jueves, 15 de septiembre de 2016

«AGRANDAR EL CORAZÓN CON UN POCO DE MISERICORDIA»... Una sencilla reflexión.

En el mensaje que con motivo del cincuenta aniversario de la jornada mundial de las comunicaciones, el pasado mes de enero, el Papa Francisco apuntaba: «Algunos piensan que una visión de la sociedad enraizada en la misericordia es injustificadamente idealista o excesivamente indulgente. Pero probemos a reflexionar sobre nuestras primeras experiencias de relación en el seno de la familia. Los padres nos han amado y apreciado más por lo que somos que por nuestras capacidades y nuestros éxitos. Los padres quieren naturalmente lo mejor para sus propios hijos, pero su amor nunca está condicionado por el alcance de los objetivos. La casa paterna es el lugar donde siempre eres acogido (cf. Lc 15,11-32). Quisiera alentar a todos a pensar en la sociedad humana, no como un espacio en el que los extraños compiten y buscan prevalecer, sino más bien como una casa o una familia, donde la puerta está siempre abierta y en la que sus miembros se acogen mutuamente».

Todos fuimos creados por Dios para amar, para agrandar el corazón con «la entrega sincera de sí mismos a los demás» (cf. Gaudium et Spes 24) y poniéndonos en los zapatos de los demás. Leyendo la Sagrada Escritura, vemos desde el principio que Dios es generoso en extremo. Dios no creó el mundo para él; lo hizo porque quiso compartir la gloria de su amor y las bendiciones del cielo con criaturas inteligentes y semejantes a Él. Lo hizo porque Él es amor (1 Juan 4,8), y el amor siempre tiende la mano. Dios creó el mundo y, en particular, al ser humano a su imagen y semejanza (Gén 1,27). No tenía que hacerlo, pero lo hizo así. Nos creó a su imagen y semejanza, por eso somos capaces de amar. El ser humano es el único que ama, porque tiene conciencia, porque razona. Los animales no aman, aunque uno crea que nos aman. 

La misericordia es el nombre bíblico del amor. Es el amor con estas tres característi­cas esenciales: gratuito, personal y entrañable. En realidad, todo amor, para que merezca este nombre tiene que ser entrañable, personal y gratuito. Todo amor verdadero cumple, a la vez, estas tres condiciones, que son constitutivas e irrenunciables del verdadero amor. Por eso, implica una evidente redundancia decirlo explícitamente. Pero, como estamos tan acostumbra­dos a los sucedáneos y a las falsificaciones, en casi todos los campos, no es inútil repetirlo.

El Papa Benedicto XVI decía: «Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos» (Mensaje de Cuaresma 2008). En cada acto de amor que realizamos va un pedazo de nuestro mismo ser. Ser misericordiosos es tener un corazón compasivo. La misericordia, junto con el gozo y la paz, son efectos del amor; es decir, de la caridad. La mejor definición de Dios nos la ha dado San Juan en su primera epístola: "Dios es amor" (1Juan 4,8.16). 

La caridad nos urge a amar al prójimo como a nosotros mismos con amor de misericordia, porque esta es presentada como la cima de la perfección cristiana y la actitud para ser un verdadero discípulo-misionero que ama de verdad (cf. Mt 5,7.48; Lc 6,36). La meta del corazón humano no es solo la justicia, dar a cada quien lo que le corresponde, sino la plenitud del amor, desear todo bien al prójimo. Con razón la beata Madre María Inés Teresa decía que «todo el Evangelio, no es otra cosa sino una continua manifestación de las ternuras del corazón de Jesús, de su infinita misericordia». (Ejercicios Espirituales de 1941, f.820). Cristo revela a Dios que es Padre, que es «amor», que es «rico en misericordia». Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de Cristo, es su misión fundamental de Mesías. (Cf. Dives in misericordia*). «En Cristo y por Cristo se hace particularmente visible Dios en su misericor­dia... Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición veterotestamentaria de la misericordia divina. No sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica. El mismo es, en cierto sentido, la misericordia. A quien la ve y la encuentra en él, Dios se hace concretamente 'visible' como Padre rico en misericordia» (Dives in Miswricordia 2).

Así, la caridad cristiana expresada en el amor «no es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita (Deus Caritas Est 31). El bien que hacemos en esta vida al prójimo se lo hacemos al mismo Cristo y sobre esto nos examinarán después de la muerte (cf. Heb 4,13; 9,27; Mt 25,31-46). La caridad nos urge (2 Cor 5,14) a amar al prójimo como a nosotros mismos.

Quisiera terminar esta breve reflexión refiriéndome a María, con unas palabras de San Juan Pablo II: "María es la que, de una manera singular y excepcional, ha experimentado -como nadie- la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su Corazón, la propia participación en la revelación de la misericordia divina... María es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina" (DM 9).

En la oración de la Salve, la Iglesia nos hace invocar a la Virgen María bajo el hermoso título de «Madre de la Misericordia» y nos pareció que podíamos empezar esta peregrinación a la misericordia meditando sobre el sentido de esta invocación : «María Madre de la Misericordia». Porque la Santísima Virgen, por muchas razones, es verdaderamente una de las grandes puertas de entrada en la misericordia divina y es lo que quisiera intentar demostrar por algunas pistas. Ella puede ayudarnos de una manera muy particular a comprender lo que es la Misericordia divina y a acogerla. ¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan misericordiosa y solícita! Por ella podemos verdaderamente reconocer la Misericordia y agrandar cada día más el corazón.

Alfredo L. Delgado Rangel, M.C.I.U.

*La encíclica, de san Juan Pablo II, «Dives in misericordia», habla extensamente sobre la misericordia divina y específicamente de su relación con el amor y la justicia. Es un texto muy recomendable de leer si quieren conocer mas profundamente la misericordia de Dios.

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