lunes, 31 de agosto de 2015

CONOCIENDO UN POCO MÁS SOBRE EL DIÁCONO PERMANENTE, SU SER Y QUEHACER...

Nuestro Señor Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote que se encarnó entre nosotros por disposición del Padre Misericordioso para venir a redimirnos, instituyó, durante su vida pública, al establecer la Iglesia, diversos ministerios (servicios) ordenados al bien de todo su pueblo santo. Entre estos ministerios está el diaconado permanente, que por inspiración del mismo Cristo se empezó a ejercer desde los tiempos apostólicos

El diácono permanente es un hombre que ha sido elegido por Dios para estar al servicio de los hombres. San Policarpo de Esmirna lo describe muy bien cuando dice: «Es un hombre misericordioso, diligente, que procede conforme a la verdad del Señor y que se hace servidor de todos».

Los candidatos al Diaconado permanente pueden ser hombres solteros o casados de edad adulta (mayores de 35 años).  

Si son casados deben tener al menos 5 años de matrimonio estable y ser personas de un testimonio cristiano fuerte en la educación de los hijos y la vida familiar con la convicción de no contraer nupcias nuevamente si quedan viudos. Las esposas de los diáconos permanentes no han recibido ninguna ordenación sacramental ni son, por lo tanto, “diaconisas". Su papel es apoyar el ministerio de sus maridos y ejercer las tareas apostólicas que el Obispo o el párroco les encomiende, como pueden hacerlo los demás laicos.

Si son solteros, los candidatos al diaconado pueden ser además miembros pertenecientes a Institutos religiosos o de Institutos seculares y ser mayores de 25 años de edad dispuestos a vivir en celibato toda su vida.

Los candidatos al diaconado permanente deben poseer una sólida madurez humana y cristiana, un fuerte y notorio amor a la Iglesia, además de un solido espíritu de oración. Deben ser hombres dotados de capacidad para el diálogo, sentido moral y responsabilidad que estén dispuestos a continuar viviendo de su propio trabajo en la vida civil o religiosa e insertos en la vida común de la gente, siendo testigos cualificados de la vida cristiana. Deben, además, aceptar el Ministerio que le encomiende el obispo o superior competente y trabajar en perfecta comunión con el mismo y con los presbíteros y en estrecha conexión con los seglares comprometidos en la comunidad en la que sirven y en la Iglesia Universal.

La formación de los que son llamados al diaconado permanente se realiza en varias etapas: Un tiempo de discernimiento en el que se reflexiona sobre el significado de su vocación diaconal. Unos años de preparación teológica, pastoral, espiritual y comunitaria (que varían según las diócesis e institutos y son más o menos de 5 a 7) y un tiempo de inserción pastoral recibiendo los ministerios laicales de lector y acólito, antes de ser admitidos a la candidatura al diaconado.

La acción pastoral de un Diácono Permanente se concreta en organizaciones de caridad de la Iglesia, como las Cáritas diocesanas y parroquiales, obras asistenciales, pastoral de enfermos y marginados.

Su ministerio, en la liturgia es muy amplio. El Diácono Permanente asiste durante las funciones litúrgicas al obispo o al presbítero, administra sacramentales, distribuye la comunión fuera de la misa, lleva la comunión y el viático a los enfermos, preside las Exequias, administra solemnemente el Bautismo, bendice los matrimonios (con delegación). presidiendo esas celebraciones. En ausencia del Sacerdote preside las celebraciones comunitarias (Excepto la celebración de la Santa Misa, que está reservada a los Obispos y Sacerdotes, ya que el Diácono no puede consagrar) y la Liturgia de las Horas. Preside la celebración de la Palabra y lee y predica la homilía.

El Diácono Permanente puede atender la catequesis en todas sus gamas, así como otras actividades apostólicas de los laicos: padres, novios, confirmandos...

Un Diácono Permanente puede desarrollar diversos cargos administrativos de Curia o servir como Delegado diocesanos de diversas acciones pastorales. Puede atender el despacho parroquial, centros de orientación familiar y encargarse de las relaciones públicas en una parroquia.

El Concilio Vaticano II acogió los deseos de que allí donde lo pidiera el bien de los fieles, fuera restaurado el Diaconado permanente como un Orden intermediario entre los Obispos y Presbíteros y el pueblo de Dios, para que fuera intérprete de los deseos y de las necesidades cristianas, inspirador del servicio, o sea, de la «diaconía» de la Iglesia ante dichas comunidades, signo o sacramento del mismo Jesucristo, quien «no vino a ser servido, sino a servir». (LG III, 29)

Oremos siempre por nuestros Diáconos Permanentes. Dedico este Post a mi querido amigo y hermano Vanclarista y ahora ahijado Paco (Francisco García Lemus), quien el sábado pasado, por imposición de manos del Excmo. Sr. Juan Armando Pérez Talamantes, Obispo Auxiliar de Monterrey, junto con seis compañeros suyos, recibió la gracia de ser ordenado Diácono Permanente. ¡Felicidades ahijado!