí acerca de si los dones son seis o son siete, según este texto y la versión de los Setenta y de la Vulgata, pues habríamos de analizar cuestiones exegéticas demasiado especializadas para nuestra reflexión.

Hay que recalcar que este texto es mesiánico. Se refiere propiamente, como dije, al Mesías. No obstante, los Santos Padres lo extienden también a los fieles de Cristo en virtud del principio universal de la economía de la gracia que enuncia San Pablo cuando dice: "Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo" Rm 8,29.

San Pablo es quien nos describe el don de Piedad: "No han recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes han recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio de que somos hijos de Dios" Rm 8,14-17

Otros textos que revelan los dones son: En el Antiguo Testamento: Gen 41,38; Ex 31,3; Núm 24,2; Dt 34,9; Sal 31,8; 32,9; 118, 120; 142,10; Sab 7,28; 7,7; 7,22; 9,17; 10,10; Eclo 15,5; Is 11,2; 61,1; Miq 3,8. En el Nuevo Testamento: Lc 12,12; 24,25; Jn 3,8; 14,17; 14,26; Hch 2,2; 2,38; Rm 8,14; 8,26; 1 Cor 2,10; 12,8; Apoc 1,4; 3,1; 4,5; 5,6.

Los Padres de la Iglesia vieron también aludidos los siete dones del Espíritu Santo en aquellos septenarios del Apocalipsis que hablan de siete espíritus de Dios (1,4; 5,6), siete candeleros de oro (1,12), siete estrellas (1,16), siete antorchas (4,5), siete sellos (5, 1.5), siete ojos y siete cuernos del Cordero (5,6).

Éstos y otros lugares de la Biblia fueron estimulando en la historia de la teología y de la espiritualidad una doctrina sistemática de los siete dones del Espíritu Santo, que alcanza su madurez en la teología de Santo Tomás de Aquino, quien enseña que todos los dones del Espíritu Santo están vinculados entre sí, de tal modo que se potencian mutuamente: el don de fortaleza, por ejemplo, ayuda al de consejo, y éste abre camino al don de ciencia, etc. Y a su vez todos los dones están vinculados con la caridad teologal (STh I-II,68,5). A esa doctrina muy firme, añade el Doctor común otras explicaciones más opinables, en las que señala que hay también una especial correspondencia entre cada una de las virtudes y los dones del Espíritu Santo, que vienen a perfeccionarlas en su ejercicio (STh I-II,68-69; II-II, 8. 9. 19. 45. 52. 121. 139.141 ad3m).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que : La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo (1830) y que estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo (1831). Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

Sabiduría
Nos hace ver todas las cosas a través de Dios y nos impulsa a buscarlo sobre todas las cosas.

«Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se cobija en Él» (Salmo 34, 9).

La sabiduría ocupa el primer lugar entre los siete dones del Espíritu Santo. Tener el don de la sabiduría nos permite ver las cosas de acuerdo a como Dios las ve. Podemos adquirirla mediante la búsqueda de la mente y la voluntad del Señor a través de una comunicación regular en la oración, en el estudio de las Escrituras y cultivando una relación íntima con él. La sabiduría nos dirige a la hora de juzgar todo de acuerdo a la perspectiva divina.


Entendimiento
Nos ayuda a comprender la Palabra de Dios y los misterios de la fe.

«Iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús… Y sucedió que mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le reconocieran… Y sucedió que cuando se puso a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición… Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron… Se dijeron uno a otro ¿no estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba…?» (Lucas 24, 13-31).


La comprensión es el regalo que nos da una mejor y más profunda visión de los misterios de la fe cristiana. Este don, también llamado «Inteligencia», nos ayuda a tener un conocimiento más claro de las enseñanzas y las verdades de la iglesia. Da una gran confianza en la palabra revelada de Dios y conduce a los que la tienen para llegar a conclusiones verdaderas a partir de los principios revelados.


Consejo
Nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.

«No son mis pensamientos vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos, porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros…» (Isaías 55, 8-9).


El don del consejo nos da la intuición de hacer lo correcto en circunstancias difíciles. Esto nos permite practicar y perfeccionar la virtud de la prudencia, o saber qué hacer y qué evitar en diferentes situaciones.


Fortaleza

Nos alienta continuamente y nos ayuda a superar con fe las dificultades.

«Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!”. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: “Hombre de poca fe ¿por qué dudaste?”. Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: “Verdaderamente eres hijo de Dios”» (Mateo 14, 29-33).


La fortaleza es el don de la fuerza, la perseverancia y el coraje que nos permite obedecer y seguir la voluntad de Dios en todo momento. Nos ayuda a superar los obstáculos y a perseverar en nuestra fe, siempre confiando en la divina providencia de Dios para equiparnos con la virtud necesaria.


Ciencia
Nos ayuda a conocer rectamente a Dios y a discernir y descubrir su voluntad para seguirla. 

«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios…» (Juan 3, 3).

Con el don de ciencia —llamado también don del «Conocimiento»—, somos capaces de discernir y descubrir la voluntad de Dios en todas las cosas y juzgar todo de acuerdo con esta perspectiva divina. Este don de ciencia es a menudo llamado «la ciencia de los santos», ya que permite a los que lo tienen discernir rápidamente entre los impulsos de la tentación y las inspiraciones de la gracia".


Piedad
Nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su padre.

«Vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba sobre él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”» (Marcos 1, 10-11).

El don de piedad perfecciona nuestro amor a Dios. Desarrolla este amor instintivo por él como nuestro Padre, lo que nos permite obedecer de forma más natural y confiada, ya que comprendemos plenamente su amor por nosotros.


Temor del Señor
Nos induce a huir de las ocasiones de pecado para elegir siempre agradar a Dios.

«La riqueza y la fuerza realzan el corazón, pero más que las dos, el temor del Señor. En el temor del Señor no existe mengua, con él no hay ya por qué buscar ayuda. El temor del Señor como un paraíso de bendición, protege él más que toda gloria» (Eclesiástico 40, 26-27).


El temor del Señor nos equipa con un temor del pecado y de ofender a Dios. No es por miedo al castigo del Señor, sino que brota naturalmente de nuestro profundo amor y respeto por Dios.

Que el Espíritu Santo, a través de sus dones, nos conceda el verdadero conocimiento deDios para que seamos uno con Él y «…que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios» (Ef 3, 17-19).

Les dejo una oración para pedir al Espíritu Santo que derrame sus siete dones:

¡Oh Espíritu Santo!, llena de nuevo mi alma con la abundancia de tus dones y frutos. 
Haz que yo sepa, con el don de Sabiduría
tener este gusto por las cosas de Dios 
que me haga apartar de las terrenas.

Que sepa, con el don del Entendimiento
ver con fe viva la importancia y la belleza de la verdad cristiana.

Que, con el don del Consejo
ponga los medios más conducentes para santificarme, 
perseverar y salvarme.

Que el don de Fortaleza me haga vencer 
todos los obstáculos en la confesión de la fe 
y en el camino de la salvación.

Que sepa con el don de Ciencia
discernir claramente entre el bien y el mal, lo falso de lo verdadero, 
descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado.

Que, con el don de Piedad, ame a Dios como Padre, 
le sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.

Finalmente, que, con el don de Temor de Dios
tenga el mayor respeto y veneración por los mandamientos de Dios, 
cuidando de no ofenderle jamás con el pecado.

Lléname, sobre todo, de tu amor divino; 
que sea el móvil de toda mi vida espiritual; 
que, lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos con mi ejemplo, 
la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor. Amén.

Alfredo Delgado R., M.C.I.U.

martes, 10 de mayo de 2016

RECORRIENDO EL MUNDO EN ORACIÓN... Rosario Misionero II


Todos: Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Guía: Dios y Señor nuestro, queremos dedicarte estos momentos de nuestro tiempo para orar por la Iglesia Universal. Ayúdanos a abandonarnos totalmente a Ti. No permitas que sean vacías nuestras palabras. Deja que cada una de ellas, cuando las pronunciemos, sea un paso más que nos acerque más a Ti. Ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que tu Palabra crezca en cada uno de nosotros como semilla de fe, esperanza y amor. Que crezca así como lo hizo en el seno inmaculado de la Virgen María, una vez que Ella, llena de humildad, aceptó ser la «Sierva del Señor». Ayúdanos a entregarnos a Ti y a vivir en plenitud el compromiso misionero que recibimos en nuestro bautismo. Amén.


PRIMER MISTERIO: Se enuncia el misterio de acuerdo al día.

Lector: Este misterio lo ofrecemos por África.

Los esfuerzos y la sangre de muchos misioneros, sobre todo en estos dos últimos siglos, han producido gran cantidad frutos. En muchas regiones de este basto continente, la semilla del Evangelio ha sido generosamente sembrada y hoy florecen prometedoras comunidades cristianas.

En África se encuentra el 16.4% de los católicos del mundo y el 10,1% de los sacerdotes, por lo cual, nos damos cuenta de que hay mucho por hacer. Se necesitan misioneros con un nuevo ardor. Urge que crezca el número de sacerdotes diocesanos y se requiere, además, un mejor esfuerzo coordinado entre los diversos agentes de pastoral. Desde aquí oramos por este continente.

Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
Se puede entonar un canto mariano.


SEGUNDO MISTERIO: Se enuncia el misterio de acuerdo al día.

Lector: Este misterio lo ofrecemos por América.

En esta tierra que hace poco más de 500 años se empezó a evangelizar, muchos han sido los que han dado su vida por la causa de Cristo.

El hecho de estar en un continente evangelizado, no le quita a nadie el compromiso misionero que adquirimos en el bautismo. Nuestra oración siempre debe traspasar fronteras.

En América está el 49% de los católicos y un 29,6% de los sacerdotes. En este misterio pidamos a la Virgen que cuide los pasos de todos los católicos de América para que sean verdaderos discípulos misioneros que no se cansen de evangelizar imitando a tantos misioneros que en el pasado dieron su vida.

Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
Se puede entonar un canto mariano.


TERCER MISTERIO: Se enuncia el misterio de acuerdo al día.

Lector: Este misterio lo ofrecemos por Europa.

Europa es el viejo continente donde se han cuajado tantos siglos de cristianismo en países que ven ahora disminuir el número de vocaciones y que acepten el desafío secularista sin menguar su compromiso cristiano.

¡Qué difícil ser un discípulo misionero en un ambiente así! ¡Qué duro responder a Dios en un mundo tan lleno de materialismo y búsqueda de poder! Oramos ahora por todos nuestros hermanos de Europa, sobre todo por quienes en este continente han querido responder de una manera más comprometida al llamado de Dios.

En Europa está el 22,9% de los católicos y el 44,3% de los sacerdotes. Pidamos a Dios por todos los europeos y que por intercesión de María, todos comprendamos que el cristianismo es tarea inacabable en cada generación y en cada persona y no nos cansemos de evangelizar.

Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
Se puede entonar un canto mariano.


CUARTO MISTERIO: Se enuncia el misterio de acuerdo al día.

Lector: Este misterio lo ofrecemos por Oceanía.

Oceanía, un misterioso mundo en el que existen millones de hombres que no conocen a Cristo porque no han oído hablar de él nunca. Pocos misioneros trabajando sin miedo se encuentran en estas tierras rodeadas de mares y con condiciones ambientales muy terribles.

En este continente está el 0,8% de los católicos del mundo y el 1,2% de los sacerdotes. Muchos de los creyentes carecen de lo más necesario para su formación religiosa. Pidamos en este misterio por nuestros hermanos de Oceanía, para que Dios los libre de perder el ánimo y que un día broten muchas comunidades vivas y autóctonas, sobre todo en estas tierras en las que la mayoría de los evangelizadores son extranjeros.

Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
Se puede entonar un canto mariano.


QUINTO MISTERIO: Se enuncia el misterio de acuerdo al día.

Lector: Este misterio lo ofrecemos por Asia.

Inmenso continente y cuna de la evangelización donde vive la mayoría de la humanidad y done Cristo aún es un desconocido. Ahí nacieron las grandes religiones del hinduismo, el budismo, el confusionismo y el sintoísmo; grandes intentos por aferrar el misterio infinito y lejano de Dios. 

Asia tiene el 10,9% de los católicos y el 14,8% de los sacerdotes del mundo. Los esfuerzos de la Iglesia en Asia han sido numerosos. Así, para los cristianos —en especial para los latinoamericanos—, la evangelización en este continente ha sido todo un reto. Pidamos al Señor, por intercesión de María, que nuestro espíritu misionero no se acobarde y que, desde donde quiera que estemos, nos sintamos unidos a los evangelizadores de este basto continente. 

Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
Se puede entonar un canto mariano.

Todos: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

Guía: Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. 
Todos: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

LETANÍAS DE LA VIRGEN:

Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

Dios, Padre celestial, 
ten piedad de nosotros.

Dios, Hijo, Redentor del mundo, 
Dios, Espíritu Santo, 
Santísima Trinidad, un solo Dios,

Santa María, 
ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las Vírgenes,
Madre de Cristo, 
Madre de la Iglesia, 
Madre de la divina gracia, 
Madre purísima, 
Madre castísima, 
Madre siempre virgen,
Madre inmaculada, 
Madre amable, 
Madre admirable, 
Madre del buen consejo, 
Madre del Creador, 
Madre del Salvador, 
Madre de misericordia, 
Virgen prudentísima, 
Virgen digna de veneración, 
Virgen digna de alabanza, 
Virgen poderosa, 
Virgen clemente, 
Virgen fiel, 
Espejo de justicia, 
Trono de la sabiduría, 
Causa de nuestra alegría, 
Vaso espiritual, 
Vaso digno de honor, 
Vaso de insigne devoción, 
Rosa mística, 
Torre de David, 
Torre de marfil, 
Casa de oro, 
Arca de la Alianza, 
Puerta del cielo, 
Estrella de la mañana, 
Salud de los enfermos, 
Refugio de los pecadores, 
Consoladora de los afligidos, 
Auxilio de los cristianos, 
Reina de los Ángeles, 
Reina de los Patriarcas, 
Reina de los Profetas, 
Reina de los Apóstoles, 
Reina de los Mártires, 
Reina de los Confesores, 
Reina de las Vírgenes, 
Reina de todos los Santos, 
Reina concebida sin pecado original, 
Reina asunta a los Cielos, 
Reina del Santísimo Rosario, 
Reina de la familia, 
Reina de la paz.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
ten misericordia de nosotros.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. 
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

ORACIÓN FINAL: 

Guía: Gracias Señor, por el don de la fe recibida en nuestro bautismo. Hemos pedido en estos momentos de oración por toda la humanidad. Gracias por habernos abierto el camino a la salvación. María, ayúdanos a permanecer siempre fieles a nuestra tarea de discípulos misioneros para alcanzar la gloria eterna y alcanzar la salvación para toda la humanidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Guía: Si no es para salvar almas
Todos: No vale la pena vivir.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

PARA VIVIR COMO DISCÍPULO MISIONERO DE CRISTO TOMA EN CUENTA QUE...

1. Si al anunciar como misionero el Reino demuestras ENTUSIASMO, los demás aprenderán el gozo de vivir gozos como discípulos del Señor en el diario vivir.

2. Si con tu testimonio de bautizado demuestras SENTIDO DEL HUMOR, los demás aprenderán lo que es la alegría del Evangelio.

3. Si vives tu compromiso bautismal con CREATIVIDAD, los demás aprenderán a no dejarse llevar por la rutina.

4. Si eres EXIGENTE contigo mismo, se irá viendo la conversión en ti y en los demás.

5. Si siempre expresas MISERICORDIA, los otros aprenderán a interesarse en los demás sin buscar interés alguno, sino solo los intereses de Cristo.

6. Si en tu vida cristiana creces en el sentido de SEGURIDAD EN DIOS, los que te rodean aprenderán a confiar siempre en Él.

7. Si llevas tu vida de discípulo misionero con RECTITUD, los demás desearán ser siempre honrados y rectos y creerán en Dios.

8. Si demuestras una ENTREGA TOTAL en tu compromiso bautismal, los otros adquirirán responsabilidad y disciplina.

9. Si demuestras COMPRENSIÓN, los que tratan contigo serán pacientes.

10. Si demuestras un puro AMOR a Dios, a su Madre Santísima, a los hermanos en la Iglesia, a la gente y a la vida, los que convivan contigo reflejarán este amor.

Así tú, como discípulo misionero muestras un pedacito de cielo, lo que será la vida eterna...

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

viernes, 6 de mayo de 2016

Mascotas... ¿cómo las trato?

No soy ni médico ni veterinario, soy un religioso que ejerce el ministerio sacerdotal como misionero y me atrevo ahora a hablar de un tema que me parece, es polémico en torno a los animales y a los humanos, el tema de las mascotas en el hoy por hoy. Las mascotas y en general muchas clases de animales domésticos, a lo largo de la historia de la humanidad han tenido un gran vínculo afectivo y emocional con los seres humanos, como los perros que con su lealtad y nobleza nos cautivan y nos roban el corazon como una excelente mascota y nuestro mejor amigo. La Iglesia considera a los animales e incluso en el bendicional pone especiales oraciones para bendecir a los animales. 

Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2416 nos recuerda que los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6,16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3,57-58). También los hombres les deben aprecio. Hay que recordar con qué delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís, san Felipe Neri, san Roque, san Lázaro, san Antonio de Padua y muchos otros santos. 

Los animales, creados por Dios, habitan el cielo, la tierra y el mar, y comparten la vida del hombre con todas sus vicisitudes. Dios, que derrama sus beneficios sobre todo ser viviente, más de una vez se sirvió de la ayuda de los animales o también de su figura para insinuar en cierto modo los dones de la salvación. Los animales fueron salvados en el arca de las aguas del diluvio y, después del diluvio, quedaron asociados al pacto establecido con Noé; el cordero pascual recordaba el sacrificio pascual y la liberación de la esclavitud de Egipto; un gran pez salvaguardó a Jonás; unos cuervos alimentaron al profeta Elias; los animales fueron agregados a la penitencia de los hombres y, junto con  toda la creación, participan de la redención de Cristo. 
Hoy en día varias especies animales se han convertido en un miembro mas de muchas familias con los cuales interactúan diariamente. Yo creo, como siempre se nos ha enseñado, que no hay diferencia de clase entre animales y humanos; sino que hay hay diferencia de grado. O sea, somos parte de la evolución. De hecho, muchos de los comportamientos de los humanos son similares, en sus bases, a los de los animales. Entonces es obvio que los animales no son humanos; pero que nosotros, los humanos, sí somos animales y a veces eso, en nuestros tiempos, ha creado confusión.

En los últimos años, hemos visto como ha proliferado el número de personas que tienen más y más perros y gatos como mascotas. Estos animalitos, que son mamíferos sociales se asemejan en muchas cosas a las personas pero no son personas y no hay que olvidarlo. Por ejemplo, son animales sociales que necesitan el contacto con su grupo, tanto para sobrevivir, como para ser felices. Por ejemplo, los perros tienen una extraordinaria agudeza sensorial, sobre todo en el caso del oído y el olfato y por eso es que los vemos felices escuchando música. Los perros y los gatos se diferencian de nosotros en su capacidad para aprender a detectar estímulos, que nosotros nunca podremos percibir (sonidos, olores). Las mascotas, tienen necesidades y características consustanciales a su especie. Se asemejan en algunas cosas de su comportamiento o reacciones a los humanos, opero no son humanos y no pueden ni deben ser tratados como humanos, es decir, no se les debe atribuir necesidades propias de las personas. 

Las mascotas, son «un miembro más de la familia» y todos o casi todos, hemos tenido una mascota. Estos animalitos domésticos se integran a nuestros hogares. De hecho, me parece que entendemos que está bien que así sea, y se da porque generalmente tenemos de mascota un perro y la especie canina es una especie social que tiene un comportamiento similar al del humano. Por eso puede formar parte de la familia. La mascota puede ser es el miembro no humano de la familia, pero un perro o un gato no son humanos, no necesitan dormir en una cama costosísima, bañarse todos los días (menos un gato), o cambiar de menú a diario y lavarse los dientes después de comer. 

Si se malinterpretan las necesidades de las mascotas se pueden generar, en primer lugar, problemas en la convivencia con ellos y luego, problemas en el comportamiento de la persona que los tiene, porque se tiende a proyectar en el animal reacciones y pensamientos humanos, como por ejemplo, el deseo de venganza. Ni un perro ni un gato entienden qué son y para qué sirven las reglas y normas; obedecen o actúan de determinada manera por la costumbre de repetir cierto comportamiento, que es aceptado por el dueño y nada más. Hay personas que si se dieran cuenta cuánto gastan en su mascota... se cuestionarían de verdad si hacen lo mismo por un humano. Me parece que casi sin darnos cuenta, estamos llegando en este mundo globalizado, a extremos de insensatez en esto de los perros, gatos y demás mascotas y los amos o dueños de las mismas. Una cosa es un ser humano, con todos los defectos que se quiera y otra un animal —entrenado, educado, domesticado—, un mamífero social, pero a fin de cuentas un animalito, una mascota.

En los últimos años los cambios en el trato a las mascotas han ido cada vez más allá quitándoles la esencia de su especie. Por ejemplo, se les da comida especializada (a veces mejor que la que come un humano), se les viste por que se cree que tienen frío, olvidando que ellos no necesitan ropa, pues su piel está especialmente diseñadas para soportar las inclemencias del tiempo; además, ellos no se aburren de la comida y con croquetas es más que suficiente. Por otra parte, personas que evitan tener hijos les dan la misma atención que se le daría a un niño o a un bebé, cubriendo o satisfaciendo las necesidades del dueño, pero no las de las mascotas. Hace poco, el papa Francisco habló de los matrimonios que eligen tener perros y gatos, en lugar de hijos. La responsable de ello, dijo, es la «cultura del bienestar» que se ha propagado en los últimos 10 años y que los ha convencido de que es mejor tener mascotas que hijos. El sumo pontífice fue más lejos y agregó que quienes prefieren dar su amor a sus mascotas, al final de sus vidas terminan solos.

Cada día, los pasillos de los artículos para mascotas en los supermercados crecen más y más y crece el número de tiendas especializadas en artículos para mascotas vendiendo hasta cepillos para sus dientes y no se que cosas más. Cuando las personas humanizan a sus mascotas, solo se concentran en darles amor y cuidados, pero pasan por alto todas sus necesidades de un animal. Una mascota —por más que sea «un lindo gatito»— no es un hijo, ni puede ocupar el lugar de un familiar que ya no está. Un gato es un gato, un perro es un perro... una mascota, y debe ocupar su lugar como mascota. Si se humaniza una mascota y se basan sus cuidados, primero que nada en un afecto desmedido, se está siendo egoísta, se le está confundiendo y no se está respetando su esencia de animal.

Para que una mascota conserve su identidad, no necesita ser apapachada todo el día. Necesita tener cubiertas sus necesidades cubiertas, en tres mandatos fundamentales: ejercicio, disciplina y afecto. Esa es la receta para una mascota equilibrada y feliz.

El filósofo inglés Roger Scruton (n. 1944), especializado en estética filosofica, ha publicado un libro donde critica a quienes pretenden poner los animales al mismo nivel del hombre. Su publicación se llama «Animal Rights and Wrongs» y ofrece una serie de argumentos convincentes. Por lo que se refiere al tema de la diferencia en la capacidad intelectiva entre el hombre y los animales, Scruton hace una serie de observaciones que a mi juicio, debemos considerar: Los animales tienen deseos, pero no hacen opciones, cuando se entrena un animal se pueden cambiar sus deseos, pero el animal no hace una opción. La inteligencia de los animales está orientada por sus instintos y la experiencia del momento, en cambio el hombre puede proyectarse en el futuro. La vida social de los animales está guiada por los instintos y no hay diálogo o razonamiento moral como existe en una comunidad de personas. Los animales no tienen una imaginación propiamente hablando, o un sentido estético y sus emociones están limitadas a un nivel físico; tampoco tienen consciencia de sí o un lenguaje abstracto.

Hay otro gran filósofo que ha escrito sobre esta diferencia entre el humano y los animales. Se llama Karol Wojtyla y es mejor conocido como San Juan Pablo II. En su libro «Amor y responsabilidad», escrito antes de ser elegido Papa, examina aquello que diferencia al hombre de los demás seres, incluso los animales. Una persona —afirma Wojtyla— es un ser racional, con una capacidad intelectiva cualitativamente superior a los animales. Pero no nos encontramos sólo ante una cuestión de funcionalidad intelectiva. La persona goza de una interioridad, en cuanto que es un sujeto con un carácter espiritual, en el que se incluye una conciencia y una orientación hacia la verdad y el bien. Por tanto, la naturaleza del hombre es sustancialmente diversa a la de los animales e incluye la capacidad de la autodeterminación basada sobre la propia reflexión y la libre voluntad.

En fin, yo lo único que creo es que las mascotas deben de ocupar su lugar de mascotas y no otro, que ni les beneficia ni les perjudica y sí causa un conflicto mental y de comportamiento en el ser humano, además de que le explota en el consumismo desmedido que se vive en un mundo en que rápidamente se globaliza todo, lo bueno y lo malo.

Oh, Dios, que todo lo hiciste con sabiduría,
y que, después de crear al hombre a tu imagen,
le diste, con tu bendición,
el dominio sobre todos los animales,
extiende tu mano con benevolencia
y concédenos que estos animales nos sirvan de ayuda
y nosotros, tus servidores,
ayudados con los bienes presentes,
busquemos con más confianza los futuros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Padre Alfredo.