lunes, 17 de octubre de 2016

«SAN JOSÉ SÁNCHEZ DEL RÍO»... Un ejemplo de santidad para todas las edades


San José Sánchez del Río (Joselito) nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. José fue un niño travieso y alegre como todos los niños. Jugaba a las canicas, corría con sus amigos por las calles empedradas y se iba al campo a cazar palomas güilotas con la resortera. Su afición por los caballos y a la vida campestre le fue normal desde pequeño, como a los demás chiquillos de Sahuayo.

En su casa conoció la pobreza y el trabajo desde pequeñito. Allí se vivía la fe, la caridad hacia propios y extraños, concretados en una piedad sólida que le transmitieron sus padres y la esperanza de un mundo mejor. Desde que hiciera su Primera Comunión, José había tomado la decisión de cultivar una amistad sincera y fiel con Jesús.

La región donde él vivía era cien por cien cristera y, desde el inicio del alzamiento, los hombres y mujeres del occidente de Michoacán se distinguieron por su defensa valiente de la fe y de los derechos sagrados de Cristo. Gente de diversos pueblos como Cotija, Sahuayo, Jiquilpan, Santa Inés, Los Reyes y de otros lugares de la región, combatían por la causa de Cristo Rey y la defensa de sus derechos humanos más elementales, como es la libertad religiosa. Al decretarse la suspensión del culto público, Joselito tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. El valiente adolescente, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató de disuadirlo pero él le dijo: "Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión". Su madre le dio permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver si lo admitía. Joselito escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa, era muy pequeño. No se desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo, sí como un asistente.

En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros que lo apodaron «Tarsicio», en honor del santo mártir (+ 258) que siendo un adolescente defendió la Eucaristía en los tiempos de la persecución de los primeros cristianos. Su alegría endulzaba los momentos tristes de los cristeros y todos admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a la tropa a defender la fe católica. 

El 5 de febrero de 1928, tuvo lugar un combate, cerca de Cotija, Michoacán. El caballo del general cayó muerto de un balazo, Joselito bajó de su montura con agilidad y le dijo: "Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí" y le entregó su caballo. En combate fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el Gobierno y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: "Eres un valiente, muchacho. “Tú lo que eres es un mocoso que no sabe en lo que lo están metiendo. ¿Quién te manda combatir al gobierno? ¿No sabes que eso es un delito que se paga con la muerte?”
Lo reprendió el general callista, en tono amenazador. "Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros". "¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!". 

El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José, comportándose con una madurez de fe impresionante, pidió tinta y papel y escribió una carta a su madre en la que le decía: “Cotija, Mich., lunes 6 de febrero de 1928.
Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica: Antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del Río.”

El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo parroquial y se lo llevaron al cuartel del Refugio. A las 11 de la noche de ese mismo día, llegó la hora suprema. Le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio. Los soldados querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar, gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. 

Ya en el panteón, preguntó cuál era su sepultura, y con un rasgo admirable de heroísmo, se puso de pie al borde de la propia fosa, para evitar a los verdugos el trabajo de transportar su cuerpo. Acto seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada puñalada gritaba de nuevo: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!". En medio del tormento, el capitán jefe de la escolta le preguntó —no por compasión, sino por crueldad— qué les mandaba decir a sus padres, a lo que Joselito respondió: "Que nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!". Mientras salían de su boca estas exclamaciones, el capitán le disparó a la cabeza, y el muchacho cayó dentro de la tumba, bañado en sangre, y su alma voló al cielo. Era el 10 de febrero de 1928. 

Sin ataúd y sin mortaja recibió directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado, hasta que años después, sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán. 

Fue beatificado el 20 de noviembre de 2005 y canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016. 

A más de 70 años de aquellos hechos, en el corazón católico de México todavía se guarda con orgullo y admiración el recuerdo de los valientes héroes y mártires que en los años de la persecución religiosa morían confesando su fe católica: “¡Viva Cristo Rey!” “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. Este mártir mexicano es un ejemplo para todos, pero especialmente para los niños y los jóvenes de hoy, en cuanto a su valor, fe y congruencia de vida ante la voluntad de seguir a Cristo.

Alfredo Delgado Rangel.

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