martes, 31 de mayo de 2011

La visitación de María, Madre Inés y la abnegación. (San Lucas 1,39-56).

Hoy se termina el mes de mayo que hemos dedicado a María y celebramos la fiesta de la Visitación de María a su parienta Isabel.

En un carta colectiva, escrita en Tierra Santa (9 octubre 1958), la Madre María Inés describe sus impresiones personales de la visita a Ain Karim (donde, según la tradición, tuvo lugar la escena de la visitación y del Magníficat): "Me imaginaba ver llegar allí a la dulcísima María, llena de gracia, de amor y santidad, dispuesta a servir, a entregarse, para ayudar a su prima necesitada; parece que veía el abrazo cariñoso que las dos se daban, y que experimentaba la alegría del niño que venía, el cual quedó ya santificado en el seno de su madre... Después tomamos un poco de agua de un pozo, la cual manó cuando, a las palabras de María, Isabel comprendió a quién tenía ante sí, sintiéndose indigna de tanta dicha. Es muy devoto ese santuario; me gustó mucho... allí nació el Precursor" (Colectivas, 9 octubre 1958, I, pp.248-249).

Al describir esta escena evangélica de la visitación de María a su parienta Isabel, Madre Inés deja constancia de la actitud humilde, caritativa y contemplativa de la Santísima Virgen, que, con abnegación, parte hasta las montañas de Judea a visitar a su familiar que sabe está necesitada. El "Magníficat" resume "la experiencia personal de María", escribió el Beato Juan Pablo II en la Redemptoris Mater (RMa 36), porque, como dice Madre Inés, es un "cántico de humildad agradecida" (Estudios, Estudio sobre la Regla y el Evangelio, p.215, fol.648).

María es la Virgen de la abnegación, porque es la Virgen que ama, que actualiza en su vida aquellas formas de expresar el amor que Jesús presentó a sus discípulos, como clave de su seguimiento… “quien quiera venir en pos de mí tome su cruz…”, por eso se encaminó «presurosa» a servir no solamente a Isabel sino a todo aquel que fuera «el prójimo», como sucedió en las Bodas de Caná. La abnegación no tiene sentido ni razón de ser en el hombre, ni ejerce ningún atractivo sobre la naturaleza, inclinada a concederse todas las satisfacciones posibles si no es vivida a la luz de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos y con la fuerza que brota de su encarnación, la abnegación se convierte en un camino necesario de santidad y de eficacia apostólica. Por eso María es la primera que la vive con premura. La abnegación es una virtud. «Abnegación» es una de esas palabras tan poco entendida y tan poco practicada, pero fue una de la palabras favoritas en la vida y mensaje del Señor Jesús. 

María, la Virgen de la abnegación, es la que puede ir mostrando al creyente auténticos caminos para vivir esa virtud en los pequeños detalles de cada día que son caminos de amor, un amor que la lleva a ella y nos lleva a todos a cooperar con Jesús y como Jesús a la expansión del Reino.

María nos indica el camino de la aceptación propia. Ella fue la sencilla mujer de Nazaret… Sólo un nombre y una aldea la definen... no hay más. Y Ella no aspira a más, aún sabiendo que la Madre del Mesías quizás tendría que ser de estirpe real, según las certezas judías… Al sentirse hechura de Dios se gusta así. Así la había querido Dios… Ella no desea grandezas que superen su capacidad y por eso dice: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.

La vida cristiana está llamada a ser un "Magníficat" permanente, que prepare la alabanza eterna en el cielo. Madre Inés asume esta actitud mariana de dimensión trinitaria, con esta oración: "¡Llévanos Jesús, al Padre. Que tu Evangelio meditado, comprendido, amado, practicado por ti y en ti, nos lleve al Padre celestial, a cantar el eterno magníficat de gloria y alabanza a la beatísima Trinidad!" (Ejercicios 1950, p.480, fol.906).

En la escena de la visitación, donde resonó el himno evangélico, Madre Inés encuentra abundante materia para imitar a María en cuanto a la abnegación y vivir, con y como ella, imitando los sentimientos del Señor que pasó por el mundo haciendo el bien y nos pidió llevar la cruz de cada día. Al explicar la visitación, ella llama a la Santísima Virgen "la contemplativa María". Subraya su humildad, su abnegación, su caridad y su espíritu contemplativo: "María, la contemplativa por excelencia... cuando todo la convidaba al retiro y a la oración silenciosa; ella la humilde María, la siempre recogida María, se «dirige presurosa a las montañas de Judea, a una ciudad de la tribu de Judá; y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel». ¿Qué iba a hacer la virgen pura, la llena de gracia... la contemplativa María? Iba a cumplir un deber de caridad" (Estudios, Sobre los santos evangelios, p.213, fol.646). Mucha gente se cruzaría con la Virgen en su largo de su viaje. Muchos no le prestarían especial atención. Otros quizá percibirían un no sé qué en el rostro, en el gesto, en la actitud, en el porte, un destello de encanto, de paz, de alegría que no sabrían explicar. El Cielo pasaba cerca.

No son cosas de poca monta lo que María fue a hacer a la casa de Isabel en esos tres meses, aunque fueron pequeños servicios. Dice Etienn Brot en uno de sus libros, que «Este episodio es uno de los más célebres y apreciados del Evangelio» (Lc 1, 39-56). 

En la visitación y en el "Magníficat" se aprecia con claridad que la vida de caridad y de misión se postulan mutuamente: "La contemplativa María, la Madre del Verbo de Dios, abandona su reposo, su soledad, el éxtasis dulcísimo de su Bien Amado, para prestar sus servicios y para santificar al precursor" (Estudios, p.215, fol.648). Así como los servicios humildes de María tuvieron su influjo en Juan Bautista, de modo semejante la conversión de muchos no cristianos será debida "a los misioneros y misioneras que por ellos oran, sufren y se abniegan" (ibídem). 

María se sabe «toda de Dios». La abnegación ante todo, se puede vivir cuando se es consciente de esto: «saberse de Dios». 

Quisiera compartir con ustedes, en este día, una oración mariana de un autor desconocido que me encontré hace poco :

María, aceptas a todos, acoges a todos, desde los pastores que van a adorar al Niño, hasta los «hermanos» de Jesús, esos hijos tuyos tozudos, ciegos, desagradecidos, que no le entendían a Jesús, que le dejan solo, que se escapan… Esos hijos que recoges a tu alrededor la mañana del sábado santo, derrochando sobre ellos ternura, alentando su esperanza. Indícanos el camino de la aceptación a los demás.

María, en Caná estás atenta… Con intuición de mujer, en una mirada de conjunto caes en la cuenta de lo esencial del momento, de lo más importante, la falta del vino, y tu caer en la cuenta provoca el milagro de Jesús. Indícanos el camino del caer en la cuenta… que supone olvido propio, atención a los demás, vivir el momento presente a tope…

María, ves marchar al Hijo y sabes asumir la soledad. Sabes que nada es tuyo, que tu Hijo no te pertenece, que tu Hijo pertenece al Padre y al plan que tiene sobre Él. Indícanos el camino del desprendimiento… Ayúdanos a vivir el desprendimiento…

María, Virgen de la abnegación, porque eres Virgen del AMOR, llévanos de tu mano para que a tu lado aprendamos a vivir nuestro compromiso, movidos por el Amor y nada más que por el amor.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

jueves, 26 de mayo de 2011

¿Dónde está tu hermano? Crisis económica, crisis de valores y crisis de fe...

Hay un hecho que preocupa a mucha gente de hoy lo mismo que preocupó a mucha gente de los tiempos del Antiguo Testamento: me refiero al triunfo del cínico y corrupto y el fracaso del pobre y del que busca hacer el bien. Durante mucho tiempo, el pueblo de Dios creyó que eran buenos los que triunfaban en su vida familiar, profesional y social; mientras que el dolor, la enfermedad y la pobreza eran signos de maldad. Según esta concepción de algunos libros del Antiguo Testamento, Dios premiaba a los buenos y castigaba a los malos ya en esta vida.

Esto les provocó en muchos creyentes un conflicto para su fe en Dios. Porque si los éxitos son signo de que uno es bueno y los fracasos de que es malo, ¿cómo explicar que los malvados triunfen mientras que el justo está destinado a sufrir? El salmo setenta y tres expresa con toda crudeza esta desazón, cuando el orante se encara así con Dios: «Envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos; no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás».

A nosotros puede ocurrirnos algo semejante en este momento de crisis económica y de valores generalizada y que, según los expertos, es cada día más aguda. Los que han arruinado las empresas y llevado a la ruina a muchísimas familias y particulares, quedan impunes de sus errores y se llevan indemnizaciones millonarias o fama, como el caso de los artistas que dejan mucho que desear en su moralidad. En cambio el trabajador honrado y responsable, que ha pagado religiosamente los plazos convenidos en el contrato de su hipoteca, pierde su trabajo, su dinero y sus ahorros. Y se enfrenta a un porvenir incierto y nada halagüeño.

Es innegable que la gente buena y creyente, al ver y sufrir todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe y desertar. ¿Dios -se pregunta- no ve lo que pasa? ¿No le preocupa nuestra suerte? ¿Para qué seguir siendo honrado y creer en Él cuando a los malos les va tan bien?

Evidentemente, todos deseamos que los desempleados vuelvan cuanto antes al trabajo, que los salarios permitan seguir pagando los plazos y la hipoteca de la casa, que las autoridades tomen medidas pertinentes para impedir que los hechos violentos se sigan dando, que se revisen los sueldos escandalosos de ciertos miembros del gobierno, que no se malgaste el dinero público, que no se permitan asumir riesgos imprudentes, que los valores desplazados vuelvan a su lugar. Pero los hechos muestran que no resuelve el problema de fondo.

La verdadera solución sólo vendrá si el justo y honrado que sufre mira a Dios y, mirándolo, ensancha su horizonte. Este nuevo horizonte consiste en descubrir que los éxitos y riquezas de los cínicos y de los ricos son pura apariencia y necia estupidez. El verdadero rico es el que posee a Dios y el verdadero éxito no es tener o consumir y gozar cada vez más, sino ser justo y honrado en esta vida y esperar una eternidad feliz y dichosa.

No se trata de una vaga esperanza en el más allá. Se trata, más bien, de despertar a la percepción de la auténtica grandeza del ser humano, de la que forma parte también la vida eterna. Los cínicos pueden pensar que la vida licenciosa y sin escrúpulos del rico y poderoso es un bien. En realidad es un mal, pues le encierra en una perspectiva meramente animal de la existencia y le cierra el horizonte del más allá.

La crisis económica y de valores puede convertirse en una ocasión para un sobresalto virtuoso de cada uno de nosotros, acompañado de una mayor pasión por la edificación común y realista de la vida desde nuestra fe. "Nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo, porque lo añadido hará encoger el vestido y el daño se hará mayor" (Mt 9, 16). El Papa nos recuerda que en realidad, la crisis actual no es el resultado de dificultades financieras o de una sola novedad de moda, sino que es una consecuencia de la crisis cultural y moral que vivimos, cuyos síntomas son evidentes desde hace tiempo en todo el mundo. (cf. Benedicto XVI, Homilía del 1 enero de 2009).

A la luz de la llamada del Papa, esta situación alarmante nos interpela doblemente a quienes nos sabemos "misioneros": de una parte, nos compromete a expresar nuestra solidaridad en acciones y obras concretas, que facilite la búsqueda de soluciones a los problemas de la juventud extraviada, del desempleo, del narcotráfico, del hambre, de la migración forzosa, de la drogadicción, del consumismo, del deterioro de la salud y de la pérdida de calidad de vida de los pobres, que como siempre son las víctimas más afectadas de las crisis en todo sentido; por otra parte, nos estimula a empeñar los mejores esfuerzos de las universidades e institutos católicos, y de investigadores y agentes de pastoral social, para contribuir a la formulación de un nuevo modelo de desarrollo para el planeta.

La globalización, tan aclamada en nuestros tiempos, comporta el riesgo del fortalecimiento de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo (cf. Documento de Aparecida, n. 60). De ahí la urgente necesidad de que la globalización deba regirse por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios (Ibíd.). La actual crisis financiera y de valores ha puesto de manifiesto el afán excesivo del consumismo por encima de la valoración del trabajo y del empleo, convirtiéndolo en un fin en sí mismo.

Hace poco leía un libro en donde se citaba a Gorgias, aquel célebre personaje de las obras de Platón, que decía que la felicidad radicaba en el poder de crearse necesidades intensas para proceder luego a la satisfacción y que se enfrenta a Sócrates y éste le dice con su acostumbrada ironía: "El hombre feliz se asemejará entonces a aquel que continuamente se provoca excoriaciones en la piel para rascarse, calmando de esa manera su necesidad" (cf. Carlos LLano, "Viaje al centro del hombre", Ed. RIALP, Madrid 2010, p. 38).

Esta inversión de valores, al ir creando necesidades, pervierte las relaciones humanas. Se ha hecho evidente que la globalización tal y como está configurada actualmente, no ha sido capaz de interpretar y reaccionar en función de valores objetivos, que se encuentran más allá del mercado de consumo y que constituyen lo más importante de la vida humana: la verdad, la justicia, el amor, y muy especialmente, la dignidad y los derechos de todos, aún de aquellos que viven al margen del propio mercado (cf. Documento de Aparecida, n. 61). La economía internacional ha concentrado el poder y la riqueza en pocas manos, excluyendo a los desfavorecidos e incrementando la desigualdad (cf. DA, n. 62) en un mundo que cada día consume más de lo que menos necesita.

Todo esto no nos puede conducir a una crisis de fe. Los valores del Evangelio y la enseñanza social de la Iglesia siguen siendo cuestiones válidas, y pueden promover una globalización marcada por la solidaridad y la racionalidad, que haga de la vida de los creyentes un testimonio de esperanza y de amor (cf. DA, n. 64). Para lograr este propósito, se hace indispensable la presencia y colaboración de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sin discriminación religiosa, cultural, política e ideológica y que sean motivados por nosotros como misioneros.

Frente al anhelo de reconstruir la paz, una vida más digna y plena para todos y abrir caminos de esperanza a los pobres y excluidos, quiero concluir esta breve reflexión, dejando unas preguntas que hace el Papa Benedicto XVI: "¿Cómo no pensar en tantas personas y familias afectadas por las dificultades y las incertidumbres que la actual crisis ha provocado a escala mundial? ¿Cómo no evocar la crisis alimentaria y el calentamiento climático, que dificultan todavía más el acceso a los alimentos y al agua a los habitantes de las regiones más pobres del planeta?" (cf. Discurso a los Miembros del Cuerpo Diplomático, 8 de enero de 2009). Estos cuestionamientos hacen resonar hoy día con mayor vehemencia la dramática pregunta de Dios a Caín que nos afecta a todos, nos interpela y no nos puede dejar indiferentes: "¿dónde está tu hermano?" (Gen. 4, 9).

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U. 

domingo, 15 de mayo de 2011

El día del Maestro... un buen maestro

Ser maestro, profesor, docente, catedrático, mentor, catequista, formador... ayer, hoy y en el futuro ha sido, es y será una enorme responsabilidad la que, a la vez, es un privilegio singular que todos los que ejercemos la docencia conocemos. La posibilidad de contribuir a la formación de personas es, sin duda, una tarea ardua y, por qué no decirlo, envidiable, que hoy, gracias a la magia del Internet, tiene posibilidades reales de tener un alcance global.

Hay un sin fin de preguntas que en el día del maestro, quienes viven con gozo esta misión, se pueden hacer, lo mismo que quienes son alumnos, formandos o dirigidos: Estas son algunas de ellas: ¿Qué siente un maestro cuando le dicen maestro? ¿Qué es ser un buen maestro? ¿Por qué este mundo precisa maestros? ¿Vale la pena ser educador hoy? ¿Qué necesita un maestro para trabajar en una escuela? ¿Qué es la experiencia? ¿Cómo es que una vida puede convertirse en maestra?

Para llegar a ser maestro hace falta mucho empeño, trabajo, dedicación, estudio y experiencia entre otras cosas. El maestro es alguien que sabe más sobre algo en particular y está dispuesto a transmitirlo, a pasar sus conocimientos a otros. El maestro es la persona de quién, por medio de quién y con quién aprenden los alumnos.

Yo quiero hablar hoy del maestro cristiano, porque seguro entre mis cinco lectores habrá alguno o alguna que ejerza esta hermosa misión. El maestro cristiano es un bautizado que ha recibido por la fe a Jesucristo como Salvador, y se empeña en compartir de una manera convincente lo que sabe pero desde la fe que ha experimentado.

Quiero destacar algunas de las muchísimas cualidades que a lo largo de mis casi 50 años de vida he podido percibir en los maestros que tienen a Cristo como centro de su fe y de su vida y que con esas cualidades han dejado la huella de la obra de Dios en mi vida y seguro en muchas más.

a. Cualidades físicas: Los buenos maestros que han pasado por mi vida, al enseñarme o al contarme de su vocación de servicio y realización, se empeñaron por tener siempre una buena presentación, tener hasta lo posible buena salud, estar descansados para enseñarme con cordura y serenidad, fueron enérgicos y vigorosos, usaron una voz agradable ante la clase. Recuerdo perfectamente así siempre presentables a mis maestros de la formación inicial: a la Señorita Beatriz, la maestra de kinder, pues empecé a ir al colegio a los tres años y medio la recuerdo siempre arregladita y sonriente; pienso en el profesor Leonel, mi maestro de primer año y a los profesores de la Facultad cuando estaba en FACPYA con sus trajes impecables; la maestra Eréndira Pérez y la profesora Esperanza, mi maestra de tercer año de primaria. Recuerdo con carño a la profesora Manuelita Ortega Pinales, la directoria del colegio en donde estudié la primaria y a esa maravillosa Madre y Maestra de Vida: La Venerable Madre María Inés Teresa Arias.

b. Cualidades mentales: Los buenos maestros nuestran siempre interés constante en mejorar sus conocimientos, en saber los acontecimientos en el mundo actual y la situación de sus alumnos, procurarn pensar lógicamente y juzgar bien, sin prejuicios, podrá decidir, no son vacilantes, siempre miraran hacia el futuro, haciendo planes, proyectando actividades y llevan al alumno con ellos a amar el conocimiento de lo que enseñan.  No puedo olvidar en este punto a la excepcional profesora Magda Yolanda Villarreal Fernández, mi queridísima maestra de matemáticas de secundaria con la que me une una amistad de años ya y a mi actual maestro de apreciación musical, Raúl Gutierrez, director artísico de la O.S.U.A.N.L. que nos apasiona en la música sacra. Recuerdo, por supuesto, a la profesora Jesusita en cuarto año de primaria o al profesor Solís en la secundaria.

c. Cualidades sociales: El buen maestro es siempre optimista, tiene simpatía y cultura, es paciente y tolerante, se muestra siempre entusiasta, mas que todo es sincero y digno de confianza. ¡Cómo olvidar al profesor Rubén y sus clases de guitarra cuando era yo un chiquillo de ocho o nueve años! o el profesor Rubén que nos enseñaba física en la secundaria. ¡Cuántas de las queridas hermanas Misioneras Clarisas que son maestras son así!, pienso también en Conchita, en Rosy, en el profe Mario, en el profe Miguel y en el maestro Mago. Y que decir de Nena, ¡siempre una misionera aplicando sus conocimientos sobre educación a la vida de tantas almas!

d. Cualidades Morales: El buen maestro tiene una vida moral intachable, presenta ante otras personas normas morales altas, es leal a la iglesia y a las enseñanzas del Papa, tiene un sentido de dignidad propia y de justicia. Pienso ahora en Juan Guajardo y la maravillosa labor que desarrolla o en mi tío Samuel y sus años y años de experiencia, porque, ya jubilado, sigue siendo un maestrazo. Recuerdo también al padre Enrique Flores, de feliz memoria, mi maestro de latín, griego  y de algunas ciencias de filosofía y teología en el Seminario y pienso en los demás sacerdotes que en mis años de formación dieron su vida y su tiempo para formarme.

e. Cualidades Espirituales: El buen maestro hace una entrega completa de su corazón y de su vida de Dios, y tiene el concepto de que su trabajo como maestro es una misión que Dios le ha encomendado. Tiene una comprensión de la realidad, presencia y guía de Dios en su vida diaria. Está convencido de que Cristo es la única esperanza de la humanidad y enseña su materia combinándola con su testimonio de vida, deseoso de que otros encuentren el camino de salvación. Ama a Dios y ama a sus alumnos. Ora sin cesar. Tiene disposición de trabajar, de dar de su tiempo y esfuerzos, sin esperar recompensa sin reconocimientos. Tiene convicciones bíblicas y doctrinales firmes. Se esfuerza constantemente como cristiano. Viene a mi mante ese gran maestro al que tuve oportunidad de escuchar en tantísimas Audiencias allá en San Pedro cuando era novicio: el beato Juan Pablo II. ¡No puedo olvidar a las catequistas que en mis tareas pastorales me han apoyado tanto para enseñar a los niños el camino de la fe! Pienso en la profesora Santa Rita allá en San Felipe, en Morelia; al maestro Gabriel cuando trabajé en la Universidad de La Salle y en la Hna. Cristy de Verbum Dei y claro... ¡Claudia, nuestra querida Nina!, que, como vanclarista siempre fiel, da muestras, junto con sus hermanas miss Juanita la directora, miss Mónica y miss Blanca de que ser maestro hoy tiene un valor inestimable y ¡Vale la pena!

Seguro me faltarán, como siempre, muchos y muchos nombres de gente tan querida como doña Mary Fernández y su gran capacidad poética, los maestros que dan clases a los hermanos como los padres: Carlos, Pepe, Pedro y Anastacio de los Misioneros de Cristo y el padre Emigdio del clero diocesano, Cely mi prima nutrióloga y su caja de sorpresas con ese extenso material didáctico para enseñar todo con calridad; los padres Claretianos que fueron mis maestros en el noviciado, en especial el padre Ángel Pardilla y claro está, mis padrinos Mons. Esquerda y Mons. Juan José Hinojosa, cada uno en su estilo pero con una paciencia de excepción para dejar todo bien asentado cuando enseñan. Pienso en Arcadio como formador de los confirmandos allá en su parroquia en Guadalajara, o en Yoyina mi cuñada cuando ha dado clases en diversas universidades dejando una huella especialísima de fe profunda en sus ex-alumnos. Por otra parte tantos amigos y amigas maestros como Hilda, Amy, Iván y José. Doy gracias por mi fantástica maestra de Italiano, la Hna. Margarita Hernández, M.C.; en Claudio y sus clases de diseño en México, en Eleazar y su escuela virtual de 3D, en Letty Hernández y el maravilloso mundo de la literatura y en tantos y tantas más para quienes hay una gratitud muy especial en el corazón.

Estoy seguro que María, en este mes de mayo, ella, que fue Madre y Maestra en el silencio de la escuelita de la vida ordinaria, los protegerá a todos y... finalmente, le pido también que a mí, que no puedo adjudicarme el título de profe pero que comparto la misión de formar, me aliente a seguir adelante pensando que al enseñar, voy dejando las huellas de Cristo el Divino Maestro.

¡Feliz día del maestro!

ALfredo Delgado R., M.C.I.U.

martes, 10 de mayo de 2011

Ser Madre en el día de hoy... ¡una misión insustituíble!

Todo hombre y toda mujer comienza a serlo en las entrañas de su madre

El día de las Madres, lo sabemos todos, toca en profundidad los sentimientos hasta de los más fríos corazones y en este día hacemos, en todas partes de México y otras naciones, un homenaje a la mujer que nos trajo al mundo con expresiones de respeto y de cariño. Quiero hacer, sobre todo, en este momento en que la figura de la mujer como madre ha perdido su brillo, un homenaje especial a las "mamás modernas".

Parece como que intencionalmente el mundo de hoy se quiere empeñar en quitar el brillo especial que tiene la maternidad y acabar con eso, con la chispa de vida y esperanza de la que es portadora toda Madre que ha engendrado una vida nueva. Todos hemos oído hablar en la radio o en T.V., entre las noticias del narco, de la perspectiva del género, según la cual los roles respectivos de mujeres y varones no tienen que ver con la base biológica de nuestro ser.

En esa perspectiva de género se trata de mirar con desconfianza la función maternal de la mujer como si la condición materna de la mujer fuera una especie de estereotipo impuesto por la cultura machista ¡Qué pena que eso haga que la maternidad pierda su brillo! Existe una ideología feminista muy extendida que reivindica presuntos derechos sexuales y reproductivos de la mujer, promueve la anticoncepción y el aborto en toda la faz de la tierra y hasta hay mujeres que han ganado una muy buena suma de dinero por prestar su vientre para engendrar "hijos ajenos" de personas famosas que nunca les darán a esos pequeños razón de su mamá.

Cada día, en las diversas tareas del diario quehacer de los diversos trabajos, se ven figuras de mujeres masculinizadas maldiciendo la maternidad como si fuera una carga insoportable de la que habría que liberarse. Y no me refiero al caso de mamás "heroicas" que tienen que trabajar para ser "padre y madre" a la vez y que merecen todo nuestro respeto y admiración. Los avances de la ciencia y de la técnica, nos hacen ver ahora, más que nunca, un conocimiento más profundo y preciso sobre los mecanismos biológicos que dan origen a la vida y sabemos que la vida no puede llegar sin la colaboración de la maternidad de la mujer.

En muchos espacios del mundo actual se busca descolocar la imagen de la madre respecto del contexto familiar. No se trata de ser madre de cualquier manera, sino que hablo de ser madre de familia donde podamos identificar a la mujer con la figura del hogar, de la solidaridad, de la preocupación sana, que hace que la familia se mantenga unida y pueda seguir adelante a pesar de las muchas dificultades que por donde quiera se presentan.

Cierto que hay que reconocer el papel fundamental que desempeñan las mamás de hoy en la vida cotidiana y reconocer el valor del trabajo de muchas mujeres en la sociedad. Nuestras mamás modernas deben hacerse presentes en las realidades temporales, aportando su ser propio de mujeres para participar con el hombre en la transformación de la sociedad, pero su trabajo no puede, ni debe, ser reducido solamente a la satisfacción de necesidades económicas innecesarias que se van creando cada día en más cantidad en nuestra sociedad de consumo, sino un instrumento de construcción de la nueva sociedad: la civilización del amor.

Por eso, en este Día de las Madres, sería bueno mirar cómo volver a descubrir esa imagen auténtica de la maternidad, cómo recuperar esa maternidad que debe "brillar" para decir que ser Madre es una verdadera bendición. La maternidad es una bendición, una vocación y una misión que se le ha otorgado a la mujer que es quien puede dar a la humanidad lo que nadie puede dar.

Nosotros, como misioneros, bendecimos continuamente a la mujer como madre. Al rezar el Ave María agradecemos la bendición de la Madre de Dios y el regalo del fruto bendito se vientre, que es Jesús. Con ello estamos bendiciendo la vocación materna de la mujer y este es un dato fundamental para toda la humanidad en este tiempo también.

Volviendo al renglón de la maternidad biológica, y en otros, se ha criticado fuertemente la postura de la Iglesia católica que procura ser fiel al mensaje del Evangelio, al Magisterio y la Tradición. Se ataca fuertemente las declaraciones del Papa, de los Obispos acerca del aborto y de la eutanasia, sobre el amor y la auténtica sexualidad, sobre la fidelidad matrimonial y sobre el divorcio, sobre las relaciones prematrimoniales y extramaritales.

Tenemos que ser imparciales y preguntarnos: ¿Qué desearía el Señor de una mamá moderna? ¿Qué espere flores en este día para recordar su irreemplazable misión? ¿Qué deje este campo y valore más otros que cualquier otro ser humano puede desempeñar? ¿Que valore y se sienta felizmente realizada por tener una misión que es es insustituible e irremplazable?

Toda Madre de familia que ame y defienda a capa y espada su maravillosa vocación, podrá entender lo que quiero decir. Yo preguntaría hoy a las mamás modernas: ¿Si mañana tú, como mamá, ya no estubieras con los tuyos qué desearías que ellos te ofrecieran: regalos, flores, velas,... o el hecho de que se mantengan firmes en la fe aquellos a quienes te has esforzado por enseñar los criterios del amor, de la paz, de la unidad, de la gracia, de la esperanza, del amor al trabajo, de la generosidad y de tantas cosas más para las cuales estás capacitada para dar y formar? ¿Qué esperarías de tus hijos: cosas materiales o que la raíz de los principios que has sembrado en su corazón se manifieste en frutos de congruencia y caridad que hagan un mundo cada día mejor?

Admiro a muchas de estas mamás modernas que han asumido muy bien su papel y las felicito en su día. Gracias por su valioso testimonio de como se puede conjugar la maternidad con el trabajo dentro y fuera de casa, el desgaste, la entrega, la oración, la paciencia, la confianza, el descanso... en fin: gracias por su testimonio de esposas, madres y apóstoles. Pienso que María de Nazareth, si viviera hoy, sería tal vez como muchas de ustedes en el diario ir y venir, mujeres heroicas de sonrisa constante y sonante.

Pidámosle al Señor que conceda a todas las mamás, especialmente a las mamás modernas, congruencia y que alcancen a comprender todas, que la mejor forma en que pueden vivir su matarnidad es haciénodose "pan partido" que se entrega, como Jesús, a migajas a sus hijos. ¡Feliz día de las Madres!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

Oración en el día de las Madres...

Señor Jesús:

Gracias por las madres que nos has dado.
Los más nobles sentimientos que tenemos,
los sembró en nosotros nuestra madre:
la fe, la honestidad, el amor al trabajo.

Señor Jesús:
En esta hora de retos y desafíos,
las mamás necesitan de tu ayuda:
para atender a la casa y al trabajo,
para hacer de padre y madre,
para educar en los valores cristianos,
para defenderse de la tentación,
para no caer en el pecado.

Señor Jesús:
Que también ellas luchen por la justicia
y que confíen en el Dios de los pobres:
El Dios que quiere pan en todas las mesas
y paz en todos los hogares;
el Dios que destruye el poder corrompido
y protege a los indefensos y humillados.

Señor Jesús:
Ilumina la vida de nuestras madres.
Premia sus desvelos y trabajos.
Da paz a las madres ya difuntas…
Bendice a todos los hogares.
Y que los hijos sean siempre
gloria y corona de las madres.

Señor Jesús:
Que la Virgen Madre las llene de fortaleza.

Señor Jesús:
Que la Virgen María siga siendo
modelo de todas las madres.

Amén.