viernes, 9 de septiembre de 2016

CAMINO, VERDAD y VIDA. EL EVANGELIO DE LA ALEGRÍA... Un tema para hacer retiro


INTRODUCCIÓN.

Son muchas las ocasiones en las que el Papa Francisco ha venido repitiendo que él quiere una «Iglesia de puertas abiertas», una Iglesia que no canse de evangelizar, una Iglesia que sea misionera anunciando a Cristo que es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). Sí, esta es la Iglesia que impulsa el Papa con su magisterio de gestos, obras y también de palabras. Francisco —como al Papa le gusta que lo llamen— pide con insistencia que abramos las puertas de los templos y comunidades; que abramos las puertas del corazón para vivir como discípulos y misioneros de todo tiempo y lugar. No podemos, entonces, dejar de responder a esta llamada urgente que nos hace el Santo Padre, tenemos que acoger con gozo esa invitación insistente que Dios nos está haciendo a través de su Vicario en la tierra y comprometernos a dar una respuesta: «Ustedes serán mis testigos hasta los últimos confines de la tierra».

Todos tenemos el deber de abrir las puertas de nuestro corazón para anunciar a Cristo sobre todo con obras de misericordia, porque son las pequeñas y grandes acciones que podemos hacer cada día en nuestra vida ordinaria. La Iglesia de este tercer milenio, tiene que sentir fuertemente el llamado a salir para extender el reino de Dios. «Que todos te conozcan y te amen» le decía al Señor Jesús la beata María Inés Teresa, poseedora de un corazón misionero que no conoció fronteras.

La Iglesia por su naturaleza es misionera, nos recuerda el Concilio Vaticano II (Ad gentes 2) y nos dice que el impulso misionero pertenece a la naturaleza misma de la vida cristiana, así que tenemos que dar un vivo testimonio de nuestra fe. En los miembros de la Iglesia, el impulso misionero es un signo de vitalidad, pues nos lo ha recordado el Papa en numerosas ocasiones: «Toda generación está llamada a ser misionera, a llevar aquello que tenemos dentro, aquello que el Señor nos ha dado» (Papa Francisco, Vaticano 22 de noviembre de 2014). La Iglesia, dice el Papa «tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio» (Bula Misericordiae vultus, 12).

San Pablo, el llamado «Apóstol de las Gentes», nos dice: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9,16). En definitiva, la actitud misionera «constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual» (RMi 2). No podemos hacer a un lado este deber, por eso esta reflexión que comparto ahora con ustedes no quiere ser otra cosa que una invitación a reavivar el espíritu misionero e puertas abiertas que hemos recibido desde nuestro bautismo. Merece la pena que cada uno hagamos un esfuerzo por dedicar tiempo y energías a compartir la fe. «El misionero es aquel que se hace servidor del Dios-que-habla, que quiere hablar a los hombres y a las mujeres de hoy, como Jesús hablaba a los de su tiempo, y conquistaba el corazón de la gente que venía a escucharlo desde cualquier parte y quedaba maravillada escuchando sus enseñanzas» (Papa Francisco, Vaticano 1 de octubre de 2015).


1. EL IMPULSO MISIONERO PERTENECE A LA NATURALEZA ÍNTIMA DE LA VIDA CRISTIANA.

Somos templos vivos del Espíritu Santo, y el mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio (cf 8,16), es el Espíritu Santo quien nos impulsa a anunciar las grandes obras de Dios. Cuando fuimos bautizados, recibimos el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!, es el Espíritu mismo «que viene en ayuda de nuestra flaqueza, es el Espíritu mismo que intercede por nosotros con gemidos inefables (cf Rm 8,26), es el Espíritu que clama, que grita, que busca acercar a todos al Padre. La presencia de este Espíritu en nuestras vidas nos hace misioneros, nos hace velar pro el respeto a la persona humana, nos hace buscar la salvación para todos, secundando los deseos de Dios que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4).

La presencia de ese Espíritu Divino, hace que sintamos el ansia de ir por el mundo proclamando la Buena Nueva (Mt 28,19), buscando en todo cumplir la voluntad del Padre. La presencia de ese Espíritu es lo que nos mueve a hacer lo que nos indique Jesús y a desprendernos de todo lo que estorba y no nos deja ser misericordiosos como el Padre es misericordioso (cf Lc 6,36). El impulso misionero es parte de nuestra vida cristiana por la presencia del Espíritu, que exige nuestra colaboración para salvar a la humanidad. La obra del Espíritu resplandece en la misión (cf Hch 10 cuando habla de la conversión de Cornelio y Hch 15 hablando de la forma de solucionar algunos problemas que se presentan).


2. LA INVITACIÓN A ABRIR LAS PUERTAS.

A pesar de las limitaciones que cada uno, o una comunidad en sí pueda tener, un corazón misionero y una comunidad misionera, que sabe de esas límites, nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades... Sabe que tiene que hacer vida el Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu nunca renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino. Muchas veces el Papa Francisco, al invitarnos a abrir las puertas, habla del riesgo que se corre, pero dice que prefiere una Iglesia con heridas marcadas por salir, que una Iglesia enferma de anquilosamiento. En su Exhortación Apostólica «Evangelii Gaudium», el Papa Francisco nos habla de la Iglesia «en salida», como una comunidad de discípulos misioneros que «primerean» (neologismo que él inventa), que se involucran —a pesar de sus limitaciones—, que acompañan, que fructifican y festejan (n. 24).

La Exhortación «Evangelii Gaudium» es una invitación del Papa a renovar la fe y la vida cristiana iluminando el caminar con la alegría del Evangelio. Ser cristiano, nosotros lo sabemos, significa dar testimonio de que vivimos alegres porque hemos encontrado al Señor en su Evangelio. Si nosotros cerramos las puertas de nuestro corazón y cerramos las puertas de la Iglesia, la fe se viene abajo. Hoy todo en este mundo se pone a la vista, todo se ventila, todo sucede a «puertas abiertas» ¿y por qué no la vivencia de nuestra fe? La Invitación del Papa Francisco a «abrir las puertas» es una invitación a lanzarse a vivir el compromiso misionero que todos tenemos desde nuestro bautismo.

El Papa dice que abrir las puertas y «salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad» (EG 24).


3. TENEMOS GRANDES MODELOS DE UN CORAZÓN MISIONERO.

El ansia misionera es algo que palpita siempre en el corazón de los santos. Basta recordar a Teresa de Calcuta, el padre Pro, san Juan Pablo II, san Luis Orione, santa Teresita, san Daniel Comboni y por supuesto la beata María Inés Teresa, quien decía: «Este deseo se ha vuelto irresistible, vehementísimo, es algo que arde en mi corazón y pugna por salir, para comunicar a los demás, a los que no creen en Él, las grandezas de nuestro Buen Dios». Tenemos también grandes modelos en la Iglesia de gente viva, que comparte nuestro diario caminar con un gran corazón misionero que arde y contagia. Cuántos sacerdotes, religiosos, catequistas, ministros, incluso muchos jóvenes y niños en las comunidades parroquiales.

Los santos comprendieron muy bien que por el bautismo somos misioneros, y por eso en sus corazones, de «puertas abiertas» ardió siempre el fuego de la misión. Por nuestras venas debe correr esa misma savia, ese mismo ardor. Recuerdo uno de los mensajes del papa Francisco, en el que citando una especie de poema que habla de los santos actuales y que en parte se la atribuye a la beata Teresa de Calcuta —cuya canonización es inminente— anima a todos los miembros de la Iglesia a tener un corazón misionero y que no se deje esta tarea solamente en manos de los sacerdotes y de los consagrados y se dirige especialmente a los jóvenes: «Necesitamos santos sin velo, sin sotana. Necesitamos santos de jeans y zapatillas. Necesitamos santos que vayan al cine, escuchen música y paseen con sus amigos. Necesitamos santos que coloquen a Dios en primer lugar y que sobresalgan en la Universidad. Necesitamos santos que busquen tiempo para rezar cada dia y que sepan enamorarse en la pureza y castidad, o que consagren su castidad. Necesitamos santos modernos, santos del siglo XXI con una espiritualidad insertada en nuestro tiempo. Necesitamos santos comprometidos con los pobres y los necesarios cambios sociales. Necesitamos santos que vivan en el mundo, se santifiquen en el mundo y que no tengan miedo de vivir en el mundo. Necesitamos santos que tomen Coca Cola y coman hot-dogs, que sean internautas, que escuchen iPod. Necesitamos santos que amen la Eucaristía y que no tengan vergüenza de tomar una cerveza o comer pizza el fin de semana con los amigos. Necesitamos santos a los que les guste el cine, el teatro, la música, la danza, el deporte. Necesitamos santos sociables, abiertos, normales, amigos, alegres, compañeros.

Necesitamos santos que estén en el mundo y que sepan saborear las cosas puras y buenas del mundo, pero sin ser mundanos». Solamente siendo así, los laicos de nuestro tiempo podrán ser discípulos misioneros que vayan junto con los sacerdotes y consagrados hombro a hombre —codo a codo, porque yo soy de Monterrey— llevando el Evangelio de la alegría con las puertas abiertas del corazón y de la Iglesia.


4. SOLAMENTE EN LA FE SE COMPRENDE Y SE FUNDAMENTA LA MISIÓN.

«Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos... por nosotros y por todos los hombres bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre...» La fe, hermanos míos, es la que fundamenta todo y nos mueve a «dirigir la mirada, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo» (cf RH 275).

La misión de la Iglesia nace de la fe en Cristo. La urgencia de la misión brota de esta novedad de vida radical traída por Cristo y vivida por los Apóstoles. La fe nos mueve a descubrir en Cristo una nueva realidad de vida que no podemos dejar de anunciar y se llama «EVANGELIO». Evangelio, que es fuerza de Dios; Evangelio, que es abrir cadenas, quitar yugos, mostrar camino; Evangelio, que es sembrar libertad y hablar de alegría y esperanza; Evangelio, que es decir hermano, decir amigo; Evangelio, que es dar mi tiempo, donar mi ser; Evangelio, que es ser portador de paz y luchar hasta caer rendido; Evangelio, que es compartir penas, amar, mirar y reír. Evangelio, que es vivir como un pobre que todo lo espera y mira al Cielo con ojos de niño; Evangelio, que es amar sin egoísmos perdonando al enemigo; Evangelio, que es dar gracias al Padre, como el Hijo, inundado por el amor del Espíritu Santo; Evangelio, que es mirar al Hijo en brazos de su Madre al nacer y al morir; Evangelio, que es continuar la misión de Cristo y ser testigos por excelencia.

Los primeros cristianos se dejaron poseer por Dios y se llenaron del Espíritu del Evangelio, de marea que eso era parte de su vida y les hacía exclamar: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20). Vivir el Evangelio para aquellos hombres y mujeres era un verdadero y auténtico gozo que brotaba del encuentro con la Palabra, con el Evangelio e la alegría. San Pablo dice: »No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1,16). Entonces, hemos de comprender que predicar el Evangelio no es un pasatiempo, es un deber.

La fe no se puede apagar: «Nadie enciende una lámpara y la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos» (Mt 15-16). Debemos, pues, comprometernos a testimoniar la fe y la vida cristiana.

El que conoce a Cristo, se deja «tocar» por Él y por la fe sigue sus huellas, está comprometido a vivir plenamente la vida en Dios y a compartirla, porque, si no responde a esto con alegría y generosidad, «lejos de salvarse, será juzgado con mayor severidad» (cf. L.G. 14).


5. EL ANUNCIO DE CRISTO NO CONOCE FRONTERAS Y NO TEME AL FRACASO.

«Me debo a los griegos y a los bárbaros, a los sabios y a los ignorantes: de ahí mi ansia por llevarles el Evangelio también a ustedes, habitantes de Roma» (Rm 1,14). Así escribe san Pablo a los Romanos. Él mismo, que dice a los Corintios: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5,14). ¿Dónde se realiza ahora la actividad misionera de dar a conocer la infinita misericordia del Señor? El que vive lleno y radiante de la alegría del Evangelio y tiene hambre y sed de dar a conocer al Señor, lo hace en todas partes y siempre.

San Pablo, de quien mucho estamos hablando en esta reflexión, por ser el «Apóstol de las gentes» y por lo tanto un gran misionero, en una ocasión en que se encontraba en Grecia, habló a los habitantes de Atenas del Dios desconocido y les dijo: «Atenienses, veo que ustedes son, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar sus monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada la inscripción: "Al Dios desconocido". Pues bien, lo que ustedes adoran sin conocer, eso les vengo ya a anunciar» (Hch 17,22-31). Luego Pablo empieza a hablarles de Dios en un lenguaje adecuado y comprensible en aquel ambiente, como podemos comprobar al continuar la lectura del texto.

Así, hay que evangelizar en todo tiempo y lugar... ¡Aquí y ahora!... En la casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en el campo de juego, en el grupo de amigos, en la misma Iglesia... ¡En todas partes! «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús», dice el Papa Francisco en "Evangelii Gaudium" (EG 1). Hay que llevar la alegría de Jesús al mundo entero. En este mismo documento, el Papa dice: «Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa pensar que no hay auténticos valores cristianos donde una gran parte de la población ha recibido el Bautismo y expresa su fe y su solidaridad fraterna de múltiples maneras» (EG 68). La alegría del Evangelio debe llegar a todos, pobres y ricos, niños, jóvenes y adultos, inmigrantes, abandonados, intelectuales, profesionistas y obreros... La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús (cfr. Mt 28,19-20) (19).  

«La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan... «Primerear» es experiencia de la iniciativa del Señor, que nos ha primereado en el amor (cfr. 1 Jn 4,10), y como Èl, buscar a los lejanos y excluidos, para brindar misericordia. Como consecuencia, la Iglesia sabe « involucrarse », “achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario... Luego, acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico» (EG 24). Evangelizando sin descanso, evangelizaremos los Areópagos modernos en los que siempre hay un espacio para «el Dios desconocido» que podemos presentar haciendo comprensible el Evangelio.

Hace algunos años, en la ciudad de Acapulco (México), se llevó a cabo para tratar el tema de la vida. Se habló de la Eutanasia, del aborto, etc... A ese congreso, fue invitada santa Teresa de Calcuta. Aquello no era organizado por la Iglesia y habían pedido que no se tocara el tema religioso... Ella, antes de empezar su ponencia, simplemente les dijo: «Voy a iniciar a hablar como siempre, los invito a que nos pongamos en pie para rezar el Padrenuestro» y todos se levantaron y oraron. El Evangelio no tiene porqué estar peleado con la cultura de nuestros días, tal vez somos nosotros mismos quienes lo vamos escondiendo y dejan al mundo sin la alegría de saberse amados por Dios, que es un Padre bueno y misericordioso que nos ama.

Bien sabemos que la actividad misionera seguirá siendo siempre un desafío (RMi 4). El Señor, que siempre sigue hablando al que ha elegido, dijo durante la noche a Pablo en una visión: «NO tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal» (Hch 18, 9-10).


6. DIVERSAS FORMAS DE ACTIVIDAD MISIONERA HOY.

Cuando un vaso se llena y se sigue vaciando en él algún líquido, este se derrama... eso es lógico ¿verdad? El ansia misionera es así, brota de una Iglesia orante, de una Iglesia que, plena de la alegría del Evangelio, se desborda y se derrama. Algo podemos darnos cuenta al contemplar el libro de los Hechos de los Apóstoles que nos dice cómo iba creciendo la comunidad de los creyentes. «Todos perseveraban en la oración» (Hch 2,46); «Entonces oraron» (Hch 1,24); «Alababan a Dios» (Hch 2,47); «La Palabra de Dios iba creciendo, en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos» (Hch 6,7). Cuando alguien está lleno del amor de Dios, entonces puede darlo a los demás, porque si no lo hace así, se dará de todo... menos a Dios.

Se dice que la primera e insustituible forma de evangelización es «el testimonio». Los primeros miembros de la Iglesia se adherían por el testimonio, un testimonio de humildad y sencillez que hacía que Cristo fuera el que brillara y pudieran ver, en ellos un rostro alegre que invitaba a seguirle. El testimonio es «una proclamación silenciosa, pero muy clara y eficaz de la Buena Nueva (EN 21). Por el testimonio de vida se puede llegar a ser un gran evangelizador. El beato Papa Paulo VI decía que «mediante su conducta y su vida, es como la Iglesia puede evangelizar al mundo entero (cf. EN 41).

Otro medio importantísimo y necesario es «el anuncio». Lo que san Pedro llama «dar razón de su esperanza» (1 Pe 3,15). Los bautizados no podemos guardarnos para nosotros solos el tesoro que hemos recibido. San Juan Pablo II decía: «¡La fe se fortalece dándola!» y nadie tenemos derecho a guardarnos para nosotros mismos lo que Dios nos ha dado.

Sabemos que el mundo moderno no es que quiera mucho escuchar. El hombre de hoy está hastiado de discursos, se muestra cansado de escuchar. Hay una gran cantidad de información que nos colma: predicadores, libros, audios, videos, periódicos, sitios web... muchos de ellos con muchos vacíos... Hoy solamente puede predicar con autoridad y ser escuchado quien se llena de Dios, porque como san Pablo nos recuerda: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos por Jesús» (cf. 2 Cor 4,5)... ¡Aquí está el meollo del asunto! ¡Se necesitan predicadores que hablen de Dios, de su infinita Misericordia y de la alegría de vivir para Él!

Para poder hablar de Dios al mundo de hoy, hay que llenarse de su Misericordia, hay que amar como Cristo, compadecerse como Cristo, sentir como Cristo, que lleno de caridad es quien puede mover los corazones y acercarlos al Padre. «Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy» (1 Cor 13,2). La actividad misionera es «impregnar el mundo de Cristo». «Conquistar almas para el Rey Inmortal de los siglos» diría la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. La tierra de misión empieza en el propio ambiente, el lugar donde la Divina Providencia nos ha puesto. Es allí donde empezamos a ser «el dulce olor de Cristo» (Gal 2,15).


7. EN EL CAMINO DE LA SANTIDAD.

Ya sabemos lo que es la actividad misionera. Ya conocemos cuál es nuestro compromiso como bautizados. «Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad,  que es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia» (RMi 90). La beata María Inés Teresa dice que para ser misioneros tenemos que ser contemplativos, de otra manera no podremos sostener nuestro «Sí» en el camino de santificación y evangelización.

Todo lo visto hasta aquí lo tenemos que concretizar en la vida diaria buscando «santidad de vida» con la vivencia de la alegría de sabernos heraldos de Cristo, expresión de la misericordia del Padre, mensajeros del amor de Dios, hombres y mujeres que viven el espíritu de las Bienaventuranzas y las hacen vida (cf. Mt 5,1-12). cada uno sabe su misión, cada quien debe encontrar —según su propia vocación específica— lo que Dios le pide cada día.

La beata María Inés, el «La Guía del Vanclarista», ha dejado unas pautas que no solamente son aplicables a nuestros hermanos misioneros laicos de Van-Clar, sino que, tomando cada uno lo que le corresponde, puede ir haciendo un programa de vida para vivir el Evangelio de la alegría y llevarlo a los demás en un compromiso de auténtica vida cristiana. La Madre Inés invita, en primer lugar, a vivir intensamente el misterio de Jesús Eucaristía. Luego dice que hay que conocer y hacer conocer, amar y reverenciar a Dios Nuestro Señor y a la siempre Virgen María, como Reina y Madre de todos los hombres, bajo la advocación de Guadalupe. La beata quiere que se pida siempre intensamente por el Santo Padre y por la santificación de los sacerdotes sosteniéndolos son oraciones y sacrificios. Ella hace también un llamado a buscar siempre la voluntad de Dios en todos los acontecimientos, contemplando a Cristo en todos los hombre, próximos o extraños juzgando con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales. Finalmente,  compromete a ofrecer etapas de servicio de forma voluntaria según la propia capacidad y habilidades. Todo esto habla de concretizar en obras de misericordia sencillas y vividas cada día, el gozo de vivir en la alegría del Evangelio (cf. Mt 25,31ss).


8. POR MARÍA HACIA JESÚS... (A MANERA DE CONCLUSIÓN).

Desde los inicios de la evangelización, luego de la Ascensión del Señor a los cielos, la tarea de extender la Buena Nueva se realizó con la presencia de María, la Madre de Jesús (Hch 1,14). Junto con ella los apóstoles imploraron la fuerza del Espíritu que los capacitara para ser enviados. Ella, Madre y modelo del misionero; ella, estrella de la evangelización los acompañó y lo sigue haciendo hasta nuestros días. 

Nuestro corazón misionero debe estar dirigido a María, la creyente por excelencia. «Dichosa Tú, María, porque has creído...» (cf. Lc 1,45-48). 

El mundo necesita misioneros —y no niego que la tarea hoy sea muy difícil—. El mundo necesita testigos de la alegría del Evangelio, hombres y mujeres que sean expresión de la misericordia de Dios, que es Amor. El mundo de hoy necesita de gente que se lance a vivir el compromiso de la exigencia de la fe con la mirada fija en la santificación personal y de comunidad para ser misioneros.

Miremos a María, invocada muchas veces con el título de «Estrella de la Evangelización». Que ella sea ahora y siempre nuestra estrella; que siempre caminemos iluminados por sus destellos de amor que reflejan la luz de Cristo el Salvador de los hombres.

¡Dios te salve, Estrella de la evangelización, Madre de Misericordia!
Tú eres la misionera por excelencia,
ayúdanos a vivir el compromiso misionero,
reaviva en nosotros la fe en tu Hijo,
asístenos con tu gracia maternal para sembrar 
la semilla del Evangelio por donde quiera que pasemos.
Enséñanos a darnos en un continuo «Sí»,
muéstranos el CAMINO hacia Dios,
ábrenos a la VERDAD que aprendiste de tu Hijo,
danos la fuerza de amar siempre la VIDA
para que como misioneros caminando a tu lado
mostremos al mundo que Cristo es hoy y siempre
el CAMINO, la VERDAD y la VIDA. Amén

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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