sábado, 30 de abril de 2016

«Quien no acoja el reino de Dios como un niño no entrará en él»... Marcos 10,13-16)


Hoy la sociedad mexicana, desde 1924, celebra el día del niño, coincidiendo con la presentación del primer documento sobre los derechos de los niños, que se promulgó y aprobó por la ONU hasta 1989. Este día ofrece una buena oportunidad para que los «adultos» meditemos en ese pasaje evangélico en el que Nuestro Señor nos pide ser como niños para acoger el reino de Dios en nuestras vidas. ¿Qué significa «acoger el reino de Dios como un niño»? ¿Qué hay en un niño para que Jesús hable de esta manera? Este pasaje corresponde a una palabra del mismo Jesús en el evangelio de san Mateo: «Si no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos.» (Mateo 18,3) 

Hace 27 años, en un día como hoy, recibí la ordenación diaconal. No puedo dejar de pensar, cada año, que algo me quiso decir el Señor por haber recibido esta gracia tan especial «en el día del niño» y me viene ahora compartir una reflexión con cosas de aquí y de allá en torno a este pasaje evangélico.

Hacerse como niños para acoger el reino es lo mismo que volver a nacer, o comenzar la vida otra vez con un nuevo optimismo que despierte una vida nueva, haciendo a un lado el pesimismo que tenemos respecto a nuestra propia vida.  Las palabras de Jesús abren un horizonte de esperanza. ¡También nosotros tenemos la oportunidad de realizar nuestra vida como la vive un niño! Un niño no ha cometido tantos errores, como nosotros sí los hemos amontonado. Un niño no ha desperdiciado tantas oportunidades como las que nosotros hemos arruinado. Pero un niño tampoco ha tomado ninguna decisión acertada y tampoco ha aprovechado aún ninguna oportunidad. En esto estamos en igualdad de condiciones. Descubrir que nuestra vida siempre puede ser distinta de lo que ha sido hasta hoy, y animarnos a intentarlo, es realizar las palabras de Jesús sobre hacernos como niños para acoger el reino de Dios..

Un niño es capaz de amar todo, de admirar lo más simple, desde una pequeña conchita a la orilla del mar hasta algo inmenso y maravilloso como el despegue o el aterrizaje de un avión. Para un niño cualquier cosa es impresionante, cualquier momento presente es eterno, el amor es su estado natural. Jesús les enseña a sus discípulos que el comportamiento de todo ciudadano del Reino de los cielos debe ser como el de un niño.

Un niño es humilde, no distingue lo que es ser más que otro, un niño rico puede jugar con un niño pobre y el no se da cuenta de eso. Un niño es servicial, siempre quiere ayudar. Un niño es curioso, todo lo quiere saber, pregunta mucho, todo quiere conocer. Un niño no tiene malicia, por esto no da espacio al pecado. Un niño confía sin reflexionar, no puede vivir sin confiar en quienes le rodean, su confianza es una realidad vital. Un niño no sabe guardar rencor, pelea y olvida. Un niño vive la vida feliz, sin preocupaciones, sin guardar odios ni resentimientos. Un niño siempre sabe que depende de otros, reconociendo que solo no puede hacer muchas cosas. 

Si Jesús, en determinado momento, colocó a un niño en medio de sus discípulos reunidos, es también para que ellos mismos acepten ser pequeños porque solo desde lo pequeño es que se puede acoger lo grande. Volveremos a ser como niños cuando dejemos de «pretender grandes cosas y de tener aspiraciones desmedidas» (Sal 131,1-2). Cuando valoremos las pequeñas cosas de cada día, y no especulemos indefinidamente con las grandes cosas que nunca haremos... Hacerse como niños para acoger el reino de Dios es vivir la infancia espiritual que vivió María, que vivieron los santos, que vivió la beata María Inés Teresa que dice: “Infancia espiritual, vida de Nazareth, sabiduría del pobre, entrega amorosa en manos de Dios nacida de esa íntima confianza en él, llena de esperanza y amor, porque él es amor, y porque sabemos en quien nos confiamos, dando así Gloria al Señor”.

Acoger el reino de Dios como un niño es velar y orar para acogerle cuando venga, siempre al improvisto, a tiempo o a destiempo... ¡Es vivir como un niño... a la sorpresa de Dios!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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