jueves, 28 de enero de 2016

«LLAMADOS A SER TESTIMONIO DE LA ALEGRÍA»... HORA SANTA 25. Para agradecer el don de la Vida Religiosa


Monitor: Nos hemos reunido para orar en torno a Jesús Eucaristía, queremos meditar y orar agradeciendo el don de la Vida Consagrada, pensando en tantos hombres y mujeres que han sido llamados por Dios a seguir a Cristo Jesús de una manera especial por medio de los votos evangélicos de Castidad, Pobreza y Obediencia; que viven en comunión de vida y se entregan a la misión de construir el Reino de Jesús en las fronteras del mundo, llevando impreso en sus vidas el «Evangelio de la Alegría». Iniciemos nuestro momento de adoración con el canto para hacer la Exposición del Santísimo Sacramento:

CANTO:
«PESCADOR DE HOMBRES»

Tú has venido a la orilla, 
no has buscado ni a sabios ni a ricos, 
tan solo quieres que yo te siga.

Señor, me has mirado a los ojos, 
sonriendo has dicho mi nombre, 
en la arena he dejado mi barca, 
junto a Ti buscare otro mar.

Tú sabes bien lo que tengo, 
en mi barca no hay oro ni espadas, 
tan solo redes y mi trabajo.

Tú necesitas mis manos, 
mi cansancio que a otros descanse, 
amor que quiera seguir amando.

Tú, Pescador de otros mares, 
ansia eterna de almas que esperan,  
amigo bueno, así me llamas.

Ministro: Adoremos y demos gracias en cada momento
Todos: Al Santísimo Sacramento.

Padre Nuestro.
Ave María.
Gloria. (Se repite todo esto tres veces, según la tradición).

Ministro: Oye, Señor, las oraciones de tus hijos que, rodeando el Altar, congregados aquí en la presencia de tu Hijo Jesús en este sacramento de amor, ofrecen por todos aquellos en quienes has sembrado la vocación religiosa en el campo de tu Iglesia; a fin de que sean hombres y mujeres comprometidos en llevar el Evangelio de la alegría con su testimonio de vida en pobreza, castidad y obediencia en el servicio a sus hermanos y hermanas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Momentos de silencio para la reflexión personal.

Monitor: Oremos en este momento por todos los consagrados, para que vivan con alegría su voto de castidad.

Lector 1: La castidad, es el voto que ayuda a los religiosos a mantener viva en ellos la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la razón. Por la castidad la persona consagrada adquiere dominio de su sexualidad y es capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que el amor de Dios reina sobre todo. Por lo tanto no es una negación de la sexualidad. Es un fruto del Espíritu Santo.
Lector 2: La castidad es el voto que supone esfuerzo y que fortalece el carácter y la voluntad del que ha sido llamado a seguir al Señor más de cerca, dando a él posesión y dominio de la propia vida. Es un entrenamiento para formar la personalidad en la generosidad y en el deber para anunciar el Evangelio con libertad.
Lector 1: Señor Jesús, tú que has llamado a algunos hermanos y hermanas a vivir en castidad, abre sus corazones a tu gracia para que puedan vivir en armonía con nuestro Padre Dios, como tú Jesús Eucaristía y sin perder la alegría en ningún momento. 
Lector 2: Da a nuestros hermanos consagrados armonía con nuestro Padre Dios y envía a cada uno de ellos el fuego del Espíritu como lo enviste a los apóstoles, para hacer posible la armonía interior y con el prójimo. Esta armonía pura que es fuente de profunda paz y alegría. 
Lector 1: Gracias Jesús Eucaristía porque das a tu Iglesia hombres y mujeres que, con el voto de castidad, purifican el amor y lo elevan; dándonos una mejor forma de comprender y, sobre todo, de valorar el amor que tú nos tienes al haberte quedado con nosotros.
Lector 2: Aumenta la energía física y moral de cada uno de los consagrados; dales mayor rendimiento en su vida apostólica, y consérvales el gozo de sentirse siempre amados, superando toda clase de egoísmo y acrecienta en ellos la nobleza y lealtad en el servicio y en el amor en su vocación.

Momentos de silencio para la reflexión personal.

CANTO
«EL SEÑOR ELIGIÓ A SUS DISCÍPULOS»

El Señor eligió a sus discípulos
los mandó de dos en dos.

Es hermoso ver bajar de la montaña
los pies del Mensajero de la paz.

Los mandó a las ciudades
y lugares donde iba a ir El.

La cosecha es abundante,
les dijo el Señor al partir.

Pídanle al dueño del campo
que envíe más obreros a la mies.

Al entrar en una casa
saluden anunciando la paz.

El Reino de Dios está cerca,
a todos anunciarán.

Los que a ustedes los reciban
me habrán recibido a Mí.

Quien recibe mi Palabra
recibe al que me envió.


Monitor: Oremos ahora por todos los consagrados, para que vivan con alegría su voto de obediencia.

Lector 1: La obediencia consagrada es un especial don de gracia, concedido por el Espíritu Santo a la Iglesia en nuestros hermanos consagrados para revivir intensamente esta dimensión de la vida y del misterio de Jesús.
Lector 2: Por el voto de obediencia religiosa, nuestros hermanos consagrados se sujetan a Dios, y voluntariamente prometen a sus superiores, ser dirigidos por ellos en los caminos de perfección de acuerdo al propósito y a las normas de cada instituto.
Lector 1: La obediencia de los consagrados nace de su amor y es esencialmente amor.  Y su amor se expresa y comprueba en la más perfecta obediencia, en el cumplimiento fiel de la voluntad del Padre.
Lector 2: Jesús Eucaristía, tú que has elegido a algunos miembros de la Iglesia para vivir en obediencia consagrada a Ti, haz de su «sí» constante en este voto, una adhesión libre e incondicional a la voluntad de nuestro Padre Dios para que, imitándote a Ti, sean expresión concreta y demostración viva de tu amor al Padre que se hace perpetúa en ellos.
Lector 1: Gracias Señor Jesús, por tantas almas de consagrados que con su testimonio de obediencia nos enseñan el camino del servicio y la humildad. Aumenta en ellos el gozo de verte siempre obediente a la Voluntad del Padre y el anhelo de amarte más y hacerte amar del mundo entero pàra que todos te conozcan y te amen.
Lector 2: Conserva, Señor Jesús, en quienes has llamado a la vida consagrada, una buena disposición de aceptar con alegría una regla común y una dirección manifiesta en un espíritu de unión y concordia que mantenga en ellos el entusiasmo a hacer la voluntad de tu Padre Dios en todas las encomiendas que reciban.

Momentos de silencio para la reflexión personal.

CANTO:
«ANUNCIAREMOS TU REINO, SEÑOR»

Anunciaremos tu reino, Señor, 
Tu reino, Señor, tu reino.

Reino de paz y justicia, reino de vida y verdad
Tu reino, Señor, tu reino.

Reino que sufre violencia, reino que no es de este mundo.
Tu reino, Señor, tu reino.

Reino de amor y de gracia, reino que habita en nosotros.
Tu reino, Señor, tu reino.

Reino que ha comenzado, reino que no tendrá fin.
Tu reino, Señor, tu reino.


Monitor: Oremos en este momento por todos los consagrados, para que vivan con alegría su voto de pobreza.

Lector 1: San Juan Pablo II decía que «la pobreza manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que "siendo rico, se hizo pobre" (2 Co 8,9). En la vida religiosa se profesa el voto de pobreza prometiéndole al Señor darle el corazón indiviso a Él.
Lector 2: El fin del voto de pobreza es ayudar al consagrado a vivir en libertad interior, recordando que no se puede decir que se está totalmente libre si se está atado a las cosas. Ser pobre es, para el consagrado, no pensar en él solo y pensar solo en Dios.
Lector 1: El voto de pobreza libera a nuestros hermanos consagrados de los deseos de comodidad y satisfacción, les ejercita en sentir ausencia de las necesidades materiales y despega su ser de apegos interiores para amar solo a Dios.
Lector 2: Gracias Señor Jesús, por tantos hombres y mujeres que en el mundo entero se han desposado con la «dama pobreza» —como llamaba San Francisco a este voto— para amarte más y tenerte como única realidad.
Lector 1: Cristo Jesús, tú que ente Santísimo Sacramento del Altar nos muestras a todos como debe ser la pobreza. Tú, que sigues siendo pobre materialmente, por las especies que deseaste utilizar en este sacramento, donde por amor estás encerrado hasta tu segunda venida, ayuda a nuestros hermanos consagrados y líbralos de toda clase mundanidad, enamorándolos más y más de vivir como Tú, libre y desapegado de todo bien material.
Lector 2: Haz que la pobreza de nuestros consagrados, como lo deseó la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, sea un reflejo de cómo vives Tú en la Eucaristía, el Rey de Reyes, nunca escogiendo la custodia donde serás expuesto, ni los ornamentos que utilizarán para que vengas a nosotros. Que así a nuestros consagrados les importe muy poco lo que tienen o lo que no, donde los pongan a servir, donde estén. Jesús Sacramentado, se Tú  la única riqueza de quienes se han consagrado a Ti y conserva viva la alegría de su corazón.

Momentos de silencio para la reflexión personal.

CANTO:
«QUÉ DETALLE»

Qué detalle, Señor, has tenido conmigo
cuando me llamaste, cuando me elegiste,
cuando me dijiste que tú eras mi amigo.
qué detalle, Señor, has tenido conmigo.

Te acercaste a mi puerta y pronunciaste mi nombre.
Yo temblando te dije: aquí estoy, Señor.
Tú me hablaste de un Reino, de un tesoro escondido,
de un mensaje fraterno que encendió mi ilusión.

Yo dejé casa y pueblo por seguir tu aventura,
codo a codo contigo comencé a caminar.
Han pasado los años y aunque aprieta el cansancio
paso a paso te sigo sin mirar hacia atrás.

Qué alegría yo siento cuando digo tu Nombre,
qué sosiego me inunda cuando oigo tu voz,
qué emoción me estremece cuando escucho en silencio
tu palabra que aviva mi silencio interior.

En seguida se tiene la siguiente lectura. Si el que lee es un sacerdote o diácono se puede tener una breve homilía.

Del Evangelio según San Juan                                                                                          (15, 9-17). 

“Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí: permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandatos, permanecerán en mi amor, así como yo permanezco en el amor al Padre, guardando sus mandatos. Yo les he dicho todas estas cosas para que en ustedes esté mi alegría y la alegría de ustedes sea perfecta. Mi mandamiento es éste: Ámense unos a otros como Yo los he amado. No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si cumplen con lo que les mando. Ya no los llamaré servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Les digo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí. Soy Yo quien los eligió a ustedes y los he puesto para que vayan y produzcan fruto, y ese fruto permanezca. Y quiero que todo lo que pidan al Padre en mi nombre, Él se lo dé. Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros”.

CANTO:

«UNA ESPIGA»

Una espiga dorada por el sol, 
el racimo que corta el viñador, 
se convierten ahora en pan y vino de amor 
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Compartimos la misma comunión. 
Somos trigo del mismo sembrador, 
un molino, la vida, nos tritura con dolor 
Dios nos hace eucaristía en el amor.

Como granos que han hecho el mismo pan, 
como notas que tejen un cantar, 
como gotas de agua que se funden en el mar, 
los cristianos un cuerpo formarán.

En la mesa de Dios se sentarán. 
Como hijos, su pan comulgarán. 
Una misma esperanza, caminando, cantarán. 
En la vida, como hermanos se amarán.

Preces por los consagrados:

Monitor: Agradeciendo el don de la vida consagrada, y bajo el cuidado maternal de María, la Madre de Jesús Eucaristía y Madre de todas las vocaciones, oremos por todos aquellos a quienes el Señor ha llamado a seguirle más de cerca en un compromiso de comunidad viviendo en castidad, obediencia y pobreza:

Señor, conserva siempre viva la vocación de todos los consagrados.

Te pedimos, Señor, que fortalezcas con tu Pan Eucarístico a todos los consagrados del mundo entero, para que su testimonio sea creíble. Haz de todas las casas religiosas y de la vida de cada uno de ellos, espacios fecundos de santificación y humanización. Que así como María se encaminó presurosa para llevarte, ellos también vayan siempre presurosos por el mundo llevándote en su servicio siempre fecundo. OREMOS.

Te pedimos, Cristo Eucarístico, que todos los consagrados permanezcan atentos y vigilantes a tu presencia que está habitando en toda realidad, para que, sin dejarse abrumar por el peso del tanto quehacer y para no dejarse arrastrar por las cosas del mundo que pueden llegar a quitarles su alegría, vivan felices escuchando a tu Madre Santísima que les dice que hagan lo que Tú les digas. OREMOS.

Te pedimos, Señor Jesús, que tu anhelo de justicia, fraternidad y paz universal se siga construyendo poco a poco, sin desfallecer,  con ayuda de tantos consagrados, alentando los gestos solidarios de tantos hombres y mujeres que no renuncian a la utopía y que te han querido seguir en tu mismo estilo de vida acompañados siempre por el amor de tu Madre Santísima. OREMOS.

Te pedimos, Salvador nuestro, en este día, que nunca falten fuerzas a nuestros hermanos consagrados para seguir trabajando en la evangelización en países ajenos a la fe cristiana por su cultura o por su desafección o indiferencia. Que se mantengan firmes en su esperanza en medio de todas las dificultades contando siempre con la protección de tu Madre Inmaculada. OREMOS.

Te pedimos, Señor autor de toda vocación, que aumentes el número de vocaciones a la vida consagrada y que protejas especialmente a todos los consagrados y consagradas que se han cruzado en nuestro camino, para que no falte nunca en la Iglesia, el valioso testimonio de quienes viven y anuncian de una manera tan comprometida, la alegría del Evangelio como María tu Madre siempre fiel. OREMOS.

Monitor: Dios está presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Preparemos nuestros corazones para recibir con agrado su bendición.

CANTO PARA LA BENDICIÓN:
«TANTUM ERGO»

Tantum ergo Sacraméntum,
Venerémur cérnui:
Et antíquum documentum
Novo cedat rítui;
Præstet fides suppleméntum
Sénsuum deféctui.

Genitori Genitóque,
Laus et iubilátio;
Salus, honor, virtus quoque,
Sit et benedíctio;
Procedénti ab utróque
Compar sit laudátio.
Amen.

Mientras tanto, arrodillado, el ministro inciensa el Santísimo Sacramento, si la exposición se hizo con la custodia.

Ministro: Les diste pan del cielo. (T.P. Aleluya).
Todos: Que contiene en sí todo deleite. (T.P. Aleluya).

Luego el ministro se pone en pie y dice:

Oremos: Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tú Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Todos: Amen.

Bendición Eucarística.

Una vez que se ha dicho la oración, si el que hizo la exposición es el sacerdote o diácono, toma el paño de hombros, hace genuflexión, toma la custodia o el copón, y sin decir nada, traza con el Sacramento la señal de la cruz sobre el pueblo. (A continuación se pueden decir las alabanzas de desagravio)

Alabanzas de desagravio:

Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Concluida la bendición, el mismo sacerdote o diácono que impartió la bendición u otro sacerdote o diácono, reserva el Sacramento en el tabernáculo.

CANTO:  
«PESCADOR»

Pescador,  que al pasar por orilla del lago,
me viste secando mis redes al sol,
tu mirar se cruzó con mis ojos cansados
y entraste en mi vida buscando mi amor.

Pescador,  en mis manos has puesto otras redes 
que puedan ganarse la pesca mejor,
y al llevarme contigo en la barca
me nombraste, Señor,  pescador.

Pescador, entre tantos que había en la playa
tus ojos me vieron, tu boca me habló
y a pesar de sentirse mi cuerpo cansado,
mis pies en la arena siguieron tu voz.

Pescador,  manejando mis artes de pesca
en otras riberas mi vida quedó,
al querer que por todos los mares del mundo
trabajen mis fuerzas, por ti, pescador.

Pescador,  mi trabajo de toda la noche
mi dura faena hoy nada encontró.
Pero Tú, que conoces los mares profundos
compensa, si quieres, mi triste labor.

Alfredo Delgado, M.C.I.U. 2016.

The grace of the vocation to be a missionary priest…

A missionary priest brings Jesus to people and people to Jesus. For this reason, the man who feel the call to this vocation has a deep concern for the people of God. He wants to help them grow in holiness; he wants to ti be a priest for teach them the truths of the faith; he wants to minster to them during the trials of life. The vocation of priesthood is about leading others to heaven.

If you’ve thought about the possibility of priesthood like a missionary, but don’t yet have these signs and qualities, don’t despair! All people must strive for holiness. And future missionary priests go through a long and intensive formation period, precisely to help them grow in virtue and be effective in their ministry.

If you’re interested in this vocation, ask God for this special grace. He can help you further discern your vocation. And remember that true happiness and peace depend on following God’s perfect will for your life. If God wants you to be a priest, trust in his grace to lead you. 

We are waiting for you in our mission in Mange Bureh, Sierra Leone, West Africa!

Alfredo, MCIU

miércoles, 27 de enero de 2016

EL LOGO Y EL LEMA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA...

 

El logo y el lema del «AÑO DE LA MISERICORDIA» son una síntesis para que a primera vista profundicemos en la riqueza que encierra este Año jubilar extraordinario. Con el lema «MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE» (tomado del Evangelio de Lucas, 6,36), se invita a vivir la misericordia siguiendo el ejemplo del Padre, que pide no juzgar y no condenar, sino perdonar y amar sin medida (cfr. Lc 6,37-38). El logo es obra del padre jesuita Marko I. Rupnik (Eslovenia, 28 de noviembre de 1954), artista, teólogo y escritor que se ha hecho particularmente famoso como mosaista de numerosas iglesias, como en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, en la iglesia de San Giovanni Rotondo, los santuarios de Fátima y Lourdes o en la catedral de la Almudena de Madrid.

El padre Ruonik nos presenta un pequeño compendio teológico de la misericordia. Muestra al Hijo que carga sobre sus hombros al hombre extraviado, indicando el amor de Cristo que lleva a término el misterio de su encarnación con la redención. El Buen Pastor toca en profundidad la carne del hombre, representado en Adán y lo hace con un amor capaz de cambiarle la vida. El Buen Pastor con extrema misericordia carga sobre sí la humanidad, pero sus ojos se confunden con los del hombre. Así, cada hombre descubre en Cristo, nuevo Adán, la propia humanidad y el futuro que lo espera, contemplando en su mirada el amor del Padre.

La escena se coloca dentro una mandorla que evoca la copresencia de las dos naturaleza, divina y humana, en Cristo. Los tres óvalos concéntricos, de color progresivamente más claro hacia el externo, sugieren el movimiento de Cristo que saca al hombre fuera de la noche del pecado y de la muerte. La profundidad del color más oscuro sugiere también el carácter inescrutable del amor del Padre que todo lo perdona. En seguida comparto con ustedes esta explicación más amplia:

La imagen, evidentemente, no pretende ser una representación literal de Jesús. El estilo es profundamente simbólico, poético y metafórico, que permite transmitir en la imagen realidades que van más allá de lo que cualquier representación realista podría aspirar a capturar. Este simbolismo implica un significado no es necesariamente tan claro a primera vista (como tantas veces ocurre en nuestro encuentro diario con Dios, ya sea en nuestra vida diaria, o en la liturgia). Acá la comprensión de la intención del autor es la clave. ¿Por qué utiliza ciertas formas y colores? Hay que echar un vistazo a algunos detalles de este simbolismo:

1. La forma de Almendra:

La escena se representa dentro una forma artística particular llamada «mandorla» (tuerca de la almendra, en italiano). Es una forma oval formada por la superposición de dos círculos. Sirve como una especie de paréntesis dentro de un icono. Dentro de la mandorla, queda representada la encarnación de Cristo. La forma de almendra representa la unión de las dos naturalezas de Cristo: divina y humana. El almendro es también la primera planta en florecer cada año en Grecia y como tal, es un símbolo de la nueva vida y de la fertilidad.

2. Los Colores:

El rojo representa la sangre, la vida y sobre todo a Dios. El azul habla del hombre, la única criatura que sabe como aspirar al cielo. El blanco tiene una variedad de significados: es el color del Espíritu Santo, ya que refleja la vida de la Trinidad y el Cristo es blanco, porque representa la luz que salva, la vida eterna del Hijo. La ropa de Adán (el hombre cargado por Jesús) es de color verde, (representando a la humanidad), sin embargo, está tornándose oro (el color de la divinidad) lo que representa el hecho de que Adán (y cada uno de nosotros) está participando en un proceso de divinización, es decir, llegar a ser como Dios a través de Jesucristo.

 3. Las bandas de color azul:

Las bandas azules, que se van tornando más oscuras hacia el interior, reflejan lo que se llama el camino apofático para reflexionar sobre Dios. Esto significa que a menudo es más fácil hablar de Dios —Inefable, Infinito, El ser en sí— describiendo lo que no es. Esta es la razón por la que la mandorla que rodea a Cristo muestra bandas concéntricas de sombreado que son más oscuras hacia el centro, en lugar de más claras. Tenemos que pasar a través de las etapas de lo que parece aumentar el misterio y lo desconocido, con el fin de encontrar a Jesucristo. En un sentido misterioso, esto nos llama hacia el interior en la reflexión. En esta imagen la profundidad de la sombra negra nos sugiere la impenetrabilidad del amor del Padre que perdona todo y los tres óvalos concéntricos, con colores progresivamente más claros a medida que avanzamos hacia el exterior, aluden al movimiento de Cristo que por su Encarnación lleva a la humanidad de la noche del pecado y de la muerte, a la luz de su amor y de su perdón.

4. El hombre en hombros de Jesucristo:

El Padre Rupnik presenta a Cristo como el Buen Pastor que lleva a Adán en sus hombros. Cuando Jesús encuentra a sla «oveja perdida» reúne a sus amigos y vecinos y les dice: «Alégrense conmigo, porque he hallado mi oveja perdida» (Lucas 15: 5-6). También hace pensar en la parábola del buen samaritano como medio para reflexionar sobre el logotipo. Esta parábola nos recuerda al samaritano que se detiene para ayudar a un hombre en el camino. Jesús pide al oyente: «¿Cuál de estos tres, en su opinión, era vecino de la víctima de los ladrones» (Lucas 10: 36-37).

5. Una mirada compartida:

Una de las características más llamativas de la imagen es el hecho de que Jesús y el hombre sobre sus hombros comparten un ojo. Cristo ve con los ojos de Adán y Adán con los ojos de Cristo. Cada persona descubre en Cristo, el nuevo Adán, la propia humanidad y el propio futuro, contemplando en su mirada el amor del Padre. El autor del logo quiere expresar con esto que la mirada de Dios al hombre le permite comprenderse a sí mismo. Solo en la mirada del Padre podemos realmente entender lo que somos, nuestra identidad: hijos e hijas de Dios Padre.

¡Cristo nunca está lejos! En todo lo que vemos, en todo lo que vivimos, en nuestras alegrías y en nuestras penas, Él está acompañándonos. Él sabe lo que pasamos. A través de su mirada nos invita a una mayor conversión, a cambiar nuestra manera de ver a los demás, nos invita a que empecemos a mirar a nuestros hermanos con sus mismos ojos de Misericordia. Estamos llamados a contemplar la realidad con la misma mirada de Cristo. En todas las situaciones de nuestra vida estamos llamados a descubrir, escuchar y cumplir la voluntad del Padre, especialmente con los más necesitados.

6. La cercanía de Jesús y Adán:

El Padre Rupnik explica la cercanía de la cara de Adán y la de Jesús en este logo diciendo que cuando Cristo expiró en la cruz el hombre cogió este aliento y comenzó a respirar de nuevo. Por lo tanto, como Adán recibió el aliento de vida en el momento de la creación, en nuestro bautismo recibimos el nuevo aliento de vida, la vida del Espíritu, con la que podemos empezar a vivir una nueva vida en Cristo.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

The joy of evangelization...

«Let us not be robbed of the joy of evangelization! I invite you to immerse yourself in the joy of the Gospel and nurture a love that can light up your vocation and your mission.»

Pope Francis,
(Message for World Mission Day 2014).

viernes, 22 de enero de 2016

«SAGRARIOS DEL ABSOLUTO»... vivir nuestro compromiso bautismal

Dios es principio de vida. Ha creado el mundo como semilla y ha confiado a la humanidad, representada por Adán y Eva, la gran tarea de conseguir que esa semilla se convierta en árbol fecundo. Así, la humanidad está llamada a colaborar con el Dios de la vida. 

Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por revelación de Jesús sabemos que Dios es amor, familia trinitaria y comunidad de amor infinito (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Tomando a este Dios como fundamento, tenemos que vivir intensamente el amor formando la comunidad de los creyentes. Hombres y mujeres bautizados somos una especie de sagrarios del Absoluto. Aún teniendo una naturaleza débil y limitada, nos podemos abrir al infinito en búsqueda de realización total. Hemos de ser imitación de Cristo, por eso cada día que pasa, al vivir nuestro compromiso bautismal, hemos de purificar el corazón, este es el gran sueño de Dios, la gloria de Dios es el hombre en plenitud, decía san Ireneo.

Dios quiere siempre que triunfe la vida basada en su misericordia. Él nos eligió para vivir en el amor y ser misericordiosos como Él. Nosotros, que hemos sido llamados por Dios gracias al bautismo y a una vocación específica, estamos llamados antes que nada a ser discípulos y misioneros de Cristo.

¿Cuál es el plan que Dios tiene para mí? Tengo que ubicarme y encontrarlo, yo tengo un espacio en el Corazón de Jesús para que mi corazón se vaya tras Él. Todo en mi, debe estar ordenado hacia el fin último. Debo disponerme siempre a preferir lo que más y mejor conduce al fin, sin dejarme llevar por los afectos naturales. Debo entregarme totalmente a la voluntad de Dios, a pesar de los límites personales: salud, edad, lugar concreto de vida, vocación específica, situación actual, etcétera, recordando que desde el bautismo todos somos misioneros. Dede nuestro bautismo, el Señor nos llamó para estar con él y para enviarnos a predicar (Mc 3,13-14). En nuestra respuesta vocacional específica —sea cual sea nuestra vocación— la misión no se puede entender simplemente en sentido geográfico, sino que llega a los areópagos modernos, los nuevos mundos y los fenómenos sociales y culturales que están sedientos de Dios.

Nuestro ser de misioneros exige que tengamos una relación personal con el que nos llamó a ser sus discípulos y a quien hemos de anunciar, una unión de corazón a corazón que se renueve día a día impregnando nuestras vidas de su misericordia. “Todos nosotros, hijos de la Iglesia, estamos llamados a caminar en la vida cristiana con un renovado impulso.”[1]

Nuestra vocación de oyentes y seguidores del Señor, se sostiene en el compartir la comida del Señor en su Palabra y en su Eucaristía principalmente. El mismo que nació en «Belén», que significa: «La casa del pan», nos reúne especialmente el Domingo, así como cada día, para comer con él como lo hacía con sus discípulos. Al llamarnos, Dios quiso establecer con nosotros un parentesco espiritual y místico. Nos llamamos en la fe «hermanos» y «hermanas» en Cristo, y cada vez que nos acercamos al Señor en su Eucaristía y en su Palabra le decimos: «Dame de beber».[2]

En la Sagrada Escritura, para designar la vocación, misión o inspiración de algún personaje, se emplea muchas veces una frase en tono de solemnidad: «Entonces fue dirigida la palabra de Dios a...»[3] En cada Eucaristía, en esos momentos de cielo de contemplación del misterio de la celebración de la Santa Misa, cada bautizado es un elegido, un alma de caridad, de paz, de reconciliación, de comunidad que escucha la Palabra y se fortalece con la Eucaristía para ser «pan partido» para el mundo, signo viviente de la misericordia de Dios.

Todo bautizado es frágil, lo sabemos. Somos creyentes que «llevamos este tesoro en vasos de barro, frágil y quebradizo; para que se reconozca que la grandeza del poder que se ve en nosotros es de Dios y no nuestra.»[4] Por eso necesitamos de la Eucaristía y de la Palabra que siempre nos sostendrán.

Y hay alguien vital en todo esto, alguien que vivió de la Palabra y de la Eucaristía para mantener el «Sí»: ¡María Santísima!, la humilde sierva del Señor, la joven de Nazareth, dichosa por escuchar la palabra de Dios y vivirla[5]. Ella hizo la Eucaristía en su vientre para nosotros. Amasó el Pan que ahora nos alimenta.

Dejemos en el corazón unas palabras de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, que nos ayuden a valorar el don que recibimos en La Palabra y la Eucaristía y aumenten en nosotros la confianza en la infinita misericordia del Señor:

“Mi alma reboza en estos momentos de agradecimiento; de paz; ¡Que bien se vive con Jesús! ¡Cuán bueno ha sido siempre para mí! Cómo quisiera empezar de nuevo una vida santa, no a medias... tenemos que ser santos con la santidad de él, no con nuestra falsa santidad adquirida, ¿o no es así? Entonces me apropio sus méritos infinitos y los ofrezco al Padre Celestial; ofrezco a él mismo, a Jesús, como rescate de mi propia santificación. Y ahorita me siento, de veras enamorada, toda de Dios. Que él haga de mí lo que quiera”.[6]



[1] ECCLESIA DE EUCARISTÍA # 60.
[2] Jn 4,10.
[3] Cf. Jer 1,4 y 11; Lc 3,2 como casos típicos y que decir de María Santísima en varias ocasiones en su vida.
[4] Cf. 2 Cor 4,7.
[5] Lc 11,27-28.
[6] Carta a su director espiritual, Cuernavaca, agosto 8 de 1950.

miércoles, 20 de enero de 2016

«MISERICORDIAE VULTUS»... Un breve recorrido por la Bula del Año Extraordinario de la Misericordia


Durante las Vísperas de la Divina Misericordia de 2015, el Papa Francisco entregó a la Iglesia la Bula «Misericordiae vultus», un documento que explica el significado del Año Santo por el Jubileo Extraordinario de la Misericordia.

La Bula se compone de 25 números y se puede dividir en tres partes: 

PRIMERA PARTE: EL CONCEPTO DE MISERICORDIA

Primero, el Papa Francisco explora el concepto de misericordia. La Misericordia es el «camino que une a Dios y el hombre, ya que abre el corazón a la esperanza de ser amado para siempre, a pesar de los límites de nuestro pecado; ley fundamental que vive en el corazón de cada persona;  Dintel que apoya la vida de la Iglesia; Ideal de la vida y criterio de credibilidad para nuestra fe» son las numerosas definiciones que el Papa Francisco da de misericordia, haciendo hincapié en que no es «un signo de debilidad, sino más bien la calidad de la omnipotencia de Dios.» La misericordia de Dios es «eterna», subraya el Papa, porque «para el hombre la eternidad será siempre bajo la mirada del Padre misericordioso.» En Jesús «todo habla de la misericordia y nada carece de compasión porque su persona no es más que amor, un amor que se ofrece de forma gratuita.»

En este Año Extraordinario, el Papa ha puesto una peculiaridad especial, porque es una fiesta de la misericordia que se celebra no sólo en Roma, sino también en todas las demás Iglesias locales (diócesis) del mundo. La Puerta Santa se abre por el Papa en San Pedro el 8 de diciembre y el domingo siguiente en todas las iglesias del mundo. Otra de las novedades es que el Papa da la posibilidad de abrir la Puerta Santa también en los santuarios, meta de muchos peregrinos.

El Papa Francisco, recupera la enseñanza de San Juan XXIII, que hablaba de la «medicina de la Misericordia» y del beato Pablo VI, que enraizó la espiritualidad del Concilio Vaticano II en la del buen samaritano. 

SEGUNDA PARTE: CÓMO DISFRUTAR MEJOR DEL JUBILEO

En la segunda parte, el Santo Padre ofrece algunas sugerencias prácticas para celebrar el Jubileo con consejos prácticos para vivir este año especial en plenitud espiritual. El Papa sugiere, por ejemplo, hacer una peregrinación, porque eso será «una señal de que la misericordia es una meta a alcanzar que requiere compromiso y sacrificio.» No juzgar y no condenar, sino perdonar y donar, mantenerse alejado de las «murmuraciones», las palabras movidas por «los celos y la envidia y aprovechar lo bueno que hay en cada persona, convirtiéndose en instrumentos de perdón». Abrir el corazón a los suburbios existenciales, llevando consuelo, misericordia, solidaridad y atención a los que viven «situaciones de inseguridad y sufrimiento en el mundo actual, a los muchos hermanos y hermanas privados de dignidad. Que su grito sea convertido en el nuestro —insta el Papa— y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que a menudo reina para ocultar la hipocresía y el egoísmo.» En esta segunda parte el papa insiste en cumplir con alegría las obras de misericordia corporales y espirituales, para «despertar nuestras conciencias latentes ante la tragedia de la pobreza». 

El Papa expresa que espera que «los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre». El Santo Padre anuncia que durante la Cuaresma del Año Santo enviará los Misioneros de la Caridad, sacerdotes a quienes se les dará «el poder de perdonar los pecados que están reservadas a la Sede Apostólica». Ellos son «signo de la atención materna de la Iglesia con el pueblo de Dios», dice el Papa, y serán los artífices de «un encuentro lleno de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad para superar los obstáculos y reanudar una vida nueva del Bautismo». Este Año, el Papa concede indulgencia plenaria según lo establecido y nos recuerda que en el Sacramento de la Reconciliación, los pecados son cancelados por el perdón de Dios y con la indulgencia el pecador es liberado «de la impronta negativa, de la consecuencia residual del pecado, que sigue estando en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos».

TERCERA PARTE: APELACIÓN CONTRA LA DELINCUENCIA Y LA CORRUPCIÓN

El Pontífice escribe públicamente a los miembros de los grupos delictivos y les hace una apelación: «Por su bien, les pido que cambien su vida», instándoles a no permanecer indiferentes ante la llamada a experimentar la misericordia de Dios. «El dinero no da la felicidad verdadera —dice el Santo Padre— esto es sólo una ilusión y la violencia utilizada para amasar dinero goteando sangre no los hace poderosos, ni inmortales y nadie puede escapar del juicio de Dios». 

«Este es el momento favorable para cambiar tu vida —dice el Papa— de aceptar la invitación a la conversión y someterse a la justicia, mientras que la Iglesia ofrece misericordia». El Pontífice también señala que la corrupción es «la plaga que pudre a la sociedad, el pecado grave que clama al cielo, porque socava las bases mismas de la vida personal y social; es una obstinación en el pecado, que tiene la intención de reemplazar a Dios con la ilusión del dinero como una forma de poder; es una obra de la oscuridad, sostenida con la sospecha y la intriga; es una tentación de la que nadie es inmune».

Por otra parte, promoviendo el diálogo interreligioso, el Papa recuerda que el judaísmo y el Islam consideran la misericordia como «uno de los atributos más definitorios de Dios, y que ellos también creen que nadie puede limitar la misericordia divina, ya que sus puertas están siempre abiertas». Así el Santo Padre espera que el Jubileo «promueva el encuentro con estas religiones y otras tradiciones religiosas nobles, haciendo más abierto al diálogo, con la eliminación de todas las formas de clausura y desprecio, y la expulsión de todas las formas de violencia y discriminación».

Justicia y misericordia «no son dos aspectos conflictivos entre sí, sino dos dimensiones de una misma realidad», recuerda el Papa, que crecen hasta llegar a la cima «en la plenitud del amor» y nos recuerda que alejándose de una puramente «legalista», o de «mera observancia de la ley», Jesús muestra «el gran don de la misericordia a los pecadores para ofrecer su perdón y la salvación.» «La justicia de Dios es su perdón», dice el Papa, y «la primacía de la misericordia, es dimensión fundamental de la misión de Jesús, porque no es la observancia de la ley que salva, sino la fe en Jesucristo». 

CONCLUSIÓN: MARÍA, MADRE DE LA MISERICORDIA

Al cerrar el documento, Francisco se refiere a la figura de María, «Madre de la Misericordia», cuya vida ha estado plasmada «por la presencia de la misericordia hecha carne. Arca de la Alianza entre Dios y los hombres, María da fe de que la misericordia del Hijo de Dios no conoce fronteras y llega a todos, sin excepción.» En la misma línea, el Papa también recuerda a Santa Faustina Kowalska «quien fue llamada a entrar en la profundidad de la misericordia divina». La Bula concluye, por lo tanto, con una invitación a dejarse «sorprender por Dios que no se cansa de abrir las puertas de su corazón» a los hombres.

El deseo del Papa, es que este Año Jubilar, vivido también en la compartición de la misericordia de Dios, pueda convertirse en una oportunidad para «vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida.. […] En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: « Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos ».

Alfredo Delgado Rangel,
M.C.I.U.

martes, 19 de enero de 2016

¡CUIDADO CON LA TIBIEZA!... Algunas consideraciones


Hace ya algunos años —como recientemente lo hicieron en Aparecida— se reunieron los obispos de nuestra América Latina en Santo Domingo, en aquella recordada IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. En aquel entonces se trataron, entre otros temas: La Nueva Evangelización, la Promoción Humana y la Cultura Cristiana. Luego de leer y estudiar el documento hubo una cosa que me llamó la atención y que quisiera ahora, muchos años después, traer a colación para compartir esta reflexión con ustedes. La frase dice así y está en el número 26 del documento de Santo Domingo:  “Nuestra situación está  marcada por el materialismo, la cultura de la muerte, la invasión de las sectas y propuestas religiosas de distintos orígenes” (S.D. 26).

Con estas pocas palabras resumían los obispos en Santo Domingo el lado oscuro de la realidad que aún vivimos en América Latina y en muchas partes del mundo. Con la globalización, la situación se ha agravado y es la misma seguramente que se vive en otras partes del mundo y que por supuesto rodea el entorno en el que vivimos.

Definitivamente en nuestra cultura hay materialismo. No podemos estar ciegos ante eso, nos basta observar el crecimiento del consumismo que hace gastar a la gente hasta lo que no tiene, gracias a los sistemas de crédito que hay ahora y a los que todo mundo tiene acceso. Podemos ver también el crecimiento en la taza de desempleo y las quejas de la gente que nos tiene confianza y nos platica de lo bajo de los sueldos y lo alto de los precios. Podemos ver, además, la indiferencia religiosa que la mayoría de las personas vive, sobre todo los jóvenes, que vendrían a ser el futuro de nuestra sociedad. Para muchas personas su dios es el dinero y la religión un producto de consumo más, todo a la medida de su comodidad en un relativismo que cada vez cautiva a más gente buena y la atrapa.

A nuestro lado hay cultura de la muerte, basta ver la cantidad de gente que aprueba el aborto, los que viven en el mundo de las drogas, los que atentan contra la familia al buscar el divorcio, al apoyar el homosexualismo, los matrimonios entre gente del mismo sexo o cualquier clase de degeneración de la vida sexual. Hay cultura de la muerte en muchos que atentan contra la ecología por indiferencia o por un interés mezquino, como subraya el Papa Francisco en "Laudato Si". La hay en todos los que ejercen violencia sobre el prójimo, aun cuando mucho se cubre con tintes de legalidad.

El mundo de hoy vive en una extraña tibieza: a la tranquilidad le llama paz; a la carcajada le dice alegría; al placer pasajero le nombra felicidad. Una tibieza que se vive sobre una falsa seguridad del bienestar material, sobre un falso prestigio humano; sobre el dinero, sobre cosas de mucha o poca consistencia, pero siempre... cosas. La humanidad se sumerge en una tibieza tan extraña, que hace al hombre ver el tema religioso como una «Torre de Babel». El mundo está sumergido en una crisis de virtudes teologales (faltan hoy la fe, la esperanza y la caridad) que se llama «tibieza» y que está infectando al hombre más que cualquier clase de enfermedad mortal. Por todos los rumbos del mundo circulan caminos de distintas denominaciones cristianas, o pseudo-cristianas y se levantan igualmente templos de diversas sectas o asociaciones que se dicen centros de meditación. 

Sabemos que si el hombre cae en la tibieza, pierde la alegría. Eso lo dicen todos los santos. En medio de tantas sectas, por ejemplo, Cristo ha quedado como oscurecido, no se le ve ni se le oye, sólo hay panderos y una tranquilidad y paz aparentes buscando prosperidad. ¿No nos estará afectando e infectando esta realidad? ¿Estaremos los católicos lo suficientemente fuertes como para resistir a todo? 

Estamos en una época difícil, la «post-modernidad». Una época que concentra todas sus energías en la realización personal. Lo que importa es triunfar, conservarse joven y aparentar que se vive bien. Parece que en este tiempo la ética duerme o ha muerto, no hay deudas con nadie y todo se vale. El hombre de la post-modernidad hace de la necesidad «virtud» y vive en el mundo como vagabundeando entre unas ideas y otras. La tibieza se ha acomodado y se ha hecho reina y señora: "¡que me dejen vivir tranquilo!" se escucha por aquí y por allá. Es, parece ser, el tiempo en que en la sociedad, cada quien hace lo que se le pegue en gana y todo está bien. Hay infinidad de libros de una pseudo espiritualidad, librerías de ciencias ocultas y hasta hay quienes se declaran abiertamente satánicos. Parece que lo «light» ha llegado hasta a la religión. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está  lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que con preceptos de hombres.” (Mt 15, 8-9).

La tibieza se apodera cada vez m s de los católicos. Muchos que se dicen católicos ni siquiera saben ya en que es lo que creen. Hay quienes por ejemplo, creen en la existencia del cielo pero no creen en la resurrección de los muertos... ¿Entonces, quién ocupará el cielo? Estamos ante una situación como aquella de los saduceos, muy preocupados por ver si habría matrimonio en el cielo, cuando ellos no creían en la resurrección de los muertos. (Cfr. Mt 22, 23-32).

Todos los hombres —también los post-modernos— tenemos que convenir en lo mismo: lo que queremos es ser felices. Pero que pasa, la tibieza nos hace ser mediocres y claro, por eso tenemos una vida así... algo funciona mal en una cultura que no lleva al hombre a ser feliz. El hombre de hoy es tibio porque ha dejado a Dios, lo ha sacado de su diario vivir.

A la tibieza no se llega de golpe y porrazo, se va poco a poco perdiendo el sentido sobrenatural y se empieza a razonar, a juzgar y a actuar de un modo exclusivamente humano. Una sociedad sin Dios será claro está, una sociedad tibia y a los tibios los vomita el Señor. (Cfr. Ap 3, 15-16). La tibieza, si nos descuidamos, será la enfermedad espiritual de nuestro siglo. Hay que emprender una lucha a muerte contra la tibieza y sus hijas, que atacan también a los más allegados al Señor ¿A poco no sabían que en este mundo la tibieza tiene hijas? ¿quieren saber quienes son? Las hijas que la tibieza ha engendrado en nuestro mundo son seis, se acomodan en quien sea y crecen desmedidamente si se les alimenta y se les consiente:

LA FALTA DE ESPERANZA: que se expresa mucho en nuestra sociedad en forma de desaliento, desánimo ante las cosas de Dios y una como cierta incapacidad para llevar una vida interior rica y exigente. El tibio se encuentra sin fuerzas.

UNA IMAGINACION INCONTROLADA: que se convierte en refugio, se crean falsas hazañas y triunfos para crear una felicidad ficticia que se va alejando de Dios.

LA PEREZA MENTAL: que entorpece y hace decaer el deseo de alcanzar el bien. Solamente se piensa en vivir a como de lugar y basta.

LA PULSILANIMIDAD: que apoca, que hace sentirse impotente porque no se confía en Dios. Da lugar a muchos pecados de omisión y deja pasar muchas gracias del Espíritu Santo sin dejarle actuar.

EL RENCOR Y ESPIRITU DE CRÍTICA: que se hace sobre todo contra quienes luchan porque quieren ser mejores, es la que relativiza y hace que uno se justifique en todo diciendo que todos están mal y que cada quien haga lo que quiera.

LA MALDAD: que nace del odio contra todo lo que hable de Dios y va creciendo conforme crece la mediocridad.

Esta reflexión que humildemente comparto, nos tiene que motivar para no ser tibios, para no quedarnos en el camino como muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo, acomodados a la época y alimentando a la tibieza y a sus hijas.

Tenemos que darle gracias a Dios, que en una época tan difícil nos haga fuertes para sostenernos firmes en la fe. El Señor nos ha llamado para vivir como bautizados en este mundo del que estamos hablando... ¿o acaso los bautizados vienen de Marte o de Júpiter?... nos ha llamado, a vivir la fe, en medio de  este mundo que ama la tibieza, la mediocridad y el relativismo. Santo Tomás de Aquino, ese gran teólogo, define la tibieza como “una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan” (Suma Teológica, 1 q. 63 a. 2.) Esa especie de flojera, viene al alma cuando uno se quiere acercar a Dios con regateos, con poco esfuerzo, sin renuncias, sin buscar positivamente una entrega creciente. Hemos sido llamados no para vivir esa tibieza, sino para seguir a Cristo. La beata Madre María Inés Teresa fundó una Familia Misionera no para vivir la tibieza, sino la entrega, la devoción, la disponibilidad, la santidad.

La tibieza en un bautizado, nace de una dejadez prolongada que se expresa en el descuido habitual de las cosas pequeñas, en la falta de contrición ante los errores personales, en la falta de metas concretas en el trato con el Señor o con el prójimo, se deja de luchar por ser mejores o se aparenta solamente seguir a Cristo. Para no caer en la tibieza, la vida interior del bautizado debe ir siempre en aumento hasta el término del viaje. No hay tiempo que perder, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5) y nos fortalece para seguir adelante con nuestra vida de fe. La vida en este mundo es un tiempo de merecer, de negociar con los talentos recibidos. La lucha se concreta  en el modo de vivir la gratitud, la confianza, el amor, la conversión, la misericordia.

Habrá fracasos, nadie les ha dicho que no. Muchos de ellos no tendrán importancia; otros sí que la tendrán. Siempre hay posibilidad de perdón y de volver a empezar para volar muy alto porque al levantarnos, nos será muy favorable el viento de la misericordia de Dios. El poder de Dios se manifiesta en nuestra flaqueza, y nos impulsa a luchar, a combatir contra nuestros defectos. ¿Quién no los tiene? ¿Hay alguien que pueda decir que es pluscuamperfecto? Humildad, sinceridad, arrepentimiento... y volver a empezar. Saber empezar una vez más, todas las veces que haga falta. Dios cuenta con nuestra fragilidad y espera de nosotros que caminemos luego de victoria en victoria. Fíjense cómo dice la beata Madre María Inés Teresa:

«Perdona Señor mis infidelidades, que ya no quiero volver a contristarte; y lo que una vez me diste por tu misericordia solamente, dámelo hoy de nuevo, para que se manifieste tu Misericordioso amor, al que yo pobre chiquilla me acojo.» (De los Ejercicios Espirituales de 1933).

Somos criaturas y estamos llenos de defectos, el Señor conoce bien nuestra debilidad y está dispuesto en todo momento a darnos las ayudas necesarias. Debemos entender que no es la derrota la que lleva a la tibieza sino la aceptación del pecado, que viene a significar una falta permanente de correspondencia a la gracia. La beata Madre María Inés Teresa, nos enseña con su vida, expresada en su doctrina, como luchar contra la tibieza y no dejarse dominar por ella. En primer lugar, invita constantemente a evitar todo pecado, le pide a Dios incluso que la libre de los pecados veniales. Ella es maestra de la misericordia de Dios, nos invita a curarnos cuanto antes de las enfermedades que hacen daño al alma. Nos enseña a pedir con prontitud perdón a Dios. Veamos como piensa:

«Señor, Señor; de veras, de veras; a pesar de mi fragilidad, Tú ves cuan sincero y cuan grande es mi deseo de amarte y servirte, como lo han hecho los santos... Son estos mis deseos, íntimos, profundos, verdaderos. Yo nada puedo Señor, una y mil veces he comprobado que soy la fragilidad y la miseria misma. Pero si yo soy la fragilidad, Tú eres el poder; si soy la miseria, Tú eres la Santidad; y que no puede esperar una vil creaturilla, si con humildad  pide al Dios omnipotente y misericordioso que la crió.» (De los Ejercicios Espirituales de 1933).

Yo creo que lo más peligroso de la tibieza es que parece ser una pendiente inclinada, que nos va alejando poco a poco, y cada vez más de Dios. El tibio ya no lucha, se acomoda en la mediocridad, sufre una especie de parálisis espiritual. El tibio todo lo encuentra demasiado dificultoso. No debemos entonces, confundir la tibieza con la aridez espiritual. En la aridez, aunque no se sienta nada y parezca trabajoso el trato con Dios, permanece el esfuerzo, la devoción. En la vida de la beata Madre María Inés hay momentos de aridez, pero no momentos de tibieza, porque hay lucha, hay devoción, deseos de perseverancia aunque no se sienta la presencia del Amado. En la lucha aunque se sienta a punto de caer:

«Ah Señor y Dios mío, ahora que doy una mirada retrospectiva a aquellos tiempos de gracia, ¡cuan distinta y miserable me veo ahora! si hubiera continuado como entonces ya hubiera aventajado algo en el camino de la perfección, me siento retroceder; he estado a punto de caer en la tibieza. ­¡Oh Señor dulcísimo! no me dejes caer en este miserable estado. Con tu gracia propongo renovarme del todo, y hacer todos los días con el fervor que solía el Sto. Viacrucis. Sólo me perdonaría de él, cuando estuviere enferma, o cuando verdaderamente me fuere imposible. María, Madre mía te entrego esta resolución, en Ti confío” (De los Ejercicios Espirituales de 1933).

María, el amor a Ella, puede ser, con toda seguridad, el aire que encienda en fuego vivo las brasas de las virtudes que parece que se apagan a punto de caer en la tibieza. Ella adelanta la hora del primer milagro de Jesús (Jn 2, 1-11). Ella está en todo lista para alentarnos, Ella mantendrá el deseo de seguir luchando por un ideal.

«Todo por Jesús, con María. Todo para Jesús en María. Todo con Jesús, de María». (De los Ejercicios Espirituales de 1940).             

 Alfredo Delgado, M.C.I.U.

Have you considered lately what is your vocation?…

sábado, 16 de enero de 2016

Missionary priests and brothers are people as varied any other group…

Missionary priests and brothers are people as varied as any other group, widely different in interests, temperament and background. This is one of the riches of the priesthood. No missionary priest or brother can in practice be all things to all people: but together they do much better! So do not worry if you are not very much like some other missionaries you know. You may think you are an unlikely person to be a priest or a consecrated brother, but so are most priests, more brothers! The apostles themselves were a motley bunch. What mattered was that Jesus chose them, and they said «Yes».

Say yes like Mary…

Say “yes” like the Virgin Mary. The Lord calls you to be with him following his will. He has given you gifts and beautiful qualities.

jueves, 14 de enero de 2016

Jesus thinks in you… Jesús piensa en ti...

A reality…

Un amor misericordioso desde la Cruz hasta la Eucaristía...

En los últimos tiempos, y en diversos países, se ha hecho presión para retirar el crucifijo de los salones de clases y de los lugares públicos. Nosotros, los católicos, lo debemos fijar entonces más que nunca en las paredes de nuestro corazón. Decía San Juan María Vianney: “La señal de la Cruz es temible para el demonio, porque por ella nos escapamos de él. Es necesario hacer la señal de la Cruz con un gran respeto. Se comienza signando la frente: es la cabeza, la creación, Dios Padre; luego el corazón: el amor, la vida, la redención, Dios Hijo; y por último los hombros: la fuerza, el Espíritu Santo. Todo nos recuerda a la Cruz. Nosotros mismos hemos sido hechos en forma de cruz”.[1]

Cristo murió por nosotros. Pero parece que el corazón de mucha gente, en el mundo de hoy, es un corazón duro, un corazón esclerotizado, impermeable a toda forma de amor que no sea el amor de sí mismo y no dice nada ante esta realidad. Cuando hace algunos años, Benedicto XVI presentó su primera encíclica apuntó: «Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan, ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: “Dios es amor”. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar».[2] Dios es amor, y la cruz de Cristo es la prueba suprema de ello, la demostración histórica. 

Hay dos modos de manifestar el propio amor hacia alguien, decía Nicolás Cabasilas, un autor del oriente bizantino. El primero consiste en hacer el bien a la persona amada, en hacerle regalos; el segundo, mucho más comprometido, consiste en sufrir por ella. Dios nos amó en el primer modo, o sea, con amor de generosidad, en la creación, cuando nos llenó de dones, dentro y fuera de nosotros y nos amó con el segundo, un amor de sufrimiento en la redención, cuanto inventó su propio anonadamiento, sufriendo por nosotros los más terribles padecimientos, a fin de convencernos de su amor.[3] Por ello, es en la cruz donde se debe contemplar ya la verdad de que «Dios es amor». 

El amor de Cristo en la cruz, es un amor de misericordia, que disculpa y perdona, que no quiere destruir al enemigo, sino en todo caso la enemistad (Ef 2,16). Jesús muere en la cruz diciendo: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Hay una enseñanza importantísima que nos viene del amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo. El amor de Dios por el hombre, que es un amor misericordioso, fiel y eterno: «Con amor eterno te he amado», dice Dios al hombre en los profetas (Jr, 31,3), y también: «En mi lealtad no fallaré» (Sal 89,34). Dios se ha comprometido a amar para siempre, se ha privado de la libertad de volver atrás. Es éste el sentido profundo de la alianza que en Cristo se ha transformado en «nueva y eterna» y que queremos hacer vida en cada momento de nuestra existencia que debe ser «espacio de santificación» para quienes nos rodean. Decía el cura de Ars: "Si amáramos a Dios, amaríamos las cruces, las desearíamos, estaríamos a gusto con ellas. Estaríamos contentos de poder sufrir por el amor de quien ha querido sufrir por nosotros”.[4]. El Concilio Vaticano II habla de María al pie de la cruz como espacio de santificación para los demás: «También la Santísima Virgen —dice Lumen Gentium, 58— avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por designio divino, se mantuvo de pie, sufrió profundamente con su Hijo unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado". Consentir en la inmolación de la víctima que ella había engendrado fue como inmolarse a sí misma para hacerse ese espacio en el que los demás pudieran encontrarse con la misericordia de Dios. 

Iniciados en nuestro bautismo como católicos discípulos-misioneros, en el amor ascendente, con imperativos a cumplir o deseos ideales, vamos avanzando por el camino del amor pasando por la purificación, hasta llegar a aprender el amor consumado de la misericordia en la entrega a los demás, amando según Cristo y al estilo de Cristo que dice: “A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero” (Jn 10,18).

En la vida de cada día, el amor se traduce en autodonación que crea vida y promueve el bien del otro, un amor que se inclina por el más débil, que se olvida de sí. Es imagen del amor de Cristo, amor que culmina en la Cruz con la autodonación total y personal de Sí mismo. Con justa razón los santos hablan de una «locura de amor». No sabemos dónde está el mayor milagro, si en la locura de Dios, que nos ha llamado siendo todos diferentes, hasta hacernos vivir como él con los apóstoles; o en nuestro pobre corazón, que se atreve, con audacia incomprensible, a amar así, al estilo misericordioso de Cristo.

El amor que crucifica[5] es el subsuelo y el centro de nuestra vida de cristianos. Jesús Eucaristía, que es el mismo Cristo del Gólgota, ocupa el centro de nuestras relaciones como discípulos y misioneros. Es el diario vivir en las pequeñas cosas de cada día por Cristo, con él y en él. Desde nuestro bautismo, el amor auténtico va tomando las riendas del corazón: lo concentra, le hace perder interés por personas y cosas que antes alimentaban las energías afectivas, se comienza a ver lo relativo de todo excepto Dios mismo, se comienza a amar en otra dimensión que impulsa a ser incondicionales para seguir a Jesús cargando la cruz. “¡Oh! ¡La Cruz de Cristo! –decía San Rafael Arnáiz Barón– ¿Qué más se puede decir? Yo no se rezar… no se lo que es ser bueno… no tengo espíritu religioso, pues estoy lleno de mundo… sólo sé una cosa, una cosa que llena mi alma de alegría a pesar de verme tan pobre en virtudes y tan rico en miserias… sólo sé que tengo un tesoro que por nada ni nadie cambiaría… mi cruz… La Cruz de Jesús”.

Unas veces el amor de cruz es desgarrador, con ansias que crecen en la ausencia del Amado. Otras veces la experiencia del amor es más atemática y no se focaliza tan claramente, pero produce frutos de desasimiento, de recogimiento, etcétera. 

El santo Cura de Ars, es un alma que entendió mucho de cruz y nos dice: "Se quiera o no, hay que sufrir. Hay quienes sufren como el buen ladrón y otros como el malo. Los dos sufrían paralelamente. Pero uno supo volver sus sufrimientos meritorios; el otro expiró en la desesperación más horrible. Hay dos maneras de sufrir: sufrir amando y sufrir sin amar. Los santos sufrían todo con paciencia, alegría y perseverancia, porque amaban. Nosotros sufriremos con cólera, pesar y cansancio, porque no amamos; si amásemos a Dios, estaríamos felices de poder sufrir por el amor de quien ha querido sufrir por nosotros".[6]

“Amemos la cruz, –dice la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento– sólo ella puede salvar el mundo. Y la cruz más exquisita, la que más santifica, es la que nos viene de parte de los amigos, de los que juzgábamos bienhechores, de los propios nuestros, porque tiene el poder de llegar al fondo del alma. ¿No pasó también él por la ingratitud?”.[7]

La contemplación y la vivencia del amor de Cristo crucificado, va cambiando la dispersión interior por un despliegue de amor unificado y totalizante en Cristo; va haciendo a un lado las gratificaciones para servir con libertad interior; va transformando la oscuridad de juicio por limpieza de conciencia. Cristo vive nuestra vida y nuestra historia en este contexto de amor como consorte (esposo) y protagonista, haciendo posible que cada uno se realice libremente en el camino del amor y de la donación a Dios y a los hermanos. Se hace encontradizo con cada uno para compartir la misma suerte. Cristo ha asumido nuestra vida «esponsalmente» y se ha entregado a la muerte de cruz por nuestra salvación. En Cristo, como Iglesia, formamos una sola familia, «una sola esposa». Por esto dice San Pablo a los cristianos de Corinto: "Los he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen casta" (2Cor 11,2).

La vivencia del amor en el servicio desinteresado a los hermanos, sea cual sea su credo y su condición, hace a un lado cualquier clase de orgullo y de vanidad para que reine el desprendimiento y la misericordia. Con el amor misericordioso se acaba la tendencia fácil al desaliento y se fortalece la debilidad; se quitan las ansiedades posesivas y se vive en un gozoso agradecimiento que hace experimentar el amor de Dios y del prójimo en todo.

Hablando en plata limpia, la purificación del corazón se resume en el amor que crucifica y nos hace «uno con Él». Sólo un corazón enamorado de la Cruz es capaz de purificarse y ningún corazón alcanzará la purificación si no es en el amor de Dios. Dice san Juan de la Cruz: “Si en tu amor, ¡oh buen Jesús!, no suavizas el alma, siempre perseverará en su natural dureza”.[8] ¡Y no se trata de ir en busca del sufrimiento, o inventarse cruces en cualesquiera que sea nuestra vocación! Sino de acoger con ánimo nuevo el sufrimiento y la cruz que hay de por sí en la vida de cada bautizado. 

Podemos comportarnos con la cruz como la vela con el viento. Si lo toma por el lado adecuado, el viento la hincha e impulsa la barca por las olas; si en cambio la vela se atraviesa, el viento parte el mástil y vuelca todo. Bien tomada, la cruz nos conduce; mal tomada, nos aplasta. Dice la beata María Inés Teresa: “Quiero ser una verdadera esposa fiel, viviendo vida oculta en mi corazón Contigo y en la cruz; bien se Dios mío, que no bastan mis propósitos por sinceros y fuertes que sean, si tu gracia no los fecundiza y para que ésta no me falte, que mi oración sea sin interrupción”.[9]

Cada Domingo —si no es que diario— la comunidad de bautizados se congrega para celebrar la Eucaristía. Cada vez que participamos en la Santa Misa, plena, consciente y activamente, podemos decir con Cristo y con el sacerdote que celebra la Eucaristía: “Tomen y coman todos de él porque esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. Podemos beber su cáliz y decir con él: “Tomen y beban todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna derramada por ustedes y por muchos” Ese Cristo que ofrecemos, es el Crucificado, el pan de vida que dice: “Hagan esto en conmemoración mía ”. (Cf. 1 Cor 11,23-25). En la Eucaristía tenemos un encuentro íntimo con el que dio su vida por nuestra salvación y al verlo en la cruz junto a mí y junto a mis hermanos, “entonces aprendo a mirar a cada persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo”.[10]

Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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[1] José Pedro Manglano Castellary, “Hablar con Jesús, orar con el cura de Ars”, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 20045 p. 162
[2] Deus caritas est, n.12.
[3] Cf. N. Cabasilas, Vita in Cristo, VI, 2 (PG 150, 645)
[4] José Pedro Manglano Castellary, “Hablar con Jesús, orar con el cura de Ars”, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 20045 p. 150.
[5] La Venerable Concepción Cabrera de Armida solía decir: “Amor que no crucifica, no es amor”.
[6] José Pedro Manglano Castellary, “Hablar con Jesús, orar con el cura de Ars”, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 20045 p. 144.
[7] Carta de la beata que escribió desde Cuernavaca a sus hijas de Puebla el 26 de julio de 1951 confortándolas por los sucesos negativos que por la intervención de algunos eclesiásticos tuvieron lugar en aquella comunidad, e invitándolas a «no denigrar a nadie». Esta carta, por diversos mtivos, no la recibieron las hermanas. La copia se conserva en Roma, en el AgeMCSS. Fotocopia autenticada de la misma se encuentra en el AcacROM.
[8] San Juan de la Cruz, “Dichos de luz y amor”.
[9] Ejercicios Espirituales de 1933.
[10] DCe 18